El coraz¨®n del otro
Tambi¨¦n la lluvia, la reciente pel¨ªcula de Iciar Bollain, ha vuelto a recordarnos la brutalidad de la conquista del Nuevo Mundo por parte de la Espa?a del siglo XVI. La pel¨ªcula hace un atrevido paralelismo entre esa colonizaci¨®n y la no menos sistem¨¢tica y brutal que los pa¨ªses m¨¢s poderosos siguen llevando a cabo en tantos lugares del mundo a trav¨¦s de sus negocios e industrias. Uno de los protagonistas de aquella conquista fue Crist¨®bal Col¨®n. ?Pero es Col¨®n alguien que solo pertenece a la historia o un modelo a¨²n vigente de la insaciabilidad y soberbia que siempre han caracterizado las relaciones de Occidente con el resto del mundo? ?Qui¨¦n era este oscuro navegante, qu¨¦ esperaba encontrar en aquel viaje? ?La gloria, el poder, la riqueza, la salvaci¨®n de su alma, acaso todo a la vez? Entreg¨® su vida entera a una aventura insensata y todav¨ªa hoy nos preguntamos la raz¨®n. Una aventura que llev¨® a cabo en las condiciones m¨¢s penosas, si consideramos que para escoltar a la infanta do?a Juana, hija de los Reyes Cat¨®licos, en su viaje matrimonial a los Pa¨ªses Bajos, la corona flet¨® 130 buques con miles de soldados a bordo. Se nos ha dicho que quer¨ªa encontrar una nueva ruta a las Indias, para evitar a los peligrosos piratas del Mediterr¨¢neo, pero ?de verdad era eso lo que buscaba? Hay quien piensa que era un hombre religioso en cuyos sue?os se compendiaban algunas de las grandes aspiraciones del mundo cristiano de la ¨¦poca: "el comercio directo con Oriente, el contacto con los misteriosos reinos cristianos del Preste Juan y el remate al ideal de la Cruzada con la toma definitiva de Jerusal¨¦n". Sin embargo, Crist¨®bal Col¨®n tambi¨¦n representa el modelo del hombre moderno, en que se combinan la mentalidad del cient¨ªfico y el naturalista con la del hombre pragm¨¢tico que sue?a enriquecerse. Todorov afirma que pueden darse tres m¨®viles para la conquista. El primero, humano: la riqueza; el segundo, divino: la cristianizaci¨®n de los ind¨ªgenas; y el tercero, relacionado con el conocimiento y el disfrute del mundo natural.
?Sigue representando Crist¨®bal Col¨®n a esta Europa exhausta pero insaciable que somos?
Crist¨®bal Col¨®n fue un hombre situado a caballo entre dos mundos: uno, el moderno, que trata de regirse por la racionalidad y la observaci¨®n; y el otro, el medieval, lleno a¨²n de mitos y oscuros prejuicios. Esta alternancia de modernidad y tradici¨®n, podr¨ªa explicar, al menos en parte, su compleja personalidad. Su despotismo, por ejemplo, no ser¨ªa tanto el despotismo del que solo busca el poder y lariqueza, sino del que se cree investido de una misi¨®n superior y no duda en llevarla a cabo como sea, por pensar que sus cuentas no son con los hombres. As¨ª era Col¨®n, tan capaz de las observaciones m¨¢s delicadas y conmovedoras, como de cortar las orejas y la nariz a un pobre muchacho al que cogen robando trigo.
Sus diarios son una prueba de esa personalidad contradictoria. Vemos en ellos a un hombre culto, aficionado a la lectura, dotado de un esp¨ªritu cr¨ªtico y moderno; pero tambi¨¦n a alguien que a¨²n no ha abandonado la oscura noche del mito y cuya visi¨®n del mundo sigue condicionada por los m¨¢s extravagantes prejuicios. As¨ª, y junto a precisas descripciones de los lugares que visita, de su fauna y su flora, o de los ind¨ªgenas que le salen a recibir, habla de personajes tan imposibles como los come-hombres y los hombres-perro, o se pregunta cu¨¢ndo se producir¨¢ ese encuentro que tanto teme con el unicornio, del que ha o¨ªdo hablar en el libro de viajes de Marco Polo. O dicho de otra forma, su traves¨ªa no tiene lugar solo por una geograf¨ªa real sino tambi¨¦n por una geograf¨ªa so?ada, y de hecho, al menos en dos ocasiones, cree haber encontrado el para¨ªso terrenal. Era un viaje real y simb¨®lico a la vez.
