Extravagancias de los ex
No mandan, pero influyen. Es dif¨ªcil que quien ha mandado mucho deje de contar s¨²bitamente. Y quien mucho ha mandado mucho debe de influir cuando ya no manda. El poder da peso y gravedad, y por eso quien lo tiene forzosamente deja huella. Buena o mala, pero al fin y al cabo una huella que va a influir en quienes le sigan e incluso a determinar muchos pasos posteriores. Las huellas del predecesor en el camino son imprescindibles: para seguirlas fielmente, como hacen algunos pocos, o para evitarlas cuidadosamente, como hacen casi todos. Cuanto mayor es el peso y mayor tiempo dura la pisada, mayor es la huella. Hay personajes que apenas la dejan, por su ligereza o por su paso ef¨ªmero. Pero quienes han tenido tiempo a su disposici¨®n y oportunidad de tomar decisiones graves, de las que dejan marca, se convierten con frecuencia en un estorbo, determinados por el mito ed¨ªpico que les condena a la ejecuci¨®n simb¨®lica por parte de quienes les siguen.
Aznar reivindica a Gadafi y antes prefiere una Espa?a quebrada que la Espa?a enrojecida por sus obsesiones
El gracejo de Felipe Gonz¨¢lez materializ¨® en el jarr¨®n chino la incomodidad en que se encuentra esta figura del ex. Todos le aprecian, todos alaban su historia, pero nadie sabe qu¨¦ hacer con ¨¦l, d¨®nde meterlo. Corre grave peligro de caer hecho a?icos por el codazo de un despistado o el atolondramiento de unos ni?os de la casa. O lo que es peor, de que un ama de casa moderna y poco sentimental decida desembarazarse del cachivache, aun a riesgo de recibir recriminaciones de parientes y amigos.
El jarr¨®n chino corresponde a una etapa inicial, propiamente ed¨ªpica. Una vez cometido el asesinato simb¨®lico, en el que se rompen los v¨ªnculos sentimentales entre predecesores y sucesores, lo propio es entrar en la objetividad de la huella. En este primer momento de apartamiento, todos los ex suelen hacerse los comprensivos, aunque dentro del est¨¢tico jarr¨®n haya un genio controlador de la herencia, que pretende condicionar al sucesor y convertirse en la efigie que responde con su impasibilidad a las preguntas del inexperto. Pero no es as¨ª como suceden las cosas: finalmente, el jarr¨®n es apartado o directamente roto.
Una vez que el ex es ya un ex jarr¨®n chino, adquiere otra libertad de movimientos. Puede de nuevo reivindicar su herencia, sus ideas o sus man¨ªas. Hay muchas clases de ex y muchos estilos. Unos regresan al meollo de sus ideales juveniles, que vuelven a defender con la pasi¨®n adolescente con que se lanzaron a la pol¨ªtica: se produce la paradoja de que sus sucesores puedan aparecer como m¨¢s maduros y moderados. Otros atienden a los reflejos largamente trabajados de los poderosos que un d¨ªa fueron y no pueden reprimirse a la hora de airear con aparente desgana el maquiavelismo elaborado y art¨ªstico de sus consejos. Unos m¨¢s, finalmente, siguen royendo por las esquinas el hueso de un rencor infinito por el poder perdido, hasta escupir hacia el cielo y morder a los suyos y a su pa¨ªs.
Todos marcan territorio, ponen a prueba su capacidad de influencia, ven c¨®mo y por d¨®nde condicionan la historia, que ya fluye sin ellos, y responden con su mirada al espejo de la posteridad, que les reclama la actualizaci¨®n de su imagen. No es muy convincente un Pujol independentista, pero se entiende: sin su declaraci¨®n y su voto exhibido en las consultas sobre la independencia, Artur Mas no se hubiera visto en la tesitura de votar con nocturnidad y de contradecirse luego en el Parlament ausent¨¢ndose cuando se vot¨® una moci¨®n en el mismo sentido. No hay ideolog¨ªas ni utop¨ªas en Felipe Gonz¨¢lez cuando reclama abrir y cerrar el mel¨®n de la nueva sucesi¨®n en vez de lanzarse a la piscina de las primarias: nos habla de su PSOE, que no es ya el de Zapatero. El m¨¢s extravagante es Aznar, con esa reivindicaci¨®n de Gadafi y esa sa?a antipatri¨®tica, que prefiere una Espa?a quebrada antes que la Espa?a enrojecida por sus obsesiones.
No mandan, pero influyen, y sus palabras cuentan m¨¢s de lo que corresponde. Tambi¨¦n sus huellas. Se han ido hace ya tiempo, pero son personajes amplificados en el teatro de sombras de la pol¨ªtica por la delgada luz del presente y la ligereza de los sucesores.
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