El delirio de Paolo Sorrentino contagia a Sean Penn
El director napolitano Paolo Sorrentino demostr¨® en Las consecuencias del amor, enigm¨¢tico retrato de un hombre solitario que vive aislado en un hotel suizo, es utilizado como testaferro por la Mafia y se inyecta hero¨ªna una vez al a?o, siempre el mismo d¨ªa y a la misma hora, que pose¨ªa un universo muy personal y una c¨¢mara tan barroca como poderosa para expresarlo. Algo que volv¨ªa a confirmar en la esperp¨¦ntica y tenebrosa descripci¨®n que hac¨ªa en Il divo del maquiav¨¦lico pol¨ªtico Giulio Andreotti.
Sorrentino tambi¨¦n evidenciaba en la vibrante banda sonora de esas pel¨ªculas su conocimiento y amor por la m¨²sica. No es extra?o por ello que en This must be the place (t¨ªtulo de una de las canciones de los legendarios y siempre a?orados Talking Heads) el protagonista sea una estrella del pop que a los 50 a?os vive retirado en un palacete de Dubl¨ªn. Tampoco es casual que David Byrne, cantante y l¨ªder de Talking Heads, se encargue de ambientar con su m¨²sica las rebuscadas im¨¢genes de esta pel¨ªcula y que aparezca en ella interpretando en una larga secuencia la canci¨®n This must be the place.
Todo el rato estoy viendo interpretar a un payaso sofisticado
Lo que s¨ª te sorprende ligeramente es que Sean Penn, ese excelso actor y estrella de Hollywood muy a su pesar, alguien que puede elegir los papeles que le d¨¦ la gana, se haya embarcado con tanto entusiasmo en la aventura norteamericana del director italiano. Encarna a un individuo excesivamente parecido a Robert Smith, el cantante de The Cure. Penn viste de g¨®tico, lleva una caballera que parece un tiesto selv¨¢tico y lo primero que hace al levantarse es pintarse los ojos, los labios, las u?as de las manos y de los pies. Tambi¨¦n camina como un zombi teatral y desva¨ªdo, y emite frases muy cortas con voz aflautada y casi inaudible. Y entiendo que a Penn le puede encantar hacer ejercer el transformismo en su trabajo pero en este caso es demasiado folcl¨®rico, est¨¢ interpretando a una caricatura. Me resulta dif¨ªcil cre¨¦rmelo y adem¨¢s su personaje me cae fatal.
Ese antiguo y desolado yonqui est¨¢ convencido de que el miedo es el ¨²nico motor de la supervivencia, pasea su infinita desgana existencial en compa?¨ªa de una esposa pintoresca y solo guarda relaci¨®n paternalista con una fan adolescente y deprimida a la que cree que debe proteger de los infinitos males del mundo. Cuando empiezo a estar hasta el gorro de las andanzas urbanas de este impostado se?or, la acci¨®n parece animarse ya que le comunican que su jud¨ªo padre acaba de morir en Nueva York. All¨ª se entera del pasado de este en un campo de concentraci¨®n y de que su verdugo, un nazi centenario, todav¨ªa vive oculto en alg¨²n pueblo de la Am¨¦rica profunda. Al desganado ¨ªdolo musical le entra urgencia de venganza y decide encontrar las huellas del torturador de su padre. Nos prometen acci¨®n, pero solo es un espejismo.
El viaje a trav¨¦s de geograf¨ªa tan cinematogr¨¢fica le permite a la enf¨¢tica c¨¢mara de Sorrentino hacer m¨²ltiple experimentaci¨®n y agobiante ejercicio de estilo, pero lo que ocurre es algo tirando a banal. Se supone que los nuevos personajes que van apareciendo desprenden el presunto lirismo y desarraigo del cine de carretera y que las aventuras de este l¨¢nguido perseguidor son exc¨¦ntricas y fascinantes. El supuesto encanto nunca me contagia. El protagonista me cae mal desde el principio y todo el rato estoy viendo a Sean Penn interpretando a un payaso sofisticado. Las pretensiones de Sorrentino son muy grandes pero el resultado se acerca a la vacuidad. Es tan transparente su obsesi¨®n por la est¨¦tica que se olvida del contenido.
Ocurre todo lo contrario en Drive, dirigida por el dan¨¦s Nicolas Winding Refn. Vuelca el aroma del cine negro y de la m¨²sica pop de los ochenta cont¨¢ndote con sobriedad y violencia la historia de un personaje herm¨¦tico y fatalista que parece inspirado en los delincuentes misteriosos y tr¨¢gicos del cine de Jean-Pierre Melville, un conductor que interpreta las escenas de coches en las pel¨ªculas y que prolonga ese trabajo al servicio de los g¨¢nsteres que acaban de cometer atracos. No es una obra maestra pero s¨ª una pel¨ªcula de acci¨®n visible y cre¨ªble. Nada que ver con la aceptaci¨®n art¨ªstica de Sorrentino.
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