El d¨ªa que Lorca se hundi¨® dos veces
Relato sobre la mayor cat¨¢strofe s¨ªsmica del ¨²ltimo medio siglo en Espa?a - El primer temblor de tierra salv¨® la vida de muchas personas que abandonaron sus casas y eludieron la segunda sacudida
Clementa Gonz¨¢lez G¨¢zquez, polic¨ªa local de Lorca, de 56 a?os, guardaba reposo en su casa por unas molestias f¨ªsicas el pasado mi¨¦rcoles por la tarde. El lunes, cuando comenz¨® a sentirse mal, hab¨ªa pedido permiso a sus superiores para ausentarse de su puesto en la sala del 092, un destino relativamente tranquilo tras 29 a?os de servicio en la calle e ideal para una persona que, pese a llevar un discreto aud¨ªfono, sabe escuchar a los dem¨¢s como pocos. Clemen, como la conocen sus amigos, estaba tumbada con los ojos cerrados en un sof¨¢ cuando a las 17.05, la falla que atraviesa el centro de la ciudad en direcci¨®n noreste-suroeste se fractur¨®.
La agente, la primera mujer en entrar en el cuerpo, intuye al instante que el temblor que est¨¢ sintiendo y que sacude los muebles de su casa en el barrio de La Vi?a no era un peque?o se¨ªsmo de los que con relativa frecuencia se sienten en la localidad murciana. No le hace falta saber que en la escala Richter alcanzaba 4,5 puntos, ni que el epicentro est¨¢ cuatro kil¨®metros al norte de la ciudad en la que han nacido sus padres, ella, sus dos hijos y su nieto, de cuatro a?os. "Puse la tele y con las primeras im¨¢genes vi que era algo serio", afirma. Tras unas llamadas para cerciorarse de que los suyos no han sufrido da?o, Clemen marca el tel¨¦fono de la jefatura: "Jefe, estoy disponible".
"Los muros de la Jefatura de Polic¨ªa, de un metro de grosor, se abrieron"
Un p¨¢rroco salv¨® de un derrumbe a 22 ni?os al sacarlos de la catequesis
Un adolescente muri¨® bajo una cornisa en presencia de su madre
Un bloque de pisos edificado hace nueve a?os se cay¨® en un instante
El temblor hace que los habitantes del n¨²cleo principal de Lorca, en el que viven unas 60.000 personas, entre ellas 14.000 inmigrantes, se echen a la calle por miedo a una r¨¦plica del se¨ªsmo. La agente, ya de uniforme, se presenta en la jefatura, un edificio blanco de dos plantas. No le hab¨ªa dado apenas tiempo de atender llamadas de ciudadanos cuando, a las 18.56, Lorca se asom¨® al apocalipsis. Un segundo terremoto, no una mera r¨¦plica del anterior, de 5,1 grados Richter, sacude como un latigazo el coraz¨®n de la ciudad a lo largo del eje de la falla. "Los muros de la jefatura, de casi un metro de espesor, comenzaron a agrietarse y todo se mov¨ªa. Era una locura", recuerda la agente. Sin m¨¢s formaci¨®n contra terremotos que su instinto, Clemen espera a que cese el temblor para lanzarse a la calle. Empezaban las 48 horas m¨¢s intensas y terribles de su vida. Y seguramente de la de todos los lorquinos.
Enfrente de la jefatura de la Polic¨ªa Local, una nube de polvo blanco vela los barrios de San Diego y San Crist¨®bal, de los que salen hacia zonas m¨¢s abiertas decenas de personas despavoridas. Ignorando cualquier instinto de conservaci¨®n, y sin pararse a pensar, Clemen se lanza hacia esa barriada, en la que se mezclan edificios viejos poblados en general por inmigrantes e inmuebles m¨¢s recientes habitados por familias espa?olas, curiosamente los m¨¢s da?ados. "Todo el suelo estaba lleno de cascotes, y dos tuber¨ªas lanzaban gas hacia la calle. Ayudo a salir a una se?ora de un portal y le digo que salga corriendo hacia el parque. Mi prioridad era sacar a la gente de la zona".
Cuando la nube comienza a disiparse, Clemen ya es consciente de que se trata de una tragedia. La cornisa de ladrillo y cemento que remata el edificio que ocupa la manzana entre las calles Navarra y Galicia se ha desplomado por tres de sus lados. Los escombros aplastan a la hostelera Juana Canales, de 50 a?os, junto a la Peluquer¨ªa Rosa, de la que hab¨ªa salido corriendo; y a la vuelta de la esquina, sepultan a Domingo Garc¨ªa, de 44 a?os. Varios centenares de metros m¨¢s all¨¢, en el cruce de las calles Puente de Gimeno y Los Voluntarios, Rafael Mateo, de 50 a?os, charla a la puerta de su tienda de zapatos con un amigo jubilado y otro joven que ha hecho un descanso en su marcha cicloturista. Los cascotes acaban con ambos en el acto.
La agente Clementa Gonz¨¢lez G¨¢zquez se apresura a buscar unas mantas para cubrir los cad¨¢veres, al tiempo que trata de proteger a los vivos. Su imagen abrazando a una mujer presa de un ataque de nervios para apartarla del lugar ser¨¢ la portada de la mayor¨ªa de los peri¨®dicos espa?oles al d¨ªa siguiente. "El fot¨®grafo me abrazaba al tiempo que me hac¨ªa fotos, est¨¢bamos llorando de la emoci¨®n y del miedo, recuerdo que para romper un poco la tensi¨®n le dije que ten¨ªa unos ojos muy bonitos. La verdad es que en estos casos no piensas, solo act¨²as", afirma Clemen, que no puede evitar las l¨¢grimas al volver al lugar. Otros vecinos, como Juan Oliver, de 68 a?os, y su hijo Domingo, de 41, salvan la vida por mil¨¦simas al saltar sobre un coche estacionado y refugiarse del diluvio de cascotes en su portal.
