Eduardo Arroyo "Ha triunfado el cinismo, ya nadie cree en nada"
Pintor, escultor, grabador, decorador, ceramista, escritor. Como ¨¦l mismo dice, parece que en el arte podr¨ªa hacerlo pr¨¢cticamente todo y en las peores condiciones con los menores recursos y sin haber comido. Oscar Wilde dec¨ªa que en el nombre de las personas se encuentra todo incluido, y de Eduardo Arroyo no cabe sino afirmar que es incuestionablemente arrollador. Lo es en la pasi¨®n que le enardece y en el talante vehemente con que la propaga o la disfruta. ?l mismo reconoce que a menudo "se enciende como una tea" o que pertenece a los que formaron su brioso car¨¢cter juvenil en la barra de los bares. De ese coraje deriva que detectara la inesperada cobard¨ªa de muchos colegas y cr¨ªticos cuando regres¨® a Espa?a tras dos d¨¦cadas en Francia e Italia y tambi¨¦n las decepciones que sufri¨® ante un pa¨ªs, el suyo, donde tard¨® m¨¢s tiempo del necesario en ser reconocido. En Francia e Italia era cotizado, pero en Espa?a necesit¨® demasiados a?os para recibir el Premio Nacional de Artes Pl¨¢sticas y que se le dedicara una exposici¨®n antol¨®gica en la Biblioteca Nacional.
"Nos fascinan los toreros, pero en ning¨²n pa¨ªs he visto m¨¢s cobard¨ªa"
"No me interesa el ambiente del arte actual, es una estupidez may¨²scula"
?M¨¢s quejas? Pocas ya. Entregado a su trabajo y curtido en mil percances, integrado en Espa?a y criticando, como tantos, la pol¨ªtica y a los pol¨ªticos vigentes, su desaz¨®n procede m¨¢s de la melancol¨ªa por el mundo del arte ya desaparecido que por resentimiento personal alguno. A sus 73 a?os contempla desconsoladamente el panorama art¨ªstico actual, aunque particularmente apenas le afecta tras haber colocado unas 2.000 obras propias en el mercado nacional e internacional. De hecho, apenas ha conservado de esa producci¨®n unas 30 unidades para s¨ª que, como artista cabal, prefiere no verlas a diario y amenizar su casa con las creaciones de sus colegas.
Neofigurativo, pop, ac¨¦rrimo enemigo de lo que representa el arte que fund¨® involuntariamente Duchamp, puede decirse que ni le falta vigor en sus criterios ni la catadura suficiente para que, junto a su energ¨ªa electiva -posee m¨¢s de 4.000 libros sobre boxeo-,se aprecie su energ¨ªa afectiva, su entusiasmo por la amistad y la firme fidelidad moral al amigo y a la idea.
?C¨®mo empez¨® a pintar? Bueno, yo me fui a Par¨ªs cuando era muy joven y eso fue importante despu¨¦s. Hice adem¨¢s una cosa bastante divertida: fui al servicio militar como voluntario para poder marcharme cuanto antes. Yo pertenezco a esa generaci¨®n de gente joven, m¨¢s o menos intelectual, que quer¨ªa irse de aquella Espa?a. Pr¨¢cticamente toda la gente que yo conoc¨ªa quer¨ªa irse.
?En qu¨¦ a?os? En torno a 1960. Yo me fui en 1958 y enseguida me integr¨¦ en Par¨ªs. Por entonces lo que yo quer¨ªa era escribir, y si me convert¨ª, sin saberlo, en pintor fue porque dibujaba much¨ªsimo y compulsivamente desde que ten¨ªa cuatro o cinco a?os. Cuando llegu¨¦ a Par¨ªs apenas ten¨ªa 21 a?os y aquello era un mundo divertidamente dividido. Hab¨ªa un barrio literario en el que los pintores no se aventuraban a entrar, y hab¨ªa otro barrio de pintores que los escritores no pisaban... Yo ca¨ª en Montparnasse, la Coupole, el D?me, en el centro de toda esa curiosa escena, contada sobre todo por los americanos. Hac¨ªa solo 13 a?os que hab¨ªa acabado la guerra mundial, y Francia era todav¨ªa un pa¨ªs mucho m¨¢s cercano al mundo de Modigliani que al final del siglo XX. Pero t¨² ve¨ªas Montparnasse por la ma?ana y te dabas cuenta de que formabas parte de un colectivo de gente que compart¨ªa los mismos sue?os; algunos los hab¨ªan llevado a cabo ya y otros hab¨ªan perecido en el intento. Y yo, en cierto sentido, formaba parte de esa comunidad que ven¨ªa de todas las partes. Estabas comiendo con Giacometti o con Calder, te encontrabas con un mito, hablabas con otro... Sin darme cuenta, estaba en ese l¨ªo por una serie de avatares muy afortunados.
