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Reportaje:LAS REVOLUCIONES ?RABES

La plaza de la Liberaci¨®n

Todo parec¨ªa atado y bien atado hasta que llegaron las revoluciones ¨¢rabes. El ciberespacio fue un instrumento decisivo, pero ?c¨®mo pasar del mundo virtual al real?

Como escribe con gracia un escritor y bloguero saud¨ª, el vendaval de libertad que con mayor o menor fuerza sacude los pa¨ªses ¨¢rabes, derriba uno tras otro a sus dictadores y arruina sus esperanzas de perpetuarse en el poder en forma de dinast¨ªas republicanas ha desconcertado a los Gobiernos de la Uni¨®n Europea hasta tal extremo que, seg¨²n ¨¦l, suplican a aquellos que sus revueltas guarden su turno y se sucedan con orden en vez del presente barullo que les trae de cabeza y no les da tiempo de reflexionar.

Pues, junto a la libertad de opini¨®n y la recuperaci¨®n de las palabras abolidas, la revoluci¨®n provocada por el hartazgo de los pueblos de tanto desprecio, corrupci¨®n y endiosamiento de sus l¨ªderes ha originado asimismo gracias a Internet, Facebook, Twitter y Al Yazira una explosi¨®n de humor que se extiende del Golfo al Atl¨¢ntico. Como los blogueros magreb¨ªes, los egipcios difunden montajes de los ¨ªdolos ca¨ªdos o que llevan camino de serlo en una serie de cuadros esc¨¦nicos de alegre causticidad: el anciano monarca de Arabia Saud¨ª con cuatro beb¨¦s cabezotas, Ben Al¨ª sentado en sus rodillas, Mubarak arrimado a su vera, un Gadafi revoltoso jugando con un plumero, un Buteflika envejecido y enfermo; los geront¨®cratas de T¨²nez, Egipto y Libia pidiendo limosna; Gadafi dando el pecho a un grotesco Saif el Islam o vestido de bailarina para presentar su ¨¢lbum de bunga bunga.

Junto a la recuperaci¨®n de libertades abolidas, del Golfo al Atl¨¢ntico ha explotado el humor sobre los viejos l¨ªderes
Las inmensas fotos de los s¨¢trapas en T¨²nez o en la gran plaza cairota parecen indemnes al paso de los a?os
Un chico humilde se?ala el billete que sobresale de mi bolsillo. No quiere que alguien lo robe y me lleve mala impresi¨®n
Me muestran el lugar en que se dise?¨® la revuelta, con ordenadores en comunicaci¨®n constante con las redes sociales
Los ataques de los salafistas a templos y ermitas suf¨ªes constituyen un serio motivo de inquietud
Ni Egipto, ni ning¨²n pa¨ªs ¨¢rabe podr¨¢ avanzar hacia la democracia sin igualdad plena de los dos sexos

Los filmes montados por Al Yazira sobre el ascenso, esplendor y ca¨ªda de los dictadores sorprenden al espectador no tanto por el envanecimiento sin l¨ªmites de los personajes y clanes que los protagonizan como por su magnificencia caricaturesca: trajes oscuros de recargada elegancia, vistosas corbatas de seda, bandas de un rojo chill¨®n cruzadas sobre el pecho, peluqu¨ªn engominado, sonrisa perenne, un rostro petrificado al hilo del tiempo. Las promesas iniciales de apertura democr¨¢tica, elecciones limpias y libertad de prensa se truecan pronto en culto al jefe, corrupci¨®n omn¨ªvora en provecho del clan, Estado policiaco dise?ado para acallar cualquier expresi¨®n de disentimiento. Las inmensas fotos de los s¨¢trapas en la avenida Burguiba de T¨²nez o en la gran plaza cairota parecen indemnes al paso de los a?os: son las de un bufonesco Dorian Gray.

La obsequiosidad y sonrisa beat¨ªfica de quienes les rodean se reflejan asimismo en las ovaciones y salvas de aplausos captadas en los telediarios. Quienes en estrecha y re?ida competencia palmotean con fuerza y convicci¨®n parecen hacerlo para las c¨¢maras de vigilancia que registran la intensidad y duraci¨®n de su estrepitoso fervor, con el secreto temor a que quienes manifiesten menos entusiasmo sean delatados por ellas y se conviertan en sospechosos de tibieza, cuando no de desafecci¨®n. Los servidores del r¨¦gimen aguardan con ansia el instante en que el jefe consagrar¨¢ al joven Gamal o a la expeluquera Trabelsi herederos de la nueva dinast¨ªa de impecables credenciales democr¨¢ticas...

