"El negocio ser¨¢ m¨¢s ¨²til contra el cambio clim¨¢tico que la bondad"
Fitzroy Square es una plaza londinense de aire literario. No por su situaci¨®n o la discreta y elegante belleza dieciochesca de su trazado, sino por sus ilustres vecinos. All¨ª moraron Virginia Woolf y George Bernard Shaw. All¨ª vive hoy Ian McEwan, protegido, en mitad del c¨¦ntrico barrio donde ya hiciera historia el grupo de Bloomsbury, de los impactos que va causando por el mundo la publicaci¨®n de Solar (Anagrama y, en catal¨¢n, Empuries).
Si McEwan abord¨® con ¨¦xito infinito el siglo XX en sus dos novelas anteriores, ahora entra de lleno en los traumas del siglo XXI con el cambio clim¨¢tico y el estado de ¨¢nimo derretido de su protagonista. Michael Beard es uno de los que est¨¢n llamados a ser personajes emblem¨¢ticos en la obra de este escritor ingl¨¦s, pol¨¦mico, agitador e inc¨®modo.
"Este Apocalipsis no es religioso. Es cient¨ªfico. Ese es el problema"
"Me limito a leer a mis amigos y a escritores muertos"
"Ya estoy cansado de que se me malinterprete y todo se desquicie"
Ha construido ahora un cient¨ªfico derrotado, c¨ªnico y amoral, amante empedernido de todo lo que se le pone a tiro y depredador de ideas ajenas. A trav¨¦s de ¨¦l, McEwan se deja de buenismos y entra de lleno en tono de s¨¢tira en los aspectos m¨¢s puntillosos de este Apocalipsis m¨¢s real que b¨ªblico, m¨¢s posible que amenazante, al que todos nos enfrentamos sin remisi¨®n.
No son las buenas intenciones ni los santos quienes nos salvar¨¢n de la quema final, sino el ego¨ªsmo y las contrapartidas que las industrias y los pa¨ªses desarrollados puedan ver al negocio de las energ¨ªas renovables y otras salidas jugosas. Las advertencias de los cient¨ªficos han servido para la hora del gran mejunje final. Da lo mismo de donde venga la soluci¨®n. El caso es que nos salvemos, cree McEwan.
Leyendo su libro, uno se da cuenta de que el Apocalipsis para el arte es como el amor y la muerte, un tema eterno. Existe una noci¨®n muy poderosa en la historia de la cultura, la idea del fin. Que tendemos a pensar que vivimos el fin de los tiempos por el simple hecho de acomodar esa percepci¨®n a nuestra propia muerte. Una manera de reconciliar nuestro destino individual con el del mundo. Para mucha gente, sobre todo quienes tienen fuertes creencias religiosas, la idea de morir en medio de nada y que todo contin¨²e es intolerable.
No lo pueden soportar. No tiene sentido. Existe un verdadero solipsismo en la religi¨®n, una tentaci¨®n de creer que el mundo solo se cierne a ti, que Dios lo cre¨® para ti, cre¨® la Tierra y el Sol para ti, que solo se preocupa por ti y que cambiar¨¢ de idea seg¨²n te convenga. Pero aquella concepci¨®n del Apocalipsis era religiosa. La de hoy es cient¨ªfica. Ese es el problema.
Y tanto. Porque este parece tener todo el sentido. Parece que va en serio. Hubo ya en el siglo XX alguno que ten¨ªa sentido, la amenaza nuclear. Todav¨ªa lo tiene. Fue copado por los religiosos tambi¨¦n.
Aunque era tremendamente humano. S¨ª, pero los ultras religiosos de Estados Unidos en los a?os cincuenta y sesenta vieron la oportunidad de dar sentido a sus delirios interpretativos de la Biblia. Un fuego que derritiera todo y destruyera la Tierra en un d¨ªa, eso era el Apocalipsis nuclear. Pero lo de ahora cambia en un amplio sentido. Tenemos un fuerte temor por lo que pueda ocurrirle al planeta, pero sabemos y somos conscientes de que esta vez es responsabilidad nuestra. No es un castigo divino y debemos arreglarnos nosotros mismos.
