De holocaustos y matanzas
El nuevo libro del hispanista brit¨¢nico Paul Preston es un extenso cat¨¢logo de historias de horror, una hiperb¨®lica y desequilibrada narraci¨®n de lo que sucedi¨® en ambos bandos durante la Guerra Civil
Mario Onaind¨ªa, que sab¨ªa mezclar con eficacia el humor y la inteligencia, dec¨ªa que a ¨¦l lo que le hubiera gustado ser de verdad era hispanista ingl¨¦s. Se refer¨ªa, claro, a la posibilidad de observar los aconteceres de Espa?a, cuya historia le fascinaba, desde un punto de vista distante y sabio.
Por desgracia, podemos ver ahora que lo de ser anglosaj¨®n y analizar con distancia los episodios espa?oles no tiene por qu¨¦ ir necesariamente unido.
No deseo herir la sensibilidad de Ian Gibson llam¨¢ndole ingl¨¦s, pero su posici¨®n fue por un tiempo la del hispanista, y a?os despu¨¦s la abandon¨® para lanzarse al ruedo de la bronca. Eso s¨ª, hay que reconocer que se hizo espa?ol para alejarse de la obligada sobriedad que se exig¨ªa a su especie.
Plantea que los rebeldes emprendieron una tarea exterminadora como parte de un plan pol¨ªtico
Dirigentes anarquistas y comunistas s¨ª ten¨ªan conocimiento de lo que ocurr¨ªa en Paracuellos
Ahora le ha correspondido a Paul Preston el turno de tocarnos las fibras sensibles. Preston ha decidido, al parecer, hacerse espa?ol y nos ha regalado un extenso cat¨¢logo de historias de horror que se agrupan bajo el sonoro t¨ªtulo de El holocausto espa?ol.
La noticia del libro tiene un car¨¢cter mayor, tanto por la importancia del bagaje de Preston como por la recepci¨®n de que ha sido objeto. Se han llegado a decir sobre este libro cosas como que solo un extranjero pod¨ªa escribir esto. Y se ha rendido pleites¨ªa intelectual a su hiperb¨®lica y desequilibrada narraci¨®n de lo que sucedi¨® durante la Guerra Civil de 1936. Lo de la hip¨¦rbole no viene porque se exageren los espantos vividos, sino por el nombre que le ha buscado, y lo de desequilibrada por la clasificaci¨®n de los autores de esos espantos seg¨²n estuvieran en un bando o en otro.
El uso de la palabra holocausto marca ya el libro desde su inicio, porque desde que los nazis procedieran al asesinato sistem¨¢tico y ordenado de millones de jud¨ªos entre 1942 y 1945, conviene utilizar con cuidado el vocablo. Simplemente para entendernos mejor unos a otros. A m¨ª se me antoja excesivo, aunque a la Real Academia Espa?ola (RAE) le baste para describir una gran matanza.
En Espa?a no hubo una acci¨®n sistem¨¢tica de eliminaci¨®n de un grupo social. Quiz¨¢ con dos excepciones: los religiosos, que sufrieron en algunas zonas republicanas algo muy parecido al genocidio; y los masones, que padecieron lo mismo en la zona rebelde. De los primeros, murieron casi todos los que hab¨ªa en L¨¦rida, por ejemplo; de los segundos, lo mismo entre los capturados por Franco. Los porcentajes de muertos en ambos grupos superan con mucho los registrados en las unidades de choque.
La espeluznante relaci¨®n que ha hilado el autor con importantes ayudas locales tiene una intencionalidad evidente, que no oculta: la violencia cainita que se desarroll¨® desde el 17 de julio de 1936 y prolong¨® Franco hasta mucho despu¨¦s, no fue de la misma naturaleza en el lado rebelde que en el lado de quienes defendieron a la Rep¨²blica.
De una forma muy sumaria se deduce de la lectura que los rebeldes emprendieron una tarea exterminadora como parte de un plan esencial a la naturaleza de su pol¨ªtica, mientras que la violencia en el lado republicano fue, con excepciones que es preciso analizar, de reacci¨®n ante bombardeos, fusilamientos y otras salvajadas.
Es decir, hubo una violencia fr¨ªa y programada frente a otra caliente e improvisada. Esto lo han dicho tambi¨¦n otros historiadores, y Paul Preston lo asume.
