La izquierda y la intervenci¨®n militar en Libia
Como es bien sabido, a la izquierda tradicional no le gustan las intervenciones militares ni, en general, las actividades militares. Creo que es una herencia del nefasto militarismo que vivimos en nuestro pa¨ªs durante el franquismo, que ha provocado un total distanciamiento hacia cualquier actividad militar. Esa actitud se traduce en un rechazo frontal hacia los gastos militares, las exportaciones de armas, las paradas militares, las pol¨ªticas de defensa nacional, y l¨®gicamente, las intervenciones en el exterior.
Desde mi opini¨®n, sin embargo, existe una actitud no discriminatoria que conduce a contradicciones de fondo, pues de esta forma no se da respuesta a qu¨¦ hacer con las poblaciones que est¨¢n en peligro y se escurre el bulto en momentos en que hay que activar el "derecho a proteger".
Gadafi ya realiza una guerra contra sus ciudadanos, y eso hay que pararlo como sea y con rapidez
Comparto con esa izquierda el rechazo a las patolog¨ªas de lo militar, es decir, todo lo que tenga que ver con el militarismo. Eso se expresa, por ejemplo, en una cr¨ªtica clara hacia los gastos militares excesivos y no justificados, hacia la pol¨ªtica de fomento del comercio de armas hacia pa¨ªses que violan los derechos humanos o que est¨¢n en crisis, hacia la glorificaci¨®n del armamento, el fomento de la investigaci¨®n militar frente a los recortes en la investigaci¨®n no militar, o el empe?o en introducir la cultura de la defensa militar en el ¨¢mbito escolar. Todo ello me parece rechazable, pues son manifestaciones del militarismo.
Sin embargo, puedo defender que existan unas fuerzas armadas reducidas y entrenadas especialmente para actuar en operaciones de mantenimiento de la paz, en coordinaci¨®n con Naciones Unidas. Esto vale para acciones como las de Libia. Cierto es que desde parte de la izquierda y del movimiento por la paz existe un debate cl¨¢sico sobre si ser¨ªa conveniente la desaparici¨®n de los ej¨¦rcitos nacionales a cambio de unas fuerzas militares de Naciones Unidas suficientemente dotadas para estas emergencias. Pero esto va para largo, y de momento hay que convivir con una realidad menos idealista.
Creo que desde la p¨¦sima intervenci¨®n en Somalia, la inacci¨®n en Ruanda y el retraso en Bosnia, hemos aprendido bastante en este periodo de transici¨®n en cuanto a acciones militares que tienen un componente de apoyo humanitario. Al menos existe un debate de fondo para diferenciar lo que es estrictamente humanitario de lo militar. En Libia, por ejemplo, no es la distribuci¨®n de ayuda humanitaria lo que es causa de controversia, sino una acci¨®n propiamente militar destinada a frenar el avance de las tropas de Muamar el Gadafi y reducir su capacidad de ataque a¨¦reo.
Lo parad¨®jico es que no podr¨ªamos proporcionar seguridad (y apoyo humanitario) a la poblaci¨®n de Bengasi, para poner un ejemplo, sin antes reducir la capacidad militar de Gadafi, y eso no se consigue con inacci¨®n, ni con medios diplom¨¢ticos, ni con fuerzas no violentas de interposici¨®n, al menos tal como est¨¢n las cosas. Guste o no, hay que emplear una fuerza, limitada a lo estrictamente necesario, eso s¨ª, que solo pueden ofrecer las fuerzas militares. Y como viejo objetor de conciencia asumo las contradicciones de plantear salidas realistas.
Lo que no obstante se puede exigir, y lo hago sin reservas, es que esta intervenci¨®n no se convierta, como otras veces, en un circo medi¨¢tico de glorificaci¨®n de los sistemas de armas que se vayan a utilizar, ni como lanzadera para promocionar las exportaciones de armas en un mundo demasiado rearmado, ni como loa de la cultura de la violencia.
Ah¨ª est¨¢n los riesgos de la intervenci¨®n, y sobre dichos riesgos la izquierda deber¨ªa ser sensible, vigilante y exigente, para que un acto desgraciadamente necesario de car¨¢cter militar no se convierta en un refuerzo del militarismo existente. No todas las intervenciones militares son defendibles, pero algunas tienen raz¨®n de ser. Y ahora lo que toca es apoyar a todas las revueltas populares de los pa¨ªses ¨¢rabes, con medios pol¨ªticos, sociales y econ¨®micos, y si alguna de estas revueltas es ahogada por las armas de un tirano, es menester darle respuesta con otros medios, para frenar la embestida y crear una situaci¨®n donde luego sean los medios pol¨ªticos los que discurran. Es la doctrina del mal menor lo que justifico, siempre y cuando no sea convertido en exponente de todas las virtudes, porque la guerra, siempre, es lo contrario de la virtud. No se olvide.
Pero tampoco podemos dejar de ver que Gadafi ya realiza una guerra contra sus ciudadanos, y eso hay que pararlo como sea y con rapidez, aunque nos crea contradicciones y malestar interno.
Vicen? Fisas es director de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona. La opini¨®n del autor no representa necesariamente la de la instituci¨®n a la que pertenece.
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