Un fil¨®n inagotable
La discograf¨ªa mahleriana ha adquirido proporciones gigantescas. No cesan de aparecer nuevos registros, se reeditan constantemente las interpretaciones hist¨®ricas y siguen probando fortuna nuevas lecturas de su ciclo sinf¨®nico. Mucho han cambiado las cosas, ciertamente, desde los albores de la industria fonogr¨¢fica, en los que el propio Mahler grababa arreglos para piano solo de algunas de sus Canciones y tonadas de juventud (1905) o desde los hist¨®ricos registros de Bruno Walter, Wilhelm Furtw?ngler y Willem Mengelberg en los a?os treinta, y, tambi¨¦n, aquellos felices sesenta en los que Leonard Bernstein, uno de los grandes ap¨®stoles mahlerianos, asombraba a los mel¨®manos de todo el planeta con su primer ciclo sinf¨®nico: actualmente se contabilizan m¨¢s de dos mil grabaciones de sus obras, cifra espectacular teniendo en cuenta que su legado se concentra, pr¨¢cticamente, en nueve sinfon¨ªas, el adagio y las diferentes reconstrucciones de la D¨¦cima sinfon¨ªa, La canci¨®n de la tierra y sus seis ciclos de canciones.
Bernstein es una buena elecci¨®n como introducci¨®n al universo del compositor bohemio; en su doble condici¨®n de compositor y director, como el propio Mahler, el famoso m¨²sico estadounidense traduce sus sinfon¨ªas con una energ¨ªa, un sentido del detalle y un poder de comunicaci¨®n fuera de serie. Sus filmaciones con las filarm¨®nicas de Viena e Israel editadas en DVD son un testimonio apasionante, ¨²nico, al igual que en la actualidad, desde planteamientos interpretativos casi opuestos, nadie puede competir con el ciclo sinf¨®nico de un transfigurado Claudio Abbado al frente de la soberbia Orquesta del Festival de Lucerna, un espect¨¢culo audiovisual sin parang¨®n en calidad t¨¦cnica y perfecci¨®n orquestal.
Hay que conocer los cl¨¢sicos de la discograf¨ªa mahleriana, las lecciones impartidas por Bruno Walter y Bernstein con la Filarm¨®nica de Nueva York; Otto Klemperer y John Barbirolli, con la Philharmonia Orchestra; Jascha Horenstein y la Sinf¨®nica de Londres; Rafael Kubelik y la Radiodifusi¨®n de Baviera; Kurt Sanderling y la Sinf¨®nica de Berl¨ªn; Klaus Tennsted y la Filarm¨®nica de Londres; Bernard Haitink con la Orquesta del Concertgebouw y la Filarm¨®nica de Berl¨ªn, y en los tres ¨²ltimos a?os, Maris Jansons, tambi¨¦n con la Concertgebouw, y Pierre Boulez, con la Filarm¨®nica de Viena y la Orquesta de Cleveland. Hay siempre margen para las sorpresas, como sucede con la reciente toma sonora de Michael Tilson Thomas y la Sinf¨®nica de San Francisco, o los reveladores detalles de Jonathan Nott al frente de una ascendente Sinf¨®nica de Bamberg.
Hay versiones emocionantes, ¨²nicas, como las lecturas de madurez de la Novena firmadas por Bernstein, con la Filarm¨®nica de Berl¨ªn, y Carlo Maria Giulini, con la Sinf¨®nica de Chicago; las versiones de la Cuarta a cargo de George Szell y Fritz Reiner, con las orquestas de Cleveland y Chicago, respectivamente. La oferta tambi¨¦n es abundante en una obra tan emblem¨¢tica como La canci¨®n de la tierra; aqu¨ª conviene empezar por los cl¨¢sicos, es decir, Walter y la Filarm¨®nica de Viena, con las voces de Kathleen Ferrier y Julius Patzak; Klemperer y la Philharmonia, con Christa Ludwig y Fritz Wunderlich; Reiner y la Sinf¨®nica de Chicago, con Mauren Forrester y Richard Lewis.
En la abundante discograf¨ªa de sus ciclos de canciones hay versiones insustituibles, como las Canciones del camarada errante (Lieder eines fahrenden Gesellen) a cargo de Dietrich Fischer-Dieskau y Furtw?ngler; las Canciones a la muerte de los ni?os (Kindertotenlieder) de Kathleen Ferrier, con Walter y Klemperer; los ciclos grabados por Janet Baker con Barbirolli; los R¨¹ckert-Lieder de Ludwig y Herbert von Karajan; las canciones de El muchacho de la trompa m¨¢gica (Des Knaben Wunderhorn), con Elisabeth Schwarzkopf y Fischer-Dieskau, dirigidos por George Szell: de hecho, todo el Mahler llevado al disco por Fischer-Dieskau es recomendable, desde su juventud a los notables discos que grab¨® junto a Daniel Barenboim como pianista y director. Otra baza segura es Thomas Hampson, bien con Bernstein o con el acompa?amiento al piano de Geoffrey Parsons. Tambi¨¦n hay estupendos registros modernos de Des Knaben Wunderhorn, a cargo de Thomas Quasthoff y Anne Sofie von Otter, y Magdalena Kozen¨¢ y Christian Gerhaher, bajo la direcci¨®n, respectivamente, de Abbado y Boulez. Lo dicho, un fil¨®n que no cesa.
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