Abstenerse o esconderse
El fiscal de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo, solicitar¨¢ cualquier d¨ªa de estos al Consejo de Seguridad de la ONU sendos mandatos de arresto de varios nefastos personajes internacionales por cr¨ªmenes de lesa humanidad. Es posible que entre ellos figure Gadafi. De ser as¨ª, los 15 miembros del Consejo de Seguridad deber¨¢n sacar las conclusiones l¨®gicas de su decisi¨®n anterior: intervenir en Libia por motivos humanitarios.
A¨²n no hay veredicto final sobre la injerencia humanitaria en Libia. Se evit¨® sin duda -y no es poca cosa- una hecatombe en Bengasi; se impidi¨® la destrucci¨®n de las facciones rebeldes; y se le asest¨® un duro golpe a Gadafi. Pero duro no significa necesariamente mortal, y es dif¨ªcil descartar la pat¨¦tica posibilidad de que el dictador de las dunas sobreviva. Surgir¨¢ entonces el peor de los mundos: los unos podr¨¢n criticar una intervenci¨®n casi meramente occidental en un pa¨ªs ¨¢rabe, y los otros carecer¨¢n de la ¨²nica respuesta eficaz: el ¨¦xito.
Su actitud en Libia prueba que los pa¨ªses emergentes no est¨¢n listos para acceder al Consejo de Seguridad
No obstante, entre los haberes del episodio ya podemos incluir uno para nada despreciable, a saber, la mayor disposici¨®n de pa¨ªses tradicionalmente recalcitrantes a emprender una acci¨®n militar que se origina en preocupaciones humanitarias, aunque obviamente contenga consecuencias pol¨ªticas, diplom¨¢ticas e incluso -el petr¨®leo- econ¨®micas. No hab¨ªa sido f¨¢cil en el pasado conjuntar la voluntad de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU para hacerlo: en Ruanda se negaron, por falta de liderazgo de Estados Unidos, y en Kosovo termin¨® por ser la OTAN quien actu¨®, debido al veto ruso para una operaci¨®n de cascos azules. La idea misma, m¨¢s all¨¢ de sus caracter¨ªsticas particulares en cada caso, choca con el sentimiento "soberanista", antiintervencionista y con la desconfianza de pa¨ªses como China, Rusia, la India y muchos otros afroasi¨¢ticos.
Consentir una acci¨®n encubierta, injerencia o bombardeo franco-ingl¨¦s, apadrinado por Washington, en un pa¨ªs ¨¢rabe o isl¨¢mico, evoca demasiados recuerdos: Suez en 1956, Ir¨¢n en 1954, Argelia a finales de los cincuenta. Pero cuando la propia Liga ?rabe la pide y los rebeldes libios la aplauden, algo ha cambiado en el firmamento internacional. El avance es significativo, aun si no se coronara de ¨¦xito o se prolongara en exceso, o incluso si fuera una mera golondrina a destiempo en plena primavera ¨¢rabe que se disipara como antecedente de acciones futuras.
Es cierto que China y Rusia solo se abstuvieron en la ONU, y que no han participado en las operaciones en el Mediterr¨¢neo. Pero no impidieron la extensi¨®n de un mandato legal a quienes se afanaban por las razones que fueran en la intervenci¨®n, y no han maniobrado o conspirado para dete
-ner las operaciones con el pretexto de un cese de fuego o una negociaci¨®n artificial. El problema, extra?a y afortunadamente, esta vez no han sido los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Reside m¨¢s bien en los miembros no permanentes o rotativos, que por pura casualidad resultaron ser, entre otros, tres integrantes del famoso P-4, es decir, los pa¨ªses que buscan un esca?o permanente para s¨ª mismos.
Alemania, Brasil y la India, junto con Jap¨®n, conforman el P-4. Desde hace tiempo sostienen, con bastante raz¨®n, que por su poblaci¨®n, su poder¨ªo econ¨®mico, su representatividad y la diversidad que su membrec¨ªa entra?ar¨¢, deben acceder al estatus de miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con o sin poder de veto. En tiempos recientes, la campa?a de la India y Brasil ha tomado vuelo, en parte por el activismo del expresidente Lula, en parte por la necesidad de Estados Unidos y de otras potencias de contrarrestar la influencia china en Asia a trav¨¦s de una mayor interlocuci¨®n con Nueva Delhi. El caso de Jap¨®n sigue congelado, debido a la oposici¨®n china; el de Alemania, por un veto de facto de Italia. Pero la gran pregunta es otra: ?para qu¨¦ quieren todos estos estar en el Consejo, si a la hora de las grandes decisiones, se abstienen?
