Los nuevos desaf¨ªos de Am¨¦rica Latina
Para lograr una sociedad m¨¢s igualitaria hay que pensar en un nuevo pacto fiscal, con una reforma tributaria profunda que permita mejorar la distribuci¨®n de ingresos despu¨¦s de impuestos. La meta es una vida mejor
Despu¨¦s de la II Guerra Mundial, el crecimiento del producto interior bruto pr¨¢cticamente se universaliz¨® como medida est¨¢ndar del crecimiento econ¨®mico, y este, a su vez, se transform¨® en el objetivo final de las pol¨ªticas de desarrollo. Aquello ten¨ªa su historia, ya desde la revoluci¨®n industrial se pensaba que un aumento en la producci¨®n de bienes acarrear¨ªa un mayor bienestar y mejores condiciones de vida para los integrantes de una sociedad. Sin embargo, hoy, por primera vez, constatamos que en los 30 pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo el crecimiento de la econom¨ªa ya no explica las verdades de una sociedad. Ya no implica, necesariamente, una mejora en los indicadores sociales, de salud o de educaci¨®n.
Se han logrado grandes avances en la reducci¨®n de la pobreza en M¨¦xico, Brasil y Chile
Este no es un dato menor para varios pa¨ªses de Am¨¦rica Latina que, colocados en el nivel del denominado desarrollo medio, sienten como una meta cercana llegar al umbral de pa¨ªs desarrollado. No m¨¢s all¨¢ de los pr¨®ximos 10 a?os Chile y Uruguay deber¨ªan lograrlo, si entendemos por "pa¨ªs desarrollado" el que ha alcanzado un ingreso por habitante de 20.000 d¨®lares por a?o. Los que vienen ser¨¢n tambi¨¦n a?os positivos para otros vecinos en el continente y los pron¨®sticos reci¨¦n entregados por el FMI para el periodo 2011-2012 as¨ª lo confirman. Y ello, entre otras razones, porque el motor de la econom¨ªa china seguir¨¢ empujando el crecimiento de la regi¨®n: cuando China crece un punto porcentual, pa¨ªses como el nuestro crecen al menos un 0,4%. Ello significa que si China sigue creciendo a un ritmo del 10% anual, tenemos garantizado un crecimiento del orden del 4%.
Pero no confundamos crecimiento econ¨®mico con desarrollo moderno sustentado en una distribuci¨®n con equidad: ya existe suficiente informaci¨®n como para no mezclar una cosa con otra. Como ha dicho hace poco la CEPAL, hay que tener "crecimiento con igualdad", pero a ello se llega por la v¨ªa de la "igualdad para el crecimiento". En Chile esa es la gran tarea que tenemos al frente: definir hoy qu¨¦ tipo de sociedad queremos construir durante los pr¨®ximos 20 a?os, y abordar, ahora, los cambios necesarios para sentar las bases de ese futuro. Nadie lo har¨¢ por nosotros.
Tomemos algunas referencias de recientes estudios globales, como es la relaci¨®n entre ingreso per c¨¢pita y esperanza de vida. El estudio de Wilkinson & Pickett, The Spirit Level, se?ala que (con datos del FMI, 2008) Uruguay ten¨ªa un ingreso per c¨¢pita de 13.300 d¨®lares, Costa Rica de 10.700, y Chile de 15.000, pero la esperanza de vida coincid¨ªa entre 78 y 80 a?os con pa¨ªses como Grecia, con 30.500 d¨®lares per c¨¢pita, Finlandia con 36.200 y Noruega con 53.500. ?Qu¨¦ deducir de esto? Que la relaci¨®n directa entre crecimiento econ¨®mico y mejoramiento en los indicadores sociales es n¨ªtida en las primeras etapas de desarrollo, pero una vez que se alcanza el l¨ªmite de 20.000 d¨®lares de ingreso anual por habitante, lo central pasa a ser la distribuci¨®n del ingreso.
