Pol¨ªtica y mercado: la ruptura
Hace tres a?os que salt¨® con virulencia la madre de todas las crisis. A¨²n no sabemos bien c¨®mo explicarla, pero s¨ª sufrimos sus efectos. Efectos econ¨®micos: recesi¨®n y desorden financiero, unido a grandes sacrificios por ajustes fiscales, tan inevitables como impopulares. Efectos sociales: paro galopante (especialmente juvenil) y p¨¦rdida de poder adquisitivo en las capas medias y bajas. Efectos pol¨ªticos: la sensaci¨®n profunda de que los mercados dirigen a la pol¨ªtica y no al contrario.
Seguramente este es el dato m¨¢s lacerante. El m¨¢s insoportable. Es lo que creo que late en las movilizaciones que se han desarrollado en las capitales europeas y particularmente, con tanta fuerza, en Madrid y otras ciudades espa?olas. Y lo que ayuda a explicar la erosi¨®n de los Gobiernos en la Europa aturdida por la crisis.
Ante la globalizaci¨®n financiera, un Gobierno nacional en solitario poco puede hacer
El Estado-naci¨®n ha mostrado sus l¨ªmites regulatorios y tributarios
La principal conquista del siglo XX posb¨¦lico fue el Estado de bienestar. El pacto socioecon¨®mico -y el pacto pol¨ªtico hegemonizado por la socialdemocracia-, que lo ha mantenido m¨¢s de 50 a?os, ten¨ªa instrumentos de regulaci¨®n nacionales. Los gastos p¨²blicos y los impuestos progresivos, principalmente.
La globalizaci¨®n financiera ha roto esos esquemas. A trav¨¦s de la anarqu¨ªa de los flujos financieros sin fronteras. A trav¨¦s de los mercados inversores, que han permitido a los Estados y a los privados el endeudamiento sin l¨ªmites. La ausencia de marco regulatorio supranacional ha conducido a una elefantiasis patol¨®gica -la famosa "burbuja"- en la que quien ha salido peor parado ha sido el poder pol¨ªtico democr¨¢tico. En Europa lo hemos vivido y lo seguimos viviendo con angustia. Una y otra vez (Grecia, Irlanda, Portugal) los mercados han golpeado y chantajeado sin piedad a econom¨ªas y Gobiernos demasiado peque?os y demasiado endeudados para resistir. Sin los rescates europeos, sin el euro, esos pa¨ªses estar¨ªan en suspensi¨®n de pagos, con efectos contaminantes impredecibles.
La crisis de deuda soberana no es sino la expresi¨®n de la quiebra del binomio pol¨ªtica-mercado; o sea, un fracaso de ambos. Lo que se transmite a la gente es que la pol¨ªtica no hace honor a su nombre. Y la consecuencia es una p¨¦rdida dram¨¢tica de legitimidad del poder. No es casualidad que sea la izquierda, es decir, la cultura de la intervenci¨®n en la econom¨ªa y la redistribuci¨®n de la riqueza, la m¨¢s da?ada. Las elecciones del domingo pasado en Espa?a pueden servir de muestra.
Es que los instrumentos pol¨ªticos que poseemos son, sobre todo, de naturaleza nacional. Pero, a la vez, los fen¨®menos que han rodeado a la crisis son n¨ªtidamente supranacionales. Y, as¨ª, los ciudadanos contemplanimpotentes a unos poderes financieros globales incontrolados causantes de la crisis, que han quedado intactos, que parecen invulnerables ante la ley.
Ejemplo de ello es la remuneraci¨®n desproporcionada de los dirigentes financieros y de los capitales de los fondos de inversi¨®n especulativos. Otro ejemplo: la ausencia de imposici¨®n directa o indirecta a las transacciones financieras; un privilegio producto de su enorme capacidad evasiva y de su movilidad y volatilidad en la sociedad de las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n.
El car¨¢cter sist¨¦mico de los servicios financieros ha obligado al Estado a intervenir para evitar su derrumbe. Pero la capacidad desestabilizadora y especulativa de tales actividades financieras no ha sido a¨²n neutralizada del todo. Lo estamos viendo en estos mismos d¨ªas en relaci¨®n con Grecia y Portugal.
Urge recuperar la capacidad regulatoria de la pol¨ªtica sobre el mercado. Pero esto podemos abordarlo solo con nuevos instrumentos pol¨ªticos institucionales y nuevos mecanismos de intervenci¨®n econ¨®mica.
