C¨¢maras
Donde no hay c¨¢maras no existe la historia, pero sucede a veces que las c¨¢maras muerden y mastican m¨¢s historia de la que pueden tragar, son incapaces de digerir dos grandes tragedias simult¨¢neas. Le pasa tambi¨¦n al cuerpo humano: nunca duelen dos cosas a la vez. En el cerebro se concentra el dolor principal, que anula todos los dem¨¢s. Estos d¨ªas las c¨¢maras se est¨¢n volviendo locas a la hora de elegir entre el maremoto de Jap¨®n y la insurrecci¨®n de Libia. Mientras devoraban primero la tragedia nuclear de Fukushima, donde el rabo ardiente de Satan¨¢s comenz¨® a liberar ponzo?a radiactiva, el tirano Gadafi bombardeaba a su pueblo impunemente a mansalva sin testigos. Las c¨¢maras se hallan indecisas todav¨ªa. La revuelta de los pa¨ªses ¨¢rabes tiene una est¨¦tica de botell¨®n. Es la revoluci¨®n de Internet. Por primera vez la informaci¨®n, que a lo largo de la historia hab¨ªa sido manipulada siempre desde arriba por el poder, es generada hoy desde el fondo de la sociedad cohesionada a trav¨¦s del m¨®vil. Con solo agitar un dedo sobre un ¨ªnfimo teclado en tres segundos se puede mandar para consumo de todo el planeta la imagen de un ni?o destripado por un misil amigo o enemigo, y bastar¨¢ ese mensaje para que los internautas, los nuevos protagonistas de la historia, convocados a una plaza para beber litronas y bailar el rock sean invitados a levantarse en armas contra los tiranos, pero su c¨®lera puede disolverse como una llamarada en el vac¨ªo y quedar en nada. En cambio, de la tragedia de Jap¨®n ser¨¢n ya perennes, tal vez, dos im¨¢genes que podr¨ªan constituirse en un s¨ªmbolo de nuestro destino. En una de ellas se ve al emperador de rodillas, frente a las v¨ªctimas del desastre nuclear, sentado sobre sus propios talones, las manos juntas en una mutua plegaria tao¨ªsta; en otra aparece un japon¨¦s an¨®nimo en el tejado de su casa derruida, solo en medio de una destrucci¨®n insondable que se pierde en el horizonte. Parece que este hombre es el ¨²ltimo habitante que ha quedado vivo en la tierra. Est¨¢ sumido en una honda meditaci¨®n. Firme, asombrado, fatalista, su esp¨ªritu indomable est¨¢ aislado de la cat¨¢strofe que le rodea. Sabe que la salvaci¨®n depende solo de su conciencia convertida en eje de acero de todo su cuerpo. Este japon¨¦s solo en el tejado es todo el universo.
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