A unos cuatro kil¨®metros al suroeste de la calle Galicia se encuentra el barrio de La Vi?a, un antiguo arrabal obrero que tambi¨¦n ha recogido a numerosos inmigrantes que trabajan en la agricultura y la ganader¨ªa, verdaderos motores econ¨®micos de Lorca. Las sacudidas hacen que otra cornisa sepulte al ni?o Ra¨²l Guerrero, de 14 a?os, a las puertas del Bar La Vi?a, uno de los centros neur¨¢lgicos del barrio. Ra¨²l, buen estudiante y amante del f¨²tbol y la nataci¨®n, falleci¨® en presencia de su madre y su abuelo paterno, Gin¨¦s. Sin embargo, una de las im¨¢genes m¨¢s impactantes en esa zona es el desplome, en efecto s¨¢ndwich, de uno de los bloques de la urbanizaci¨®n Puerta de Lorca, uno de esos complejos con nombre pomposo y construcci¨®n deficiente que han proliferado en Espa?a en los comienzos de la burbuja inmobiliaria. El bloque, con 27 viviendas y de apenas nueve a?os de antig¨¹edad, en la calle Infante Juan Manuel, se viene abajo en un instante.
El balance de da?os en este punto, a la vista de las ruinas, es asombrosamente bajo. A esa hora pasaba por el lugar Antonia S¨¢nchez, acompa?ada de sus hijos de uno y tres a?os. Una pared del inmueble se venci¨® sobre la calle y sepult¨® a la familia. Antonia tuvo tiempo de proteger con su cuerpo a los ni?os, cuyos llantos son escuchados por el empleado de la empresa municipal de limpieza Jos¨¦ Manuel Lorca que, junto a otros vecinos, los rescata arrancando los cascotes con las manos. No son los ¨²nicos ni?os que salvan la vida de milagro. El primer terremoto ha hecho que la gente salga de sus casas y ha servido de aviso al p¨¢rroco de la iglesia de Santiago, Eduardo S¨¢nchez Carrasco, que saca del templo a 22 ni?os y ni?as a los que impart¨ªa catequesis tras el desprendimiento de varios cascotes. Con el segundo temblor, la peque?a joya barroca de piedra caliza se hunde sin remedio. Si hubiera cogido a los menores dentro, la magnitud de la tragedia se habr¨ªa multiplicado.
A la misma hora, en el barrio de San Pedro, una zona marginal a los pies del castillo de Lorca, Francisco Moreno Cort¨¦s, jardinero en paro de 42 a?os, visita a unos familiares. A la puerta de la chabola en la que vive con su marido y su hijo de tres a?os, Emilia Moreno, de 22 a?os y embarazada de ocho meses, descansa apoyada en una tapia de ladrillo, que se le viene encima con el segundo temblor. Francisco, hincha del Real Madrid y amante del cante de Camar¨®n y Rafael Farina, es el primero en llegar al lugar. Con ayuda de un primo suyo, levanta el lienzo de ladrillo, bajo el que yace el cuerpo de Emilia, cruelmente da?ado. Francisco le toma el pulso, "pero es in¨²til". Desde lo alto del Castillo, un gran trozo de roca aterriza en el patio de la casa de su hermana Soledad.
Desde el mero punto de vista geol¨®gico, se trata de un peque?o terremoto, pero genera una aceleraci¨®n del terreno tres veces superior al m¨¢ximo que legalmente deben soportar las casas. Adem¨¢s, al producirse muy cerca de la superficie terrestre y muy pr¨®ximo a Lorca, tiene efectos devastadores, en especial en las plantas m¨¢s bajas de los edificios.
En pocos segundos Lorca se colapsa y la imagen de la espada?a de la iglesia de San Diego precipit¨¢ndose sobre el suelo da la vuelta al mundo. El terremoto afecta en mayor o menor grado a 4.100 de los cerca de 6.500 edificios de la ciudad. Cientos de inmuebles han quedado inservibles, y adem¨¢s la gente no tiene ¨¢nimo de volver a ocuparlos. Entre el caos, comienzan a llegar los servicios de socorro, primero de la Regi¨®n de Murcia y luego de comunidades lim¨ªtrofes y del resto de Espa?a.
Los ciudadanos que disponen de una casa en las afueras o de familiares en otras ciudades que les puedan acoger comienzan un ¨¦xodo. Los inmigrantes, carentes de red familiar en Espa?a, quedan a la intemperie. El despliegue de medios es propio de una gran cat¨¢strofe. El Gobierno moviliza a la Unidad Militar de Emergencia, que monta tres campamentos. En la tienda 45 duermen, no se sabe a¨²n por cu¨¢nto tiempo, Francisco Moreno, su esposa y sus tres hijos de 11, siete y cuatro a?os.
Durante 48 horas ininterrumpidas, la agente Clemen colabora en las labores de orden p¨²blico y en la ayuda a los damnificados. Solo el viernes por la tarde puede regresar a su casa, en La Vi?a, un barrio seg¨²n ella "unido y cohesionado" y que ahora luce fantasmag¨®rico. Su edificio tiene en la puerta un c¨ªrculo amarillo que indica que solo podr¨¢ entrar para recoger los enseres imprescindibles. La agente tendr¨¢ que pasar esa noche, y qui¨¦n sabe cu¨¢ntas m¨¢s, en casa de su hija, y con su nieto Sergio, de cuatro a?os. En medio de tanta desolaci¨®n, el ni?o, que adora a su abuela, le regala una flor.
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