Sobre ideas y m¨¦todos
Por encima de las discusiones conceptuales, lo que m¨¢s me ha fascinado a lo largo de mi carrera ha sido la observaci¨®n de los m¨¦todos que eligen los distintos entrenadores para intentar plasmar sus ideas. He tenido dos grandes clases de buenos entrenadores: los que creen en los sistemas y los que creen en los futbolistas.
Los primeros organizan una estructura verticalista: ordenan, unifican, automatizan. El objetivo principal es intentar reducir al m¨ªnimo la cantidad de errores. Sus procedimientos se desarrollan con gran intervencionismo t¨¢ctico y se hace un enorme esfuerzo por tratar de prever y controlar todo lo que pueda suceder durante un partido. Marcelo Bielsa y Claudio Ranieri se integran en este grupo, aunque con vocaciones distintas. Bielsa dedicaba su energ¨ªa a sistematizar el ataque. Ranieri se concentraba en la defensa.
Despreciar la jerarquizaci¨®n es impensable, pero la creatividad y la imaginaci¨®n necesitan espacio para tomar vuelo
Es dif¨ªcil, en este tipo de esquema, salirse del libreto. A favor se puede decir que hay poco lugar para el desorden y los vicios individuales. En la sucesi¨®n de automatismos que dotan de car¨¢cter a estas f¨®rmulas se detectan f¨¢cilmente los errores posicionales de los jugadores en las distintas fases de un partido. Estos equipos pecar¨¢n antes de anodinos que de an¨¢rquicos.
El m¨¦todo verticalista en s¨ª puede producir un peligroso proceso: una suerte de banalizaci¨®n de la responsabilidad individual. No me refiero a la responsabilidad en el error puntual, sino a aquella m¨¢s trascendental que es la que acarrea el compromiso con las propias convicciones. Al recortar la iniciativa personal, se corre el riesgo de promover el desistimiento en el emprendimiento individual.
Si se produce una renuncia a intentar leer y entender desde dentro las necesidades de los partidos, los futbolistas quedan condenados a un papel meramente ejecutivo. Cuando esto sucede y el jugador solo se limita a realizar obedientemente aquello que se le orden¨®, encuentra un c¨®modo refugio detr¨¢s del mandato del superior y se desentiende de su responsabilidad m¨¢s importante: pensar.
En estos modelos, el jugador corre un riesgo inesperado. A veces, la presi¨®n autoimpuesta por cumplir a rajatabla con las imposiciones es la que termina desnaturaliz¨¢ndolo.
Por el contrario, los entrenadores que tienen fe en el jugador y le otorgan un margen de libertad, transitan caminos m¨¢s heterodoxos. Del Bosque y Ram¨®n D¨ªaz entran en esta categor¨ªa. M¨¢s que imponer un orden premeditado, lo que buscan es moldear paulatinamente un esquema que respete las caracter¨ªsticas naturales de los jugadores. El entrenador que prefiere este tipo de maneras resulta ser, por lo general, una persona m¨¢s negociadora. Intentan guiar y convencer. Activan la autoestima tolerando espacios de libertad para que se desarrollen las iniciativas individuales. Es a trav¨¦s de estos espacios de no intervencionismo donde se promueve la creatividad. A los jugadores les resulta m¨¢s f¨¢cil encontrar mecanismos de juego que no estaban previstos: asociaciones que crecen por la libre interacci¨®n del talento de los futbolistas y para las que no existe una f¨®rmula estandarizada de estimulaci¨®n.
Estos m¨¦todos dependen, en gran medida, de la capacidad y la inteligencia de los futbolistas con los que se cuenta para evitar caer en excesos que solo lleven a la dispersi¨®n o al caos.
En el ejercicio cotidiano de la profesi¨®n, cualquier persona que se precie a s¨ª misma se siente m¨¢s c¨®moda dentro de un esquema que le otorgue un margen para aportar decisiones propias.
Como juego colectivo que basa buena parte de sus posibilidades de ¨¦xito en la precisi¨®n y el engranaje del conjunto, en el f¨²tbol es impensable despreciar la jerarquizaci¨®n de la autoridad, pero no podemos olvidar que la creatividad y la imaginaci¨®n necesitan espacio para tomar vuelo.
La m¨¢gica labor de los grandes entrenadores es cuando, en ese brebaje, logran conjugar todos los peque?os ingredientes para que armonicen.
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