El voto salv¨ªfico
"Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religi¨®n", es una de las m¨¢s difundidas opiniones de Paul Auster. Si el autor de la Trilog¨ªa de New York tuviese trato con la numerosa colonia gallega de Newark, su ciudad de origen, sabr¨ªa lo poco original de su frase, dadas las profundas implicaciones que aqu¨ª enfrente existen entre pensamiento religioso y h¨¢bitos democr¨¢ticos. No me refiero a la supervivencia de anacronismos institucionales como la Ofrenda de Galicia al Ap¨®stol o la de las ciudades al Sant¨ªsimo Sacramento. La muestra m¨¢s reciente es la estupenda frase de Alberto Nu?ez Feij¨®o: "No necesito principios ¨¦ticos y de supremac¨ªa moral, me llegan los principios ¨¦ticos y la supremac¨ªa moral que me dan los gallegos con sus votos". Es decir, la concepci¨®n de los resultados electorales no como el mandato otorgado a alguien por la mayor¨ªa de la poblaci¨®n para que ejerza determinadas funciones durante un tiempo concreto, sino como un tr¨¢mite que resetea todas las culpas. Un remedo de lo que la Iglesia cat¨®lica denomina sacramento de la penitencia o confesi¨®n.
La teolog¨ªa pol¨ªtica feijoniana considera que los resultados electorales resetean todas las culpas
Sin embargo, la doctrina cat¨®lica, para obtener el perd¨®n y pese a las sucesivas liberalizaciones (la absoluci¨®n inmediata no se generaliz¨® hasta el a?o 1000, antes hab¨ªa que penar en p¨²blico semanas o meses y las penitencias iban de los diez a?os de ayuno por homicidio o sodom¨ªa a uno por masturbaci¨®n) sigue precisando, adem¨¢s de reconocer la culpa, tener prop¨®sito de la enmienda y cumplir la penitencia. Nada de eso se ha dado en el caso de la Operaci¨®n Campe¨®n, el sumario judicial por presuntas irregularidades en el Igape que provoc¨® la teor¨ªa feijoniana del voto como instrumento salv¨ªfico. M¨¢s bien se ha producido una indulgencia plenaria, que no redime el pecado, pero si sus penas. De ah¨ª esa extra?a medida de la suspensi¨®n temporal de los imputados, que los mantendr¨¢ en el limbo contractual. La teolog¨ªa pol¨ªtica feijoniana deber¨ªa precisar que entiende por "hasta que demuestren su inocencia", porque con lo que duran los procesos judiciales, m¨¢s que limbo parece un purgatorio que impide a los suspendidos poder buscarse la vida por otro lado. (Tambi¨¦n, al asumir el conselleiro de Econom¨ªa la carga de la direcci¨®n general del Igape, suscita la duda de si, en estos tiempos de austeridad, sobraba el salario del director general, el m¨¢s elevado de la Administraci¨®n auton¨®mica).
Claro que la imbricaci¨®n entre lo pol¨ªtico y lo religioso no es exclusiva del PP. En el BNG est¨¢ arraigada la creencia de que los tempos, se non son chegados, xa chegar¨¢n. La frase de Castelao "n¨®s confiamos no noso pobo e moi logo o noso pobo vai confiar en n¨®s", en su d¨ªa fue un canto de esperanza, pero hoy es un eximente de responsabilidades hacia el infinito y m¨¢s all¨¢, la anunciaci¨®n del retraso del para¨ªso prometido para otro momento hist¨®rico m¨¢s favorable o el santo advenimiento de la conciencia nacional, lo que llegue antes. Solo con fe se puede mantener que son "moderadamente satisfactorios" los resultados del 22-M, que no es que sean muy malos (aunque s¨ª los peores en unas municipales desde 1995), sino que revelan una peligrosa tendencia: de los votos perdidos en cada provincia, la mitad han volado en las grandes ciudades. Es decir, como proclamaban los agraristas, las urbes dilapidan los esfuerzos y trabajos de villas y pueblos.
La creencia en algo, independientemente de lo que diga la raz¨®n o la experiencia, no es por supuesto exclusiva de las superestructuras pol¨ªticas. Esta sociedad que milagrosamente no se ha dotado de partidos declaradamente confesionales, reproduce bastante fielmente la divisi¨®n entre sectores cat¨®licos (los de derechas, m¨¢s comprensivos con las flaquezas humanas pero m¨¢s intolerantes con los otros) y protestantes (la izquierda, m¨¢s intransigente con el abandono de los principios y m¨¢s propensa a la disgregaci¨®n). Tambi¨¦n mantiene inc¨®lume esperanzas sin nada que las sustente, como que en las listas abiertas est¨¢ la tierra prometida de la regeneraci¨®n democr¨¢tica. Ese es ya el sistema que se usa para elegir al Senado, y para lo que sirve es para que obtengan mejores resultados los que se apellidan ?lvarez que los V¨¢zquez, y me temo que servir¨ªa para que sumara apoyos cualquiera que saliera anunciado en televisi¨®n, por lo bueno o por lo malo. Las listas abiertas ser¨ªan una consecuencia de una democratizaci¨®n real, no su causa. (Curiosamente, nadie pide la eliminaci¨®n del env¨ªo de las papeletas por correo, que supone un enorme gasto y la entrega del censo electoral a vaya usted a saber qui¨¦n, y el uso obligado de la cabina).
Y sobre todo, la muestra m¨¢s tradicional de que lo pol¨ªtico est¨¢ contaminado de lo religioso es el fervor inmarcesible de la mayor¨ªa de los votantes hacia su partido, que justifica el apoyo incondicional a determinados candidatos, hagan lo que hagan, y que ilustra el chiste irland¨¦s de los paseantes que ven un coche aparcado frente al burdel del pueblo. "Es el coche del pastor, ?que desvergonzados son los protestantes!", se indigna uno. "Oye, que es el del p¨¢rroco", se fija m¨¢s el otro. "Estar¨¢ alguien enfermo", concluyen ambos.
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