Irurita, el obispo que no fue m¨¢rtir
Oficialmente el prelado de Barcelona Manuel Irurita fue fusilado en 1936 por los anarquistas. Por ello ahora aguarda ser beatificado como m¨¢rtir de la Cruzada. Pero testigos y pruebas documentales muestran que, en realidad, muri¨® despu¨¦s de la contienda. Esta es la historia de un m¨¢rtir que no fue
Los dos vest¨ªan igual. Tanto Buenaventura Durruti, dirigente de la Federaci¨®n Anarquista Ib¨¦rica (FAI), como el obispo de Barcelona, Manuel Irurita, llevaban un sencillo guardapolvo. Se trataba de entrar en el palacio episcopal de la capital catalana sin llamar la atenci¨®n. No era f¨¢cil. Las calles de la Barcelona revolucionaria de aquel 20 de julio de 1936 ol¨ªan a p¨®lvora. Hab¨ªa algo m¨¢s que eco de disparos en la calle. Los antifascistas, bajo la hegemon¨ªa de la Confederaci¨®n Nacional del Trabajo, hab¨ªan conseguido reducir a los militares sublevados. Durruti le hab¨ªa prometido al presidente de la Generalitat, Llu¨ªs Companys, que nada le pasar¨ªa al prelado, cuenta Joan Pons, que ser¨ªa representante de Esquerra Republicana en el Comit¨¦ Central de Milicias Antifascistas. Obispo y anarquista retiraron casi tres millones de pesetas en valores y billetes de la sede episcopal. Casi dos millones fueron ingresados y registrados por la Generalitat. El tercer mill¨®n podr¨ªa haber servido para que el prelado no corriera la misma suerte que 2.437 sacerdotes y religiosos asesinados en Catalu?a durante el segundo semestre de 1936 y el primero de 1937.
Durruti y el obispo se llevaron tres millones de pesetas del palacio episcopal de Barcelona; la Generalitat ingres¨® dos
El prelado no fue fusilado el 3 de diciembre de 1936. Fue visto con vida el 28 de enero de 1939
Irurita pas¨® de la checa de la calle Sant Elies de Barcelona a la prisi¨®n de Montju?c despu¨¦s de mayo de 1937
"No griten, que me comprometen", pidi¨® el obispo a los testigos que lo reconocieron en enero de 1939
Ese mill¨®n, pues, actu¨® a modo de salvoconducto para evitar la muerte de Irurita, cuyo proceso de beatificaci¨®n como m¨¢rtir de la Cruzada se halla en el Vaticano. Hasta ahora, la versi¨®n oficial daba por hecho que el prelado hab¨ªa sido fusilado el 3 de diciembre de 1936 contra la tapia del cementerio de Montcada i Reixac, vecino a Barcelona. A la FAI no le faltaban ganas. Eran conocidas las visitas pastorales de Irurita por su di¨®cesis acompa?ado de requet¨¦s armados y vestidos con uniforme tradicionalista. Ahora, una obra de Joan Bada, doctor en Historia de la Iglesia por la Gregoriana de Roma y por la Universidad de Barcelona, aporta pruebas de que el obispo no muri¨® fusilado, sino que estaba con vida por lo menos dos a?os despu¨¦s, cuando los sublevados entraron en Barcelona, en enero de 1939. El ensayo, uno de cuyos cap¨ªtulos lo copa Irurita, se limita a una exposici¨®n de datos sin aventurar interpretaciones. "No quiero contradecir a nadie, sino aportar la luz de los archivos", asegura el historiador.
