Cosas que pasan en Essex
Su nombre acaso no resulte a¨²n demasiado familiar, pero a Darren Hayman le han escuchado bastantes m¨¢s aficionados de los que cabr¨ªa imaginarse. A ¨¦l debemos atribuirle la sinton¨ªa para ?Qu¨¦ fue de Jorge Sanz?, la reciente serie televisiva de David Trueba; pura orfebrer¨ªa ac¨²stica, maravillosamente adictiva. Ahora solo falta que asociemos obra y personaje: anoche solo medio centenar de personas (contabilizando amigos y plumillas) disfrutaron del concierto delicioso que ofreci¨® en el Nasti junto a su banda de estos ¨²ltimos tiempos, The Secondary Modern.
L¨ªder de Hefner una d¨¦cada atr¨¢s y reciente productor de The Wave Pictures -trovadores tambi¨¦n deliciosos y habituales en el club de la calle San Vicente Ferrer-, Hayman pone al d¨ªa ese folk brit¨¢nico de los sesenta que ahora ha terminado aflorando, irremisiblemente, como una de las grandes joyas de la corona. En tiempos de los Beatles, Stones, Kinks y Who, los cronistas de la m¨²sica popular no siempre repararon en el prodigio que emanaba de las campi?as: Fairport Convention, Pentangle o la Incredible String Band en el bando de los renovadores, el enciclop¨¦dico Martin Carthy como abanderado de los tradicionalistas.
Darren es heredero de todos ellos, pero tambi¨¦n del callejero Rory McLeod, el c¨¢ustico Robyn Hitchcock o los gafotas juguetones de The Proclaimers. Comparece con una visera como de revisor ferroviario, pero a¨²n m¨¢s divertido es ese aire de sabio despistado que cada ma?ana, de camino al laboratorio, olvida sistem¨¢ticamente la tartera con la comida que su muy sufrida esposa le prepar¨® la noche anterior.
Desafina con gracia, dicho sea muy en serio: puro temperamento independiente. Y se rodea de un barbudo adicto a las travesuras en pizzicato con el viol¨ªn, otro hombre no menos hirsuto ensa?¨¢ndose con la bater¨ªa y un zangolotino al bajo reci¨¦n incorporado a la banda. Parec¨ªa, s¨ª, el sobrino del titular.
Este es el singular contexto a partir del que Hayman exhibe los argumentos de Essex arms, segunda entrega de una trilog¨ªa sobre su condado natal. Un lugar buc¨®lico en el que acontecen peleas caninas, robos de coches, sexo desbocado en los aparcamientos y otras truculencias. Cosas que pasan donde uno menos se lo espera.
Ahora que a?oramos el genio atormentado de Nick Drake, cada s¨¢bado en que el sol resplandece sin avisar, ser¨ªa bueno fijar la vista en las sucesivas generaciones de trovadores. E imaginar un cartel que Hayman compartiera con Richard Thompson, The Unthanks o la divina Kate Rusby.
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