Primavera en Argelia
La oleada de agitaci¨®n social que recorre el mundo ¨¢rabe ha llegado a todos sus rincones. Ni la salvaje represi¨®n de las revueltas en Libia, ni la intervenci¨®n liderada por Arabia Saud¨ª en Bahr¨¦in han frenado las ansias de cambio de las poblaciones ¨¢rabes. Siria y Yemen no pueden descartar un cambio de r¨¦gimen forzado por la calle. Mientras algunos prometen emprender la senda de las reformas -Om¨¢n, Marruecos, Jordania- otros tratan de contener a unas poblaciones que van perdiendo el miedo a protestar, incluso ante la f¨¦rrea teocracia saud¨ª. Los costes humanos son terribles, con desapariciones, torturas, violaciones y muertes a la orden del d¨ªa. En medio de este escenario, una Argelia relativamente estable aparece para muchos como una inc¨®gnita.
A los fracasados intentos de cambio de r¨¦gimen ha seguido una explosi¨®n de conflictos sociales
El r¨¦gimen argelino tiene todas las caracter¨ªsticas que causan las revueltas de la dignidad: corrupci¨®n rampante, menosprecio por los derechos humanos, burdas farsas electorales, violaci¨®n de las libertades pol¨ªticas y falta de perspectivas para los j¨®venes. En los primeros momentos las revueltas corrieron all¨ª en paralelo a las de T¨²nez. Muchos pusieron al enfermo presidente argelino Buteflika en la lista de candidatos a caer, v¨ªctima del efecto domin¨®. Sin embargo, su Gobierno ha logrado evitar hasta la fecha que los incidentes y manifestaciones desemboquen en una revuelta general que amenace su continuidad.
Un vendedor callejero se prendi¨® fuego en una ciudad del oeste tunecino y desencaden¨® una revoluci¨®n; en Argelia, ya son m¨¢s de 20 los que se han quemado a lo bonzo sin que el pa¨ªs haya experimentado un alzamiento general. La primera explicaci¨®n es que los argelinos sufrieron demasiado con el fracaso de su experimento democr¨¢tico de 1988-1992 y la espantosa violencia de los 10 a?os siguientes para arriesgarse a nuevas aventuras de futuro incierto. El Gobierno goza de una situaci¨®n fiscal relativamente saneada, y m¨¢s en tiempos de petr¨®leo caro, que le permite hacer una pol¨ªtica de contenci¨®n de las causas del descontento. As¨ª, no solo dio marcha atr¨¢s en las subidas de los precios de alimentos b¨¢sicos como el az¨²car y el aceite, sino que dej¨® de perseguir a la econom¨ªa informal y puso en marcha acciones como la facil¨ªsima concesi¨®n de cr¨¦ditos para proyectos empresariales sin apenas contrastar su viabilidad. La ocupaci¨®n masiva de la calle por las fuerzas del orden, la agitaci¨®n de las divisiones en el seno de la oposici¨®n y el uso de pandillas de adolescentes violentos contra los pocos que llegaron a manifestarse por el cambio de r¨¦gimen hicieron el resto.
Pero solo hay que ver las manifestaciones casi diarias ante la sede de la presidencia en Argel o echarle una ojeada a la prensa argelina para darse cuenta de que algo ha cambiado. A los fracasados intentos para impulsar un cambio de r¨¦gimen ha seguido una explosi¨®n de conflictos sociales, expresados en la calle con contundencia. Desde los estudiantes universitarios a los guardias rurales, de los maestros con contratos precarios a los m¨¦dicos residentes, se multiplican los colectivos que optan por la huelga y la acci¨®n ante las instancias gubernamentales. El Gobierno prefiere estos episodios a una movilizaci¨®n pol¨ªtica general y organizada, y cede cada vez a las reivindicaciones para evitar que la tensi¨®n vaya a m¨¢s. El pueblo argelino no ha emprendido una revoluci¨®n con un futuro incierto, pero las lecciones de las revueltas tunecinas y egipcia no han ca¨ªdo en saco roto. Los argelinos han entendido el poder de su movilizaci¨®n en la calle ante un poder asustado, dispuesto a ceder en el detalle para no tener que mover ficha en lo esencial.
El Gobierno dice querer reformas, pero no bajo presi¨®n de la calle. La suspensi¨®n del estado de emergencia vigente por dos d¨¦cadas y el anuncio inconcreto de reformas han sido acompa?ados por proclamas de los partidos oficialistas a favor de una reforma constitucional. Solo con el tiempo sabremos si hay voluntad real de cambio o si simplemente se est¨¢ retrasando el momento de enfrentar la terca realidad de un sistema ineficiente e insostenible. Los recursos para ir comprando tiempo no son ilimitados, y los argelinos ver¨¢n pronto en el Magreb ejemplos de otro modo de hacer pol¨ªtica. Habr¨¢ que ver hasta cu¨¢ndo el presupuesto p¨²blico aguantar¨¢ las concesiones sector por sector y las subvenciones y ayudas generalizadas.
No ha habido revoluci¨®n en Argelia hasta la fecha. Una transici¨®n controlada desde el r¨¦gimen no es un escenario f¨¢cil de imaginar. Pero los argelinos participan a su manera en la primavera democr¨¢tica de los pueblos ¨¢rabes. Tambi¨¦n su pa¨ªs, tarde o temprano, acabar¨¢ siendo otro: una Argelia donde ya no les tocar¨¢ esperar los resultados de conspiraciones entre militares, servicios secretos y clanes familiares, y donde los propios ciudadanos, con su capacidad de organizarse y hacer o¨ªr su voz, ser¨¢n actor pol¨ªtico decisivo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.