En efecto, al votarse la resoluci¨®n 1973 sobre la zona de prohibici¨®n de sobrevuelo en Libia y la defensa de la poblaci¨®n civil, China y Rusia no emitieron veto alguno, lo cual represent¨® un cambio importante para ellos. Pero Alemania, Brasil y la India se abstuvieron, y Sud¨¢frica vot¨® a favor solo despu¨¦s de una intervenci¨®n directa de Barack Obama con el presidente Jacob Zuma y de la desaparici¨®n durante un par de d¨ªas de su representante en la ONU (seg¨²n las versiones de prensa).
Las razones variaron: Alemania por su pacifismo e incomodidad ante las acciones armadas, aunque tiene tropas en Afganist¨¢n; Brasil porque supuestamente quien preside el Consejo no vota (una tesis falsa y absurda, ya que entonces jam¨¢s habr¨ªa votaciones un¨¢nimes), y la India por no avalar una intervenci¨®n de dudosa eficacia y legitimidad.
Ninguna de estas objeciones es despreciable, y a la larga, quiz¨¢s los esc¨¦pticos tengan raz¨®n. Pero los verdaderos motivos de la renuencia de los tres abstencionistas son otros: a¨²n no se despojan de sus viejas costumbres antiintervencionistas, en el caso de Brasil y la India (y de Sud¨¢frica tambi¨¦n), y del primado de la pol¨ªtica interna y electoral en el de Alemania. En otras palabras, no quieren, o no pueden, y quiz¨¢s no deben, asumir las responsabilidades propias de miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Ni votan en contra, por razones geopol¨ªticas, econ¨®micas o ideol¨®gicas (es dif¨ªcil inventar una afinidad ideol¨®gica con el autor de Libro Verde), ni votan a favor, debido a sus atavismos y fantasmas. La soluci¨®n: abstenerse o esconderse.
Dicho de otro modo: no deben adquirir ni derecho de veto en la ONU, ni rango de potencias mundiales, no solo porque no lo son, sino porque en los hechos no desean serlo. Y no lo desean porque a¨²n no se convencen de las virtudes del r¨¦gimen jur¨ªdico internacional que a paso tortuoso se viene construyendo a lo largo de los ¨²ltimos decenios, con sobresaltos, retrocesos y una fuerte dosis de hipocres¨ªa. Solo ven sus innegables riesgos y lagunas.
En efecto, como lo podemos incluso ya suponer en caso de Osama Bin Laden, las grandes potencias de siempre respetan y fortalecen el nuevo regimen jur¨ªdico (Corte Penal Internacional, Consejo de Derechos Humanos, intervenci¨®n humanitaria y derecho de proteger -R2P-) cuando les conviene (Darfur, Libia, Kosovo a medias), y lo violan cuando no: Pakist¨¢n, Afganist¨¢n, Ruanda, Sierra Leona. Intervienen con toda raz¨®n en Libia para salvar a civiles, pero no en Siria donde quiz¨¢s hayan ya muerto m¨¢s. Ejecutan a Bin Laden, en parte porque no exist¨ªan alternativas accesibles, pero no a Bashir; juzgan a Charles Taylor y a Mil¨®se-vic en La Haya, pero no a Sadam Husein, ni a Mubarak, ni a Mugabe.
Existe, sin embargo, una gran diferencia entre la hipocres¨ªa de las viejas potencias y la reticencia y pasividad de las nuevas: la sociedad civil. En China, la India, Brasil y Rusia (los BRIC), el compromiso con el emergente r¨¦gimen jur¨ªdico internacional carece de apoyos en la sociedad civil: no hay cap¨ªtulos fuertes y vigorosos de Amnist¨ªa Internacional, de Human Rights Watch, de Greenpeace, de activistas a favor de la CPI o del derecho humanitario. Son sociedades civiles menos organizadas, menos activas, menos poderosas, que las que s¨ª existen, a pesar de sus Gobiernos, o en ocasiones gracias a ellos, en las viejas democracias del Atl¨¢ntico Norte. Con el tiempo esto cambiar¨¢; por ahora, es una realidad tan dura e inamovible como la creciente potencia econ¨®mica de los llamados pa¨ªses emergentes.
Jorge Casta?eda fue canciller mexicano y es profesor de la Universidad de Nueva York y de la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico.
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