Todo parece atado y bien atado, pero las malditas revueltas populares del 17 de diciembre y del 25 de enero desvanecen cruelmente el sue?o de una gloria perpetua.

?Los aplaudi¨®metros no han servido de nada!

* * *

Recuerdo la reflexi¨®n del novelista Alaa al Aswany publicada en estas p¨¢ginas en plena revuelta egipcia:

"Un r¨¦gimen tir¨¢nico puede privar al pueblo de libertad y, a cambio de ello, ofrecerle una vida aceptable. Un r¨¦gimen democr¨¢tico puede ser incapaz de acabar con la pobreza, pero la gente disfruta de libertad y dignidad. El r¨¦gimen egipcio ha quitado todo a sus ciudadanos, incluidas la libertad y dignidad, y no ha cubierto sus necesidades b¨¢sicas".

Dichas palabras explican la tensi¨®n extrema que se hab¨ªa fraguado en el interior de los manifestantes congregados en la plaza de la Liberaci¨®n (Tahrir) hasta su estallido del pasado 25 de enero durante los 18 d¨ªas que precedieron a la ca¨ªda de Mubarak, y cuya capacidad de presi¨®n sobre el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que asume hoy el poder de hecho no ha disminuido un ¨¢pice. La huida apresurada del dictador el 11 de febrero dejaba tambi¨¦n inc¨®lume la estructura jer¨¢rquica del Partido Nacional Democr¨¢tico en el que se apoyaba y sus temibles servicios secretos. El Gobierno provisional de Ahmed Shafik, cuya desde?osa entrevista televisiva con el autor de El edificio Yacobian le desacredit¨® definitivamente como posible piloto de la transici¨®n democr¨¢tica que exig¨ªan los manifestantes de la plaza, cay¨® al d¨ªa siguiente en el muladar de la historia. El nuevo primer ministro Essam Sharaf acudi¨® entonces al encuentro de la multitud de ciudadanos reunidos en el epicentro del se¨ªsmo revolucionario para afirmar que su verdadera legitimidad proced¨ªa de ellos y que no traicionar¨ªa sus demandas de libertad, democracia y justicia social.

Algo nunca visto desde las grandes revueltas cairotas de 1919, 1952 y 1977: los manifestantes que se congregaban en la plaza de la Liberaci¨®n proced¨ªan lo mismo de los barrios pobres de la capital -Imbada, Shobra, Bulak, api?ados en viviendas m¨ªseras, a menudo sin alcantarillado, agua ni electricidad- que de las zonas acomodadas de Zamalek, Dokki o Heli¨®polis, cuya juventud de diplomados en paro tampoco soportaba el r¨¦gimen que se eternizaba en el poder y que gracias a Internet, Facebook, Twitter y los tel¨¦fonos m¨®viles informaban al mundo de cuanto ocurr¨ªa y galvanizaban el descontento del conjunto de la sociedad.

Durante los 18 d¨ªas que precedieron al derrocamiento de Mubarak, mientras escuchaba a trav¨¦s de Al Yazira las declaraciones de los j¨®venes de la Coalici¨®n del 25 de Enero o del Movimiento Todos Somos Jalid Sayid -el muchacho de Alejandr¨ªa que grab¨® el v¨ªdeo del soborno a unos polic¨ªas, lo colg¨® en la Red y a causa de ello fue salvajemente torturado y asesinado, aunque, con el cinismo com¨²n a todas las dictaduras, un comunicado oficial atribuy¨® su muerte a una alta dosis de droga-, imaginaba la asfixia a la que hab¨ªan vivido sometidos y sus ansias de libertad:

"Viv¨ªamos con la efigie del tirano de la ma?ana a la noche -siempre impecable, siempre sonriente- en los inmensos retratos plantados en avenidas y calles principales, en ministerios y oficinas p¨²blicas, en restaurantes, peluquer¨ªas y bazares, incluso en quioscos y tenduchos de mala muerte. Se perpetuaba, no envejec¨ªa. Lo encontrabas sin falta en los peri¨®dicos, televisiones y semanarios. Pens¨¢bamos que nos sobrevivir¨ªa".

