En el camino de dos forajidos 'beatnik'
El primero, leyenda 'beat', inspir¨® una novela de Kerouac. El segundo es una de las voces m¨¢s originales de las letras americanas. Protagonizan un filme y hablaron en Madrid de literatura, amistad y la eterna llamada de la naturaleza
Si Jim Harrison es una fuerza de la naturaleza, Gary Snyder es la naturaleza misma. Juntos componen la imagen de un viejo b¨²falo que resopla junto a un eterno r¨ªo. Dos torrentes predestinados a complementarse y entenderse. Ap¨®stoles de la gran contracultura, Snyder (San Francisco, 1930) y Harrison (Michigan, 1937) atraviesan juntos el paisaje de La pr¨¢ctica de lo salvaje, documental de John J. Healey sobre el primero (poeta esencial de la generaci¨®n beatnik que inspir¨® Los vagabundos del Dharma, de Kerouac) a trav¨¦s de la mano amiga del segundo, ind¨®mito autor de los relatos que inspiraron Leyendas de pasi¨®n.
El budismo llev¨® a Snyder a Jap¨®n y las novelas de ¨¦xito convirtieron a Harrison (toda una celebridad en Francia) en un hombre de Hollywood. Las rocas, los lobos y las estrellas han encontrado eco en sus voces. Poeta de la tierra, la ligereza en los gestos de Snyder -que estudi¨® la filosof¨ªa zen durante nueve a?os en Asia- contrasta con la gravedad de su voz: "Me he pasado toda la vida entre la naturaleza salvaje pero los seres humanos son mi disciplina. Soy un naturalista de mi propia especie", se pudo escuchar ayer en un recital suyo en La Casa Encendida de Madrid que se repetir¨¢, el lunes, en el Espai Cultural Caja Madrid de Barcelona.
Snyder: "Las autov¨ªas acabaron con nuestra manera de viajar"
Harrison: "Cuando nos conocimos, estuvimos bebiendo tres d¨ªas seguidos"
Harrison: "A veces pienso que deber¨ªa dejar de escribir para siempre"
Snyder: "El nombre de Ger¨®nimo para Bin Laden es un insulto a los indios"
Tan cercanos a los beats como al Walden de Thoreau, se conocieron hace casi medio siglo, cuando ambos eran j¨®venes poetas creyentes en el poder de la palabra. Desde la primera frase, se hace evidente la excepcionalidad de un encuentro con ambos en un restaurante de Madrid. "Mi perra muri¨®", recuerda Harrison. "Una serpiente le mordi¨® en un ojo, el veneno le atac¨® el cerebro... fue entonces cuando contrat¨¦ a un hombre serpiente, as¨ª se llaman a los cazadores de esos bichos del diablo, que mat¨® unas mil en una milla alrededor de mi casa".
Pregunta. Ustedes son la prueba viviente de que es posible la pr¨¢ctica de lo salvaje en EE UU...
Jim Harrison. Por supuesto. Hay d¨ªas, incluso a?os, de niebla en los que las serpientes no bajan de las monta?as. Pero en los meses secos hay que matar a las que bajan, que son los machos alfa. Pura disuasi¨®n. Muertos, no vuelven; y el resto no se atreve.
Gary Snyder. A¨²n queda terreno relativamente salvaje en Estados Unidos. El 80% de las tierras al oeste de las Monta?as Rocosas es de titularidad p¨²blica. Todo el mundo puede visitarlo pero nadie puede quedarse.
P. ?Qu¨¦ opinan de la ¨¦tica que ofrece la pel¨ªcula de Sean Penn, Into the wild? Presentaba con heroismo la historia real de un chico que se dejaba morir en Alaska, en la coda a una sinfon¨ªa de b¨²squeda de la naturaleza, de lo salvaje.
G. S. Conozco la historia. Christopher McCandless era un pobre chaval.
J. H. Tambi¨¦n me molesta ese tipo, el de Grizzly Man, de Werner Herzog. Aquel que se dejaba comer por un oso. ?Por qu¨¦ morir cuando pod¨ªa haber escapado r¨ªo abajo? ?Agarra un tronco y d¨¦jate llevar por la corriente! Yo lo he hecho. [Risas]
P. ?Y usted de qu¨¦ escapaba?
J. H. De nada. Solo quer¨ªa volver a casa a cenar.
P. Es posible que aquel chaval fuese una v¨ªctima involuntaria de las idealizadas andanzas de tipos como ustedes.
G. S. Me he pasado toda la vida teniendo el debido respeto por la naturaleza, ense?ando a otros a caminar por los senderos correctos. Ese chico no ten¨ªa ni idea, y punto.