Por eso, si se toma un pa¨ªs solo con un ingreso de entre 500 y 3.000 d¨®lares (Zimbabue, por ejemplo) la esperanza de vida es de poco m¨¢s de 40 a?os; si se mira pa¨ªses cuyo ingreso por habitante se acerca a los 8.000 d¨®lares (como El Salvador), esa cifra de posibilidad de vida llega a los 71 a?os. Los que ponen el ojo solo en el crecimiento como referencia pueden considerarlo una ratificaci¨®n de sus an¨¢lisis. Pero cuando se ve en detalle lo que ocurre en los niveles superiores hay m¨¢s de una sorpresa. As¨ª, la esperanza de vida en Estados Unidos es inferior a la de Jap¨®n, a pesar de que Estados Unidos tiene un ingreso superior. M¨¢s notable a¨²n: pa¨ªses como Grecia o Nueva Zelanda, cuyo producto corresponde a la mitad del de Estados Unidos, tienen una esperanza de vida superior.
Otro antecedente generado por el mismo estudio est¨¢ relacionado con el denominado "¨ªndice de satisfacci¨®n" (c¨®mo se siente la gente en la sociedad donde vive y con las posibilidades que tiene). Tambi¨¦n se le ha llamado "¨ªndice de felicidad". ?Y qu¨¦ encontramos aqu¨ª? En una primera etapa, es cierto que la correlaci¨®n entre ingreso y percepci¨®n de bienestar es clara y directa: por cada aumento del ingreso por habitante, la poblaci¨®n alcanza un mayor grado de satisfacci¨®n o "felicidad". Pero luego, a partir precisamente del momento en que se alcanza un ingreso por habitante de 20.000 d¨®lares, la correlaci¨®n entre ingresos y satisfacci¨®n desaparece. La satisfacci¨®n, presente o ausente, ya no est¨¢ determinada por el ingreso, sino que se la vincula con otros factores.
En pa¨ªses como Colombia, Brasil, Chile y Uruguay, los ¨ªndices de satisfacci¨®n andan alrededor del 80%, donde el ingreso se mueve entre 10.000 y 15.000 d¨®lares per c¨¢pita. El tema es que el ¨ªndice de satisfacci¨®n de estos pa¨ªses est¨¢ por encima de Italia (con 31.000) o Grecia (30.000), o levemente por debajo de Alemania con sus 36.000 d¨®lares por habitante. Lo que nos dicen esos datos es que otros referentes pasan a tener mayor prioridad y por eso, en esta nueva etapa de la realidad latinoamericana, el tema esencial es uno solo: la distribuci¨®n del ingreso.
?Qu¨¦ es lo que la gente empieza a querer cuando ya no es la pobreza la batalla principal y por todos lados se dice que el pa¨ªs tiene m¨¢s? Por ejemplo, la cohesi¨®n social, y por cierto, asociadas a ella, una alta movilidad social, igualdad de oportunidades, acceso a la educaci¨®n. Todos asuntos que dependen, b¨¢sicamente, de una distribuci¨®n del ingreso m¨¢s igualitaria. A la larga, el nivel de cohesi¨®n social tiene que ver, necesariamente, con una sociedad con m¨¢s igualdad, donde las diferencias entre los niveles de ingresos se han acortado.
Aqu¨ª es donde varios pa¨ªses de Am¨¦rica Latina tienen una tarea por cumplir. Los costos de la desigualdad son muy amplios y est¨¢n debidamente acreditados por las estad¨ªsticas. Pa¨ªses m¨¢s igualitarios del mundo desarrollado tienen menos homicidios por cada 10.000 habitantes que otros pa¨ªses m¨¢s desiguales; pa¨ªses m¨¢s igualitarios tienen un menor porcentaje de la poblaci¨®n en prisiones, exhiben un menor consumo de drogas y, en general, tienen mayores oportunidades de vida que los pa¨ªses m¨¢s desiguales.
