Noche de lobos
Enfundado el t¨®rax en la nueva camiseta del Bar?a y con la barretina a modo de capucha, la Caperucita Roja se present¨® en la taberna londinense de Doris para, supuestamente, ver la Final de Wembley en la tele. Simul¨® estupefacci¨®n cuando le comunicaron que el partido no se jugar¨ªa hasta el s¨¢bado que viene. Aparentemente decepcionada, la Caperucita se quit¨® la barretina y todos quedaron sorprendidos al comprobar que luc¨ªa el mismo cr¨¢neo pelado de Guardiola y en el occipucio ten¨ªa tatuado eso de No hay pan para tanto chorizo, de lo que dedujeron que era una de las indignadas del 15-M disfrazada de cul¨¦.
La mujer invisible, mi dulce Amanda, arrastr¨® por los pelos a su hijo ultrasur, sac¨¢ndolo de la taberna antes de que arremetiera contra la reci¨¦n llegada como un presunto Strauss-Kahn cualquiera. Repuesta del sobresalto, la Caperucita Roja se apresur¨® a confesar que no le interesaban los partidos, ni de f¨²tbol ni de los otros, y que lo de la Final de Wembley era un pretexto y su atuendo un camuflaje para despistar al lobo. "?A qu¨¦ lobo?", le pregunt¨® Juanita la Muerte, pensando en el arzobispo Marzinkus, aquel que fuera guardaespaldas de Dios en los premonitorios tiempos del Banco Ambrosiano; un apuesto arzobispo, con 9,5 de estatura y fumador empedernido de 8-9-8, del que La Muerte segu¨ªa perdidamente enamorada. No, no era Marzinkus, sino otro de los m¨¢s feroces y ¨¢vidos fantasmas financieros entre los voraces lobos vivos de nuestros d¨ªas. Cuando se mencion¨® su nombre, hasta el Diablo se persign¨®. Se llamaba Mercado y, despu¨¦s de Dios, era su implacable competidor. Casualmente, en ese preciso momento, son¨® el tel¨¦fono y la Caperucita se interpuso a tiempo para evitar que nadie descolgara. Los tel¨¦fonos eran, seg¨²n ella alert¨®, nefastos artilugios al servicio de lobos que gozaban de criminal impunidad en el intrincado bosque por donde los fantasmas de sus indefensas v¨ªctimas deambulaban devoradas o despedidas. Con un deje de tristeza por el descenso a Segunda Divisi¨®n del equipo que su hom¨®nimo dirig¨ªa, la Lata de Lotina dio la raz¨®n a Caperucita. Como es sabido, era una simple lata vac¨ªa que se limitaba a transmitir voces ajenas sin lucro alguno ni voracidad multinacional. "?Y qu¨¦ decir de los lobos del f¨²tbol?", inquiri¨® una de las voces enlatadas; "endeudados hasta las orejas con la complicidad de Hacienda y de bancos cuya supervivencia y beneficios sustentamos entre todos, despilfarran a diestro y siniestro, en plena crisis y con zafia ostentaci¨®n, para que jugadores que cuestan su peso en oro den patadas a un bal¨®n". El capit¨¢n Grason asinti¨®. Pero el Diablo, en un arrebato de sinceridad y secundado por Juanita la Muerte, se arranc¨® por peteneras: "Mi problema, se?ores, es que me he quedado sin trabajo y, siendo Dios de derechas, no tengo seguridad social ni celestial paro. Hoy en d¨ªa, la corrupci¨®n es virtud democr¨¢tica. Nadie vende el alma si basta un traje regalado para acceder al poder. ?Mi mundo ya no es de este reino!", concluy¨® lastimero y a?adi¨® resignado: "El f¨²tbol ser¨¢ mi consuelo. Volcar¨¦ en los estadios mi frustraci¨®n".
Caperucita luc¨ªa el cr¨¢neo pelado de Guardiola y en el occipucio ten¨ªa tatuado 'No hay pan para tanto chorizo'... ...De lo que dedujeron que era una de las indignadas del 15-M disfrazada de cul¨¦
Tras besarle la pezu?a izquierda con devota sumisi¨®n, la rubicunda Doris exclam¨® compasiva: "?Qu¨¦ gran presidente ha perdido el mundo!". No especific¨® si alud¨ªa a un presidente de f¨²tbol o de los otros. Tampoco si se refer¨ªa al mundo entero o a un peri¨®dico concreto. El caso es que al orondo capit¨¢n Grason se le atragant¨® la cerveza y quisieron los celos, y los cielos, que la propulsara a su alrededor salpicando el vestido de sevillana con el que Juanita la Muerte aderezaba su precaria condici¨®n de dama seca (o sea, de esqueleto mondo y lirondo). Malhumorada, sali¨® a la calle para fumarse un cigarrillo y pidi¨® fuego al presidente del gobierno que pasaba cabizbajo por all¨ª. Probablemente, estaba preocupado por lo del volc¨¢n Grimsvoent en Islandia y la posibilidad de que el humo y las cenizas afectaran a la Final de Wembley, supuso Juanita, ya que el insigne transe¨²nte pas¨® de largo sin ni siquiera advertir su presencia. Cuando Gallard¨®n en persona apag¨® las ¨²ltimas farolas, al fondo de la calle oscura aullaron los lobos y, en la taberna londinense, la Caperucita Roja se estremeci¨®.
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