Mahler vive
El de las ideolog¨ªas medio fanatizadas, la revoluci¨®n industrial, la incipiente luz el¨¦ctrica, los tranv¨ªas, la claque en el gallinero, los nubarrones nacionalistas que desquebrajaron imperios y dinast¨ªas como la austroh¨²ngara no fue el tiempo en que pod¨ªa entenderse en toda su dimensi¨®n a Gustav Mahler. La ¨¦poca en que Freud sentaba las bases del psicoan¨¢lisis en las tardes fr¨ªas de su div¨¢n mientras Stefan Zweig se beb¨ªa la vida en los caf¨¦s de Viena sin que se le pasara por la cabeza el suicidio y Klimt anunciaba la secesi¨®n, no eligi¨® como opci¨®n preferida de banda sonora sus sinfon¨ªas. M¨¢s bien se decant¨® por los t¨ªtulos que el m¨²sico programaba como director en la ?pera de Viena y que no eran creaciones suyas.
Era un misterio. "Hallar al verdadero Mahler es una batalla expedicionaria a trav¨¦s de sus contradicciones", cree Lebrecht
La forma sinf¨®nica acaba y empieza de nuevo en ¨¦l. Le dijo a Sibelius: "La sinfon¨ªa es como el mundo. Debe abarcarlo todo"
Se consideraba tres veces ap¨¢trida: "Como bohemio en Austria, como austriaco entre los alemanes y como jud¨ªo en todo el mundo", dec¨ªa
El tiempo de Mahler tiene m¨¢s que ver con el p¨¢nico al Apocalipsis clim¨¢tico y la esperanza en la ecolog¨ªa, con el desaf¨ªo natural a la ley de Dios por la grandeza de los hombres, la posmodernidad imbricada sutilmente en una sofisticaci¨®n m¨¢s alejada de la austeridad de lo moderno, con la flexibilidad del ciberespacio, la multiculturalidad ap¨¢trida -¨¦l lo fue tres veces-, la libertad y el terreno para ciertas pasiones desatadas, el fr¨ªo, la soledad, la intemperie del alma sin certezas, con necesidad de consuelos espirituales de fondo.
El tiempo de Mahler es m¨¢s este que el siglo anterior, donde fue admirado por los rupturistas y un p¨²blico fiel mayoritariamente compuesto por jud¨ªos, pero no se alcanz¨® con plenitud a adivinar su trascendencia, su profunda verdad. Hoy, cuando se van a cumplir 100 a?os de su muerte -el 18 de mayo de 1911 en Viena-, la m¨²sica de Mahler est¨¢ m¨¢s viva y vigente que nunca.
Hace poco desbanc¨® a Beethoven como el m¨²sico m¨¢s interpretado en los auditorios. No hay director serio dedicado al repertorio sinf¨®nico que no pase el examen de sus contraposiciones arm¨®nicas, de sus paseos por el cielo y el abismo, de su universo sonoro, sutil y lleno de matices. Todo eso y m¨¢s ha conducido al cr¨ªtico brit¨¢nico Norman Lebrecht a escribir un vibrante y brillante ensayo sobre el m¨²sico: ?Por qu¨¦ Mahler?
Pues porque turba a estadistas, gobernantes y poetas con su verdad alejada de los eufemismos, porque ha cambiado la vida de mucha gente, porque es ir¨®nico en su sensibilidad y su juego de sonoridades, porque describe el desorden del mundo, porque ha influido de manera absoluta y directa en todo el concepto contempor¨¢neo de espectacularidad y ha abierto caminos en el jazz, el rock y las bandas sonoras -del John Williams de La guerra de las galaxias a los juegos sinf¨®nicos de Pink Floyd y los brillantes experimentos de Uri Caine-, porque en su m¨²sica se puede leer a Freud -que lo trat¨® en vida-, a Nietzsche, a Schopenhauer, trazar paralelismos con las estelas de los narradores m¨¢s revolucionarios de su ¨¦poca y escrutar la teor¨ªa de la relatividad, porque es subversivo y esperanzador, corp¨®reo, epid¨¦rmico y trascendental en un mismo comp¨¢s...
"Mi tiempo llegar¨¢", sol¨ªa clamar cuando se sent¨ªa despreciado por cr¨ªticos y directores de orquesta. Su tiempo era el futuro. Fue visto y anunciado por los radicales, a los que apoy¨® sin dudarlo. Arnold Schoenberg, precursor de la rompedora Escuela de Viena, dec¨ªa que se aprend¨ªa m¨¢s de m¨²sica observando a Mahler vestirse que acudiendo a clase en cualquier conservatorio.