De hecho, cuando los Reyes le reciben en Barcelona, a su regreso de su primera traves¨ªa, no lo hacen solo como si fuera un viajero ilustre, alguien portador de noticias acerca de nuevos mercados o pa¨ªses remotos con los que mantener relaciones provechosas, sino tambi¨¦n como si viniera del mundo del mito. El hermoso relato que hace Bj?rn Landstr?m no puede ser m¨¢s ilustrativo. La ciudad se engalana como para una fiesta, y cuando entra en el sal¨®n real los soberanos se levantan para recibirle, como habr¨ªan hecho con un igual. Acompa?an a Col¨®n las criaturas y productos de aquel mundo remoto. Varios indios casi desnudos, jaulas con cacat¨²as, peque?os perros que no pod¨ªan ladrar. Arcas con algod¨®n, ¨¢loe, especias y pieles de grandes iguanas. "Y grandes cestos llenos de oro: coronas de oro, grandes m¨¢scaras decoradas con oro, ornamentos de oro batido, pepitas de oro, polvo de oro". Col¨®n iba presentando estos bienes a los soberanos, al tiempo que les hac¨ªa el relato de sus aventuras. Les habl¨® de los caribes devoradores de carne humana y de las sirenas frente a Monte Christi, aunque asegur¨® que no hab¨ªa visto ninguno de los monstruos que los cosm¨®grafos cre¨ªan existentes en las islas al fin de la Tierra. Toda una representaci¨®n, que Col¨®n lleva a cabo como el m¨¢s avezado de los escen¨®grafos, presentando su descubrimiento del Nuevo Mundo como el fin de la ¨¦poca de escasez.
Una cosa bien distinta era lo que hab¨ªa dejado atr¨¢s: tormentas, enfermedades, traiciones, la llegada a unas tierras extra?as y hostiles, donde nada era lo que hab¨ªa esperado encontrar.
Y aun as¨ª, repite ese mismo viaje hasta cuatro veces, sin que en ninguna de ellas le vaya mejor que en las precedentes. Esta repetida frustraci¨®n y las numerosas penalidades que tuvo que sufrir le volvieron un gobernante altivo e implacable, que incluso tuvo que regresar a Espa?a para responder a las numerosas denuncias que se hicieron en su contra, tal como relatan las historiadoras Consuelo Varela e Isabel Aguirre. "Aplicaba la justicia sin juicios, no distribu¨ªan v¨ªveres entre los colonos y no permit¨ªa que se bautizara a los ind¨ªgenas para poder utilizarlos como esclavos". Puede que esos excesos tuvieran que ver con el fracaso de sus sue?os, y con su incapacidad para aceptar sus errores.
De hecho, la historia de Col¨®n no es sino una sucesi¨®n de equivocaciones. No hab¨ªa estado a las puertas de los reinos del Gran Khan, ni las tierras que hab¨ªa encontrado ten¨ªan nada que ver con el para¨ªso del que habla la Biblia. Tampoco hab¨ªa oro, al menos en las proporciones que esperaba, ni sirenas u otras criaturas fant¨¢sticas. Solo avidez, traici¨®n, enfermedades y muerte, la historia eterna de los hombres. Se equivoc¨® en casi todo lo que hizo, especialmente en su trato con los pobladores nativos de las tierras descubiertas, a los que nunca hizo el menor esfuerzo por entender. Solo le importaba lo que ve¨ªa, o lo que cre¨ªa estar viendo: no lo que los dem¨¢s pod¨ªan ver u observar, ni siquiera sus otros compa?eros de expedici¨®n. Se sent¨ªa superior a ellos, sobre todo a los ind¨ªgenas, a los que siempre consider¨® poco m¨¢s que animales.
Ese fue su mayor fracaso, y tal vez lo que m¨¢s le acerca a nosotros, si consideramos el papel que seguimos cumpliendo con tantos pueblos. El Nuevo Mundo estaba en el coraz¨®n de los otros, y ¨¦l, uno de los m¨¢s grandes navegantes que ha existido, pas¨® a su lado sin apenas detenerse a mirarlo. ?Sigue representado a esta Europa exhausta pero insaciable que somos?
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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