?Cu¨¢l fue el contacto para instalarse en Par¨ªs? ?De qu¨¦ eslab¨®n dispon¨ªa? De ninguno. Me fui a buscar a un amigo m¨ªo que estaba de tractorista sin saber conducir un tractor. Pero yo me defend¨ª bien enseguida porque hac¨ªa retratos, caricaturas o dibujos que vend¨ªa por los bares. Me iba a un bar, hac¨ªa un dibujo y se lo llevaba al tipo: si le gustaba, me lo pagaba, y si no, lo recog¨ªa. Cuando hab¨ªa hecho diez o doce, ya sab¨ªa que ese d¨ªa estaba resuelto. Viv¨ª de esto muchos meses y tambi¨¦n de pintar por el suelo. Iba con dos amigos. Yo hac¨ªa los dibujos con tiza blanca y ellos los rellenaban de colores. Eso nos permit¨ªa comer bien un par de d¨ªas. ?bamos a un japon¨¦s de la Rue des ?coles, que era el m¨¢s barato de Par¨ªs. Com¨ªas por 3,25 francos un plato de arroz consistente, una seudococina japonesa, que no tiene nada que ver con la que conocemos hoy.
?Y as¨ª estuvo mucho tiempo? Por lo menos dos a?os. Pero he de decir una cosa, y es que para m¨ª fue mucho m¨¢s f¨¢cil la vida porque hab¨ªa estudiado en el Liceo de Madrid y hablaba franc¨¦s perfectamente. Ten¨ªa esa buena educaci¨®n que tiene la clase media burguesa, pero viv¨ªa a salto de mata, con el cepillo de dientes en el bolsillo y sin saber d¨®nde iba a dormir. Pero entonces lo que yo quer¨ªa era escribir. Era una contradicci¨®n, porque si ibas a escribir en un pa¨ªs donde la lengua propia la perd¨ªas poco a poco, al final resultaba un galimat¨ªas absurdo. Aunque hay gente de aquella ¨¦poca que lo hizo muy bien, gente biling¨¹e o gente que nunca perdi¨® la fuerza ni el vigor de la lengua propia, como Goytisolo. Hasta ese momento yo solo hab¨ªa escrito en los peri¨®dicos. Me mandaban a Barajas a hacer entrevistas a los artistas que llegaban. Muchos pens¨¢bamos, por influencia de la literatura norteamericana, que ador¨¢bamos, que para ser un buen escritor ten¨ªas que haber pasado por el periodismo. La idea era esta: t¨² ten¨ªas que llevar el caf¨¦ al redactor jefe y a partir de ah¨ª aprend¨ªas a escribir. Muchos de nosotros nos inscribimos en la escuela de periodismo de Juan Aparicio, que era una escuela absolutamente divertida, nunca me he re¨ªdo tanto. Era una buena escuela.
?Entonces usted es periodista de carrera? S¨ª, yo me fui con el t¨ªtulo bajo el brazo y en Espa?a escrib¨ªa acatando la censura de los de arriba... Yo nunca reniego. No reniego de nada de mi vida. Esa etapa, adem¨¢s, era muy divertida, era completamente loca. Luego, la formaci¨®n de escritor que yo ten¨ªa fue termin¨¢ndose y solo la recuper¨¦ mucho m¨¢s tarde, cuando escrib¨ª a principios de los a?os ochenta la biograf¨ªa del boxeador Panam¨¢ Al Brown que en Espa?a public¨® Alianza Editorial.