Elegante y magn¨¦tico, nervioso y entregado, Mahler no necesitaba mucho tiempo para engalanarse. Adornaba con discreci¨®n su metro sesenta de estatura, pero cuando entraba en un caf¨¦ a tomarse una cerveza por la noche -uno de sus placeres-, las cabezas se tornaban. Y en las tertulias sorprend¨ªa su tono de voz: bar¨ªtono cuando estaba relajado y tenor si se encontraba inquieto.
Llamaba la atenci¨®n y a la vez era un misterio. ?Era Mahler bueno?, se pregunta el autor en el libro. "Un santo", dijo Schoenberg. "Un genio y un demonio", le calificaba el director Bruno Walter. "Encontrar al verdadero Mahler es una batalla expedicionaria a trav¨¦s de sus contradicciones", cree Lebrecht.
?Estaba loco? Era una pregunta muy frecuente. A menudo se lo pod¨ªa encontrar uno hablando y gesticulando solo por la calle. Muchas veces se mostraba irascible y sus estados de ¨¢nimo oscilaban entre la euforia y la depresi¨®n. Freud lo lleg¨® a tratar en una sola sesi¨®n de cuatro horas y lo consider¨® "un hombre genial" de quien le fascinaba, dijo, "el misterioso edificio de su personalidad". Pero amaba la vida y cuando se sent¨ªa realmente hundido, encontraba esperanza en la mera melancol¨ªa. "La tristeza es mi ¨²nico consuelo", lleg¨® a escribir. Lo demostr¨® de manera expl¨ªcita y grandiosa en su Segunda y Tercera sinfon¨ªas, en el Adagietto de la Quinta y sobre todo en la Novena y la inacabada D¨¦cima, escritas con anotaciones de desesperaci¨®n vital y amorosa al margen por una profunda crisis en su relaci¨®n con su esposa, Alma. Aun as¨ª, pese a su intensidad y junto a las dem¨¢s, Toscanini las consideraba tediosas.
En todas ellas est¨¢ Mahler, como en sus cantatas, su m¨²sica de c¨¢mara o sus ciclos de canciones, desde las de los ni?os muertos a la de la Tierra. Ese ser desarraigado, el n¨®mada interior y quien desde ni?o tuvo que enfrentarse tantas veces a la muerte y a su indiferencia, se consideraba tres veces ap¨¢trida: "Como bohemio en Austria, como austriaco entre los alemanes y como jud¨ªo en todo el mundo", dec¨ªa. "Anticipa los principios de la multiculturalidad. Observa su entorno como un jud¨ªo en los m¨¢rgenes de un imperio cat¨®lico en decadencia y anticipa su desintegraci¨®n", comenta Lebrecht.
Naci¨® el 7 de julio de 1860 en Kalischt, aunque ese mismo a?o sus padres se trasladan a Iglau, hoy Jihlava, perteneciente a Bohemia. Hijo de unos taberneros, pas¨® la infancia traumatizado por la muerte de muchos de sus hermanos. Es un tema presente en su Primera sinfon¨ªa, 'Tit¨¢n', en la que incorpora una marcha f¨²nebre ir¨®nica por medio de la que trata de expresar lo que siente al ver salir hacia el cementerio los cad¨¢veres de los ni?os ante la indiferencia de los borrachos.
Pero su h¨¢bitat vital m¨¢s intenso ser¨¢ Viena. All¨ª se convirti¨® en una celebridad. All¨ª estudi¨® y sufri¨® el desprecio por su condici¨®n de jud¨ªo -se sinti¨® sucio y asqueado de s¨ª mismo al verse obligado a convertirse al catolicismo para prosperar en su carrera- y la admiraci¨®n del p¨²blico por su obsesi¨®n perfeccionista como director de orquesta, una manera de trabajar que marc¨® ¨¦poca por el rigor y la entrega sin tapujos al arte.
En la Viena de la d¨¦cada de los setenta, adopt¨® como padrino a Anton Bruckner, a quien pasaba por alto sus comentarios antisemitas por el gusto de disfrutarle como mentor. En aquellos tiempos, la actitud contra los jud¨ªos era tan natural como inconscientemente poco amenazante. As¨ª que Mahler lleg¨® a idolatrar a Wagner al tiempo que se hac¨ªa vegetariano. Se obsesiona con el ejercicio f¨ªsico y en el poco tiempo libre que le resta se dedica a componer encerrado en una caba?a junto a un lago o en sus casas de campo, a menudo acompa?ado de las mujeres que m¨¢s am¨®: primero la violinista Natalie Bauer-Lechner y despu¨¦s Alma Maria Schindler, con quien se cas¨® en 1902 y mantuvo una relaci¨®n que ha inspirado novelas, pel¨ªculas y tratados amorosos.
