Ballesteros
Cuando la BBC concedi¨® a Severiano Ballesteros el premio a toda una vida en 2009 se cerraba la historia de amor del golfista con el mundo anglosaj¨®n y especialmente con su televisi¨®n. Siempre se recuerda, con un cierto aire de fatalismo espa?ol, que cuando en 1980 Ballesteros fue el ganador m¨¢s joven del Masters de Augusta, Radio Nacional abri¨® con la noticia de un record en nataci¨®n. Nunca fue as¨ª en el imaginario anglo. Todo empez¨® cuando, con 19 a?os, los brit¨¢nicos le vieron liderar su gran torneo de golf de 1976 durante tres recorridos para acabar segundo en la clasificaci¨®n final. He ah¨ª c¨®mo se fraguan las grandes historias de amor, quiz¨¢ si hubiera ganado entonces, nada habr¨ªa sido igual, pero aquello le concedi¨® el aire de heroicidad que todo personaje del deporte necesita para provocar fascinaci¨®n.
Ballesteros ten¨ªa las mejores condiciones para convertirse en un objeto de adoraci¨®n medi¨¢tica. Era duro, enigm¨¢tico, reservado, rocoso c¨¢ntabro, pero cuando dejaba asomar su sonrisa recuperaba al ni?o satisfecho porque al fin las cosas sal¨ªan como hab¨ªa so?ado. En un juego de alta precisi¨®n, Ballesteros ten¨ªa la virtud de complicar las cosas hasta lo imposible. Su liderazgo del equipo europeo frente al norteamericano en la Ryder prolong¨® esa faceta de insumiso al poder establecido. Sus recorridos siempre ten¨ªan un accidente que engrandec¨ªa la resoluci¨®n. Nunca faltaba un arenero, la rama de un ¨¢rbol, una salida de campo, los bordes de un lago, para darle al golpe la dosis de dramatismo que te pon¨ªa a favor incluso de un campe¨®n. Esa peripecia quiz¨¢ le ha faltado a un grande como Tiger Woods, que siempre eleg¨ªa el camino m¨¢s recto hacia el triunfo, mientras que Ballesteros, para goce del aficionado, siempre tomaba el camino tortuoso. Incluso cuando dej¨® de ganar t¨ªtulos, quiz¨¢ porque su juego ya no casaba con la evoluci¨®n de ese deporte, mucha gente permanec¨ªa pegada al televisor aguardando lo imposible.
Ballesteros triunf¨® cuando el deporte ya era un suceso televisivo y los elementos visuales adornaban las gestas. La chaqueta verde sobre sus espaldas robustas completaba la imagen perfecta de lo r¨²stico en el trono de la precisi¨®n, ten¨ªa lo justo de desaf¨ªo de clase, como en los mejores relatos de Dickens, para enamorar al encallecido coraz¨®n brit¨¢nico.
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