?Fue siempre un aficionado al boxeo? S¨ª,siempre me ha interesado mucho. En general, me han interesado esos espect¨¢culos, los deportivos especialmente, que no tienen un final preconcebido. Nosotros asistimos a espect¨¢culos repetitivos, que est¨¢n muy bien: la ¨®pera, que cambia la interpretaci¨®n, pero ya sabes lo que ocurre. Pero ahora al boxeo lo han aniquilado, han terminado con ¨¦l, y los toros se terminar¨¢n tambi¨¦n.
?Practic¨® el boxeo? No, yo lo que hice fue llegar relativamente lejos en el baloncesto. Estuve al borde de subir m¨¢s, pero me retir¨¦ definitivamente porque era un tipo que estaba demasiado tiempo haciendo de sustituto, casi todo el rato sentado en el banquillo. Pero, bueno, jugu¨¦ en el Madrid, un baloncesto que hoy no jugar¨ªa ni en la Costanilla de los ?ngeles, si hubiera un equipo de baloncesto. Esa era mi vida. Muy obsesionado con el deporte, fuera el f¨²tbol o el baloncesto, y principalmente el boxeo, que tiene una componente po¨¦tica y dram¨¢tica que me atrajo poderosamente. Yo tengo una biblioteca con m¨¢s de 4.000 vol¨²menes de boxeo, y cuanto m¨¢s va desapareciendo el boxeo, m¨¢s aumenta el recuerdo melanc¨®lico, po¨¦tico y dram¨¢tico.
?Y qu¨¦ me dice de la pintura? Hay que reconocer una cosa importante: yo pertenec¨ª a una generaci¨®n de figurativos que lo que quer¨ªan era cargarse el sistema pol¨ªtico primero, prenderle fuego al sistema y luego cargarse la abstracci¨®n. Unos pintores neofigurativos que ahora son abuelitos, como yo, pero que fueron entonces unos luchadores.
?Luchadores? Bueno, no acept¨¢bamos la dictadura. Y nos interesaba m¨¢s la pol¨ªtica que nuestra carrera pict¨®rica. Estaba incluso mal visto llevarla a buen t¨¦rmino; vender un cuadro se consideraba una horterada. M¨¢s a¨²n: si vend¨ªas uno, ten¨ªas que procurar que ninguno de tus amigos se enterara, porque como efecto inmediato te despreciaban. Hab¨ªa que tener mucho cuidado con eso, porque mientras hac¨ªas caricaturas en los bares eras un proletario, pero cuando ya ten¨ªas un estudio, pintabas y hac¨ªas exposiciones, entrabas en un sistema de otro tipo. Hablaban de ti los peri¨®dicos, eras conocido, y todo eso te separaba de los dem¨¢s compa?eros, aunque luego no tuvieras d¨®nde caerte muerto. Era una contradicci¨®n fuerte y complicada.
?Qu¨¦ edad tendr¨ªa por entonces? Yo fui muy precoz. Hice mi primera exposici¨®n en Par¨ªs a los 25 a?os, aunque en una galer¨ªa bastante loca de un tipo que conoc¨ªa bien la pintura y ten¨ªa buenos cuadros, pero necesitaba acechar a los turistas que sal¨ªan del hotel para ver si los enganchaba y les vend¨ªa un cuadro. Yo no hab¨ªa pasado por la Escuela de Bellas Artes, me hab¨ªa formado en la calle, era un mundo loco...
?Y qu¨¦ pintaba entonces? Pues pintaba unas cosas que no funcionaban, pero que yo cre¨ªa que les pod¨ªan interesar mucho a los franceses; en general, eran toreros. Pero a los franceses no les interesaban nada... Entonces me dije: voy a empezar a pintar en serio y, gracias a unas clases de lector que consegu¨ª en la Escuela de Comercio, alquil¨¦ un estudio. Hab¨ªa pintado dos cuadros al ¨®leo antes de irme a Francia: un retrato de mi hermana y un retrato del hermano de Camilo Jos¨¦ Cela, Jorge Cela Trulock, compa?ero m¨ªo de la escuela de periodismo y que ten¨ªa una cara cubista. Me puse a pintar en aquel cuarto y hab¨ªa un tipo, un pintor, al lado que me ech¨® una mano. Hab¨ªa multitud de salones: el Sal¨®n de Mayo, que era el importante, donde Picasso mandaba, y luego Max Ernst, Giacometti, Calder, los grandes Luego, el sal¨®n de los que hab¨ªan rechazado los salones, el de los independientes, el sal¨®n de las mujeres pintoras, el de los polic¨ªas... El Estado te prestaba locales El pintor de la habitaci¨®n de al lado, un hombre encantador con quien com¨ªa de vez en cuando, ya estaba pintando para Vollard. Yo ten¨ªa 22 a?os, y ¨¦l, 35 o 40. Un d¨ªa me dijo: Yo voy a mandar unos cuadros al sal¨®n para menores de 40 a?os, a m¨ª me gusta lo que haces, ?por qu¨¦ no mandas t¨² tambi¨¦n? El problema es que tienes que mandar durante tres o cuatro a?os hasta que te cojan, pero entre tanto ya te van viendo". Y el primer a?o me comunicaron que hab¨ªa sido admitido. Aquello fue bastante...