La pregunta, entonces, es qu¨¦ tipo de distribuci¨®n de ingreso quieren tener pa¨ªses como Chile u otros, que aspiran a ser un pa¨ªs desarrollado en los pr¨®ximos 10 o 12 a?os. ?Queremos realmente convertirnos en una sociedad m¨¢s igualitaria? ?O simplemente el de la distribuci¨®n m¨¢s equilibrada del ingreso es un tema que no resulta relevante hoy, y que veremos m¨¢s adelante c¨®mo resolver?
Se est¨¢ abriendo una etapa de nuevos desaf¨ªos pol¨ªticos en Am¨¦rica Latina. Y en ella, ?d¨®nde deber¨ªamos poner nuestra mirada? En pa¨ªses -como Jap¨®n, Finlandia o B¨¦lgica- en los que el 20% de la poblaci¨®n perteneciente al quintil m¨¢s alto tiene un ingreso promedio de entre cuatro y cinco veces el promedio del quintil m¨¢s pobre. Una realidad muy diferente de la de Estados Unidos o Singapur, donde el quintil m¨¢s rico tiene un ingreso 8,5 o 9 veces mayor que el quintil de m¨¢s bajos ingresos. Y esto tiene efectos directos en d¨®nde se ubica un pa¨ªs cuando se miden sus ¨ªndices de salud y problemas sociales: si Noruega u Holanda muestran mejores ¨ªndices que Canad¨¢, Francia o Australia es porque esos indicadores coinciden con aquellos que dan cuenta de una mejor distribuci¨®n del ingreso. Sabemos perfectamente todo lo que nos falta por hacer. Una vez Fernando Henrique Cardoso dijo una frase elocuente al respecto: "no somos el continente m¨¢s pobre del mundo, pero somos el m¨¢s desigual".
Claro, algo m¨¢s hemos hecho en la perspectiva correcta. Ah¨ª est¨¢n los avances logrados en Brasil y M¨¦xico en disminuci¨®n de la pobreza. En Chile, entre 1990 y 2010, la pobreza se redujo desde un 40% a un 11% o 15% de la poblaci¨®n, seg¨²n el indicador que se use para medirla (el de Naciones Unidas o el del Gobierno). A pesar de que el 20% m¨¢s rico tiene un ingreso promedio 14 veces mayor que el ingreso promedio del 20% m¨¢s pobre, se logr¨® reducir la desigualdad a unas 7,8 veces, al impulsar una pol¨ªtica social enfocada en los grupos de ingresos m¨¢s bajos.
Pero las diferencias son a¨²n muy grandes y m¨¢s a¨²n cuando se cruzan con indicadores de calidad. Como hemos dicho en Chile, hay que pensar en un nuevo pacto fiscal, con una reforma tributaria profunda que permita mejorar la distribuci¨®n de ingresos despu¨¦s de impuestos, cosa que hoy d¨ªa no sucede. Antes y despu¨¦s del pago de impuestos la distribuci¨®n sigue en la misma desigualdad. Ese es, sin duda, el desaf¨ªo mayor no solo para Chile, sino tambi¨¦n para el resto de Am¨¦rica Latina.
Pero, por encima de todo, se trata de poner bien la br¨²jula. No solo es afirmar que crecimiento no es lo mismo que desarrollo, eso ya lo sabemos. Lo importante es definir que -si queremos sociedades sanas y cohesionadas- ese desarrollo debe ser con otra pol¨ªtica de distribuci¨®n, m¨¢s justa y, en definitiva, m¨¢s ¨¦tica. Y ello debe asumir las nuevas dimensiones de la democracia en tiempos de redes digitales (democracia 2.0), de una educaci¨®n donde convergen calidad y continuidad; de una reformulaci¨®n del trabajo y sus espacios; de los derechos y garant¨ªas para la salud: en suma, de una vida realmente mejor.
Los latinoamericanos ya debemos saber que, m¨¢s all¨¢ de los 20.000 d¨®lares per c¨¢pita, comienza un territorio de nuevas verdades pol¨ªticas y sociales, las cuales solo traer¨¢n satisfacciones si hacemos bien las cosas.
Ricardo Lagos fue presidente de Chile entre 2000 y 2006.
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