La crisis existencial del l¨ªder liberal
Dicen que los recientes partidos Madrid-Bar?a han generado desagradables tensiones personales entre los jugadores que normalmente se llevan bien cuando juegan en la selecci¨®n espa?ola. La brecha en la relaci¨®n entre los conservadores y los liberal-dem¨®cratas -los socios del Gobierno de Reino Unido- es a¨²n m¨¢s marcada tras sus discrepancias sobre la reforma electoral. Como el f¨²tbol, la pol¨ªtica es un duro deporte de contacto, y el refer¨¦ndum de ayer ha dejado m¨¢s que algunas lesiones. La pregunta clave ahora es si la coalici¨®n liderada por el tory David Cameron y el liberal Nick Clegg puede sobrevivir al encuentro: ?ser¨¢n capaces de volver a jugar en el mismo equipo otra vez?
El voto contundente contra el cambio ha dejado a Clegg con una fuerte jaqueca pol¨ªtica por tres razones. Primero, sin la reforma, su posibilidad de romper la hegemon¨ªa tory-laborista es nula. Pero es m¨¢s porque va a provocar una crisis casi existencial en su partido. La reforma constitucional ha sido una parte central de su programa durante m¨¢s de medio siglo y el tajante rechazo deja el partido con un problema muy grave de identidad para explicar al electorado lo que ahora representan.
Segundo, Clegg lo tendr¨¢ cada vez m¨¢s dif¨ªcil para controlar sus propias filas. Antes de las ¨²ltimas elecciones generales hubo un desacuerdo abierto entre las distintas facciones de los liberal-dem¨®cratas sobre su pol¨ªtica econ¨®mica y las divisiones se resolvieron solo cuando el partido entr¨® en el Gobierno. La izquierda del partido ha aguantado los recortes del gasto p¨²blico solo a cambio de promesas de actualizar el sistema de votaci¨®n y la C¨¢mara de los Lores. Sin la zanahoria de estos cambios, la continuaci¨®n de su apoyo a medidas como una importante reforma sanitaria ya est¨¢ en entredicho.
Por ¨²ltimo, Clegg personalmente ha perdido el valor m¨¢s codiciado por cualquier pol¨ªtico: la credibilidad. Muy tocado por el apoyo que ha prestado a una agenda derechista -incluso m¨¢s radical que la que propuso Thatcher en su d¨ªa-, la impopularidad de Clegg es tal que casi no se atrevi¨® a participar en la campa?a a favor de la reforma. Pero su foto s¨ª sal¨ªa en la propaganda de la campa?a en contra (es decir, los tories) bajo la pregunta: "?De verdad puedes confiar en este hombre?". Esto, que desat¨® la ira de los liberales que acusaron a sus socios tories de "deslealtad" y "juego sucio", al final deja la impresi¨®n de que Clegg es un pol¨ªtico iluso que no se sabe salir con la suya.
Como consecuencia del refer¨¦ndum los liberal-dem¨®cratas se enfrentan a unos dilemas inc¨®modos: deben demostrar una mayor influencia en la coalici¨®n, pero al sufrir una derrota catastr¨®fica en las elecciones municipales de ayer no pueden arriesgarse a unas generales anticipadas. Y aunque muchos desean que Clegg se vaya, no pueden arriesgarse a crear una impresi¨®n de desuni¨®n que les perjudique a¨²n m¨¢s. Por fortuna para los liberales, el Partido Laborista tambi¨¦n quiere evitar elecciones: diputados socialistas reconocen en privado que el partido sigue estando agotado despu¨¦s de 13 a?os en el poder y a¨²n no est¨¢ en condiciones de formar otro Gobierno. As¨ª que, como consecuencia del voto de ayer, la coalici¨®n seguir¨¢ en pie; pero con el primer ministro David Cameron controlando su destino m¨¢s que nunca.
David F. Mathieson fue asesor del Gobierno laborista.
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