Adem¨¢s, como entonces no era como ahora y la cr¨ªtica exist¨ªa, Le Figaro, Le Monde, todos escribieron de la exposici¨®n. Y empezaron a reproducir cuadros m¨ªos, que eran tres. Yo en aquel momento hac¨ªa unas cosas muy raras, pintaba mezclando arena que se ca¨ªa luego, pero funcion¨®. Y alguien, que era muy listo, vio una cosa m¨ªa, me busc¨® y me dijo que trabaj¨¢ramos juntos. Me compr¨® tres cuadros y tuvimos la suerte enorme de que los vendi¨® inmediatamente en Alemania. Le dije: Mire usted, yo estoy trabajando aqu¨ª en una cosa de lector de espa?ol que es un rollo; me levanto muy pronto, me acuesto muy tarde, es un suplicio, ?por qu¨¦ no hacemos un contrato?. All¨ª la moda eran los contratos. ?Y cu¨¢nto quiere usted?, me pregunt¨®. Yo ganaba en aquella ¨¦poca 500 o 550 francos. Pues deme usted 1.000 francos", le dije. Y prepar¨® una exposici¨®n, que funcion¨® magn¨ªficamente bien, y ya, poco a poco, empezaron a llegar galer¨ªas.
En el 65 lleg¨® una oferta de Marlborough. Fui el primer pintor espa?ol que entr¨® en Marlborough. Y el primero que se fue. Dur¨¦ seis meses. Dej¨¦ cuatro cuadros de los cuatro dictadores, que est¨¢n expuestos ahora en el Reina Sof¨ªa: el retrato de Hitler, de Mussolini, de Franco y de Salazar. La disensi¨®n fue enorme enseguida, un rechazo rec¨ªproco, y, contra la desaprobaci¨®n de todos mis amigos, que me dec¨ªan que c¨®mo un miserable como yo desde?aba a la galer¨ªa m¨¢s importante del mundo, me march¨¦. Bueno, a ellos tampoco les divert¨ªa mucho un tipo que hac¨ªa mucha pol¨ªtica, y yo siempre he tenido problemas en ese sentido. A veces ha bastado poco para que la tea se incendiara.
?Pero c¨®mo eran los cuadros? En aquella ¨¦poca pint¨¢bamos unos cuadros muy dif¨ªciles todos nosotros, apost¨¢bamos por el fe¨ªsmo. El gran mercado internacional era Mil¨¢n. Ni Am¨¦rica ni ning¨²n otro sitio, en Mil¨¢n era donde la gente compraba. Hab¨ªa un boom econ¨®mico extraordinario. Los empresarios no ten¨ªan ni idea de pintura, pero les encantaba la pintura.
