Bulla, bulla
Mientras se afianza la dictadura sanitaria contra todo lo que provoca alg¨²n placer -el triunfo de la Iglesia Cat¨®lica a trav¨¦s de sus representantes seglares, muchos de los cuales adem¨¢s se creen de izquierdas-, a nuestras autoridades cada vez les trae m¨¢s sin cuidado el mal que hace el ruido en nuestro pa¨ªs, pese a estar comprobado que es el que m¨¢s arma del mundo despu¨¦s del Jap¨®n. Qu¨¦ digo, no les trae sin cuidado: lo causan, les entusiasma, lo fomentan, le brindan todas las facilidades y les parece poco el que ya hay. La mayor¨ªa de los ayuntamientos, por ejemplo, ayudan a la proliferaci¨®n de terrazas con que los hosteleros intentan paliar los nocivos efectos econ¨®micos de la nueva ley antitabaco. De tal manera que la ausencia de humo en el interior de los locales -mucho m¨¢s vac¨ªos- ha tra¨ªdo un brutal aumento del guirigay en las calles y del insomnio de los vecinos, sin que ese empeoramiento de la salud y los nervios de los ciudadanos les importe lo m¨¢s m¨ªnimo ni a la Ministra de Sanidad ni al persistente y sofista Doctor C¨®rdoba, ex-presidente del Comit¨¦ Nacional para la Prevenci¨®n del Tabaquismo al que este diario tanto ampara.
"A nuestras autoridades les trae sin cuidado el mal que hace el ruido en nuestro pa¨ªs"
Leo en un art¨ªculo del New York Times titulado "El silencio de los parques, otra especie en extinci¨®n", en el que se habla de lo da?ino que es el ruido para la vida salvaje (flora y fauna) y para la humana. Seg¨²n el Servicio de Parques Nacionales de los Estados Unidos, "la tranquilidad es un componente del bosque tan vital como las agujas verdes de los ¨¢rboles o los repentinos rayos transversales de la luz solar". En el Muir Woods National Monument, de California, situado en una zona metropolitana de siete millones de habitantes, se ha visto c¨®mo, tras una d¨¦cada de limitar los ruidos causados por los humanos (incluyendo la petici¨®n a los visitantes de bajar el tono de voz y un aparato que mide sus decibelios, algo impensable en Espa?a), especies que lo hab¨ªan abandonado hac¨ªa tiempo, como las nutrias, los p¨¢jaros carpinteros cabecirrojos, los b¨²hos moteados y las ardillas listadas, han regresado y lo vuelven a habitar. Antes de que se tomaran medidas para restaurar el silencio en este templo de secuoyas, el mero ruido del aparcamiento y de la tienda de regalos, a la entrada, "se extend¨ªa hasta 400 metros por el interior del bosque". Imag¨ªnense cu¨¢ntos se extender¨¢ el de una trompeta o una verbena con altavoces, de los que est¨¢n plagados nuestros parques, sobre todo en primavera y verano.
Mientras los directores del Gran Ca?¨®n del Colorado piensan exigir a los operadores tur¨ªsticos que adquieran avionetas y helic¨®pteros cada vez m¨¢s silenciosos y se abstengan de volar al amanecer y al anochecer, aqu¨ª las m¨¢quinas que recogen las hojas ca¨ªdas y limpian son cada vez m¨¢s atronadoras (en los parques y en las calles), deferencia de nuestros ayuntamientos criminales que ustedes acaban de reelegir. Las noches son tomadas por estruendosas m¨²sicas que, con sus amplificadores (celebran fiestas todos los colectivos imaginables, y no hay ni uno que no desee el ensordecimiento), alcanzan los o¨ªdos de todo un vecindario al que no le queda sino fastidiarse. El estr¨¦pito es sagrado en Espa?a, "bien cultural" o tal vez "patrimonio intangible". Ante las quejas de quienes viven en el centro de Madrid por los mal llamados m¨²sicos callejeros que se instalan en un punto y no paran de tocar la misma insoportable melod¨ªa, a Ruiz-Gallard¨®n no se le ha ocurrido otra gracia que responder: "Hay pocas cosas que me gusten m¨¢s, en esta y en cualquier ciudad, que o¨ªr m¨²sica en la calle. El sentido com¨²n, y en el 99% de los casos el buen gusto, invitan a que no haya ning¨²n tipo de penalizaci¨®n sobre los m¨²sicos callejeros". En Barcelona esto le habr¨ªa costado el cargo.
Gallard¨®n presume de mel¨®mano y de ser sobrino-bisnieto de Alb¨¦niz, pero si le parecen de "buen gusto" las fanfarrias y murgas que destrozan los t¨ªmpanos de los madrile?os, es que nada sabe de m¨²sica ni hered¨® el fino o¨ªdo de su t¨ªo-bisabuelo. Espantosas bandas de mariachis y de supuestos jazzistas se alternan en Sol, frente a la Comunidad de Madrid, lo cual prueba que ni Esperanza Aguirre ni sus consejeros ponen pie all¨ª para trabajar, porque a cualquier ser medio normal le ser¨ªa del todo imposible hacerlo bajo semejante permanente tortura. Los presuntos m¨²sicos aducen que han de ganarse la vida, lo cual comprendo; pero nadie tiene derecho a gan¨¢rsela de una manera que impida gan¨¢rsela a los dem¨¢s y desde luego descansar, ni a imponerles su matraca. Los vecinos de la Plaza Mayor van m¨¢s lejos: sostienen que los m¨²sicos ni siquiera son tales, sino "verdaderas mafias" que se enfrentan entre s¨ª. Esos vecinos, que ya padecen las expansivas favelas de durmientes que se instalan en los soportales, y a menudo deben entrar en sus casas saltando sobre monta?as de cuerpos tirados, hablan de "enloquecimiento" y "desesperaci¨®n". No le vendr¨ªa mal a Gallard¨®n mudarse a esa plaza unos meses, a ver si le segu¨ªa alegrando tanto "o¨ªr m¨²sica en la calle". Es obvio que donde ¨¦l vive no hay ning¨²n t¨ªo tocando la trompeta o el acorde¨®n todo el santo d¨ªa y parte de la noche. Ya s¨¦ que he hablado de estos asuntos muchas veces y me disculpo, pero es que todo va siempre a peor. El ruido es da?ino para las plantas, los animales y los humanos, y eso lo sabe cualquiera, no s¨®lo en los Estados Unidos. Excepto los espa?oles, que no s¨®lo no ponen remedio, sino que quieren m¨¢s. Bulla, bulla. Con el benepl¨¢cito y el aliento de quienes dicen -hip¨®critamente- preocuparse tanto por nuestra salud.
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