P. No negar¨¢ que Jack Kerouack, Neal Cassidy y los dem¨¢s beatnicks originales fueron responsables en los 60 de llenar las cunetas de EE UU de chicos con sed de aventura...
G. S. Es posible. Era m¨¢s f¨¢cil hacer autostop que ahora. Las autov¨ªas han acabado con aquella manera de viajar. Yo empec¨¦ a los 18 a?os. Fui de Portland a Manhattan. Trabaje en los muelles, me enrol¨¦ en un barco hasta Sudam¨¦rica. De vuelta, fui a Los ?ngeles, desde donde sub¨ª por las costa otra vez hasta Oreg¨®n. Fue el primero de infinidad de viajes, pero no era dif¨ªcil ni peligroso. En los 60 hab¨ªa muchas mujeres viajando as¨ª. Volviendo a su pregunta, nuestra vuelta a la naturaleza no propugna regresar a las ra¨ªces hasta morir. Ese es un mensaje alienante. En aquel joven lat¨ªa un claro desorden psicol¨®gico.
P. ?Qu¨¦ queda de sus a?os beatniks? ?Todav¨ªa ven al que con usted, se?or Snyder, cuenta como el gran superviviente de aquella generaci¨®n, Lawrence Ferlinghetti?
G. S. El otro d¨ªa cumpli¨® 92 a?os. Nos escribimos correos electr¨®nicos con regularidad. Me refiero a ¨¦l como "maestro".
J. H. Le mantiene joven esa novia de 27 a?os que se ha echado. Lo malo es que tiene que tomar demasiadas drogas e ir por ah¨ª con mochila [Risas].
P. El clich¨¦ asegura que el movimiento beatnik es eminentemente masculino.
G. S. Es lo que dicen. Pero creo que era muy femenino.
P. No es lo que sugieren pel¨ªculas como la reciente Howl.
G. S. ?Ha visto el libro Beat women? Es asombroso. La poeta Joan Vallmer est¨¢ salvando a toda una generaci¨®n del clich¨¦ de ser considerada masculina. Ha emergido como una escritora excepcional. Es de mi ¨¦poca, de la de Phillip Whalen y Allen Gingsberg. Es evidente que la gente que ha hecho ese bodrio no estuvo all¨ª. Pero no es de extra?ar. Por ejemplo, casi nadie en Nueva York conoce a Whalen, maestro zen y sensacional poeta, una de las voces m¨¢s interesantes de toda la generaci¨®n.
P. ?C¨®mo se conocieron ustedes dos?
J. H. En Michigan, hace, dios m¨ªo, unos 40 o 45 a?os. Coincidimos durante unas lecturas en una escuela. Luego acabamos en casa y bebimos durante tres d¨ªas. Yo ten¨ªa 28 a?os. Y t¨² eres siete mayor que yo, ?no? Mi hija estaba encantada porque la llevabas todo el rato en brazos, dec¨ªas que pasaba mejor la resaca con ella en brazos. ?Ahora tiene 50 a?os, Gary!
P. Se?or Harrison, entonces usted era b¨¢sicamente poeta.
J. H. Me decid¨ª a la novela cuando un d¨ªa, cazando, me her¨ª. Un amigo sugiri¨® que aprovechara la convalecencia. La escrib¨ª en tres meses y el editor me la compr¨® y pens¨¦ que ya ten¨ªa algo que hacer mientras no estaba con la poes¨ªa. No he dejado de escribir ficci¨®n. No s¨¦ si demasiada.
G. S. Demasiada prosa, Jim, si me preguntas a m¨ª. Yo nunca he sido capaz, a lo mejor porque no sufr¨ª ning¨²n accidente.
J. H. A veces pienso que deber¨ªa dejar de escribir para siempre. Pero los franceses adoran mi ficci¨®n. Estudi¨¦ literatura comparada y nunca logr¨¦ entender por qu¨¦ a los rusos les encanta Jack London.
