El mensaje de Bin Laden
En una hermosa canci¨®n de protesta, Joan Baez evocaba la figura de Joe Hill, un sindicalista sueco judicialmente asesinado, para concluir que Joe Hill no hab¨ªa muerto, que all¨ª donde hubiese hombres que defendieran sus derechos, ¨¦l seguir¨ªa vivo. Dejando de lado la profanaci¨®n que representa la cita, ambos casos tienen ese punto en com¨²n: la muerte f¨ªsica del l¨ªder cuenta menos para la historia que el significado de la misma, su importancia para la evoluci¨®n del movimiento que dirige, la huella dejada sobre los correligionarios. Y desde ese ¨¢ngulo puede decirse que incluso ahora que con Saif al Adel conocemos a su sucesor, Bin Laden a¨²n no ha muerto.
Ha sido sorprendente que entre nosotros esa cuesti¨®n crucial haya merecido solo la atenci¨®n de los especialistas. Fernando Reinares hizo ya notar que la distancia en el tiempo ha ido amortiguando la condena de 11-S y 11-M por parte de la opini¨®n p¨²blica, cediendo paso a la b¨²squeda del olvido y a una impl¨ªcita absoluci¨®n. Esta deriva estuvo adem¨¢s siempre presente en Espa?a, por el antiamericanismo primario que desde d¨¦cadas viene imperando en algunos sectores de la izquierda m¨¢s inclinados a sentenciar que a pensar. El manique¨ªsmo facilita mucho las cosas. No es casual que entre los comentarios sobre la muerte de Bin Laden se repitan las asociaciones entre la pol¨ªtica de Bush y la de Obama, quien seguir¨ªa comprometido en la guerra contra el terror de su predecesor. En el mismo sentido ha actuado la obsesi¨®n por sustituir el problema central, la significaci¨®n pol¨ªtica de la desaparici¨®n del emir, por las elucubraciones sobre las circunstancias concretas de la muerte y sus implicaciones morales.
M¨¢s vale no contribuir a la conversi¨®n del terrorista ni en m¨¢rtir ni en v¨ªctima
Claro que la muerte del l¨ªder de Al Qaeda fue un acto de guerra
De las primeras, se ha llegado a asegurar que fue Pakist¨¢n quien le entreg¨® despu¨¦s de protegerlo, cuando lo ¨²nico cierto es que durante a?os los poderes f¨¢cticos de Pakist¨¢n albergaron al emir, lo cual avisa sobre los enormes problemas con que Occidente se encuentra all¨ª para frenar al terror y explica de paso c¨®mo Obama tuvo que plantear la operaci¨®n. Y sobre todo, de nuevo con especial insistencia entre nosotros, el primer plano ha sido ocupado por la condena de la ejecuci¨®n sumaria de Bin Laden. Por buena conciencia que no quede, cuando nadie se ocupa de los reiterados intentos de eliminar f¨ªsicamente a Gadafi mediante los reiterados bombardeos de la OTAN a su b¨²nker, sin el menor aval de la ONU. Del mismo modo que desde un amplio espectro de medios, tanto televisivos como impresos, se han aplicado distintas formas de censura indirecta, desde el "te destinan cuarta plana, letra chica y a un rinc¨®n", cantado por los Quilapay¨²n, al olvido de los especialistas en Al Qaeda o alretraso en el tratamiento que lo deja anticuado. Desde el 11-S, y m¨¢s a¨²n desde el 11-M ha existido una evidente incomodidad a la hora de encarar el terrorismo islamista, tal vez de acuerdo con la intenci¨®n del Gobierno de no causar alarma ni fomentar la islamofobia. La propensi¨®n encubierta de algunos medios conservadores a introducir el miedo al islam, asociado al rechazo de la inmigraci¨®n, favoreci¨® que el p¨¦ndulo extremase su recorrido en el sentido opuesto. Y las revueltas ¨¢rabes que supuestamente iban a desembocar en un despegue general hacia la democracia, hicieron el resto. A pesar del atentado de Marrakech, Al Qaeda desaparec¨ªa de la escena y la eventual conexi¨®n entre islamismo y yihadismo resultaba tajantemente negada. Desde tales supuestos, antes que recordar los ba?os de sangre provocados por las acciones de Al Qaeda y el significado de su estrategia para las relaciones entre Islam y Occidente, los comentarios se centraron masivamente en subrayar la criminalidad de la acci¨®n decidida por Obama. Cualquier pretexto, incluso hablando de Bildu, sirvi¨® para rasgarse las vestiduras.