"Al final se colaba en los sue?os, permanec¨ªa grabado en la retina, como cuando cierras los ojos ante una luz demasiado intensa. A¨²n ahora nos cuesta desprendernos de ¨¦l. Nacimos despu¨¦s de que accediera al poder. Nos pregunt¨¢bamos si alg¨²n d¨ªa nos dejar¨ªa de finitivamente en paz".

* * *

Mi utop¨ªa de hace m¨¢s de treinta a?os plasm¨® durante 18 d¨ªas en la visi¨®n de la otra gran plaza que contemplaba en Marraquech en la pantalla del televisor:

"?gora, representaci¨®n teatral, punto de convergencia: espacio abierto y plural, vasto ejido de ideas... Contacto inmediato entre desconocidos, olvido de las coacciones sociales, identificaci¨®n en la plegaria y la risa, suspensi¨®n temporal de jerarqu¨ªas, gozosa igualdad de los cuerpos".

Licenciados en paro, profesionales, obreros, comerciantes, familias en pleno, j¨®venes, viejos, mujeres veladas o con el cabello suelto, funcionarios, profesores, analfabetos, musulmanes, cristianos, ateos, interpon¨ªan sus cuerpos como escudos contra balazos o botes de humo, afrontaban las incursiones de jinetes y camelleros, el ruido amenazante de los helic¨®pteros no les amedrentaba, sab¨ªan que el futuro les pertenec¨ªa, que aquello era la oportunidad de su vida y deb¨ªan resistir, que todo se jugaba all¨ª y no hab¨ªa t¨¦rmino medio, o bien el fara¨®n, o bien ellos.

? En la plaza

En las jornadas que precedieron a mi llegada a El Cairo el domingo 10 de abril, los cambios en la estructura del poder se sucedieron a un ritmo constante: detenci¨®n del odiado exministro del Interior Habib el Adly el 17 de febrero; del magnate del acero Ahmed Ezz, encarnaci¨®n con Gamal Mubarak de la cleptocracia y del fraude electoral; ca¨ªda del primer ministro Ahmed Shafik el 3 de marzo; destituci¨®n y procesamiento de varios exmiembros del Gobierno y de la c¨²pula del partido presidencial, cuyo edificio chamuscado en la cornisa del Nilo, a poca distancia del Museo Egipcio, es hoy el s¨ªmbolo vivo de la revoluci¨®n. La limpieza de corruptos se extendi¨® a los dirigentes de los medios informativos p¨²blicos y de la prensa oficial que intentaron ocultar en vano las im¨¢genes de la revuelta filmadas en directo y de atribuir la agitaci¨®n a provocadores pagados por Ir¨¢n y Hezbol¨¢; al bar¨®n del Partido Nacional Democr¨¢tico que organiz¨® la correr¨ªa de jinetes y camelleros desde el puente del Nilo hasta la playa captada por todas las televisiones del mundo; a los sindicatos, bancos y ministerios cuyos directores y responsables fueron barridos por su propio personal. La tentativa de quemar los archivos comprometedores en diversas comisar¨ªas de polic¨ªa provoc¨® el asalto a las mismas y se sald¨® con la muerte de varios manifestantes.

Conscientes de que solo la presi¨®n de la calle puede impulsar el cambio, los movimientos y agrupaciones surgidos a partir del 25 de enero reclaman la liberaci¨®n de todos los presos pol¨ªticos y de quienes fueron detenidos durante la revuelta, en especial la de Micha?l Nabil, el internauta que hab¨ªa divulgado en su web los nombres de los responsables de los abusos cometidos por los militares en El Cairo, Suez y Alejandr¨ªa.

El referendo constitucional del 19 de marzo, apoyado por los Hermanos Musulmanes con el claro prop¨®sito de lavar su imagen extremista, pero criticado no solo por los movimientos de los j¨®venes, sino tambi¨¦n por los candidatos presidenciales Mohamed el Baradei, premio Nobel de la Paz, y por Ayman Nur, firme opositor laico a la dictadura de Mubarak y encarcelado por ello, fue aprobado por el 77% de los electores, aunque ¨²nicamente vot¨® el 44% del censo. Considerado por muchos como un paso en la buena direcci¨®n, no satisfizo en absoluto las aspiraciones de la clase pol¨ªtica ni de los millones de manifestantes de Al Tahrir. Sin dejar de expresar su solidaridad con los militares y reclutas de la polic¨ªa presentes en el lugar, reclamaban a gritos el arresto, enjuiciamiento y congelaci¨®n de las cuentas de Mubarak y su familia, as¨ª como los de los componentes del llamado Eje del Mal: Zakar¨ªa Azmi, exjefe de su Estado Mayor; Fathi Sorour, el portavoz parlamentario del partido presidencial, y del secretario general del mismo, Safwat el Sherif.