A mi juicio, entre las cosas que los europeos podemos hacer hay dos absolutamente necesarias y esenciales: fortalecer las instituciones econ¨®micas de la Uni¨®n y crear una nueva y s¨®lida capacidad tributaria. Solamente esto puede restituir a la democracia lo que nunca debi¨® perder, esto es el predominio de la pol¨ªtica, el poder de las mayor¨ªas, expresadas en el voto libre, sobre el capitalismo desregulado.
No creo que, ante el desaf¨ªo de la globalizaci¨®n financiera, un Gobierno nacional en solitario tenga mucho que hacer. Sin embargo, afortunadamente, tenemos en la Uni¨®n Europea el instrumento pol¨ªtico al que dotar de capacidad de gobierno econ¨®mico.
Es lo que llevamos haciendo en la Uni¨®n desde que estall¨® la crisis y, especialmente, desde que en 2010 entr¨® en vigor el Tratado de Lisboa. Es un proceso que espero culmine en el Consejo Europeo de finales de junio con la creaci¨®n de algo que necesita ser articulado: la Uni¨®n Econ¨®mica, es decir, un gobierno econ¨®mico y unas pol¨ªticas econ¨®micas adoptadas en el seno de la Uni¨®n, que promuevan una "econom¨ªa social de mercado" de dimensi¨®n europea.
Sin embargo, para ser sinceros, nada de lo anterior servir¨ªa si no hay poder tributario para sustituir el insostenible sobreendeudamiento por una nueva capacidad de gestionar impuestos. Si queremos mantener el Estado de bienestar, disminuir la deuda nacional e impulsar la recuperaci¨®n econ¨®mica, necesitamos nuevos y mayores ingresos tributarios justos, progresivos (algo a lo que me refer¨ªa en este diario en el art¨ªculo El Estado de bienestar: vuelta a la fiscalidad el 4 de agosto de 2010) que hagan pagar m¨¢s al que m¨¢s tiene y evitar que el coste de la crisis lo paguen los m¨¢s d¨¦biles.
Hace poco sonaba a utop¨ªa la llamada Tasa sobre las Transacciones Financieras. Ahora est¨¢ b¨¢sicamente apoyada por el Consejo Europeo (reuni¨®n de marzo pasado), el Parlamento Europeo y la Comisi¨®n Europea (que quiz¨¢ la plantee en las pr¨®ximas Perspectivas Financieras 2014-2020).
Me resulta dif¨ªcil de entender las reticencias de algunos progresistas a esta tasa sencillamente imprescindible. Podremos discutir qu¨¦ parte de ella deber¨¢ convertirse en "recurso propio" de la Uni¨®n, y qu¨¦ parte debe ir a las arcas p¨²blicas de los Estados. Habr¨¢ que decidir tambi¨¦n si esa tasa debe gravar a las transacciones mismas o a los beneficios de las actividades financieras. Pero el fondo de la idea es muy potente.
Y el fondo es, primero, que hoy la dial¨¦ctica entre pol¨ªtica y mercado est¨¢ rota a favor de este (sobre todo en su dimensi¨®n monetaria o financiera). Segundo, que el Estado-naci¨®n ha mostrado sus l¨ªmites regulatorios y tributarios. Y tercero, que el sobreendeudamiento desmesurado -100% del PIB en los pa¨ªses europeos y en Estados Unidos, que han perdido margen de maniobra- tiene que dar paso a un equilibrio fiscal que utilice nuevos recursos tributarios que nazcan del ¨¢mbito financiero. Todo ello ha de ser dirigido pol¨ªticamente desde instituciones supranacionales.
En Europa tenemos a la Uni¨®n, tan injustamente criticada como necesaria. Es la Uni¨®n, en un mundo multipolar, quien debe liderar este cambio en niveles superiores (G-20, Fondo Monetario Internacional). Y para hacerlo, los europeos debemos combatir miedos nacionalistas, separatistas y ego¨ªstas que crecen hoy entre nosotros, para tener de nuevo confianza en que el esp¨ªritu solidario del proyecto europeo, que se fundamente en un inter¨¦s com¨²n por encima de todo, vuelva a predominar.
Lo anterior parece dif¨ªcil pero la democracia se invent¨® para que los deseos de las mayor¨ªas y los derechos de las minor¨ªas se respeten. Nos toca ahora dar una dimensi¨®n m¨¢s amplia y elevada, m¨¢s legitimada, a nuestras democracias. Es lo que tantos hombres y mujeres est¨¢n demandando en Europa y m¨¢s all¨¢ de Europa.
Diego L¨®pez Garrido es secretario de Estado para la Uni¨®n Europea.
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