Claro que la muerte de Bin Laden fue un "acto de guerra". En 1998, Bin Laden hab¨ªa lanzado una declaraci¨®n de guerra a los cruzados judeo-americanos y la hab¨ªa puesto en pr¨¢ctica con reiteraci¨®n, cada vez que a Al Qaeda le fue posible desencadenar matanzas de masas. No era un criminal com¨²n, sino el l¨ªder de una estrategia de alcance mundial para organizar acciones de megaterrorismo con el prop¨®sito de doblegar a quienes juzgaba enemigos de su religi¨®n, buscando el sello de la ortodoxia en los fragmentos m¨¢s propicios de la violencia de sus textos sagrados. Era una guerra sin otra paz posible que la rendici¨®n de los enemigos del islam, y como en otro terrorismo que tenemos bien cerca, la ausencia temporal de atentados en Occidente no se debi¨® a rectificaci¨®n t¨¢ctica alguna, sino a una mejor articulaci¨®n de las defensas y a una debilitaci¨®n acentuada por ello de Al Qaeda. En ausencia de otras alternativas, la prioridad de Obama tuvo que ser la eliminaci¨®n. Un juicio en Estados Unidos hubiera sido una plataforma de propaganda para Bin Laden, la llamada para una secuencia interminable de atentados y secuestros para liberarle, y por fin su conversi¨®n en shah?d, en m¨¢rtir. Obama estaba ante un juego de suma siempre negativa y eligi¨® el coste menor para el bien de todos, no solo el ejercicio de una venganza made in USA.
Por a?adidura, t¨¦cnicamente asumi¨® un alto riesgo que minimiz¨® la p¨¦rdida m¨ªnima de vidas humanas. Luego, con el relato de las respetuosas honras f¨²nebres intent¨® eliminar la afrenta que la mayor¨ªa de los musulmanes hubiera sentido, no por ser quien es Bin Laden, sino por tratarse de un creyente que incluso como cad¨¢ver resulta humillado por los infieles. Queda la sepultura en el mar, no prevista en los hadices, pero tampoco condenada en el caso excepcional de no poderse hacer en tierra. Tariq Ramad¨¢n ya ha protestado.
Ahora, el mensaje p¨®stumo de Bin Laden muestra que su radicalismo yihadista resultaba conciliable con un notable sentido de la realidad. El golpe sufrido por Al Qaeda resulta innegable: estamos ante una mentalidad muy sensible al ¨¦xito y al fracaso, vistos como efectos de decisiones de Al¨¢, y la p¨¦rdida del emir constituye un importante factor de desmoralizaci¨®n, del mismo modo que los grandes atentados impulsaron el reclutamiento y sobre todo el prestigio de la organizaci¨®n terrorista entre las masas ¨¢rabes. La yihad no es un ejercicio de masoquismo, sino de entrega calculada a la causa de Al¨¢, luego la capacidad de respuesta ser¨¢ fundamental para la supervivencia de una organizaci¨®n en declive. Pero Bin Laden recuerda en su mensaje que las revueltas contra los tiranos en el mundo ¨¢rabe son tambi¨¦n una oportunidad para Al Qaeda, si sabe incorporarse a ellas, ya que contienen un sentido de rechazo radical a un poder injusto que deber¨ªa orientarse hacia la activaci¨®n de la umma, y desde la plataforma revolucionaria romper con "la ley hecha por el hombre" e implantar la shar¨ªa.
Para ello tendr¨ªa que fracasar la evoluci¨®n democr¨¢tica, algo no imposible a la vista de las tr¨¢gicas secuencias de Siria, Libia o Bahr¨¦in. Pero de momento la t¨¢ctica de los Hermanos Musulmanes tiene abierta ventaja sobre el terror.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica
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