Habitaciones con ventanas
No hacen falta demasiadas cosas en la vida pero s¨ª una habitaci¨®n con una ventana; una habitaci¨®n que sea de uno y con una puerta a la que en caso necesario se le pueda a?adir un pestillo o echar la llave, como dice Virginia Woolf; una habitaci¨®n con una ventana por la que entre algo de luz natural y desde la cual se pueda observar un fragmento de vida y un ingreso decente que le conceda a uno el sosiego necesario para sus indolencias o para sus tareas sin beneficio asegurado. En 1928, Virginia Woolf calculaba que una mujer, para dedicarse libremente a escribir, necesitaba 500 libras al a?o aparte de una habitaci¨®n con un pestillo. Un d¨ªa de octubre de ese a?o, el 26 exactamente, Virginia Woolf estaba escribiendo su ensayo sobre las mujeres y la literatura y al asomarse a la ventana de su habitaci¨®n vio una calle de Londres populosa de gente y de tr¨¢fico. Al cabo de un momento el tr¨¢fico se apacigu¨® y casi se hizo el silencio, y entonces Woolf vio a un hombre y una mujer j¨®venes que se encontraban en una esquina y caminaban juntos hasta tomar un taxi. La imagen inexplicablemente la llen¨® de felicidad; le despert¨® uno de esos estados de ¨ªntimo entusiasmo que hacen posible la literatura y que son instigados por ella, y en los que, dice ella, tenemos la ocasi¨®n de ver la realidad tal como es, sin ning¨²n velo de distracci¨®n que la oculte.
Vuelvo a Una habitaci¨®n propia porque he ido al Metropolitan a ver una de esas exposiciones de las que uno se marcha a rega?adientes, porque tiene algo m¨¢s que hacer, porque los vigilantes avisan de que el museo cerrar¨¢ dentro de quince minutos. Se titula Rooms with a View: tres salas no demasiado grandes con pinturas, grabados y dibujos de habitaciones con ventanas abiertas de la primera mitad del siglo XIX. Habitaciones austeras y deshabitadas, sin m¨¢s presencia que la luz que entra por las ventanas; habitaciones en las que alguien se atarea haciendo algo tan ensimismadamente que no mira al exterior; habitaciones en las que un hombre o una mujer de espaldas se asoman a la ventana abierta y al paisaje que hay m¨¢s all¨¢.
Que existan cuadros de habitaciones con ventanas abiertas a nosotros nos parece lo m¨¢s normal del mundo, pero el tema solo aparece en la pintura a principios del XIX. En los cuadros de Vermeer hay ventanas de cristales emplomados por las que casi siempre entra una claridad de ma?ana o tarde con nubes, pero a esas ventanas casi nunca se asoma nadie, y nunca llegamos a saber lo que se ve por ellas. Los personajes de Vermeer permanecen recluidos en sus espacios interiores, en las cartas que leen o en la leche que vierten en un cuenco, en las conversaciones con viajeros que han llegado de lejos.