Las declaraciones de Hosni Mubarak transmitidas el jueves 7 de abril por el canal Al Arabiya desde su jaula dorada de Sharm el Sheik, en las que denegaba todas las acusaciones de corrupci¨®n y malversaci¨®n de fondos y amenazaba querellarse con los "calumniadores", prendieron fuego a la mecha de la indignaci¨®n popular. El d¨ªa 8, bautizado como el Viernes de la Purificaci¨®n, la plaza explot¨®. Como en las jornadas gloriosas de la revoluci¨®n, la multitud que la abarrotaba exigi¨® la detenci¨®n de Mubarak y su clan familiar. A pesar del toque de queda impuesto por la c¨²pula militar de dos a cinco de la madrugada, varios millares de acampados en la plaza permanecieron en ella. El Ej¨¦rcito carg¨® contra quienes desafiaban la prohibici¨®n de permanecer en Tahrir con disparos al aire, hubo 70 heridos y el balazo de un francotirador apostado en una azotea acab¨® con la vida de un manifestante. El primer ministro Essam Charaf orden¨® una investigaci¨®n de lo acaecido -muchos testigos afirman que el objetivo del desalojo era detener a los oficiales que se hab¨ªan unido a la multitud-, pero la coalici¨®n de los j¨®venes decidi¨® mantener la protesta y convoc¨® otra gran manifestaci¨®n para el viernes 15 de abril.

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El lunes 11, la plaza sigue ocupada por centenares de j¨®venes y sus accesos permanecen cortados por alambres de espino. Al asomarme a ella reconozco inmediatamente cuanto vi en la televisi¨®n catar¨ª: el monigote ahorcado con la figura de Mubarak, los restos calcinados del autob¨²s al que los manifestantes volcaron y prendieron fuego. Numerosos vendedores ambulantes ofrecen una vast¨ªsima gama de productos: refrescos, habas guisadas, bocadillos, pegatinas, medallas conmemorativas del 25 de enero y de la bandera de los rebeldes libios, camisetas estampadas con las fotos de los m¨¢rtires y caricaturas de los dictadores ¨¢rabes. El espacio comprendido entre el chafl¨¢n de Talaat el Harb y la calle del Nilo, enfocado siempre durante la revuelta por los canales informativos de todas las televisiones del mundo, acoge a grupos de j¨®venes que discuten apasionadamente. Reconozco el Kentucky Fried Chicken, ahora cubierto de proclamas revolucionarias; el viejo caf¨¦ Wadi al Nil, con sus impasibles fumadores de narguile; la ajada oficina de Iberia. Compro algunos recuerdos, y al meter el cambio en el bolsillo superior de la chaqueta no advierto que un billete de diez libras sobresale de ¨¦l. Un muchacho de aspecto humilde me lo se?ala con el dedo. Creo que me pide dinero, pero mi acompa?ante aclara el equ¨ªvoco: el joven dice que lo oculte, no sea que alguien lo robe y me lleve una mala impresi¨®n de la conquistada libertad de la plaza. "Aqu¨ª somos todos honrados y dignos", agrega.

En el arranque de Talaat el Harb m¨¢s de un centenar de personas discuten a viva voz: los comerciantes del lugar exigen a los manifestantes que acaben de una vez con la acampada, los clientes habituales y los turistas han desertado de la zona, y no ganan para comer. Sigo por la que fue la calle m¨¢s elegante de El Cairo en la ¨¦poca del protectorado brit¨¢nico y el reinado de Faruk: all¨ª est¨¢n el caf¨¦ Groppi, mi vieja querencia del Riche, el edificio Yakubi¨¢n, el robusto quiosquero de la esquina de Hoda Sharawi a pocos metros del restor¨¢n Felfela. Cuando vuelvo sobre mis pasos, hay una pelea: alguien acusa a un joven de ser un chivato de la polic¨ªa pol¨ªtica.

El martes 12, un pu?ado de manifestantes protestan por la decisi¨®n de la c¨²pula militar de abrir la plaza al tr¨¢fico. Horas despu¨¦s los reclutas de la polic¨ªa y los guardias con boinas rojas quitan las alambradas de espino y canalizan el r¨ªo de autom¨®viles por el espacio ca¨®tico de Tahrir. Corre la noticia de que el primer ministro va a anunciar decisiones importantes. Los coordinadores de la Coalici¨®n del 25 de Enero han decidido, no obstante, mantener la convocatoria del viernes 15 hasta que el Gobierno provisional y el Ej¨¦rcito satisfagan sus demandas.

