Caminando entre los fantasmas de Sendai
Los habitantes m¨¢s afectados por el tsunami deambulan en busca de sus familiares en un paisaje de devastaci¨®n
Ahora el oc¨¦ano ha vuelto a su sitio. Pero despu¨¦s de que el viernes se adentrara en la tierra , los supervivientes ya no reconocen la bah¨ªa de Matsushima. En la playa de Natori, un pueblo costero cercano a Sendai, los 273 cad¨¢veres arrancados por el maremoto han sido retirados al amanecer. Quedan las marcas de los cuerpos impresas en el barro. El epicentro del tsunami es ahora desierto, silencioso e inm¨®vil, envuelto en el humo de decenas de barcos a la deriva que siguen quem¨¢ndose en el mar.
Pero, 30 horas despu¨¦s del terremoto m¨¢s violento de su historia, todo el noreste del Jap¨®n reaparece ante su gente como una tierra nueva y desconocida. Centenares de kil¨®metros de costa han cambiado su perfil entre Tokio y Kesennuma. La playa de Sendai, capital de la prefectura de Miyagi, ten¨ªa unos 200 metros de anchura. Hoy se extiende hacia el interior casi tres kil¨®metros, como un desierto negro repleto de dunas que escupen edificios, pilares, estructuras.
"Tras el se¨ªsmo salimos de casa y en lugar del jard¨ªn estaba el Pac¨ªfico"
Pocos hombres, los espectros de Sendai, se mueven en ese vac¨ªo, incapaces de orientarse en los lugares en los que nacieron y crecieron. Buscan sus viviendas, sus hijos, los pueblos que en alg¨²n lugar deber¨ªan poder encontrar, pero no logran entender d¨®nde se hallan. Los pueblos que hasta el viernes se ergu¨ªan en la bah¨ªa -Natori, Tagajo, Shiogama e Ishinomaki- han desaparecido. Otros, m¨¢s al sur, han sufrido la misma suerte.
Ahora el reflujo de agua y barro ha terminado y la comarca de Miyagi, la m¨¢s arrasada de la naci¨®n, se presenta como un infinito vertedero. Aviones volcados, coches destrozados, torres de la red el¨¦ctrica, v¨ªas de ferrocarril arrancadas y torcidas, ¨¢rboles, trozos de edificios, vagones de trenes y barcos se funden en un inextricable monumento f¨²nebre a la impotente modernidad de Jap¨®n. Falta electricidad, de los grifos no sale agua, ferrocarriles y carreteras no pueden utilizarse al norte de Fukushima, las comunicaciones telef¨®nicas no funcionan.
Columnas de personas, andando o en bicicleta, con un casco puesto y una manta azul en los hombros, desfilan sin hablar a lo largo del per¨ªmetro de la superficie de barro. Son m¨¢s de 70.000, querr¨ªan volver a casa, hallar a las personas que no encuentran. Nadie sabe realmente qu¨¦ ha pasado. Relatan simplemente sus propias experiencias y repiten que "esta vez no hab¨ªa nada que hacer".
"Viv¨ªamos a cuatro kil¨®metros de la costa", dice Aoki Sekimura, un ¨®ptico de Sendai, "protegidos por un bosque y unos arrozales. Siempre nos quej¨¢bamos de no poder ver el mar. Despu¨¦s del se¨ªsmo salimos de casa y en lugar del jard¨ªn estaba el Pac¨ªfico".
A cada r¨¦plica resuena un estruendo lejano y la gente permanece sentada para contemplar lo que queda de la naci¨®n. La atracci¨®n por el horror se debe a su anomal¨ªa. El barro no atrapa solo cosas destruidas. Flotan edificios enteros, autobuses intactos, un almac¨¦n perfectamente conservado, un puesto de pescado que parecer¨ªa poder abrir en cualquier momento. El impacto del mar no los ha desintegrado, sino arrancado del terreno, arrastrado como un bot¨ªn de guerra. Los supervivientes de Sendai dicen que estaban listos para el terremoto, pero no para el tsunami, ya que la tierra no puede oponerse al agua. "Aunque rode¨¢ramos el pa¨ªs con una muralla de cemento de 20 metros no podr¨ªamos salvarnos del oc¨¦ano", dice Nahoko Amaki, estrella local de sumo. "Por eso ahora tendremos que redise?ar nuestra patria. Nadie tiene que vivir y trabajar a menos de 10 kil¨®metros del mar".
"Vivimos en las laderas de los volcanes y suspendidos sobre el oc¨¦ano en el cruce de cuatro placas tect¨®nicas. Jap¨®n tiene que repensarse a s¨ª mismo si quiere tener un futuro", dice una mujer madura que se llama Eiko.
? La Repubblica / EL PA?S
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