?C¨®mo? No es que esperemos un cataclismo natural con todas sus consecuencias, pero s¨ª uno de la civilizaci¨®n como tal.
?Pero no predican todos los Apocalipsis el fin de las civilizaciones, incluido en el precio del fin del mundo? S¨ª, y es lo que m¨¢s se teme porque, por m¨¢s que envenenemos la Tierra y se presente lo peor del cambio clim¨¢tico, pasar¨¢n millones de a?os hasta que se concrete la desaparici¨®n del planeta. Peligra m¨¢s la civilizaci¨®n.
El caso es que resulta un tema recurrente de nuevo en la creaci¨®n desde hace unos cinco a?os. Pero usted lo trata con sentido del humor. Como una s¨¢tira. ?Es para re¨ªrse? ?La era Bush traumatiz¨® mucho los ¨¢nimos? Bueno, ahora tenemos la era Obama y casi nada ha cambiado. El camino es largu¨ªsimo y va a requerir muchos esfuerzos colectivos. ?Tendremos ¨¦xito? No lo s¨¦.
Hombre, el humor se agradece en estos asuntos. Me alegro de que as¨ª sea.
No me he muerto de risa, la verdad sea dicha, pero hay un patetismo que a veces se tornaba gracioso. Como en La divina comedia o en La comedia humana, esta es la lucha del ser humano frente a un problema desconocido o nuevo. No acertamos mucho al afrontarlo. Cada vez que ocurre algo tiene un elemento b¨ªblico. Pero existe un factor positivo. Y har¨¢ que la virtud y la necesidad se al¨ªen. Necesitamos hallar nuevas fuentes y modos de energ¨ªa. En eso, el punto de vista chino es curioso. En Copenhague, los chinos no quer¨ªan l¨ªmites en las emisiones de gases, pero ahora han cambiado. ?Por qu¨¦? Porque han levantado una gran industria de energ¨ªas alternativas y les conviene.
De nuevo los principios de Adam Smith. ?El ego¨ªsmo nos beneficiar¨¢ a todos? En algunas circunstancias parece que s¨ª. No por virtud, es que merece la pena.
Es l¨®gica, no utop¨ªa. S¨ª, pero eso se vuelve en contra tambi¨¦n. Todav¨ªa no somos capaces de ver m¨¢s all¨¢ de nuestros entornos. Como hemos tenido dos inviernos consecutivos muy fr¨ªos, la gente se relaja y tiende a desconfiar del calentamiento. Otra ventaja es la posici¨®n de algunos en Estados Unidos sobre la seguridad nuclear. Como la necesitan, ya que consumen much¨ªsima energ¨ªa y deben comprarla fuera, ¨²ltimamente hay sectores que defienden crear la propia por razones estrictamente econ¨®micas.
Negocios. Empleo, riqueza, negocio, todo eso ser¨¢ m¨¢s ¨²til para luchar contra el cambio clim¨¢tico que la bondad. Da igual las razones por las que lo hagamos, la cosa es que se logre.
Entremos en la literatura. Para esta novela se ha vuelto a concentrar en la creaci¨®n de personajes poderosos. El protagonista a¨²na el Apocalipsis interior con el exterior. Toda una met¨¢fora de los derrumbes. ?Qu¨¦ hay de usted ah¨ª dentro? Me identifico con ¨¦l en su visi¨®n del cambio clim¨¢tico. Lo que habl¨¢bamos de la virtud y la necesidad. Y ya, b¨¢sicamente eso.
No, no. Tiene que haber algo m¨¢s. En el lado oscuro. Bueno, su escepticismo sobre la aceptaci¨®n de la posmodernidad, le sacan de quicio todos aquellos que relativizan los valores.
