?Bien por Nueva York!
Primero. Muchas mujeres nos alegramos, mucho, de que la justicia de Nueva York haya escuchado con respeto la denuncia por intento de violaci¨®n y abuso sexual presentada por una camarera, inmigrante de origen guineano, contra un poderoso funcionario internacional. Nos alegramos de que haya detenido al sospechoso, de que haya abierto una r¨¢pida investigaci¨®n para determinar la solidez de las pruebas en su contra y de que, a la vista de esa investigaci¨®n, le haya procesado. Se demuestre finalmente su culpabilidad o no, el comportamiento de la polic¨ªa y de la justicia de Nueva York ha sido, en ese punto, y al margen de cualquier otra circunstancia seguramente censurable, admirable y correcto. Y debe reconocerse as¨ª.
La vida sexual de los pol¨ªticos es asunto privado, siempre que no cometan delitos ni pregonen lo opuesto a lo que practican
Segundo. Muchas mujeres estamos indignadas con la reacci¨®n de un grupo de comentaristas, especialmente franceses, que en su defensa de Dominique Strauss-Kahn, han recurrido, sin rubor, al m¨¢s antiguo y deleznable recurso machista: trasladar la sospecha a la v¨ªctima, de manera que pase de ser una mujer posiblemente agredida a una probable prostituta ¨¢vida de dinero. DSK se merece la presunci¨®n de inocencia. Su posible v¨ªctima, no.
Muchas mujeres estamos hartas de ese tipo de comportamiento, analizado en miles de estudios, porque amedrenta a las v¨ªctimas y tiene un efecto perverso sobre las denuncias. Ha costado a?os de trabajo que las mujeres se atrevan a denunciar los abusos sexuales como para que ese grupo de comentaristas no sea consciente de lo ruin de su actitud. Volcar la sospecha sobre la posible v¨ªctima es mucho m¨¢s repugnante que el reprochable h¨¢bito de la justicia de Nueva York de exponer ante las c¨¢maras de medio mundo a un sospechoso, sobre todo si es famoso, pese a que deber¨ªa estar protegido por la presunci¨®n de inocencia.
Nos indigna que Bernard-Henri L¨¦vy asegure que en la mayor¨ªa de los hoteles de Nueva York las camareras no entran solas en las habitaciones de los hu¨¦spedes, lo que cualquier persona que haya viajado a esa ciudad y se haya alojado en ese tipo de hoteles sabe que es absolutamente falso. Nos asombra que Jean Marie Colombani deslice en un art¨ªculo la idea de que la acusaci¨®n puede deberse a diferentes sensibilidades a la hora de encarar una conducta sexual. A Strauss-Kahn no se le ha acusado en Nueva York, en ning¨²n momento, de ser ofensivamente insistente en su propuesta de mantener relaciones sexuales, ni tan siquiera de forzar a una empleada en una posici¨®n de clara inferioridad a recibir un beso. Se le acus¨® de intento de violaci¨®n y de abusos sexuales, algo que no es cuesti¨®n de percepciones culturales, sino un atentado contra los derechos humanos.
Nos desconcierta que una conocida comentarista de Le Point, Anna Cabana, haya descrito en estos t¨¦rminos la comparecencia de DSK ante la justicia norteamericana: "Estaba transfigurado por una c¨®lera sombr¨ªa y orgullosa. (...) Si me atrevo a escribir esta paradoja, les dir¨ªa que este hombre, desembarazado de su dandismo por la gravedad de las circunstancias, no ha estado nunca tan hermoso".
Nos asombra que los medios de comunicaci¨®n, franceses e internacionales, hayan permanecido tan pasivos ante los repetidos comentarios sobre la "adicci¨®n al sexo" del director del FMI. La vida sexual de los pol¨ªticos es asunto privado, siempre que no cometan delitos ni pregonen p¨²blicamente lo contrario de lo que practican. Pero la hipersexualidad, un t¨¦rmino m¨¦dico, define a una persona que busca saciar el deseo sexual de una manera compulsiva y obsesiva, una alteraci¨®n seria que influye en el comportamiento de quien lo sufre. Si hubieran existido repetidos comentarios sobre cualquier otra alteraci¨®n de comportamiento en DSK (consumiera coca¨ªna o fuera simplemente clept¨®mano), es muy probable que esos medios se lo hubieran tomado mucho m¨¢s en serio. Pero parece que incidentes relacionados con la eventual adicci¨®n sexual de Dominique Strauss-Kahn solo provocaron sonrisas entre sus colegas a este lado del oc¨¦ano. -
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.