Revoluci¨®n virtual y represi¨®n real
El cerrojazo informativo del r¨¦gimen sirio hace que solo se conozca la versi¨®n de los disidentes en Internet
Las revueltas de T¨²nez y Egipto arrancaron gracias a Internet. Redes sociales como Facebook facilitaron la coordinaci¨®n de los manifestantes y, sobre todo, ayudaron a vencer el miedo: los j¨®venes descontentos se convencieron de que pod¨ªan formar una multitud si sal¨ªan a la calle al mismo tiempo. En Siria se ha ido m¨¢s all¨¢. Un n¨²cleo de activistas cibern¨¦ticos no solo fomenta y coordina, sino que sirve a la prensa internacional el men¨² informativo. Gracias a la cerraz¨®n del Gobierno de Damasco, solo sabemos lo que los activistas quieren que sepamos.
Se trata de un vuelco de gran trascendencia. Hasta la fecha, era el poder quien procuraba hacerse con el monopolio de la propaganda. Los Gobiernos dispon¨ªan de amplias ventajas para difundir su versi¨®n de los hechos, aunque raramente consegu¨ªan ser la ¨²nica voz audible. Los activistas sirios s¨ª lo han logrado. Son a la vez el actor y el cr¨ªtico.
El mundo ignora lo que no muestran las filmaciones difundidas en la Red
El flujo informativo es dirigido por decenas o centenares de opositores con un tel¨¦fono m¨®vil y un ordenador. Parte de ellos est¨¢n fuera de Siria. Los que residen en L¨ªbano prefieren no contactar personalmente con la prensa y alegan motivos de seguridad hasta cierto punto razonables: en el universo cibern¨¦tico nadie sabe qui¨¦n es qui¨¦n, y los servicios secretos sirios gozan de larga experiencia en materia de secuestros dentro del pa¨ªs vecino. Rami Najle, un ciberactivista de 28 a?os, se convirti¨® ayer en una peque?a celebridad en Beirut al aceptar aparecer en las p¨¢ginas de The New York Times. Su perfil encaja con lo que el mundo exterior desea del revolucionario sirio: es joven, liberal e idealista.
Se sabe que hay protestas en Siria, se sabe que la represi¨®n es dura, se sabe que hay muertos. Eso deber¨ªa quedar fuera de discusi¨®n porque lo admite el propio Gobierno. M¨¢s all¨¢, poca cosa. Ni siquiera Al Yazira, la televisi¨®n catar¨ª que mantiene una red de colaboradores clandestinos en el interior, logra componer un retrato fiable de lo que ocurre. Ante las enormes dudas, ?habr¨ªa que dejar de informar? Nadie ha optado por eso. Por tanto, resulta necesario consumir lo ¨²nico disponible, lo que proporcionan los activistas, empezando por las cifras de muertos. Ayer los correos electr¨®nicos hablaron de una gran redada nocturna lanzada por la polic¨ªa sobre participantes en las manifestaciones, de la detenci¨®n de cientos de ellos, de nuevas protestas y de, al menos, otros cuatro muertos.
No se podr¨ªa haber llegado a esta situaci¨®n at¨ªpica sin la colaboraci¨®n de Bachar el Asad y su r¨¦gimen. Por un lado, lo que dice el Gobierno sirio carece de credibilidad porque exhibe un largo historial de cinismo y de manipulaci¨®n y en esta crisis ya se ha contradicho varias veces. Por otro lado, el cierre de la frontera a los periodistas extranjeros y la censura sobre los periodistas locales impide verificar lo que afirman los activistas. E incluso cuando se puede comprobar comparando im¨¢genes o telefoneando al azar a residentes locales (si funcionan los tel¨¦fonos), el mundo ignora lo que no muestran las filmaciones difundidas por Internet. ?Cu¨¢ntos son realmente los manifestantes? ?Cu¨¢nta gente respalda a Bachar el Asad? ?Hay islamistas? ?Hay rebeldes armados?
Resulta extraordinario que esto ocurra en un pa¨ªs al que millones de extranjeros acuden como turistas, estudiantes o profesionales, y que, salvo a los periodistas, mantiene las fronteras abiertas. El Gobierno sirio, con cierta l¨®gica, quiere evitar el efecto medi¨¢tico registrado en las revueltas de T¨²nez o Egipto: la elevada presencia de c¨¢maras y reporteros internacionales en la plaza Tahrir atra¨ªa masas hacia all¨ª, facilitando el plan revolucionario. Sin embargo, los reporteros pod¨ªan viajar tambi¨¦n a otras zonas, preguntar por la calle, ver f¨ªsicamente si la polic¨ªa disparaba o no. Con el cerrojo, el r¨¦gimen sirio se ahorra un da?o pero se inflige otro.
Mientras Siria no abra fronteras a la prensa, se asistir¨¢ a una revoluci¨®n virtual narrada desde un solo lado. Y los periodistas permanecer¨¢n en un terreno ambiguo, incierto y frustrante.
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