El d¨ªa siguiente, centenares de reclutas y de j¨®venes manifestantes barren las aceras y pintan sus bordillos de negro y blanco. El civismo de la poblaci¨®n cairota en situaciones de emergencia sorprende a los m¨¢s esc¨¦pticos. Estaba en la capital el d¨ªa del apag¨®n que sumi¨® en la oscuridad a todo Egipto y camin¨¦ desde la avenida Adly Pash¨¢ -me hallaba en la entonces min¨²scula sede del Cervantes, situada frente a la sinagoga- hasta mi hotel en Zamalek sin m¨¢s luz que la de los faros de los autom¨®viles y, contrariamente a lo que acaeci¨® en Nueva York en 1977, no hubo agresiones, pillajes ni incendios. Un sentimiento colectivo de dignidad prevaleci¨® sobre la tentaci¨®n de aprovechar la circunstancia fortuita, sin ninguna causa social ni pol¨ªtica, para apropiarse de cuanto veda a los desfavorecidos la inicua estructura social del pa¨ªs.

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La misma noche, el embajador de Espa?a, Fidel Sendagorta, me ha organizado un encuentro con los j¨®venes de la Coalici¨®n del 25 de Enero en la sede de la Academia Democr¨¢tica Egipcia en Dokki. Un comunicado del Gobierno provisional acaba de anunciar la detenci¨®n del dictador y de sus dos hijos. "Explosi¨®n de j¨²bilo por la prisi¨®n preventiva de Mubarak", titular¨¢ El Ahram. En mi opini¨®n -compartida por los chabab (j¨®venes)-, se trata de un paso decisivo en el proceso de transici¨®n bajo la custodia del Ej¨¦rcito. Ya no hay posible vuelta atr¨¢s, ni mubaraquismo sin Mubarak. Pese a sus reservas respecto de los militares, los organizadores de la coalici¨®n tienen bien claro que solo la convivencia con estos puede llevar la revoluci¨®n a buen puerto.

Me acomodo en una mesa rectangular con seis j¨®venes y dos muchachas entre veinte y treinta a?os. Tras un intercambio de saludos, Husam Eldin al Esraa, Abdel Fataf Rashed y Ahmed Ghoniem responden a mis preguntas. Acaban de desconvocar la gran manifestaci¨®n del viernes 15 dado que el Gobierno ha satisfecho su principal demanda: el arresto de Mubarak y sus hijos por orden de la Fiscal¨ªa, acusados de corrupci¨®n y abuso de poder. Entre las candidaturas presidenciales aireadas por la prensa de Amr Musa, secretario general de la Liga ?rabe, El Baradei y Ayman Nur, rechazan la del primero, "pues fue un hombre de Mubarak", y no piensan oponerse, mas tampoco apoyar a sus competidores. A mi pregunta sobre sus prioridades en el proceso de transici¨®n en curso se?alan: la liberaci¨®n de todos los presos pol¨ªticos, bloqueo de las cuentas del dictador y su entorno, disoluci¨®n del mal llamado Partido Nacional Democr¨¢tico en el poder, acabar con la pir¨¢mide de corrupci¨®n creada por Sadat y Mubarak, educar a la poblaci¨®n mediante el di¨¢logo con el Ej¨¦rcito para que vuelva pac¨ªficamente a los cuarteles despu¨¦s de las elecciones. Bajo Mubarak, me dicen, las universidades eran una f¨¢brica de diplomados en paro, no un centro de formaci¨®n cultural y cient¨ªfica.

(Seg¨²n las encuestas del Instituto Internacional de la Paz neoyorquino -IPI en siglas inglesas-, la mayor¨ªa de los votantes en las elecciones presidenciales lo har¨ªan por Amr Musa, muy por encima de sus rivales. Respecto a las intenciones de voto en las legislativas, el partido liberal Wafd -la Delegaci¨®n, llamada as¨ª por la que fue enviada a Londres en 1919 despu¨¦s de la violenta revuelta independentista contra Inglaterra reprimida a sangre y fuego por los ocupantes-, alcanzar¨ªa sorprendentemente el primer puesto, seguido por el de los Hermanos Musulmanes, los naseristas y el comunista Tagam¨². Existen a¨²n otra cuarentena de partidos, pero, como dice con humor un amigo, "algunos de ellos caben en un taxi").