Hombre, para ¨¦l todo resulta relativo salvo si se trata de s¨ª mismo y su ego. Bueno, en eso es absolutista. Tambi¨¦n comparto su respeto a Einstein, esa visi¨®n de que debe haber explicaciones m¨¢s sencillas en el mundo y no tanta multiplicidad de ¨¢ngulos. Hay cosas de su pensamiento que comparto, pero en lo referente a su personalidad, casi nada. No tiene hijos y probablemente sea lo m¨¢s importante que yo he tenido en la vida. No me interesa la comida basura. Me he casado dos veces, no cinco...
Ya, pero esa obsesi¨®n de Michael Beard sobre la especie humana, que no tiene remedio, ?usted la comparte? Es lo que hay. Con lo que debemos contar. Y no va a mejorar.
Para beneficio de la literatura y los escritores. Bueno, la peor inclinaci¨®n de los pol¨ªticos es pensar que pueden regenerar el g¨¦nero humano y su naturaleza. Es un error que han cometido sin cesar, una y otra vez, en la URSS, en Camboya, los nazis, esa idea de que puedes crear un hombre nuevo, amoldarlo. Es una visi¨®n ut¨®pica horripilante que ha dado lugar a las mayores atrocidades.
Todav¨ªa. As¨ª es. De manera que los escritores debemos aceptar que la condici¨®n humana es as¨ª. Pero los sistemas, las sociedades, deben establecer los marcos para mejorar, nada m¨¢s. Evitar el embrutecimiento porque la verdad es que en circunstancias l¨ªmite, en tiempos de conflicto y guerra, hasta la gente aparentemente razonable es capaz de cometer cr¨ªmenes, robos, para sobrevivir. Pero yo creo que el lector acaba sintiendo afecto hacia Beard. No es malo. Tiene vicios que compartimos: el sexo y la comida, a todos nos gusta, el ¨¦xito.
Bueno, no s¨¦ si a ese nivel: con cinco esposas y 11 amantes. Las 11 amantes son solo en su ¨²ltimo matrimonio.
Me preguntaba tambi¨¦n si cuando usted estuvo cerca del Polo Norte se sinti¨® tan miserable y hundido. No, la verdad es que no. Lo disfrut¨¦ bastante.
?Le inspir¨®? Bueno, bas¨¦ muchas escenas en las sensaciones que me produjo ese viaje. No es una memoria ni nada parecido. Hay legiones de artistas que hacen lo mismo. Mucha gente me echa en cara que tengo man¨ªa a los creadores que utilizan el cambio clim¨¢tico como motor de su trabajo, se ha escrito mucho de eso.
?De verdad? As¨ª es, pero no les tengo man¨ªa en absoluto. No soy como Michael Beard, pero s¨ª tengo derecho a utilizar mis propias experiencias.
Bueno, es que parece que se ha abierto la veda contra usted en los medios de comunicaci¨®n. Empezando por aquellas acusaciones de plagio sobre 'Expiaci¨®n' con las memorias de una mujer que trabaj¨® en un hospital durante la guerra. ?D¨®nde est¨¢n los l¨ªmites al utilizar otras lecturas? Lo interesante de aquello fue el apoyo a aquella acusaci¨®n por parte de otros escritores que hacen lo mismo, como Thomas Pynchon.
?Qui¨¦n est¨¢ libre de eso? De beber en otras lecturas. Otra cosa es transcribir pasajes. Si escribes una novela hist¨®rica o, como en este caso, una novela en la que se describ¨ªan procedimientos m¨¦dicos, una de dos: te los inventas, lo que es de locos, o acudes a memorias de la ¨¦poca en las que encuentras las medicinas que se usaban, los tratamientos. Eran los a?os cuarenta. Le¨ª aquellas memorias y las utilic¨¦, pero la mencion¨¦ en cada acto p¨²blico, la reivindiqu¨¦, cuando muri¨® habl¨¦ en la radio sobre ella. Mi ¨²nico remordimiento es no haberla escrito cont¨¢ndole que hab¨ªa utilizado sus memorias para mi libro y no haberle mandado una copia. Si le hubiera escrito una carta con mi reconocimiento a su trabajo, puede que nada de aquello hubiese saltado, pero no lo hice. En fin, tenemos una prensa que muere por encontrar acusaciones de plagio, es lo que m¨¢s les gusta.