?Est¨¢ hablando de los sesenta? S¨ª, exactamente. Nosotros ten¨ªamos la mejor salida en Italia. Cog¨ªamos los cuadros y nos ¨ªbamos juntos. A diferencia de ahora, en que los artistas son todos solitarios, antes ¨¦ramos un equipo como de diez personas que nos daba una fuerza enorme. La relaci¨®n m¨ªa con Italia se hizo cada vez m¨¢s importante. ?bamos a Italia porque Italia significaba dinero: ibas all¨ª, te pasabas una semana deliciosa, cog¨ªas el dinero y te volv¨ªas a vivir a Par¨ªs. Yo en Par¨ªs sufr¨ª una decepci¨®n muy grande cuando comprend¨ª el resultado real del 68, que fue amargo, sobre todo para la gente como yo, que cre¨ªa mucho en aquellas utop¨ªas. Me fui entonces a Italia. Realmente no pod¨ªa vivir en Par¨ªs econ¨®micamente. Ya no era el joven que hac¨ªa caricaturas en un bar, ten¨ªa compromisos, y no pod¨ªa pagar el estudio. Yo hab¨ªa vivido dos a?os en Italia, en Roma, y en el ambiente del cine. Ten¨ªa veintitantos a?os e inmediatamente empec¨¦ a hablar bien el italiano. Luego me dieron una beca, la ¨²nica que he tenido en mi vida, el a?o de la muerte de Franco, en Berl¨ªn, donde estuve un a?o; una beca para aprender alem¨¢n, pero mi profesora era una especialista en literatura francesa y solo habl¨¢bamos franc¨¦s.
?Y volvi¨® de nuevo a Italia? S¨ª, bueno, yo he tenido dos mujeres italianas. Primero me cas¨¦ con una muy joven y dur¨® poco la relaci¨®n. Despu¨¦s, mucho m¨¢s tarde, con mi actual mujer. Con las dos, sin embargo, viv¨ª en Par¨ªs porque yo estaba muy relacionado con grup¨²sculos italianos que propon¨ªan el terrorismo y empezaba a tener problemas con la polic¨ªa italiana. Adem¨¢s, fui a Francia porque encontr¨¦ una muy buena ocasi¨®n de conseguir un estudio, que sigo manteniendo. M¨¢s tarde, en 1976 me devolvieron el pasaporte y pude venirme a Espa?a. Ten¨ªa verdadera obsesi¨®n por volver. Todav¨ªa no hab¨ªa comprendido que este era un mundo muy complicado donde, en realidad, los que hab¨ªan combatido a Franco en el interior despreciaban a los de fuera pensando que no hab¨ªan hecho nada. Y los de fuera consideraban esclavos de su propia dictadura a quienes se hab¨ªan quedado dentro. Era una situaci¨®n a la gre?a. Entonces comprend¨ª enseguida que nadie me estar¨ªa esperando en la estaci¨®n. Yo realmente no exist¨ªa, no importaba. Se hizo una exposici¨®n en Barcelona, que funcion¨® a medias, y se hizo otra en Madrid, que fue una hecatombe total.
?Qu¨¦ a?o era? El 77, creo. Fue un descalabro total. No se enter¨® ni Dios, y los que se enteraron, unos no quisieron enterarse y otros quisieron combatirla. La cosa fue muy dura.
?Qu¨¦ le reprochaban? Un pa¨ªs como aquel en el que estaban todos vestidos de toreros, sin embargo era uno de los pa¨ªses m¨¢s cobardes que he conocido, curios¨ªsimo. Nosotros tenemos esa fascinaci¨®n por los toreros, pero aqu¨ª de toreros, nada, una mata de cobardes. En ning¨²n pa¨ªs he visto una cobard¨ªa como en este. Yo ten¨ªa mis responsabilidades en el Partido Comunista Italiano y para la bienal que se estaba organizando en Venecia el Partido Comunista Italiano ten¨ªa un puesto libre de los cinco responsables de artes figurativas. Entonces, a m¨ª me dieron la posibilidad de convencer a los italianos para que nos cedieran el pabell¨®n de Italia para hacer la gran exposici¨®n de vanguardias de Espa?a. Pero la cr¨ªtica de la selecci¨®n de autores que se hizo vino a ensa?arse conmigo, exiliado, y con Tom¨¢s Llorens, que estaba ense?ando en Estados Unidos. Y a partir de ese momento sufr¨ª un boicot muy fuerte. Una situaci¨®n insostenible. Yo no comprend¨ªa este pa¨ªs, y esa enorme amargura fue mi verdadero exilio. En 1977, al d¨ªa siguiente del mitin del partido comunista en la plaza de toros de Carabanchel, cog¨ª y me fui. Me perd¨ª toda la Transici¨®n, me la perd¨ª entera.