Societat i Esgl¨¦sia a Catalunya. Cent anys entre constitucions i dictadures es el t¨ªtulo del ensayo editado por la Facultad de Teolog¨ªa de Catalu?a que contiene esa perla de la investigaci¨®n sobre la muerte de Irurita. Se trata de una tesis que agrieta la historia del obispo m¨¢rtir forjada por la hagiograf¨ªa nacionalcat¨®lica. Las pruebas que ofrece Bada -profesor em¨¦rito de las Facultades de Teolog¨ªa de Catalu?a y de Historia de la Universidad de Barcelona- parten de diversas fuentes: el archivo Tarradellas, el archivo Gom¨¢, la correspondencia del can¨®nigo Alberto Onaind¨ªa y dos testigos. Documentos de la Cruz Roja Internacional tambi¨¦n dan por vivo a Irurita en junio de 1937, fecha en que estaba encarcelado en la prisi¨®n de Montju?c. Los archivos vaticanos se hallan cerrados a cal y canto hasta que se cumpla el embargo de 75 a?os de la muerte de P¨ªo XII, que falleci¨® en 1958. Tal vez entonces habr¨¢ que bajar alg¨²n santo de la peana. Pero por ahora nadie da marcha atr¨¢s. La aparici¨®n del obispo con vida hubiera supuesto un torpedo en la l¨ªnea de flotaci¨®n tanto del franquismo como de la Iglesia, a los que les hubiera resultado dif¨ªcil explicar c¨®mo se las apa?¨® el prelado para sobrevivir en la Barcelona revolucionaria.
Lo cierto es que la capital catalana no cont¨® con un nuevo obispo -Gregorio Modrego- hasta 1942, a?o en que podr¨ªa haber muerto o presentado su renuncia Irurita. No deja de ser curioso que el 18 de octubre de 1937 se procediera al nombramiento de siete administradores apost¨®licos para suceder a otros tantos obispos asesinados. Entre todas esas di¨®cesis no aparece la de Barcelona, cuando Irurita -de acuerdo con el relato oficial- hab¨ªa sido fusilado el 3 de diciembre de 1936.
Los defensores de la beatificaci¨®n del prelado se apoyan en que las pruebas de ADN realizadas hace unos a?os a sus presuntos restos son irrefutables. No obstante, el que un sobrino del obispo -tambi¨¦n sacerdote- hubiera sido fusilado en Montcada i Reixac ha podido favorecer la confusi¨®n.
Los hechos que Joan Bada aporta son que el prelado, despu¨¦s de pasar del centro de distribuci¨®n de presos del Ateneo Col¨®n, del barrio barcelon¨¦s de Poblenou, a la checa de Sant Elies, ingres¨® en la c¨¢rcel del castillo de Montju?c. En las dos primeras estuvo bajo la protecci¨®n de la FAI (por el mill¨®n de Durruti y por el pago de 24.000 pesetas por parte del vasco Manuel de Irujo, pol¨ªtico nacionalista vasco exiliado en Barcelona que fue ministro de la Rep¨²blica). "El se?or obispo de Barcelona ha aparecido vivo (...). Irujo gast¨® 24.000 pesetas para conservarle la vida durante siete meses en la c¨¢rcel de San El¨ªas. Desapareci¨® de all¨ª en mayo de 1937", escribe el can¨®nigo Onaind¨ªa ese mismo a?o al obispo de Vitoria, Mateo M¨²gica. El inter¨¦s del nacionalismo vasco por Irurita se deb¨ªa, entre otras cosas, a su origen euskald¨²n.
La estrecha relaci¨®n de Durruti con Joan Garc¨ªa Oliver -fa¨ªsta que fue consejero de la Generalitat y ministro con Largo Caballero- bien pudo contribuir, por otra parte, a que el obispo no fuera fusilado en el agitado periodo revolucionario.
El prelado lleg¨® a Montju?c con la restauraci¨®n de la legalidad republicana, tras los hechos de mayo de 1937 que enfrentaron en las calles de Barcelona a Esquerra Republicana y a los comunistas, por un lado, con los revolucionarios anarquistas y del Partit Obrer d'Unificaci¨® Marxista, por otro.
Luego, la pista episcopal se pierde hasta el final de la guerra. El 28 de enero de 1939, cuando las tropas de los generales Yag¨¹e y Solchaga ya hab¨ªan entrado en Barcelona, el m¨¦dico Josep Ravent¨®s i Sanrom¨¤ y Francesc Aragon¨¦s vieron salir del palacio episcopal de la capital catalana al obispo Irurita acompa?ado por dos personas. "Se?or obispo, cre¨ªamos que lo hab¨ªan fusilado", le dijeron sorprendidos y alborozados. "No griten, que me comprometen", respondi¨® el prelado.
