El arte imposible de perderse
1 ?ltimamente me acuerdo a menudo de uno de los h¨¦roes secretos de mi infancia, un gitano que cada s¨¢bado montaba su puesto de ropa interior femenina en el mercado ambulante de Gerona y a continuaci¨®n empezaba a anunciar a grito pelado: "?Bragas a cien pesetas, se?ora! ?Quien no lleva bragas es porque no le da la gana!". Era extraordinario. Yo iba con mi madre al mercado y al llegar frente al hombre me quedaba boquiabierto: corpulento, muy moreno, con una gran barriga de buda, vociferando con los brazos en jarras ante su monta?a de bragas, el gitano deb¨ªa de tener un aspecto imponente. Creo que lo admiraba. Es posible que de mayor deseara ser como ¨¦l. Y, aunque no dudo de que influyera en ese deseo el hecho de que el gitano estuviera siempre rodeado de mujeres y de ropa interior femenina, ¨²ltimamente pienso que, sin que yo fuera consciente de ello, quiz¨¢ tambi¨¦n influ¨ªa otra cosa.
Nadie se pierde: siempre estamos donde estamos, donde est¨¢ nuestro maldito yo"
2 El caso de G. K. Chesterton no es menos extraordinario. Corpulento, moreno y con una gran barriga de buda, Chesterton es un apologista del catolicismo a quien adoran agn¨®sticos y ateos, adem¨¢s de feroces comecuras como quien firma; m¨¢s extraordinario a¨²n es que sea un provocador cuyas impertinencias han sobrevivido un siglo. Gran parte de su obra, por ejemplo, puede entenderse como un combate contra el vitalismo tr¨¢gico nietzscheano que empezaba a triunfar en su ¨¦poca y que ha arrasado en la nuestra. Ese combate explica su reiterada defensa de la humildad, virtud cristiana por excelencia y vicio por excelencia de nuestro tiempo, que es el tiempo de la inflaci¨®n del yo, de la b¨²squeda de la plenitud vital, del llamado af¨¢n de encontrarse a s¨ª mismo a trav¨¦s de la llamada realizaci¨®n personal; en definitiva: el triunfo de lo que Chesterton llama "la escuela ego¨ªsta", cuyo mejor representante es Nietzsche. Un triunfo que ha provocado una explosi¨®n colectiva de orgullo, de la que Chesterton abominar¨ªa: ¨¦l considera que el orgullo procede del infierno y constituye una cat¨¢strofe social y un instrumento de tortura personal, puesto que es por definici¨®n insondable e insaciable. Lo sensato, por tanto, no es potenciar el yo, sino anularlo. O casi: "La humildad es el suntuoso arte de reducirse a un punto (...) a una cosa que no tiene tama?o, de modo que todas las cosas del universo sean como son en realidad: de tama?o inmensurable". O dicho de otro modo: la ¨²nica forma de encontrarse a uno mismo consiste en perderse para encontrarse plenamente en lo real.
3 ?Es posible perderse? Hace mucho traduje al castellano una novela de Francesc Trabal titulada El hombre que se perdi¨®, donde el protagonista, despu¨¦s de perder a su prometida, se convierte en un profesional del arte de perder tan exquisito que es capaz de perder un edificio de 24 pisos en la Quinta Avenida, 1.800 Ford en Honduras y 5.000 ni?os chinos en Tampico, M¨¦xico, hasta que al final acaba perdi¨¦ndose a s¨ª mismo. Pero la novela de Trabal es una ficci¨®n. ?Y en la realidad? ?Es posible perderse en la realidad? En La ciudad de las palabras, Alberto Manguel cuenta la historia verdadera de un m¨¦dico que, durante un viaje por la tundra ¨¢rtica en compa?¨ªa de un gu¨ªa inuit, fue sorprendido por una tormenta de nieve; en medio del fr¨ªo y de la noche, sinti¨¦ndose abandonado por el mundo, el m¨¦dico exclam¨®: "?Nos hemos perdido!" Entonces su gu¨ªa le mir¨® pensativo y contest¨®: "No nos hemos perdido. Estamos aqu¨ª". El gu¨ªa tiene raz¨®n: no estaban perdidos; nadie se pierde; es imposible perderse: siempre estamos donde estamos, donde est¨¢ nuestro yo, nuestro maldito yo.
4Todos sabemos que Chesterton tiene raz¨®n, pero todos sabemos tambi¨¦n que la humildad perfecta es imposible, porque es imposible prescindir de nuestro yo. Nietzsche tambi¨¦n lo sab¨ªa, y por eso pensaba que lo mejor era gozar de ese yo, aunque fuese una maldici¨®n y una tortura. En cuanto a m¨ª, solo hay algo que me enfurece m¨¢s que mi orgullo luciferino, y es que lo confundan con la humildad. De humildad, nada. Si yo fuera humilde, intentar¨ªa escribir el gui¨®n de una secuela de Cateto a babor, o de Qu¨¦ gozada de divorcio, o de Caray, qu¨¦ palizas, o el de Esta abuela es un peligro, 6, y no escribir¨ªa los rollos que escribo, empezando por esta columna tan seria. Qu¨¦ asco, Dios santo. Y de ah¨ª quiz¨¢, seg¨²n pienso ¨²ltimamente, la admiraci¨®n que sent¨ªa yo por aquel gitano de mi infancia, a quien deb¨ªa de imaginar como un hombre a todas luces virtuoso y de m¨¦rito, reducido al oficio de vendedor ambulante de lencer¨ªa y transformado por ese acto voluntario de humildad en el hombre m¨¢s plet¨®rico del mundo, casi perdido entre mujeres a la caza de ropa interior, reinando en aquel gineceo con su voz de bar¨ªtono y su grito portentoso: "?A cien pesetas, se?ora! ?Bragas a cien pesetas! ?Quien no lleva bragas es porque no le da la gana!". Que Dios lo tenga en su gloria.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.