?Regres¨® a Par¨ªs? Fui a Par¨ªs, que era donde ten¨ªa que estar. A partir de ese momento, las cosas empezaron a serenarse en m¨ª, comprend¨ª que Espa?a estaba evolucionando, que estaba bien, que empezaba a andar. No hab¨ªa que echar la culpa a nadie de ese primer fracaso, de los fracasos que he tenido. No era ¨¦poca tampoco para tener ¨¦xitos pict¨®ricos, ni de que hablaran los peri¨®dicos de la pintura. Hab¨ªa otros datos, otras cuerdas que tocar. A partir de ese momento ya volv¨ª y consider¨¦ que me integrar¨ªa en este pa¨ªs cuando pintara el primer cuadro aqu¨ª. Y compr¨¦ este estudio. Desde ese momento ya empez¨® mi integraci¨®n en lo que en realidad quer¨ªa. Ten¨ªa una gran curiosidad por este pa¨ªs, valoraba lo que se estaba haciendo, segu¨ªa todo esto con una gran pasi¨®n, y yo creo que hasta hoy.
Y ya se sinti¨® bien... S¨ª, muy r¨¢pidamente. Ya no tengo ning¨²n tipo de problema: estoy obligado a rebobinar, porque me lo pide esta conversaci¨®n, pero yo creo que las cosas se han ido serenando, y afortunadamente este pa¨ªs ha crecido, se ha convertido en un pa¨ªs, en cierto sentido, bastante apasionante. Y ahora estamos con 73 a?os. Esta es un poco toda mi historia.
Pero que en absoluto ha terminado. No, no. Trabajo mucho. Soy un horrible trabajador, un detestable trabajador que acaso me ha llevado a pintar m¨¢s de 2.000 obras de todo tipo, cer¨¢mica incluida, que ahora he abandonado est¨²pidamente. Yo creo que no estoy organizado. Ayer estuve escuchando a Barcel¨® con cierta envidia, en el C¨ªrculo de Bellas Artes, contando que iba todos los a?os a un sitio al lado de su casa, donde ten¨ªa un horno de cer¨¢mica. Sent¨ª un poco de nostalgia. ?Por qu¨¦ no me pongo un horno? ?Pero c¨®mo voy a poner un horno de cer¨¢mica? Si estuviera en Valencia, o en Manises... Pero en el valle de Laciana (el pueblo leon¨¦s de su madre), donde tengo una casa grande, nadie sabe hacer cer¨¢mica. Y esa idea de estar cerca de la cer¨¢mica, de poder pintar, poder hacer esculturas, me obsesiona... Yo, en fin, hago de todo, todo lo que me echen, y soy capaz de pintar un cuadro encima de un muro o de lo que sea.
?Y ha conservado aquellos famosos amigos de entonces? Pues desgraciadamente no mucho. Tengo amigos, pero son amigos recientes. Ceno, como una vez al a?o con mis amigos, en Madrid. Algunas veces he tenido alguna comida de antiguos alumnos de la escuela de periodismo, alg¨²n viejo amigo me queda, pero pocos. Los amigos de antes viaj¨¢bamos y viv¨ªamos mucho juntos, unos te formaban y t¨² formabas a otros. Eso ya es inexistente. Alquil¨¢bamos casas en un para¨ªso, que era Positano, durante 15 veranos seguidos, cerca de N¨¢poles, enfrente de Capri, en casas completamente destruidas, pero ah¨ª pint¨¢bamos, viv¨ªamos juntos, no por la ret¨®rica de la comuna, que nos importaba un pepino, sino porque pint¨¢bamos juntos, com¨ªamos juntos, se viv¨ªa la pintura.
?Y el mundo de los artistas ahora? Todo aquello ha desaparecido. Cuando Duchamp empieza a actuar, se termina todo ese mundo, esa historia familiar. El ambiente del arte actual no me interesa nada. Yo considero que es una cosa insoportable, y adem¨¢s le voy a decir una cosa: es de una estupidez may¨²scula.