El m¨¦dico Ravent¨®s fue a comentar que hab¨ªa visto al obispo con vida a las monjas del dispensario de la calle de Floridablanca de Barcelona. El caso es que al d¨ªa siguiente, un domingo por la tarde, fue convocado telef¨®nicamente a la Diputaci¨®n de Barcelona por el conde de Ruise?ada a petici¨®n del presidente de la entidad provincial, el conde de Montseny. En el edificio de la Generalitat, ya convertida en Diputaci¨®n Provincial, Ravent¨®s fue recibido por los dos condes citados, el alcalde de Barcelona, Miguel Mateu Pla, y Jos¨¦ Ungr¨ªa Jim¨¦nez, jefe del Servicio de Informaci¨®n y Polic¨ªa Militar (SIPM), coordinador de la quinta columna en la Espa?a republicana. De esa reuni¨®n hay pocos detalles. Ungr¨ªa, que apunt¨® la posibilidad de que Irurita, aun despu¨¦s de la entrada de los sublevados en Barcelona, hubiera sido asesinado por los rojos, dijo: "Quiz¨¢ lo han matado en alguna de las checas que a¨²n funcionan", una frase curiosa proviniendo del encargado de la represi¨®n en la posguerra.
Este grupo de autoridades tambi¨¦n visit¨® el domicilio de Aragon¨¦s, el otro testigo, quien ratific¨® que hab¨ªa identificado al obispo. El 1 de febrero de 1939, la agencia de noticias francesa Havas enviaba un despacho a sus abonados: "Apareci¨® hoy el obispo de Barcelona, doctor Manuel Irurita y Alm¨¢ndoz, quien manifest¨® que al iniciarse la revoluci¨®n fue detenido, pero logr¨® fugarse y desde entonces vivi¨® oculto en un s¨®tano. Cuando abandonaba su refugio, lo hac¨ªa vestido de obrero, y as¨ª logr¨® ponerse en relaci¨®n con otros sacerdotes mediante los buenos oficios de personas de absoluta confianza. Agreg¨® que al principio lo apedrearon e intentaron asesinarle cuando acud¨ªa a prestar ayuda espiritual a un enfermo. Su excelencia reverend¨ªsima monse?or Irurita Alm¨¢ndoz cumplir¨¢ el pr¨®ximo 19 de agosto 73 a?os y se hallaba al frente de la di¨®cesis de Barcelona desde el 13 de marzo de 1930". Hasta aqu¨ª otra de las pruebas de que no hab¨ªa sido fusilado. M¨¢s definitivos resultan, sin embargo, los testimonios de quienes lo vieron vivo despu¨¦s de la guerra: el m¨¦dico Ravent¨®s, que dej¨® una carta antes de morir; y Josep Maria Aragon¨¦s, que fue monaguillo de Irurita, y que es can¨®nigo em¨¦rito, biblista y en la actualidad rector de Torrelavit, en la di¨®cesis de Sant Feliu de Llobregat.
Hilari Raguer, historiador, monje de Montserrat y prologuista del libro de pr¨®xima aparici¨®n, destaca la calidad de los testimonios aportados por Bada: "N¨®tese que no son declaraciones de anticlericales, de rojos partidarios de la Rep¨²blica ni de personas que conocieran ¨²nicamente de o¨ªdas al obispo, sino de buenos cristianos que lo conoc¨ªan personalmente y que quedaron at¨®nitos y desconcertados cuando se hizo el traslado de los supuestos restos mortales de Irurita y se asegur¨® que hab¨ªa sido asesinado el 3 de diciembre de 1936. Pero no quisieron montar un esc¨¢ndalo". Quiz¨¢ cuando los archivos vaticanos echen luz sobre el asunto se sabr¨¢ lo que falta: cu¨¢ndo, c¨®mo y d¨®nde muri¨® el obispo Manuel Irurita. -
El se?or m¨¢s bajito era el obispo
Este es el relato del encuentro con el obispo Irurita que ofrece Josep M. Aragon¨¦s i Rebollar, rector de Torrelavit y can¨®nigo em¨¦rito de Barcelona. Entonces ten¨ªa 13 a?os.
