Por qu¨¦ combatimos
Las primaveras de los pueblos tropiezan inevitablemente con la fuerza de las armas. As¨ª ocurri¨® en 1848, cuando las insurrecciones europeas tuvieron que doblegarse ante el fuego de los ej¨¦rcitos imperiales. Ese fue el destino de Budapest, en 1956; Praga, en 1968, y Tiananmen, en 1989. Y ese estuvo a punto de ser tambi¨¦n el de las revoluciones ¨¢rabes cuando Gadafi decidi¨® dar ejemplo e imponer el orden a cualquier precio. Hoy est¨¢ en juego la supervivencia de los manifestantes libios, el futuro de las rebeliones por la libertad en el sur del Mediterr¨¢neo y el porvenir de los derechos humanos en todo el planeta. Sabemos que las autoridades comunistas chinas, inquietas, censuran cualquier referencia a las revueltas de T¨²nez y El Cairo, mientras que los editorialistas rusos se interrogan sobre la posibilidad de un contagio que Gorbachov considera posible y, curiosamente, el Kremlin teme como a la peste. La intervenci¨®n internacional en Libia es crucial; una parte de nuestro futuro se decide aqu¨ª y ahora.
La guerra de Libia es de las necesarias: se decide el futuro de las rebeliones ¨¢rabes por la libertad
Alemania intenta imponer a Europa su quisquillosa inacci¨®n
Toda guerra es despiadada. Un muerto es un muerto. Para quien no se atribuye el poder de resucitarlos no hay guerra justa. Toda guerra implica riesgos: por muchas precauciones que se tomen, los da?os imprevistos son moneda corriente y los ataques a¨¦reos, por muy escrupulosos y precisos que sean, no pueden preservar a todos los civiles que aguardan en tierra. ?Vayan a explicarle a una v¨ªctima colateral que es justo que la masacren! No, a menos que pretenda tener la sabidur¨ªa y la omnipotencia de un dios, nadie puede decretar que una guerra es justa. Solo hay guerras necesarias o innecesarias. Para evitar lo peor, a veces uno se permite lo malo. Para impedir la masacre anunciada en Bengasi y los "r¨ªos de sangre" prometidos a sus 700.000 habitantes, la ONU autoriz¨® la intervenci¨®n a¨¦rea que reclamaban Francia y Reino Unido, Nicolas Sarkozy y David Cameron. Los pilotos franceses, los primeros en despegar, levantaron el asedio de Bengasi. En efecto, no hay bombardeos "justos", pero s¨ª los hay necesarios, cuando se trata de proteger a un pueblo en peligro (resoluci¨®n 1973, marzo de 2011).
Algunos, entre los que me cuento, piensan: "?al fin!". ?Cu¨¢ntas hecatombes hemos permitido que se perpetrasen para terminar lamentando no haberlas impedido? ?Cu¨¢ntos Guernicas, desde el crimen franquista y nazi ilustrado por Picasso? Cada generaci¨®n puede desgranar sus cobard¨ªas, hilvanando una tras otra no-intervenci¨®n; enumerarlas todas es misi¨®n imposible. Por ejemplo, desde la ca¨ªda del Muro, para los europeos, est¨¢ Srebrenica; para la comunidad internacional en su conjunto, Ruanda -10.000 tutsis ejecutados cada d¨ªa durante tres meses-. La resoluci¨®n 1973 no garantiza en modo alguno que nunca vuelva a producirse una carnicer¨ªa as¨ª, sino solamente que ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil aceptarla. Ya nadie es completamente rey en su casa: el argumento de la soberan¨ªa absoluta, que dejaba las manos libres a los tiranos para erradicar a su antojo a los ciudadanos de su coto particular, est¨¢ seriamente inutilizado. He aqu¨ª una gran primicia geopol¨ªtica: el derecho universal a vivir y a sobrevivir se alza por encima del derecho soberano a matar.