P. ?Es usted el Jerry Lewis de la literatura estadounidense?
J. H. En mis m¨¢s de 37 viajes a Francia nunca he o¨ªdo a nadie hablar de Jerry Lewis. ?Cu¨¢l es el origen de los lugares comunes? No es que me importe, pero es una de esas mierdas que alguien pisa y se lleva de un lado a otro.
Quien sabe si por reacci¨®n contra el clich¨¦, Harrison, que tambi¨¦n detesta ser comparado con Hemingway, se revuelve en su asiento y siente una necesidad imperiosa de fumar uno de esos cigarrillos naturales de la marca American Spirit. Lo que sigue es una escena un tanto c¨®mica que incluye a la ministra de Sanidad y sus guardaespaldas (est¨¢n comiendo en el reservado de al lado) y a Harrison, un grandull¨®n con bast¨®n, y cara de bucanero tuerto. "No veo la mitad del mundo; ?perd¨ª el ojo en el Viet-puto-Nam!" En realidad, la causa fue un prosaico botellazo recibido de ni?o.
G. S. Suerte que dej¨¦ de fumar. Fue gracias al LSD. Est¨¢bamos intentando averiguar el fondo del problema de alcoholismo de un amigo y tomamos ¨¢cido. Percib¨ª tantos olores nuevos que pens¨¦ que ten¨ªa que dejar el tabaco para poder disfrutar de mis sentidos. Y no volv¨ª a fumar.
P. ?Y ya no toma drogas?
G. S. ?No haga esas preguntas! Si le digo que s¨ª, no ser¨ªa verdad. Y si le digo que no, tampoco lo ser¨ªa.
P. ?Han o¨ªdo hablar del fen¨®meno Indignaos, de St¨¦phane Hessel? Es ins¨®lito el ¨¦xito que est¨¢ disfrutando el grito de basta ya de un venerable nonagenario. ?Ven razones para la indignaci¨®n?
J. H. ?S¨ª!
G. S. No... Es demasiado grave para enfadarse. Funciona el cabrearse con asuntos menos importantes. Hace falta mucho sentido del humor para enfrentarse a lo que est¨¢ sucediendo. Porque las cosas est¨¢n demasiado mal. La furia te obstaculiza pensar en medio de los problemas. Como dicen los italianos: "un hombre enfadado no pesca peces".
P. ?Son estos los tiempos m¨¢s ciegos que han vivido?
G. S. No he vivido tanto, pero puedo imaginar que las cosas han sido peores. A m¨ª hay algo de Hessel que no me convence. El tipo sobrevivi¨® a la Segunda Guerra Mundial, a los campos de concentraci¨®n... ?Qu¨¦ clase de superviviente es ese? Est¨¢ bien indignarse, pero no soluciona nada.
P. Como autores que han clamado contra la tragedia de los indios americanos, ?qu¨¦ opinan de que la CIA se refiriera a Osama Bin Laden como Ger¨®nimo?
J. H. Una verg¨¹enza.
G. S. Un insulto. Por ahora la comunidad no ha respondido. Pero lo har¨¢. Acostumban a callar hasta que llegue el d¨ªa indicado.
P. ?Alg¨²n consejo para las nuevas generaciones?
G. S. Traten de romper con la distinci¨®n mental entre lo secular y lo sagrado. Estamos empezando a repensar la historia, a tomar conciencia de nuestra procedencia. He desarrollado una teor¨ªa, el pos humanismo, que voy a verbalizar en este momento por primera vez: en ella, los seres humanos no tienen por qu¨¦ considerarse superiores a los animales. Est¨¢ abierta a la certeza de que ignoramos cu¨¢nto saben exactamente los animales.
J. H. Es algo que dije el otro d¨ªa en Francia. Maldita sea, no soy hijo de la Ilustraci¨®n, de modo que si quiero hablarle a los perros y a los gatos, lo har¨¦.
Leer la tierra
- Gary Snyder. Escasamente traducido
al espa?ol, ?rdora public¨®
en 2000 una fascinante selecci¨®n de poemas y ensayos, La mente salvaje.
- Jim Harrison. La colecci¨®n de relatos Leyendas de pasi¨®n y Regreso a la tierra son los dos ¨²ltimos libros entre la treintena de Harrison en llegar a las librer¨ªas, de la mano de RBA.
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