El triunfo de una perezosa
Conocida por su c¨¢ustico humor como la nueva Dorothy Parker, Fran Lebowitz, una escritora que no escribe, que lleva 30 a?os sin lograr terminar un libro, ha convertido su incapacidad en carrera. El director Martin Scorsese la ha retratado en el nuevo documental Public Speaking. Parker, que naci¨® y creci¨® en Nueva Jersey, siempre estuvo obsesionada por la lectura, aunque no se tradujera en buenos resultados escolares. Desde muy pronto la peque?a Fran se neg¨® a hacer los deberes. Tampoco aprendi¨® a callar, gan¨¢ndose fama de contestona. A los 61 a?os, convertida en uno de los iconos m¨¢s originales, sarc¨¢sticos y afilados de Nueva York, sigue rebel¨¢ndose y hablando sin parar. "Me encanta hablar, y nunca me he planteado si se me daba bien o mal. De peque?a esto era ser respondona y ahora resulta que se llama hablar en p¨²blico", explica en una de las primeras escenas de Public Speaking. El proyecto surgi¨® hace m¨¢s de una d¨¦cada gracias a Graydon Carter, el director de Vanity Fair y buen amigo de Lebowitz, que tambi¨¦n pidi¨® que la inmortalizaran en los frescos que adornan su restaurante, Waverly Inn. Fran, una de las observadoras m¨¢s certeras y graciosas de Nueva York, aparece con la boca abierta y un cigarrillo colgando de su mano.
"Comprend¨ª que no escribir no solo era divertido, sino que pod¨ªa ser rentable. Da igual lo poco que trabaje, la confianza en m¨ª misma no se tambalea"
"Parece que no hay valores que compitan con el dinero. Es un gigantesco cambio cultural que va m¨¢s all¨¢ de Nueva York"
Lebowitz lleg¨® a la Gran Manzana con 18 a?os. Tuvo varios oficios, por ejemplo, taxista, pero su aversi¨®n al trabajo y su entrega a la pereza imped¨ªan que estuviera en ellos m¨¢s tiempo del necesario para obtener el dinero del alquiler. En aquellos felices setenta costaba 120 d¨®lares. "Siempre he vivido en el West Village. Cuando llegu¨¦ estaba en un apartamento enano y horrible. Mis amigas me dec¨ªan: '?Est¨¢s loca pagando esa fortuna por ese agujero?'. Siempre les respond¨ªa que no ten¨ªa el m¨¢s m¨ªnimo inter¨¦s en que me violaran. El n¨²mero de chicas de mi edad violadas es alucinante. Hab¨ªa muchos yonquis y mucho crimen", explica sentada una tarde de abril en el caf¨¦ Smile, junto al Bowery.
Lebowitz siempre ha odiado madrugar, es fumadora empedernida, tiene querencia por la ropa masculina, especialmente por los sastres de Saville Road -lo que la ha procurado un sitio en la lista de las mejores vestidas de la revista Vanity Fair-, y jam¨¢s se separa de sus gafas de sol. No cree que la dejaran vivir en ninguna otra ciudad que no fuese Nueva York.
Sostiene que la literatura es algo muy complejo y ella lleva empe?ada en ello toda su vida. Dice que no existen los escritores prodigio: nunca ha habido un Mozart en literatura que en la tierna infancia escribiera obras sobresalientes. Ella public¨® sus primeros ensayos humor¨ªsticos, en l¨ªnea con lo que se hac¨ªa en la d¨¦cada de 1920 y 1930, pero con un giro moderno en la m¨ªtica revista Interview de Andy Warhol. Lebowitz disertaba all¨ª sobre la etiqueta en la pista de baile de una discoteca: "Si eres un disc jockey, recuerda que tu trabajo es poner m¨²sica que a la gente le divierte bailar, y no impresionar con tu gusto esot¨¦rico a alg¨²n otro disc jockey que est¨¢ de visita". Y alertaba al gran p¨²blico contra las veleidades e impulsos art¨ªsticos: "Si sientes un deseo irrefrenable de escribir o pintar, c¨®mete algo dulce y deja que la sensaci¨®n se vaya. La historia de tu vida no ser¨¢ un gran libro. Ni siquiera lo intentes".
