F¨¢brica de espa?oles
A Jorge le falta la certificaci¨®n de nacimiento del abuelo canario para recibir su nueva nacionalidad en la Embajada espa?ola de La Habana. Solo a dos puertas de su casa, Evarista lleva tres a?os con los tr¨¢mites varados mientras espera el acta matrimonial de sus ancestros maternos. El pr¨®ximo agosto, Maritza -que vive encima de la bodega- partir¨¢ con sus dos hijos menores de 21 a?os a probar fortuna en Oviedo; abordar¨¢ el avi¨®n con su nuevo pasaporte comunitario logrado a trav¨¦s de la llamada ley de nietos. Por todo el barrio la gente hurga en los cajones, busca las viejas fotos familiares, reconstruye un ¨¢rbol geneal¨®gico que hasta ayer era solo pasatiempo de gente obsesionada con el abolengo. Los cubanos miran cada vez m¨¢s hacia atr¨¢s y hacia afuera, desempolvan sus v¨ªnculos con la Pen¨ªnsula. No hay sitios m¨¢s din¨¢micos y concurridos en este pa¨ªs que los consulados, ni posesi¨®n m¨¢s preciada que un pariente que alguna vez habl¨® con la zeta.
Miles de personas solicitan la nacionalidad espa?ola para escapar de Cuba
Somos una isla que se va, que escapa y ni los cantos de las t¨ªmidas reformas econ¨®micas logran dejarnos amarrados al m¨¢stil nacional. Cuando se cancela un camino de huida, la presi¨®n interna empuja para que aparezcan otros. Hace un par de a?os el derrotero pasaba por Ecuador; en aquel tiempo todav¨ªa no era necesario que cont¨¢ramos con un visado para llegar hasta ese territorio sudamericano. Y all¨¢ se marcharon miles de compatriotas, de los cuales una parte logr¨® saltar finalmente hacia suelo norteamericano. Otros siguen -a¨²n hoy- atrapados entre su estatus ilegal en aquellas tierras y la imposibilidad de entrar nuevamente como residentes a su propio pa¨ªs. El sendero de la fuga pas¨® tambi¨¦n a trav¨¦s de Rusia. Amigos y conocidos nos contaban que en breve volar¨ªan hacia Mosc¨², cuando bien sab¨ªamos que no ten¨ªan a nadie por aquellos lares, ni real inter¨¦s de quedarse a vivir en la que una vez tambi¨¦n fue nuestra metr¨®poli. Y entonces apareci¨® la ruta inversa de Crist¨®bal Col¨®n, el turno de la tercera generaci¨®n nacida en las tierras de ultramar, que retorna ahora a la patria de sus abuelos. La esquina que hacen las calles C¨¢rcel y Zulueta, donde ondea la bandera rojiamarilla, se ha convertido en un sitio de peregrinaci¨®n para quienes quieren partir. La fila de espera es inmensa, los custodios revisan todos los papeles antes de dejar pasar, el sol del mediod¨ªa caribe?o no hace desistir a nadie.
Entre las grandes paradojas que marcan nuestra realidad, se destaca la de un discurso oficial sumamente nacionalista en contraposici¨®n con los extendidos sue?os de emigrar que acaricia la mayor¨ªa de los cubanos. Una verdadera obsesi¨®n por partir recorre el pa¨ªs y no distingue edades ni filiaci¨®n pol¨ªtica. Hasta en las filas del Partido Comunista se han tomado medidas para detener la estampida, impidi¨¦ndole a sus militantes que comiencen los tr¨¢mites de la nacionalidad espa?ola. El resultado no ha sido el esperado: muchos prefieren renunciar a su carn¨¦ antes que esconder los papeles de la abuela gallega o del padre andaluz. El fracaso tiene as¨ª una forma clara de manifestarse en la emigraci¨®n. A eso le llamamos "votar con los pies", es la peculiar forma de mostrar la inconformidad que hemos encontrado.
Mientras, el mar sigue siendo una opci¨®n. Las embarcaciones ya no son tan improvisadas como las que surcaron las aguas en 1994 durante la crisis de los balseros. Un GPS cuesta alrededor de 300 euros en el mercado informal y es la pieza clave para enrumbar proa hacia La Florida. En algunos parajes intrincados de la costa norte, siguen llegando las lanchas r¨¢pidas en las que los exiliados mandan a buscar a su familia. El riesgo es enorme para los tripulantes y los tripulados, pero cuando de irse se trata, pocos valoran el peligro. Se sabe de personas que han sido interceptadas -ya sea por los guardacostas norteamericanos o por los cubanos- al menos una docena de veces y no obstante siguen intent¨¢ndolo. Es como si un potente im¨¢n tirara de ellos hacia fuera o, m¨¢s acertadamente, como si una fuerza de repulsi¨®n los empujara desde adentro.
Quienes tienen hijos peque?os o le temen a los tiburones exploran nuevas sendas. Hacerse con la nacionalidad de otro pa¨ªs es una de ellas. Se les ve recorriendo los juzgados, los archivos, las oficinas que expenden certificaciones de nacimientos o actas matrimoniales. Hacen un periplo para el que deber¨¢n llevar buena dosis de constancia a prueba de todo tipo de tropiezos.
Pero no importa. Despu¨¦s, cuando todo el dossier del abuelo est¨¦ completado, ir¨¢n a su cita en el consulado de la calle Zulueta. Callados, atentos, esperar¨¢n a las afueras del majestuoso edificio hasta que logren entrar. Son decenas, cientos, miles de solicitantes cada semana. Si se mira desde la acera de enfrente, desde el mism¨ªsimo Museo de la Revoluci¨®n que est¨¢ a solo unos metros, parece que estamos ante una producci¨®n continua. Entran a raudales por una puerta siendo cubanos y salen mostrando el documento que los reconoce ciudadanos de otro lugar. Hasta caminan diferente cuando dejan atr¨¢s la amplia verja, parecen m¨¢s ligeros, menos nerviosos, m¨¢s espa?oles.
Yoani S¨¢nchez, periodista cubana y autora del blog Generaci¨®n Y, fue galardonada en 2008 con el Premio Ortega y Gasset de Periodismo. ? Yoani S¨¢nchez / bgagency-Mil¨¢n.
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