Concluida la charla, los j¨®venes me muestran las oficinas del d¨²plex en las que se dise?¨® la estrategia de la revuelta: docenas de ordenadores en comunicaci¨®n constante con las redes sociales de Twitter y Facebook, los micr¨®fonos a trav¨¦s de los cuales se transmit¨ªan las consignas del d¨ªa y se fijaban los puntos de concentraci¨®n en todos los barrios y arrabales de El Cairo... "?Cu¨¢ndo alquilaron el local?", les pregunto. "Dos meses antes del 25 de enero", responden. "Sent¨ªamos que la situaci¨®n hab¨ªa llegado al borde del estallido y la revuelta tunecina nos convenci¨® de que ten¨ªamos raz¨®n".

Curiosamente, la historia se repite. Tres d¨ªas despu¨¦s fui al caf¨¦ restaurante Riche, en donde sol¨ªa cenar un cuarto de siglo atr¨¢s. Recuerdo todav¨ªa a sus camareros de pel¨ªcula, entre los que un saidi (del Alto Egipto) entrado en a?os alejaba suavemente con un varal a los gatos que se api?aban junto a las mesas de un extremo a otro del local, pero sin expulsarlos jam¨¢s, pues su ganap¨¢n iba ligado al merodeo de aquellos entre las piernas de los clientes. Ahora el restaurante ha cerrado, pero el caf¨¦ acoge a una de esas tertulias pol¨ªtico-literarias a las que los cairotas son tan aficionados. Por indicaci¨®n del director del Instituto Cervantes, bajo al elegante bar del s¨®tano en donde se exhibe la vieja imprenta con la que difundieron sus manifiestos el grupo de Oficiales Libres art¨ªfices del golpe de Estado del 23 de julio de 1952 que derroc¨® al rey Faruk. La bella pared de madera del bar gira sobre sus goznes y oculta un habit¨¢culo que sirvi¨® de escondrijo a los conspiradores.

Ese d¨ªa 17, ya en el aeropuerto, me entero de que el Tribunal Supremo ha ordenado la disoluci¨®n del partido oficial de Mubarak y la confiscaci¨®n de sus bienes.

? Los retos de la democracia egipcia

Imponer una dictadura resulta a menudo f¨¢cil: basta encabezar un golpe militar, decir "quien manda aqu¨ª soy yo" y formular vagas promesas de cambio. La democracia, al rev¨¦s, requiere aventurarse por un camino muy largo en el que se acumulan toda clase de obst¨¢culos. La historia de Espa?a desde las Cortes de C¨¢diz hasta la Constituci¨®n de 1978 es un buen ejemplo de ello, y la de Egipto de la ¨¦poca de Mehmet Al¨ª a la ca¨ªda del ¨²ltimo rais no lo es menos.

Hace solo unas d¨¦cadas, los pesimistas compar¨¢bamos nuestra historia con el Bolero de Ravel, y algunos egipcios esc¨¦pticos asumen tambi¨¦n dicha comparaci¨®n. Todo les evoca un d¨¦j¨¤ vu: toque de queda, gases lacrim¨®genos, fuego real. Cuando el ya tambaleante Mubarak, en su segundo discurso del pasado mes de febrero, apelaba al sentimentalismo patri¨®tico egipcio al recordar su hoja de servicios al pa¨ªs y su deseo de morir y ser enterrado en su sagrado suelo, ten¨ªa en la mente sin duda el que pronunci¨® Gamal Abdel Nasser tras su humillante derrota en la Guerra de los Seis D¨ªas. El h¨¦roe de la lucha antiimperialista, con su orgullo herido, anunciaba su dimisi¨®n al pueblo, y este, conmovido por el gesto, le reiter¨® la confianza entre v¨ªtores, sollozos y l¨¢grimas. Pero la variaci¨®n sinf¨®nica de la m¨²sica no surti¨® efecto. Mubarak no ten¨ªa el carisma de Nasser, hab¨ªa perdido el contacto con la realidad y era detestado por el pueblo.

