Los Windsor se casan con la clase media
D¨ªa redondo para la monarqu¨ªa brit¨¢nica: hasta el tiempo sonri¨® en la boda del pr¨ªncipe Guillermo y Kate Middleton, a partir de ahora duques de Cambridge
La reina Isabel II entr¨® en la abad¨ªa de Westminster con un desafiante traje amarillo y una pocas veces vista sonrisa de oreja a oreja que solo pod¨ªan ser augurio de que todo iba bien. De que todo iba a ir bien. Y as¨ª fue. Solo la Oficina Meteorol¨®gica se equivoc¨®, para bendici¨®n de los novios, y no cay¨® ni una gota de agua el d¨ªa en que los estirados Windsor se casaron con la clase media. O, para ser m¨¢s exactos, con el sector m¨¢s pudiente de la clase media brit¨¢nica. El d¨ªa en que el pr¨ªncipe Guillermo y su novia de siempre, Kate Middleton, se convirtieron en el duque y la duquesa de Cambridge, fue un d¨ªa redondo para la monarqu¨ªa brit¨¢nica.
No llovi¨®, pero el tiempo fue fresco y las nubes le ganaron la batalla al sol mientras cientos de miles de fieles o simplemente curiosos -un mill¨®n de personas, seg¨²n los medios brit¨¢nicos- se acercaban a Westminster y alrededores para seguir la ceremonia en pantallas gigantes de televisi¨®n. O a esperar pacientemente a la cabalgata nupcial sin m¨¢s ayuda que el sonido de la ceremonia difundido por altavoces a lo largo del recorrido nupcial.
1.900 invitados siguieron la ceremonia desde el interior del templo
La relaci¨®n entre los esposos transpira pragmatismo
2.200 millones de telespectadores siguieron la boda en todo el mundo
M¨¢s de medio mill¨®n en Londres presenciaron el cortejo nupcial
No todos ellos lo sab¨ªan, pero, igual que los 1.900 invitados acomodados en el interior de la abad¨ªa, estaban actuando de comparsas en la pel¨ªcula m¨¢s delicada filmada por la monarqu¨ªa brit¨¢nica desde la muerte de Diana en 1997. Y el cine y la televisi¨®n brit¨¢nicos son inigualables cuando pueden aprovechar decorados naturales y grandiosos al mismo tiempo como el que las c¨¢maras ten¨ªan ayer a su disposici¨®n. Los interiores majestuosos de la abad¨ªa de Westminster, el colorido de los vestidos de las damas y los uniformes galantes de buena parte de los caballeros. Los exteriores de una de las capitales m¨¢s fotog¨¦nicas del mundo.
Y, como colof¨®n, justo antes de la mitoman¨ªa de la familia real en el balc¨®n del palacio de Buckingham y el beso nupcial, el incre¨ªble espect¨¢culo de ver un cord¨®n de oficiales de Scotland Yard conduciendo con calma a decenas de miles de personas que est¨¢n compitiendo entre ellas para ver qui¨¦n conseguir¨¢ las mejores vistas de ese instante frente a palacio. Puede parecer una nimiedad, pero esa imagen define muchas de las cualidades de los brit¨¢nicos: desde la capacidad de sus autoridades para manejar los acontecimientos de masas -otra cosa es su incapacidad para controlar manifestantes violentos...- al civismo de sus ciudadanos para respetar las colas y casi correr sin atropellarse. Otra cosa es que luego no sean capaces de beber unas pintas sin ponerse violentos.
Son solo s¨ªmbolos, pero los s¨ªmbolos mueven monta?as en este pa¨ªs. Por eso, que a Guillermo se le quebrara la voz al decir "s¨ª, quiero", o sus problemas a la hora de ponerle el anillo a la novia o su incontrolable rubor al darle el primer beso en el balc¨®n del palacio de Buckingham, no hicieron m¨¢s que a?adir humanidad a una familia famosa por su frialdad. Y ese era, probablemente, el m¨¢s importante de los objetivos de ayer.
Las comparaciones son odiosas, pero pueden ser a veces muy reveladoras. El primer beso de Guillermo y Catalina dur¨® un instante y el segundo, instante y medio. Pero la sonrisa c¨®mplice de los novios contrasta brutalmente con la entrega ciega y sin reservas de Diana y la frialdad distante de Carlos en ese mismo instante hace ahora casi 30 a?os. Otro s¨ªmbolo que los Windsor pueden paladear como un triunfo en un d¨ªa que estaba lleno de peligros.
Si la historia de Diana y Carlos arranc¨® como un cuento de hadas y acab¨® en pesadilla con final tr¨¢gico, la relaci¨®n entre Guillermo y Kate transpira pragmatismo. No en el sentido utilitario de la palabra, sino en el sentido igualitario. Basta ver la imagen de la v¨ªspera de Kate acompa?ada de su madre y de su hermana a las puertas del hotel Goring, donde pas¨® su ¨²ltima noche de soltera, para ver la diferencia entre Kate y Diana. Es la imagen de tres mujeres muy seguras de s¨ª mismas, que saben lo que quieren y adonde van.
Tambi¨¦n la monarqu¨ªa brit¨¢nica sabe a d¨®nde quiere ir. Primero, lo m¨¢s importante: quiere seguir viva. Que todo cambie para que nada cambie. Para seguir viva, ha de tener una imagen menos soberbia, menos distante. La reina Isabel ya no puede dar ese cambio. Pero no le hace falta: solo meti¨® la pata una vez, tras la muerte de Diana, y supo retirarla a tiempo.
Carlos est¨¢ lleno de defectos, pero al menos parece haberse dado cuenta de que los tiene. Su relaci¨®n con Camila, pecado original de muchas de sus desgracias, puede acabar benefici¨¢ndole. Muchos quisieran verle perder su turno como rey, pero eso es una quimera.
De Guillermo se sabe poco. Se sabe que ha heredado la timidez de su madre, pero tambi¨¦n parece haber aprendido de sus errores y no se ha casado con una persona de la que ignoraba todo, como Diana ignoraba qui¨¦n era Carlos. La sonrisa de mujer segura y satisfecha que ayer destilaba Kate fue para ¨¦l el mejor regalo de bodas. Para ¨¦l, y para la reina Isabel y los mon¨¢rquicos brit¨¢nicos.
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