Las herramientas para demostrarlo son variadas. La primera, la de la justificaci¨®n de las violencias en el lado republicano. A las matanzas del puerto de Bilbao les preceden los bombardeos de Portugalete; al asalto a la c¨¢rcel Modelo de Madrid, le precede la carnicer¨ªa de Badajoz; a la de Guadalajara, otro bombardeo. No sabemos, sin embargo, en realidad, qu¨¦ es lo que precede a las matanzas sistem¨¢ticas en Castilla-La Mancha (salvo el odio a los terratenientes), o a la liquidaci¨®n sistem¨¢tica de peque?os comerciantes en Catalu?a, por poner dos ejemplos. ?Cabr¨ªa la posibilidad de que, como ha descrito Fernando del Rey, los campesinos manchegos tuvieran claro a qui¨¦nes liquidar¨ªan en caso de conflicto, o la de que la acci¨®n de los anarquistas catalanes y los poumistas de Nin fuera tan program¨¢tica como la de los rebeldes? En las proclamas de Largo Caballero tambi¨¦n se pueden encontrar llamadas al exterminio de la clase enemiga.
Preston se extiende sobre las matanzas de Paracuellos, porque quiz¨¢ sea el asunto que m¨¢s ha desarbolado la teor¨ªa de la no planificaci¨®n en el lado republicano, o sea, de la inocencia de los leales. Parece dif¨ªcil demostrar que Aza?a, Largo Caballero o el general Miaja y su ayudante Vicente Rojo estuvieran enterados del asunto. Pero en cambio es seguro que estuvieron al tanto los principales dirigentes anarquistas, como el ministro de Justicia, Garc¨ªa Oliver, y todo el aparato del Partido Comunista de Espa?a. La literatura de la ¨¦poca se?ala incluso a Margarita Nelken, a¨²n entonces en las filas socialistas, a la que Preston se esfuerza en desligar de toda complicidad. No fue un crimen del Gobierno, pero s¨ª de una parte del aparato que estaba en ¨¦l o lo sustentaba.
Es decir, que el asunto es complejo. Como lo es el del an¨¢lisis de lo sucedido con los franquistas. Cada vez parece m¨¢s dif¨ªcil demostrar que la matanza que pretend¨ªan, bien expresada en las directivas de Mola (que se cumplieron), tuviera que desembocar en un exterminio, en un holocausto. Fue una tremenda escabechina que se prolong¨® hasta 1943 con un saldo de no menos de 150.000 muertos, que no es preciso multiplicar para que nos ponga los pelos de punta. Pero una matanza que, como bien ha demostrado otro ingl¨¦s llamado Julius Ruiz, no ten¨ªa fines comparables a los hitlerianos. Preston insiste, para demostrar que ten¨ªa esos fines, en la m¨¢s que excesiva teor¨ªa de la guerra larga, heredada de Dionisio Ridruejo e Hilari Raguer, seg¨²n la cual Franco prolong¨® a prop¨®sito la guerra para matar con m¨¢s comodidad. Una teor¨ªa que yo creo que ya est¨¢ desacreditada por abundante documentaci¨®n.
En el conteo de Badajoz, se incurre a mi juicio en un riesgo de sobrevaloraci¨®n al hablar de m¨¢s de 8.000 asesinados, siguiendo a Espinosa. ?Es que nos parecen pocos 4.000 o 6.000? Es la misma t¨¦cnica aplicada por C¨¦sar Vidal en Paracuellos, ya desenmascarada entre otros por Javier Cervera. (No puedo evitar sumar un dato a esta historia: Vidal incluye como v¨ªctima de Paracuellos a mi t¨ªo Manolo, con el que trat¨¦ muchos a?os, y yo juro que respiraba).
El libro de Preston no es, por desgracia, una actualizaci¨®n rigurosa de lo sucedido durante la guerra, ni en los n¨²meros ni en las razones. Y cojea en ocasiones de forma escandalosa, como cuando explica que en Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco la represi¨®n se volc¨® sobre todo contra los nacionalistas, lo que contrasta con los datos que explican que en esas dos regiones el r¨¦gimen de Franco mat¨® proporcionalmente menos que en casi cualquier otra parte de Espa?a.
El trabajo de Preston contribuye a encender los ¨¢nimos de quienes consideran que las cosas de la guerra no se han liquidado bien, pero aporta ir¨®nicamente alguna perspectiva consoladora para creyentes en la justicia divina: en el ep¨ªlogo se puede comprobar con satisfacci¨®n c¨®mo los verdugos sufrieron su castigo. Unos murieron atacados por el c¨¢ncer; otros, se volvieron locos y mataron a sus propios hijos; otros, se arrepintieron de forma p¨²blica. ?Castigo de Dios? Preston no cree que fuera cosa del alt¨ªsimo, pero nos muestra que castigo s¨ª tuvieron.
Lo que Preston no demuestra es que hubiera un holocausto; ni siquiera que hubiera una intenci¨®n program¨¢tica de exterminar. Franco, Mola (y tantos otros) fueron seres despiadados y asesinos, pero no anunciaron a Hitler, por mucho que sus intenciones fueran claramente homicidas.
Y de "los nuestros", qu¨¦ decir. Hubo de todo. Aunque tuvieran raz¨®n en defender el r¨¦gimen leg¨ªtimo.
Jorge M. Reverte es periodista y escritor.
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