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En el di¨¢logo p¨²blico que mantuve con el novelista Alaa al Aswany cit¨¦ las palabras que pone en boca de uno de sus personajes, s¨ªmbolo de la corrupci¨®n sin l¨ªmites que caracteriza la era de Mubarak: "Hay pueblos que se alzan y rebelan, pero el egipcio baja siempre la cabeza para comer su pedazo de pan. De todos los pueblos del mundo, el egipcio es el m¨¢s f¨¢cil de gobernar". ?Qu¨¦ pas¨® para que levantara la cabeza y gritara "l¨¢rgate" al d¨¦spota el d¨ªa 25 de enero?, pregunt¨¦. Viv¨ªa humillado, sin futuro alguno, y Mubarak y los suyos no le daban siquiera este trozo de pan, repuso el autor de El edificio Yakubian.

El ciberespacio, pens¨¦ tras mi entrevista con los j¨®venes de la Coalici¨®n del 25 de Enero, fue un instrumento decisivo en la ca¨ªda del d¨¦spota, mas ?c¨®mo pasar del mundo virtual al real? La tarea a la que se enfrenta la nueva clase pol¨ªtica egipcia, dispersa en multitud de partidos desconocidos a¨²n por la mayor parte de la poblaci¨®n, es tit¨¢nica, y muchos nubarrones se acumulan ya en el horizonte. Inquietudes y preguntas: ?cabe fiarse del Ej¨¦rcito al que pertenecieron Sadat y Mubarak? Si la actual situaci¨®n se descontrola y se le escapa de las manos, ?recurrir¨¢ al consabido estado de emergencia "para restablecer el orden"? ?Cu¨¢l va a ser el papel de los Hermanos Musulmanes durante los pr¨®ximos meses y despu¨¦s de las elecciones de septiembre? ?C¨®mo sacar a flote la econom¨ªa egipcia, duramente castigada por los acontecimientos, y ofrecer los servicios sociales y educativos que reclama el pueblo? ?De qu¨¦ modo se podr¨¢ devolver la confianza a este en un sistema en el que la promoci¨®n social y econ¨®mica no se basa en la formaci¨®n profesional y el conocimiento, sino en el enchufismo y las buenas conexiones con los mandamases de una Administraci¨®n que no ha cambiado desde su c¨¢ustico retrato por Naguib Mahfuz y otros novelistas de la pasada centuria?

Es m¨¢s f¨¢cil proclamar la democracia que deshacerse del lastre de la anta?o todopoderosa polic¨ªa pol¨ªtica y del fanatismo oscurantista de los grupos radicales. La disoluci¨®n de los servicios secretos dirigidos por Omar Suleim¨¢n ha dejado en la calle a millares de agentes que, sumados a los baltaguiy¨ªn o matones, intentan sembrar el caos y avientan el fuego de una guerra civil. El incendio intencionado de la iglesia copta situada al pie del barranco del Muqattam, junto a mi querida Ciudad de los Muertos, quer¨ªa provocar el enfrentamiento entre musulmanes y cristianos, y lleva el sello inconfundible de la antigua polic¨ªa pol¨ªtica y de los delincuentes soltados por ella durante el fragor de la revuelta. La respuesta del Ej¨¦rcito, cuyos reclutas reedificaron el templo en un mes, es una muestra alentadora, no obstante, del esp¨ªritu c¨ªvico del que se enorgullece la juventud egipcia sedienta de unos valores democr¨¢ticos de validez universal.

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La agrupaci¨®n de los Hermanos Musulmanes -creada en los a?os veinte del pasado siglo y cuyo fundador, Hassan el Banna, fue ejecutado en 1948 por orden del rey Faruk- sufri¨®, pese al cambio de r¨¦gimen, el acoso implacable de Nasser y de su sucesor Sadat. Unos oficiales del Ej¨¦rcito seguidores de su rama m¨¢s radical asesinaron al ¨²ltimo durante un desfile militar el 6 de octubre de 1981 -atentado del que su heredero, Hosni Mubarak, escap¨® milagrosamente: ?las malas lenguas sostienen que estaba al corriente de la tentativa de magnicidio y abandon¨® la tribuna de honor momentos antes de los disparos!-, y la hermandad permaneci¨® desde entonces al margen de la ley, aunque mantuvo una fuerte presencia en la sociedad, especialmente entre los m¨¢s indigentes, merced a sus vastas redes caritativas. Si bien apost¨® por participar en el trucado juego electoral de Mubarak con presuntos candidatos independientes, se mantuvo en un limbo legal, estrechamente vigilado por los esbirros del r¨¦gimen.

