Lewis Binford, cofundador de la nueva arqueolog¨ªa
El obituario de un arque¨®logo no es siempre tan entretenido desde el punto de vista de la aventura como los de Howard Carter, Arthur Evans o Leonard Woolley. No todos los arque¨®logos, han tenido vidas tan excitantes (en lo p¨²blico al menos), realizando hallazgos tan sensacionales como esos tres excepcionales personajes, descubridores respectivamente de la tumba de Tutankam¨®n, el palacio de Cnossos y los sepulcros reales sumerios de Ur. Lo que no significa que otros no hayan sido tan importantes o m¨¢s que esos nombres para la ciencia arqueol¨®gica. Es el caso del estadounidense Lewis Binford (Norfolk, Virginia, 1930), fallecido el d¨ªa 11, en cuya trayectoria no encontramos hallazgos sensacionales sobre el terreno, pero cuyo trabajo te¨®rico ha sido fundamental en el avance de la arqueolog¨ªa moderna.
Binford, al que Scientific American ha considerado el arque¨®logo m¨¢s influyente de su generaci¨®n, fue uno de los fundadores en la d¨¦cada de los sesenta de la New Archaeology anglosajona, la nueva arqueolog¨ªa, un movimiento que trat¨® de romper con las tradiciones a su juicio obsoletas de la disciplina y equipararla con las otras ciencias dot¨¢ndola de una nueva panoplia de herramientas te¨®ricas.
Es dif¨ªcil entrar en profundidad en los conceptos de la nueva arqueolog¨ªa, que ha sido acusada de hermetismo incluso por colegas de profesi¨®n. B¨¢sicamente fue una reacci¨®n contra la arqueolog¨ªa europea cl¨¢sica a la que acusaban de demasiado emp¨ªrica -en exceso ligada a la cronolog¨ªa estratigr¨¢fica-, indisciplinada y falta de sistema cient¨ªfico y cuerpo te¨®rico. Limitada a clasificar y describir, obsesionada con los hallazgos y los yacimientos estrella, seg¨²n los cr¨ªticos, la arqueolog¨ªa tradicional hab¨ªa renunciado a crear un m¨¦todo cient¨ªfico de altos vuelos.
Claves en la nueva arqueolog¨ªa son ideas como el evolucionismo cultural -en oposici¨®n al difusionismo de las innovaciones o cambios-, el materialismo determinista (los aspectos materiales son determinantes para la estructuraci¨®n de las pr¨¢cticas sociales), o la traducibilidad, la extrapolaci¨®n del comportamiento de los pueblos primitivos actuales a las sociedades del pasado. Binford utiliz¨® su profunda experiencia en el campo de la antropolog¨ªa -que para ¨¦l ten¨ªa que enriquecer a la arqueolog¨ªa- y aplic¨® al estudio de las sociedades prehist¨®ricas sus conocimientos adquiridos en el trabajo de campo etnogr¨¢fico con los esquimales nunantiut de Alaska, bosquimanos del Kalahari o abor¨ªgenes australianos (etnoarqueolog¨ªa).
Hombre de car¨¢cter, a Binford sus detractores le han afeado pecar de dogmatismo y hasta de practicar el juego sucio en la interpretaci¨®n del musteriense (!), que ya es acusaci¨®n.
Binford, pese a su gran dimensi¨®n como te¨®rico, tiene una biograf¨ªa notable, de las que nos gustan, vamos: de joven trabajaba como alba?il -dec¨ªa que eso le hab¨ªa ido muy bien luego para hacer de arque¨®logo- hasta que fue reclutado durante la II Guerra Mundial. Se revel¨® un hacha para los idiomas as¨ª que, tras aprender japon¨¦s, lo enviaron al cuartel general de MacArthur para interrogar prisioneros. Le encargaron la tarea de comunicar a los habitantes de la conquistada Okinawa que sus familiares hab¨ªan ca¨ªdo en manos de los estadounidenses y estaban vivos, as¨ª que se hizo muy popular. All¨ª colabor¨® con los historiadores en la documentaci¨®n de las antiguas tumbas que aparec¨ªan: su primer contacto con la arqueolog¨ªa. Luego ingres¨® en la universidad e inici¨® su sonada carrera acad¨¦mica, jalonada por enfrentamientos con defensores de la vieja arqueolog¨ªa.
Aparte de sus muchos premios cient¨ªficos, Binford fue especialmente homenajeado el a?o pasado por la Uni¨®n Internacional de Astronom¨ªa, que dio su nombre a un asteroide.
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