?Qu¨¦ ha sido de aquella idea suya de escribir su autobiograf¨ªa? Primero quer¨ªa, luego no. ?Qu¨¦ pas¨® con aquel hermano suyo aparecido con los a?os de quien no sab¨ªa nada? Ah¨ª tiene una novela. Parecida a 'Pr¨ªncipe y mendigo'. Bueno, ¨¦l escribi¨® un libro y yo le hice el pr¨®logo. Se titula Complete surrender y estaba bien. Cuenta toda su historia. La vida de un chico criado por una familia pobre que le trataba muy bien, c¨®mo dej¨® los estudios y comenz¨® a trabajar como alba?il y con el tiempo descubre su conexi¨®n conmigo. Quiz¨¢ alg¨²n d¨ªa yo me decida a escribir una novela sobre ello...
Alguna vez ha contado que la forma de hablar de su madre le convirti¨® en escritor. ?C¨®mo era? Se sent¨ªa insegura con su manera de hablar. Nerviosa, tensa. No era una persona muy culta. Mi padre, militar, al convertirse en oficial, cambi¨® su c¨ªrculo de relaciones sociales y ella tuvo que acceder a un lado donde las l¨ªneas de clase est¨¢n muy marcadas y diferenciadas. Los oficiales pertenecen a las clases medias altas, y los soldados, a las bajas. Muy pocos atraviesan la l¨ªnea de una a otra parte. Mi madre sinti¨® entonces que por su forma de hablar quienes la rodeaban notar¨ªan que no era de los suyos.
Es que la manera de hablar, los acentos, en Inglaterra, definen a las clases sociales. Desde luego, entonces eso estaba clar¨ªsimo, quiz¨¢ ahora no tanto. El caso es que ella nunca m¨¢s se volvi¨® a sentir segura con su manera de hablar, que no lo hac¨ªa de manera apropiada y sus intentos eran bastante c¨®micos. A m¨ª me influy¨® aquello en mi adolescencia. Cuando era peque?o hablaba muy parecido a ella; en la medida en que fui creciendo, me di cuenta de esas peque?as trampas que nos provoca el lenguaje y me convirti¨® en alguien muy consciente de su importancia. Me fijaba en si las cosas que escrib¨ªa expresaban exactamente lo que pensaba. Entonces ya le¨ªa a menudo y observaba que los escritores manejaban y gobernaban el lenguaje. Fue el momento en el que de alguna forma tom¨¦ la decisi¨®n de mejorar mi dominio de la lengua. Es algo quiz¨¢ inconsciente, pero debes elegir entre manejarte en tu vida con un vocabulario de andar por casa y una gram¨¢tica b¨¢sica y palabras que pronuncias con dificultad o vas m¨¢s all¨¢. Ese es un viaje que muchos escritores en lengua inglesa hemos hecho. Aquellos que hemos gozado de m¨¢s educaci¨®n que la que tuvieron nuestros padres y no nos hemos visto alienados por nuestros or¨ªgenes.
?Hablaba m¨¢s con su madre que con su padre? Yo creo que su literatura es m¨¢s comprensiva con las mujeres que con los hombres. Es menos cruel con ellas. Algunas mujeres opinan lo contrario, pero yo tambi¨¦n lo creo. Aunque trato de ser equilibrado con ambos. Estaba m¨¢s cercano emocionalmente a mi madre. No habl¨¢bamos mucho, la verdad. En los a?os cincuenta, los padres no hablaban con los hijos. Los quer¨ªan, los cuidaban, pero hablar...