Entre la pasi¨®n desatada -"cuando te acercas a ¨¦l, te quemas", confesaba Alma en sus diarios-, la traici¨®n -le enga?¨® con el arquitecto y dise?ador prusiano Walter Gropius, entre otros, con quien acabar¨ªa cas¨¢ndose-, la muerte de una hija y los problemas de salud, Gustav y Alma han pasado a la historia como dos protagonistas amantes a quien su experiencia nutri¨® y devast¨® a partes iguales. Tanto que cambi¨® la historia de la m¨²sica. Ella fue musa e inspiraci¨®n para crear una D¨¦cima sinfon¨ªa que se construye sobre una disonancia de nueve notas, no regida por ninguna ley arm¨®nica anterior. Schoenberg y Alban Berg lo incorporan a su ideario de catarsis como una religi¨®n.
Su huella como director de orquesta es fundamental. Crea escuela all¨¢ donde va: en Leipzig -como segundo de Arthur Nikisch-, en Hamburgo, en Budapest y en Nueva York, donde dirigi¨® en el Metropolitan, adonde lleg¨® como un profeta -eso s¨ª, muy bien pagado, "cinco veces m¨¢s que en Viena", especifica Lebrecht- y acab¨® realmente enfermo por los disgustos que mermaban su libertad creativa. Pero sobre todo, su carrera como director despunta en la capital del imperio. No as¨ª cuando dirige sus propias obras, que son contestadas, controvertidas, despreciadas aunque aclamadas por minor¨ªas que luego ser¨¢n crecientes. "Mahler, en esa doble vertiente, define el papel del director como un recompositor. Por eso es posible entender la enorme diferencia que existe entre las versiones de Abbado o Dudamel, por ejemplo", dice Lebrecht. Tanta tambi¨¦n que un Adagietto de la Quinta puede durar entre 7 y 14 minutos, dependiendo de quien coja la batuta.
Son los directores, una vez muerto, quienes le encumbran a su dimensi¨®n crucial en la historia de todas las artes. Le cuesta ser reconocido y lo lograr¨¢ en vida, pero no con la trascendencia que lo es hoy. Su legado crece a partir de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo gracias a Bruno Walter, Leonard Bernstein, Bernard Haitink y despu¨¦s Claudio Abbado, Pierre Boulez, Simon Rattle o Ricardo Chailly, entre otros. Hoy, la prueba Mahler es el certificado por el cual debe pasar cualquier gran orquesta o director. El examen final, un digno term¨®metro de la m¨¢s pura sensibilidad del p¨²blico contempor¨¢neo.
La forma sinf¨®nica acaba y empieza de nuevo en ¨¦l. "Muere como forma cl¨¢sica en los inicios de su Primera sinfon¨ªa. Era un outsider y un subversivo. A los 27 a?os ya plantea que pueden tener m¨¢s de cuatro movimientos y comenzar sin un tema definido. Le dijo a Sibelius: "La sinfon¨ªa es como el mundo. Debe abarcarlo todo", cuenta el cr¨ªtico brit¨¢nico. Justo como trataban de hacer en ese mismo tiempo Marcel Proust, Thomas Mann, Tolst¨®i o Joyce con la novela.
Como todos ellos, fue dif¨ªcil entenderlo en su tiempo y este, en vida, fue relativamente corto. Apenas cumpli¨® 51 a?os. Su enfermedad coronaria, una endocarditis irreversible, se manifest¨® en Estados Unidos. La misma Alma culp¨® a las tensiones que sufri¨® en la Filarm¨®nica de Nueva York. "En Viena era todo poderoso, all¨ª ten¨ªa a 10 se?oras dici¨¦ndole lo que ten¨ªa que hacer".
El mal era intratable. Quiso morir en Viena. Alma permaneci¨® a su lado, lo mismo que por los jardines del sanatorio le aguardaban Alban Berg, Schoenberg -"?qu¨¦ ser¨¢ de ¨¦l si yo me muero? No tendr¨¢ a nadie", le confes¨® preocupado a su esposa en los ¨²ltimos d¨ªas-, tambi¨¦n Gustav Klimt, Arthur Schnitzler...
Inmerso en su agon¨ªa, Alma le escuch¨® decir: "Mozart". Hab¨ªa dejado instrucciones de que en su l¨¢pida del cementerio de Grinzing solo se leyera: Mahler. "El que venga a verme sabr¨¢ quien fui. El resto no necesita enterarse".
?Por qu¨¦ Mahler? C¨®mo un hombre y diez sinfon¨ªas cambiaron el mundo. Norman Lebrecht. Traducci¨®n de Barbara Ellen Zitman Ross. Alianza M¨²sica. Madrid, 2011. 400 p¨¢ginas. 24 euros. Festival Internacional de Mahler en Leipzig (Alemania). Del 17 al 29 de mayo. Grandes orquestas del mundo interpretar¨¢n todas las sinfon¨ªas del m¨²sico.
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