M¨¢s adelante, Lebowitz colabor¨® con la revista Mademoiselle. Siempre ha escrito a mano y nunca ha dejado que le editaran o le cambiaran una coma. "La escritura b¨¢sicamente es editar, porque todos sabemos m¨¢s palabras de las que usamos", apunta. ?Nunca pens¨® en dedicarse a editar? Lebowitz enarca una ceja: "?Profesionalmente, dices? Me lo han ofrecido, pero es que no tengo ning¨²n inter¨¦s en trabajar. Soy muy vaga y perezosa", exclama sin un atisbo de culpa. "En la mayor¨ªa de las cosas soy muy americana, pero en esto no. Un editor tiene que ir al trabajo cada d¨ªa y yo nunca har¨ªa algo as¨ª".
En 1979 reuni¨® sus escritos en su primer libro: Metropolitan life. Ten¨ªa 27 a?os. Su desternillante e inteligente humor la situ¨® a la cabeza de las listas de ventas. Dos a?os despu¨¦s repiti¨® la haza?a con un segundo volumen: Social Studies. Recibi¨® ofertas para adaptar sus libros al cine. Dijo que no. Las propuestas cada vez eran m¨¢s suculentas y las editoriales le ofrec¨ªan sumas astron¨®micas. Desde entonces ha sido incapaz de volver a terminar un libro. Su bloqueo ha ocupado m¨¢s titulares y art¨ªculos que la gran mayor¨ªa de t¨ªtulos publicados por autores que pronto han vuelto al anonimato.
El mito de Lebowitz no ha dejado de crecer. "Comprend¨ª que no escribir no solo era divertido, sino que pod¨ªa ser rentable", apunta. En 1991 firm¨® un contrato para una novela sobre gente rica que quiere ser artista y artistas que quieren ser ricos. No super¨® el atasco. En 2005 un editor le pregunt¨® en qu¨¦ estaba pensando. Ella le dijo que en la idea de progreso, y ¨¦l le propuso hacer un libro corto al respecto. "?En la l¨ªnea de lo de Thomas Paine en Sentido com¨²n?, le dije. Porque da igual lo poco que trabaje, la confianza en m¨ª misma no se tambalea", afirma tan divertida como sincera.
Las lecturas p¨²blicas y la campa?a de promoci¨®n de sus dos libros mostraron su talento innato para perorar subida a un estrado. Fran ha repetido en m¨¢s de una ocasi¨®n que su ingenio y su talento para hablar en p¨²blico son un don natural. Los ricos nunca piensan en si fueran pobres, ni los altos se imaginan su vida siendo bajitos, as¨ª que ella nunca se ha planteado ser de otra manera. Y as¨ª, Lebowitz se ha convertido en una de las conferenciantes m¨¢s populares y buscadas. "Es algo que puedo hacer sin ning¨²n esfuerzo, mi m¨¢xima en esta vida. Me lo paso bien hablando, pero lo ¨²nico que realmente odio es llegar al sitio. Realmente siento que me deber¨ªan pagar por ir, no por hablar. Cada persona en el mundo que se sube a un avi¨®n deber¨ªa de recibir un cheque. No me puedo creer que te cobren por esa experiencia", afirma. "Muy poca gente aparte de los mineros tienen un trabajo peor que el de viajar, y estoy alucinada por el n¨²mero de gente que hace esto por diversi¨®n. Casi nunca voy de vacaciones. Tengo muchos amigos que viven en sitios fabulosos por todo el mundo, pero si no tienen avi¨®n, ?c¨®mo llego? El viaje ser¨¢ terrible. Adem¨¢s fumo, y ahora es realmente una tortura viajar si fumas. Estoy segura de que es horrible tambi¨¦n para la gente que no fuma, pero lo cierto es que ellos no se preocupan por m¨ª, as¨ª que yo tampoco por ellos".