De algo hablar¨ªan. De qu¨¦ hab¨ªa para cenar, de lavarse, del cuidado. Fue en los sesenta cuando todo cambi¨®.
En ese momento 'Chesil Beach', la ¨¦poca de su novela anterior. El pr¨®logo de la liberaci¨®n emocional, sexual. Cuando yo cri¨¦ a mis hijos, todo era diferente, me involucraba en todo cada d¨ªa de sus vidas, profundamente, llev¨¢ndolos y recogi¨¦ndolos del colegio, pasando noches en vela.
Los padres y las madres de hoy son ambas cosas a la vez. Padre, madre y viceversa. A un chaval de ocho a?os se le escucha hoy. A nadie le importaba lo que pensaran antes. Recuerdo una vez que viaj¨¦ a los 11 a?os en avi¨®n hacia Inglaterra de regreso del norte de ?frica y un hombre que iba a mi lado, con quien mantuve una conversaci¨®n, me pregunt¨®: ?Crees en Dios? Me pareci¨® alucinante. Nadie me lo hab¨ªa preguntado antes.
Ni siquiera usted mismo, a lo mejor. Ya, no recuerdo. Pero el hecho de que alguien me lo preguntara y que lo recuerde da cuenta del impacto que me produjo aquello. S¨ª, mire, recuerdo una conversaci¨®n con mi madre. Deb¨ªa de tener cinco a?os. Me iba a acostar y me estaba lavando los dientes. Entonces le dije: "La pasta de dientes debe de ser venenosa". Y ella me pregunt¨®: "?Por qu¨¦ dices eso?". Yo respond¨ª: "Porque todo el mundo la escupe". Y se ri¨®. Ah¨ª termin¨® la cosa. Pero el hecho de que me preguntara por qu¨¦ fue impactante.
?Se sent¨ªa protector hacia su madre? Bueno, m¨¢s tarde s¨ª. Era bastante t¨ªmida. Tem¨ªa a mi padre porque, aunque era amable, era dominante. Sent¨ªa, en ese espacio raro de los hijos ¨²nicos que es todo un tri¨¢ngulo, nada que ver cuando tienes hermanos, que es una relaci¨®n de unos contra otros... Sent¨ªa que deb¨ªamos ocultar cosas que no interesaban a mi padre, ahorrarle preocupaciones, cosas con las que se mostraba impaciente, de las que no quer¨ªa ni enterarse.
?Ha vuelto a dar sus novelas a escritores para leer o su experiencia con Philip Roth fue lo suficientemente traum¨¢tica como para no volverlo a hacer? ?Qu¨¦ pas¨®? Se las doy a gente, pero no novelistas. Solar se la di a un cient¨ªfico y a un periodista divulgador de ciencia. La an¨¦cdota con Roth fue fant¨¢stica en alg¨²n sentido. Se tom¨® tiempo para leerla, ya el hecho de que una leyenda como ¨¦l se tomara la molestia y la esparciera por el suelo con sus notas y me diera su opini¨®n fue grande. El caso es que ¨¦l me recomendaba convencido cambios a los que yo me resist¨ªa. Era una fuerza de la naturaleza, me pod¨ªa aturdir, pero no pod¨ªa aceptar los cambios porque se habr¨ªa convertido en una novela de Roth, no m¨ªa. Guardo un recuerdo grato.
