Desalmado capital
Parece como si sonara a nuevo: que los gobiernos no son ya depositarios de la soberan¨ªa nacional, sino meros ejecutores de ¨®rdenes que emanan de los centros del poder financiero; que los pol¨ªticos han sucumbido ante las exigencias del capital, llamado ahora los mercados; que es preciso despertar y mostrar la rabia y el enojo a plena luz del d¨ªa, en la calle; que hay que recuperar la autonom¨ªa de la acci¨®n pol¨ªtica frente a los mandatos de poderes econ¨®micos.
Parece nuevo, pero a quien se haya dado una vuelta por el siglo XIX toda esta literatura le tiene que sonar m¨¢s que familiar, pura rutina. Nadie expres¨® con m¨¢s fuerza la confusa relaci¨®n simbi¨®tica entre poder del Estado y poder del capital que Karl Marx cuando atribuy¨® a una "superstici¨®n pol¨ªtica" la ilusi¨®n de que "el Estado debe mantener ligada la vida burguesa, cuando en realidad es la vida burguesa la que mantiene ligada la cohesi¨®n del Estado". Una superstici¨®n pol¨ªtica, a eso se reduce creer que, ahora como en tiempos pasados, Estado y capital fueron o sean entes aut¨®nomos, cada uno con una esfera propia de actuaci¨®n.
Lo nuevo hoy, como hemos comprobado en nuestras propias carnes, no es que el Estado venga en ayuda del capital; lo nuevo es que el capital ya no se personifica en la burgues¨ªa que inspir¨® al Viejo Topo su memorable canto. Aquella burgues¨ªa, que tuvo su origen en el fr¨ªo c¨¢lculo racional de ra¨ªz calvinista, acab¨® por descubrir que era de su inter¨¦s elevar el nivel de consumo del proletariado, favorecer la extensi¨®n de las clases medias y sostener la capacidad fiscal del Estado para producir bienes p¨²blicos. Mal que bien, despu¨¦s de la cat¨¢strofe de las dos guerras mundiales, esa burgues¨ªa, con su cohorte de aliados, se entendi¨® con la clase obrera devenida socialdem¨®crata para mantener el llamado Estado de bienestar.
Pero esa burgues¨ªa ha desaparecido: en el desolador documento que es Inside Job no aparece ning¨²n burgu¨¦s, ning¨²n propietario de medios de producci¨®n. Todos, desde el profesor de Harvard hasta el secretario de Econom¨ªa de Obama, son profesionales de las finanzas; aparte del yate y de la mansi¨®n, ninguno es propietario m¨¢s que del arte de fabricar unos papeles que no son ya dinero, ni crean dinero, pero de los que ellos se valen para nadar en monta?as de dinero. Tipos m¨¢s bien miserables, sin m¨¢s pasi¨®n que la de colocar en el mercado sus productos-basura y... lamentar ante un comit¨¦ de congresistas haber dejado el rastro de sus fechor¨ªas en un e-mail.
?La diferencia con la burgues¨ªa? Entre otras, que cuando Ford fabricaba un coche, all¨ª estaba el coche, nuevecito, reluciente, listo para ser adquirido por el obrero que lo hab¨ªa fabricado y circular por grandes autopistas. Pero cuando estos fabricantes de humo lanzan alguno de sus imaginativos productos al mercado, no hay nada detr¨¢s excepto codicia y rapi?a; cuanto m¨¢s basura sea el producto, m¨¢s dinero apa?an, como demuestra el analista financiero de Inside Job cuando presume de la bonita suma de d¨®lares que se ha llevado al talego por plagiar un deleznable informe elaborado por un banco island¨¦s.
Aquella en otro tiempo clase dominante ten¨ªa, a pesar de la racionalidad de sus c¨¢lculos, un alma, una pasi¨®n, la de crear riqueza, abandonando a la mano invisible del mercado el cuidado de repartirla; cuando el mercado revent¨®, se avino a que el Estado asumiera la funci¨®n de gran redistribuidor. Por supuesto, segu¨ªa siendo una superstici¨®n pol¨ªtica creer que el Estado se hab¨ªa vuelto aut¨®nomo en su relaci¨®n con el capital; pero result¨® una superstici¨®n provechosa, tanto para la burgues¨ªa como para el Estado y para quienes se beneficiaron de su papel redistributivo.
La nueva clase financiera, sin embargo, es desalmada: no bien el Estado ha acudido a su rescate y ya vuelve a repartirse, sobre las ruinas provocadas por ella misma, los millones de d¨®lares como si aqu¨ª no hubiera pasado nada. Y si la vieja burgues¨ªa hubo de avenirse a un compromiso, es claro que a esta nueva clase el Estado no sabe o no puede protegerla de su propia codicia; no le queda m¨¢s opci¨®n que destruirla. Pero c¨®mo y qui¨¦n pondr¨¢ el cascabel a un gato capaz de arrastrar en su ca¨ªda a todo el sistema financiero es cosa que necesitar¨ªa de otro Viejo Topo para poner en claro. Y no es el menor de los ¨¦xitos de quienes circulan por las g¨¦lidas entra?as del desalmado mundo del capital financiero haber cegado todas las galer¨ªas que daban cobijo a las pobres cr¨ªas de los viejos topos. -
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