La ventana abierta a lo que aparece m¨¢s all¨¢ solo existe desde el Romanticismo, sobre todo el romanticismo n¨®rdico, el de Alemania y Escandinavia, el de las habitaciones despojadas pero tambi¨¦n acogedoras, el de la vida retirada que se abre so?adoramente a un paisaje que la soledad o la luz vuelven de alg¨²n modo remoto, tocado por la ansiedad de ver lo que est¨¢ mucho m¨¢s lejos, de experimentar una luz meridional que sea mucho m¨¢s fuerte. Hay que tener una habitaci¨®n con una ventana para disfrutar del aislamiento sin el cual casi ning¨²n trabajo bien hecho es posible y para despejar la conciencia y tambi¨¦n la mirada despu¨¦s de una concentraci¨®n excesiva. Sin la posibilidad de echar la llave y sin la garant¨ªa de unos ingresos regulares la habitaci¨®n ser¨ªa in¨²til, insiste Virginia Woolf con descaro magn¨ªfico. Las habitaciones de Friedrich, de Kersting, de Adolf Menzel, del asombroso Wilhelm Bendz, de Johan Christian Dahl, tienen algo de la refinada pobreza de una celda de monasterio trapense o zen, pero son interiores burgueses que presuponen un confort bien costeado, una seguridad econ¨®mica que mantiene a raya el desorden del mundo exterior. Nunca las mujeres tuvieron el derecho a una habitaci¨®n as¨ª, recuerda Woolf: en sus casas de clase media sin muchos recursos, a Jane Austen o las hermanas Bront? no les quedaba m¨¢s remedio que escribir en medio del barullo de la vida dom¨¦stica. Cuando llegaba una visita inesperada, Jane Austen escond¨ªa debajo de la labor de bordado las hojas en las que hab¨ªa estado escribiendo. Sabine Rewald, comisaria de la exposici¨®n en el Metropolitan, anota el hecho llamativo de que esa pintura de habitaciones apacibles tuvo su gran momento en Alemania y Dinamarca precisamente en una ¨¦poca de grandes desastres, en los a?os peores de las guerras napole¨®nicas, de las invasiones y las epidemias, de la ruina econ¨®mica. Como tantas veces, el arte parece que retrata con cuidado escrupuloso una realidad y est¨¢ representando un sue?o. La serena luz b¨¢ltica de esas habitaciones junto a las cuales borda o dibuja una mujer o escribe una carta un hombre o comienza un boceto un pintor alumbra mundos protegidos en los que no cabe la intemperie ni la desgracia. Las ventanas son grandes, con hojas de cristal que muy poco tiempo antes habr¨ªan sido car¨ªsimas o imposibles de fabricar. El sosiego pastoral se sostiene sobre las innovaciones tecnol¨®gicas de la revoluci¨®n industrial y los beneficios del comercio: en un cuadro de Friedrich una mujer asomada a una ventana ve pasar un velero que traer¨¢ al puerto bienes de lugares lejanos, quiz¨¢s de las colonias, como el tabaco que llenar¨¢ esas pipas de porcelana que a veces se ven apoyadas en los alf¨¦izares. Desde estos climas sombr¨ªos los pintores viajan al sur y en las ventanas se ven los cipreses y las c¨²pulas y las ruinas de Roma, la silueta del Vesubio, la belleza cegadora de la bah¨ªa de N¨¢poles.
Pero esos espacios interiores son tambi¨¦n los de las novelas. Las pinturas de habitaciones con ventanas se hacen populares en Europa al mismo tiempo que el desarrollo industrial de la imprenta y el progreso en la alfabetizaci¨®n de las nuevas clases medias convierten a la novela en la forma m¨¢s popular de literatura. No solo para escribir novelas hacen falta una habitaci¨®n propia y las quinientas libras anuales que calculaba Virginia Woolf: tambi¨¦n para leerlas, para sumergirse solitariamente en ellas, para convertirlas en equivalentes de esa ventana gracias a la cual se ve un m¨¢s all¨¢ de la propia vida que de otro modo no ser¨ªa accesible. Leer en calma, sin distracciones, junto a la luz de la ventana. Apartar los ojos del libro para asomarse a ella, para observar a alguien que pasa, para intuir la novela de la intimidad de los vecinos o de los desconocidos. Para escribir a lo largo de muchos a?os el torrente de palabras de su poes¨ªa y de sus cartas Emily Dickinson necesit¨® poco m¨¢s que una habitaci¨®n con una ventana que daba a un cementerio de pueblo. Cuando ya era tan viejo que no pod¨ªa salir a la calle Andr¨¦ Kert¨¦sz sigui¨® haciendo fotos del paisaje escaso que ve¨ªa desde la ventana de su apartamento en Nueva York. Quien tiene un cuarto con una ventana ha encontrado su sitio en el mundo.
Rooms with a View: The Open Window in the 19th Century. Metropolitan Museum. Nueva York. Hasta el 4 de julio. www.metmuseum.org antoniomu?ozmolina.es
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