?Cree que los escritores anglosajones est¨¢n demasiado cerrados en su mundo y no miran a la creaci¨®n en otras lenguas? Creo que eso es injusto. En mi caso, siempre he mirado a otras literaturas que me han influido. Empezando por los rusos del siglo XIX y siguiendo por Kafka, Thomas Mann, Camus, Borges, Cort¨¢zar, Vargas Llosa o los escritores hebreos... Creo que hoy en la gran tradici¨®n europea hay un muro dif¨ªcil de traspasar, el de la novela existencialista, que sencillamente me aburre y me hace sentirme impaciente. Esas novelas en las que existe una ciudad sin nombre a la que llega un forastero que espera en un hotel alguna llamada sin motivaciones, ay, no. El mundo es demasiado rico, variado e interesante como para despreciarlo. El lector busca los olores de calles concretas, y quienes me daban esto eran los novelistas contempor¨¢neos estadounidenses, Bellow en Chicago, Roth en Newark, Updike, Toni Morrison, mientras que muchos europeos pensaban que aquello era periodismo. Hoy todo est¨¢ cambiando y existe una gran variedad. Lo que le he contado es un poco caricaturesco, pero ha existido. Por el momento me limito a leer a mis amigos y a los muertos.
?Sigue viajando compulsivamente? ?Como cuando era un 'hippy' a quien le gustaba perderse en pa¨ªses ex¨®ticos? Fui hippy unos meses, pero no iba conmigo. No pod¨ªa deshacerme de mi ¨¦tica del trabajo. Despu¨¦s de haber estado en Afganist¨¢n tomando drogas y escuchando rock, me aburr¨ª. A?oraba el trabajo, los cielos grises, el clima fresco, qu¨¦ maravilla. Aun as¨ª, viajar ha sido importante en mi vida, aunque ahora viajo para promocionar mis libros. La ¨²ltima vez di una vuelta al mundo alternando el placer de conocer sitios con algunos eventos literarios en los que participaba. Fui a la India por primera vez en mi vida, luego a Nueva Zelanda, a Australia, Tasmania... Combinamos las visitas a amigos, los eventos y perdernos en sitios solitarios.
A eso le llamo yo ser un escritor global. A lo grande. Gusta encontrar lectores ligados a tu trabajo en lugares tan dispares. Eso es muy sano para el ¨¢nimo.
Y ese McEwan salvaje al que tantos se refer¨ªan, el famoso 'McAbre', aquel que sal¨ªa a atacar al pr¨ªncipe Carlos cuando se met¨ªa con la arquitectura contempor¨¢nea y se entregaba a contar historias turbias, ?d¨®nde qued¨®? De vez en cuando me meto en l¨ªos con la prensa, pero ya estoy cansado de que se me cite sac¨¢ndome de contexto, se me malinterprete y todo se desquicie, me quita energ¨ªas y nada te satisface. Los periodistas citan lo que les conviene; si hago alg¨²n comentario sobre el islam, enseguida agarran lo que les interesa porque en el fondo lo que echan de menos es una buena fatua, que nos ataquen por la calle, que nos maten y levantar indignaci¨®n en nuestros funerales. No es que no mantenga posiciones fuertes sobre las cosas, es que me canso de c¨®mo se usan.
Cl¨¢sico e inc¨®modo
Ian McEwan (Aldershot, Hampshire, 1948) es uno de los escritores brit¨¢nicos m¨¢s reconocidos internacionalmente. Alumno de Michael Bradbury en la Universidad de East Anglia, comenz¨® su carrera literaria con Primer amor, ¨²ltimos ritos. Pero el reconocimiento le lleg¨® con la que los cr¨ªticos calificaron como su primera obra maestra: Amor perdurable.
A partir de ah¨ª consigui¨® premios y pol¨¦micas, como la del Booker y su libro '?msterdam', que origin¨® adhesiones y rechazo a partes iguales. No ha sido el caso de sus ¨²ltimas novelas: Expiaci¨®n, que fue llevada brillantemente al cine por Joe Wright, y Chesil beach, muy aplaudidas. Con Solar, McEwan se adentra en forma de s¨¢tira en una de las cuestiones clave de este siglo: el cambio clim¨¢tico. S¨¢bado, El placer del viajero, Ni?os en el tiempo y Los perros negros son otros de los libros de este cl¨¢sico pol¨¦mico.
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