"Era la ma?ana del d¨ªa 28 de enero de 1939. Mi padre, Francesc Aragon¨¦s, y el se?or Joan Arb¨®s -ambos antiguos congregantes de la Congregaci¨®n Mariana de Nostra Senyora del Carme y de Sant Pere Claver del Clot-, mi hermano mediano Joan y yo salimos de casa con intenci¨®n de asistir a la misa de campa?a anunciada en la Pla?a de Catalunya. Hac¨ªa unos d¨ªas que la guerra hab¨ªa acabado en Barcelona con la entrada a la ciudad de las tropas franquistas. (...) Estando delante del palacio episcopal vimos que se abr¨ªa la puertecilla del portal grande y sal¨ªan dos se?ores, uno alto y otro m¨¢s bajito. Los dos iban con abrigo y la cabeza cubierta. Detr¨¢s de ellos sali¨® el que seguramente les abri¨® la puerta y se qued¨® de pie mirando a los dos se?ores c¨®mo se dirig¨ªan por la calle del Bisbe hacia arriba en direcci¨®n a la plaza de Sant Jaume. Tan pronto como nuestro grupo vio a los dos se?ores que acababan de salir del palacio episcopal, tanto el se?or Arb¨®s como mi padre exclamaron sorprendidos: '?Verdad que este es el se?or obispo? ?Pero no se dec¨ªa que lo hab¨ªan matado?'. Y nos acercamos a aquellos dos se?ores. Para no entorpecer el paso de los que pasaban por la calle del Bisbe, nos apartamos un poco hasta delante de la capilla de Santa Ll¨²cia, de la catedral, que evidentemente estaba cerrada. Mi padre y el se?or Arb¨®s saludaron al se?or m¨¢s bajito dici¨¦ndole: 'Se?or obispo, cre¨ªamos que lo hab¨ªan fusilado', e hicieron el gesto de besarle la mano. Por toda respuesta este se?or suplic¨®: 'No griten, que me comprometen'. Los dos ni?os, Joan que entonces ten¨ªa 11 a?os, y yo, 13, tambi¨¦n le besamos la mano. (...). Despu¨¦s de esto se despidi¨® pidi¨¦ndonos que no habl¨¢semos alto. (...). Nuestro grupo permaneci¨® de pie delante de la capilla de Santa Ll¨²cia. Fue entonces cuando se nos uni¨® el doctor Ravent¨®s: (...). ?Verdad que era el doctor Irurita? [era doctor en teolog¨ªa] Y mi padre y el se?or Arb¨®s le contaron c¨®mo hab¨ªan visto salir del palacio a estos dos se?ores y c¨®mo ellos hab¨ªan reconocido al m¨¢s bajito como el se?or obispo (...). Al cabo de pocos d¨ªas, el sacerdote militar nos dijo que los hermanos de Irurita ten¨ªan un gran inter¨¦s en hablar con nosotros. Fuimos citados a un piso del paseo de Gr¨¤cia, donde nos recibi¨®. A cada uno de nosotros -el se?or Arb¨®s, mi padre, Joan y a m¨ª- nos interrogaron aparte, en habitaciones diferentes. Acabado el interrogatorio nos encontramos todos en el recibidor de la casa. Los dos hermanos Irurita comentaron delante de nosotros: 'Todos cuentan lo mismo y del mismo modo'. Entonces el hermano laico exclam¨®: 'Manuel era un santo', a lo que el otro hermano, fraile capuchino, replic¨®: 'D¨¦jate de santos, lo que nos interesa saber es si Manuel sigue vivo y d¨®nde est¨¢'. Despu¨¦s, dirigi¨¦ndose los dos a nosotros, nos comentaron que estaban pasando una gran angustia ya que adem¨¢s de nosotros hab¨ªa algunas otras personas que dec¨ªan que lo hab¨ªan visto (...). Nos dijeron que no difundi¨¦ramos lo que hab¨ªamos visto delante del palacio episcopal, porque despu¨¦s pod¨ªa dar paso a crear confusi¨®n (...)".
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