Otros gru?en y hacen como que no comprenden. Con su inusual abstenci¨®n, los rusos y los chinos, en vez de bloquear el Consejo de Seguridad, esperan febrilmente que los salvadores se estrellen. Como de costumbre, el m¨¢s irritable es Vlad¨ªmir Putin, que, retomando palabra por palabra las alegaciones de Gadafi, denuncia una "cruzada medieval" y luego derrama como este l¨¢grimas de cocodrilo sobre las vidas inocentes destrozadas por las bombas occidentales.
El otro pilar de la tandemocracia, el presidente Medv¨¦dev, estimando que semejante ultraje perjudica los intereses internacionales de Mosc¨², desaprueba un vocabulario que, sin embargo, la vox p¨®puli rusa aprueba en un 70%. Mientras el santurr¨®n del KGB-FSB recomienda a los occidentales que rueguen "por la salvaci¨®n de sus almas", la ONG Memorial, que, por lo que se ve, tiene mejor memoria que ¨¦l, le recomienda valientemente que se preocupe de su propia salvaci¨®n: "Aparentemente, Putin ha olvidado por completo lo que ha hecho en su pa¨ªs y su responsabilidad en estos tr¨¢gicos acontecimientos. El primer ministro deber¨ªa rogar por su propia alma".
No solo Vlad¨ªmir Putin sabe lo suyo de cruzadas -los carros de combate que irrump¨ªan en la Chechenia musulmana eran bendecidos previamente por los popes rusos-; no solo destaca en materia de bombardeos (masivos, en este caso, pues redujeron Grozny al estado de la Varsovia de 1944), sino que ha descifrado correctamente hasta qu¨¦ punto la condena de Gadafi salpica sus haza?as caucasianas.
Los hay tambi¨¦n que ponen mala cara, se muestran reacios a comprometerse y prefieren contemplar de lejos el vuelo de los aviones. A su cabeza, una Alemania que hered¨® de la antigua Rep¨²blica Federal de Bonn su estatus de gigante econ¨®mico y enano pol¨ªtico.
Uno se limitar¨ªa a sonre¨ªr o a burlarse si, hoy reunificada y convertida en la potencia pr¨®spera de la Uni¨®n Europea, Alemania no tendiese a imponer a los dem¨¢s la norma de su quisquillosa inacci¨®n: el uso de la fuerza puede llevarnos a patinar o a estancarnos; dejemos pues, que los exterminadores exterminen a sus anchas. De modo que Europa les vende armas a los d¨¦spotas, ?pero se compromete a no utilizarlas contra ellos! La moral est¨¢ a salvo y el comercio, tambi¨¦n. Olvidemos la ir¨®nica sabidur¨ªa de Clausewitz cuando se?alaba c¨®mo el que quiere establecer o restablecer su dominaci¨®n se presenta como "amigo de la paz" y estigmatiza a quienes se oponen a la tiran¨ªa y defienden la libertad como "perturbadores de la paz".
La apuesta de la resoluci¨®n 1973 es tanto m¨¢s fundamental en cuanto que ha quedado precisamente delimitada. La intervenci¨®n armada apunta ¨²nicamente a proteger y no a desembarcar, invadir, instaurar una democracia o construir una naci¨®n. No se trata de actuar en lugar de una poblaci¨®n, sino solo de permitirle decidir su destino por su cuenta y riesgo. Para eso hab¨ªa que restablecer el equilibrio de fuerzas, anular el poder devastador que confiere la tecnolog¨ªa moderna del armamento a unos dictadores sin moderaci¨®n frente a quienes se manifiestan con las manos desnudas.
El ejemplo libio es un caso particular. Su ¨¦xito no est¨¢ garantizado ni es f¨¢cilmente exportable. Hay que distinguir los reg¨ªmenes policiales y corruptos, como los de Ben Ali y Mubarak (v¨¦ase el excelente Printemps de Tunis, de Abdelwahab Meddeb, Ediciones Albin Michel, marzo de 2011), y el poder terrorista, totalitario y ubuesco de Gadafi. El siglo est¨¢ lejos de haber terminado con los dictadores que tienen las manos manchadas de sangre. Que no olviden, sin embargo, que la "necesidad de proteger" a las muchedumbres desarmadas pende sobre sus fechor¨ªas cual espada de Damocles.
Andr¨¦ Glucksmann es fil¨®sofo. Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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