?Pero explica que se sostenga? Primero se sostiene porque hay tontos que son todos artistas. Hay uno, por ejemplo, que ha dirigido un museo dedicado a estas tonter¨ªas, que es el Musac de Le¨®n, y este se?or les ha dicho a todos los leoneses que eran artistas y que fueran a pintar al museo. ?C¨®mo se puede imaginar toda esta historia? Un mundo lleno de fr¨ªvolos y con un cinismo total. Un mundo que consiste en que el universo de los artistas est¨¢ en manos de los funcionarios. Es una cat¨¢strofe, pero es sobre todo la cat¨¢strofe moral y pol¨ªtica. Es la falta de ¨¦tica, la falta de ilusi¨®n, el triunfo del cinismo. Pero ?qu¨¦ es ahora ser de izquierdas? Nadie explica qu¨¦ es ser hoy de izquierdas. Nadie cree en nada, nadie es capaz de sacrificar un m¨ªnimo, como ocurre con los sindicatos franceses, que se agitan cuando la clase obrera pierde el 1% del poder de compra. Por favor, ?d¨®nde estamos? Esto es incre¨ªble. Ayer, Blanco hablaba de Zapatero como el m¨¢s ilustre, el m¨¢s extraordinario, el m¨¢s genial. No saben nada de nada, de la vida, de la sensibilidad, de la gente. Es absolutamente insoportable y para m¨ª muy doloroso.
Y para muchos otros... Aquel mundo se ha terminado. Es un mundo para melanc¨®licos, nos han creado una situaci¨®n para melanc¨®licos. Tal como si fuera un parque tem¨¢tico que se llamara La Melancol¨ªa, entrada gratis. Yo me pongo muy nervioso, francamente, yo estoy muy nervioso porque sigo con pasi¨®n la pol¨ªtica, sigo con pasi¨®n el mundo cultural. Y menos mal que existen algunas excepciones. Y menos mal que existe la literatura, porque la literatura es una escapatoria, que ya no se encuentra en el arte. Ahora he terminado una gu¨ªa del Museo del Prado para una nueva editora de Barcelona que ha publicado tres o cuatro libros de arte. Este contacto constante que he tenido que mantener durante este ¨²ltimo a?o con el Prado me ha recompensado. Y luego la literatura est¨¢ bien, hay gente interesante, quiz¨¢ porque la literatura est¨¢ preservada. De vez en cuando hay alg¨²n premio tonto, alguna chorrada, pero est¨¢ m¨¢s preservada que no todo este rollo insoportable. El mundo del cine, por ejemplo, es absolutamente lamentable, es un mundo de un cinismo como raramente he visto. Para nosotros era el mundo liberatorio, el cine era el sue?o. Nosotros nos formamos en los programas dobles, la universidad era el cine, los cineclubes. ?En qu¨¦ se ha convertido el cine?
?Pero ahora se siente altamente reconocido aqu¨ª? Hombre, s¨ª. Para m¨ª ha sido un reencuentro importante.
Se lo ha ganado, ha luchado. S¨ª, pero todo eso se me ha olvidado. Hablo de todo esto y es como si hablara absolutamente de otra persona.
Tras el actor, el artista.
A principios de mes publicamos en esta serie un encuentro con Federico Luppi, que admit¨ªa su cansancio: "?Por qu¨¦ hay que seguir trabajando?". Cerramos el mes con el pintor Arroyo, que confiesa su hast¨ªo con la situaci¨®n pol¨ªtica, moral y art¨ªstica que vivimos.
El pol¨¦mico luchador antifranquista
Eduardo Arroyo naci¨® en Madrid en 1937, en plena Guerra Civil, de la cual surgi¨® una dictadura, la franquista, que marc¨® su trayectoria vital. En 1958, tras terminar la carrera de periodismo, Arroyo se traslad¨® a Par¨ªs, donde vivi¨® durante 23 a?os. Es en Francia donde se inici¨® en la pintura. A trav¨¦s de esta expresi¨®n art¨ªstica denunci¨® los totalitarismos, en especial el del r¨¦gimen de Franco. En la III Bienal de Par¨ªs en 1963, Arroyo impact¨® y caus¨® gran pol¨¦mica con unas pinturas que condenaban la represi¨®n ideol¨®gica. A ra¨ªz de ello, el Gobierno espa?ol vet¨® sus exposiciones y le neg¨® la entrada en el pa¨ªs. Su ataque a Joan Mir¨® fue tambi¨¦n sonado. Arroyo pretend¨ªa atacar la apariencia de normalidad cultural en la Espa?a franquista.
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