Lebowitz salta de un tema a otro sin despeinarse. Su tono de voz es grave y expresa sus opiniones con vehemencia e iron¨ªa a partes iguales. ?Qu¨¦ es lo que no ha cambiado en Nueva York en los ¨²ltimos 40 a?os? "Pues que sus habitantes siempre piensan que la ciudad era mejor antes. Tambi¨¦n desarrollan un peculiar sentido de la propiedad en un lugar que es imposible poseer. La gente llega a un restaurante y habla de su mesa, o se enoja si cierran su tintorer¨ªa".
Ha vivido ajena en buena medida a la carrera hacia el ¨¦xito que gu¨ªa la vida de muchos de sus vecinos. Habla del hecho de haber conseguido sobrevivir aqu¨ª como su mayor logro: "Cuando llegu¨¦ a Nueva York hab¨ªa mucha gente vagueando, no era la ¨²nica". Dice que de aquel tiempo conserva su escaso inter¨¦s por el dinero, aunque reconoce sus debilidades. "Adoro las cosas lujosas y soy muy materialista. Si alguien me lo da, o si hay alguna manera f¨¢cil de obtenerlo, estoy contenta. Y esto siempre va a m¨¢s, porque el creciente inter¨¦s materialista suele ser un simple sustituto de la diversi¨®n de la juventud. Pero nunca he estado dispuesta a negociar. La gente no te da dinero para que hagas lo que t¨² quieras hacer, sino para que hagas lo que ellos quieren. Hoy parece que no hay valores que compitan con el dinero. Y esto es un gigantesco cambio cultural que va m¨¢s all¨¢ de Nueva York" se?ala.
Lebowitz habla del Londres de Dickens, para subrayar que ning¨²n escritor estadounidense ha logrado hacer algo semejante con Nueva York. Muchos han escrito sobre esta ciudad, pero hablan de mundos o escenas muy concretas. "En Inglaterra tienen un sistema de clases que todo el pa¨ªs entend¨ªa y el trabajo de los novelistas brit¨¢nicos era mucho m¨¢s f¨¢cil. Aqu¨ª no lo tenemos", reflexiona. Al hablar de Woody Allen y la imagen que el cineasta proyecta de la ciudad, la c¨¢ustica Fran no puede evitar se?alar que en sus pel¨ªculas todo el mundo tiene dinero y parece no preocuparse m¨¢s de problemas sentimentales. "Nadie se preocupa de asuntos rom¨¢nticos, algo un poco adolescente porque los adultos encajan estos temas con el resto de asuntos de sus vidas".
Da igual lo pol¨¦micas o insolentes que suenen sus palabras, siempre est¨¢n te?idas de un toque de c¨ªnico y agudo humor. Lebowitz se declara, por ejemplo, partidaria ac¨¦rrima de la venganza: "Hablan de que es mejor si se sirve fr¨ªa, pero no importa la temperatura. Si puedes vengarte, hazlo". Adem¨¢s dice que lo que m¨¢s le gusta y mejor se le da es juzgar. Tanto es as¨ª que logr¨® un peque?o papel de juez en la serie Ley y orden tras visitar el plat¨® con su amiga la escritora Toni Morrison. "Juzgar simplemente es tener un baremo", asegura. El tema de la nueva ola de mujeres en el Partido Republicano, con Sarah Palin a la cabeza, la subleva. "Es una muestra del absoluto odio de EE UU por la inteligencia. Tambi¨¦n hay algo de misoginia, porque si piensas que las mujeres son idiotas, qu¨¦ mejor ejemplo que ella. La gente dice que no podemos decir que es tonta, ?por qu¨¦ no? Lo cierto es que lo es". En definitiva, dice Lebowitz, esto ratifica una de sus teor¨ªas: nada se esparce tan r¨¢pido como una mala idea. "Todo esto corrobora cu¨¢n de idiota es la gente".
Cuando sale de la ciudad y conduce, Lebowitz tiene que repetirse que debe controlar su agresividad y su r¨¢pido gesto hacia la bocina. "Veo la cara de los ni?os en el coche de delante y me digo: '?No est¨¢s en Nueva York!", suspira. A menudo la describen como la quintaesencia neoyorquina. Ella reconoce que es un halago, pero matiza el piropo. "Lo que soy es una defensora de Nueva York. En el pasado defend¨ªa la ciudad de la gente que la odiaba y criticaba, ahora la defiendo de la gente que la ama".
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