En el curso de la revuelta del 25 de enero, sus simpatizantes participaron masivamente en la acampada de la plaza e hicieron suyas las consignas de libertad, dignidad y democracia de los j¨®venes. Nadie grit¨® como en Argelia a comienzos de los noventa "la soluci¨®n es el islam". El fracaso rotundo de la l¨ªnea extremista en los dem¨¢s pa¨ªses ¨¢rabes y el desvar¨ªo yihadista del que se alimenta Al Qaeda les impuso un cambio de rumbo con un programa m¨¢s moderado y pragm¨¢tico. Sus actuales dirigentes no concurren a las elecciones presidenciales de septiembre ni postulan la creaci¨®n de un Estado isl¨¢mico regido por la sharia. Su nueva referencia es el partido de Erdogan en Turqu¨ªa. No obstante eso, los partidos laicos mantienen sus reservas respecto de sus objetivos a largo plazo y sospechan de la existencia de una agencia oculta.

Si los Hermanos Musulmanes inquietan a un buen sector de la sociedad egipcia, el rigorismo de los salafistas suscita un franco rechazo. En el sugerente libro titulado El Cairo, la ciudad victoriosa -una radiograf¨ªa panor¨¢mica de esta en la l¨ªnea de las obras maestras de Richard Burton y de Edgard William Lane-, su autor, Max Rodenbeck, menciona la fetua de un im¨¢n que exig¨ªa la demolici¨®n de la Torre de El Cairo, cuya forma f¨¢lica podr¨ªa excitar a las mujeres, y en mis paseos por Midan el Tahrir, la hija del gran hispanista Mahmud Makki evoc¨® la reciente intervenci¨®n televisiva de otro jurisconsulto con la brillante propuesta de cubrir la cabeza de las estatuas en bronce de los padres de la independencia egipcia con fundas de pl¨¢stico que disimularan sus rasgos conforme a los preceptos de la ley isl¨¢mica.

Pero si estas extravagancias incitan a la risa, los recientes ataques de los salafistas a templos y ermitas suf¨ªes, cuyo ceremonial juzgan her¨¦tico e imp¨ªo, pese a que los seguidores de esta rama pac¨ªfica y abierta del islam suman m¨¢s de veinte millones en Egipto, constituyen un serio motivo de inquietud. La discordia interreligiosa y un posible enfrentamiento sectario ser¨ªan el caldo de cultivo propicio a la contrarrevoluci¨®n, y ello explica la mediaci¨®n apresurada de los propios Hermanos Musulmanes en un conflicto que amenaza la libertad pol¨ªtica tan duramente conquistada.

* * *

Mientras hago las maletas, me pregunto cu¨¢l ser¨¢ el papel de la mujer en el nuevo escenario pol¨ªtico creado por la revoluci¨®n. Ninguna de ellas encabeza la candidatura de los partidos m¨¢s conocidos, y las valientes feministas egipcias, en la vanguardia del mundo ¨¢rabe, no ocupan a¨²n el lugar que les corresponde pese a que sus hermanas aventajan en cantidad y calidad a los varones en numerosas profesiones y estudios universitarios. El viernes 15 de abril me hab¨ªa reunido con el doctor Mohamed Abuelata en el Centro Nacional de Traducci¨®n que ¨¦l dirige, y me llev¨¦ la grata sorpresa de descubrir que quienes vierten al ¨¢rabe diez obras m¨ªas no son traductores, sino traductoras, cuyo extraordinario nivel cultural e idiom¨¢tico me maravill¨®. Durante la cena hablamos de los cl¨¢sicos espa?oles y ¨¢rabes, de Sahrazad y de su fecunda inventiva. Al despedirme de ellas, pens¨¦ en Rimbaud y su visi¨®n prof¨¦tica del final de la servidumbre femenina. Ni Egipto ni ning¨²n pa¨ªs ¨¢rabe podr¨¢n avanzar por el camino de la democracia sin la plena igualdad legal de los dos sexos, cuando las mujeres asuman su propio destino y tomen libremente la palabra.

Manifestantes anti Mubarak en la plaza de Tahrir (El Cairo) durante el rezo, el viernes  11 de febrero de 2011.
Manifestantes anti Mubarak en la plaza de Tahrir (El Cairo) durante el rezo, el viernes 11 de febrero de 2011.TARA TODRAS / WHITEHILL / AP
Manifestantes anti Mubarak durante una de las jornadas de protesta en la plaza Tahrir de El Cairo.
Manifestantes anti Mubarak durante una de las jornadas de protesta en la plaza Tahrir de El Cairo.EMILIO MORENATTI / AP

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