El chupete de Pepe
Como en econom¨ªa, el autob¨²s que se atrasa solo puede atrasarse m¨¢s, ya que m¨¢s gente espera en las paradas y tardar¨¢ m¨¢s en subir y bajar. La ¨²nica manera de evitar el atraso consistir¨ªa en mantener, durante el resto del trayecto, las puertas cerradas. O en no parar. Al f¨²tbol tampoco le vendr¨ªa mal saltarse, de vez en cuando, alguna jornada para que los jugadores cobren resuello y recuperemos la cordura. Muchas veces me pregunto qu¨¦ clase de oficio es este de comentarista de balompi¨¦, como si las patadas a una pelota merecieran especial atenci¨®n en un mundo que, desde tiempos inmemoriales, recibe coces y pisotones de los dioses y los hombres, o de la madre Naturaleza, sin tregua ni compasi¨®n. Perd¨®n. No corresponde a la literatura deportiva asomarse al exterior. Resultar¨ªa tan inadecuado y peligroso como en los trenes de anta?o, en los que se bajaba la ventanilla y la carbonilla te entraba en el ojo o tir¨¢bamos botellas y desperdicios a la v¨ªa. Es aconsejable, por tanto, que respetemos el ¨¢rea de nuestros respectivos departamentos y, de puertas adentro, sigamos escandaliz¨¢ndonos con necias declaraciones o celebrando certeros puntapi¨¦s. Bienaventurado sea el f¨²tbol que nos infantiliza, aunque a veces nos convierta en energ¨²menos. Pido, de nuevo, perd¨®n.
El f¨²tbol ayuda a matar el tiempo sin que la sangre llegue al r¨ªo ni la bilis rebase los cauces de las cloacas
Voy a citar un libro. Puede que tampoco sea este el lugar adecuado.
Editado en 1925 (Hachette), se titula Elogio de la frivolidad. Su autor, un esp¨ªritu burl¨®n llamado Andr¨¦ Beaunier, desde su rinc¨®n en el m¨¢s all¨¢, nos recuerda que, precisamente por su vacuidad y ligereza, la frivolidad nos impide caer en las profundidades del mal.
En cierta manera, como todo divertimento en el que no se tortura ni asesina a personas ni a animales, el f¨²tbol tambi¨¦n tiene la virtud de ayudarnos a matar el tiempo sin que casi nunca la sangre llegue al r¨ªo ni la bilis rebase del todo los cauces de las cloacas. Aunque para el orondo capit¨¢n Grason el f¨²tbol no es precisamente un fr¨ªvolo asunto, sino un pac¨ªfico encuentro de civilizaciones y una met¨¢fora del universo. Dicho esto, d¨¢ndose por satisfecho, se limpi¨® con la manga el ribete de espuma que camuflaba su labio superior mientras la rubicunda Doris le volv¨ªa a llenar la jarra de cerveza y la mujer invisible, probablemente recostada sobre el mostrador, canturreaba un melanc¨®lico fado. Quiz¨¢s fuera eso, el fado o la alusi¨®n al pac¨ªfico encuentro de civilizaciones, lo que me indujo a pensar en Pepe, el defensa portugu¨¦s de quien Carlos Queiroz, su exseleccionador nacional y exentrenador del Real Madrid, acaba de decir que parece un personaje menor de telenovela brasile?a barata y que patea salvajemente a sus compa?eros en la cabeza. ?Solo en la cabeza?, me pregunto yo. Considero que Queiroz se ha mostrado discreto para no interferir en la inminente renovaci¨®n contractual de su compatriota.
Incluso alcanza cotas enternecedoras al recordarnos que conoci¨® a Pepe cuando todav¨ªa caminaba con un chupete amarillo y verde en la boca, ?por qu¨¦ amarillo y verde? Tanta precisi¨®n denota una memoria excelente en el hombre que, en su d¨ªa, sedujo a Florentino por su prestancia y fue el detonante para dar la patada por feo a un Del Bosque que lo hab¨ªa ganado todo y todav¨ªa ganar¨ªa m¨¢s. Pero lo que de verdad me sigue intrigando es el chupete de Pepe, que ya quisiera para s¨ª Cristiano Ronaldo, abocado a chuparse el dedo gordo. Cabr¨ªa advertir, intervino Grason, que los colores verde y amarillo forman parte, con el blanco y azul, de la bandera portuguesa. Perm¨ªtaseme omitir la digresi¨®n del capit¨¢n Grason sobre los colores de la bandera y las virtudes simbolizadas que en nada se avienen con el car¨¢cter abrupto del, seg¨²n Queiroz, salvaje pateador de cabezas ajenas y personaje menor de barata telenovela brasile?a. Mientras hablamos de Pepe y su chupete, hago notar que la frivolidad nos salva de traer a colaci¨®n esos otros chupetes con los que las monjas traficaron impunemente hasta los a?os ochenta, exponente inequ¨ªvoco del profundo mal que el aparente bien encubre y oportuna muestra de hasta qu¨¦ punto, desde una p¨¢gina de deportes, es peligroso asomarse al exterior.
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