La trampa
El siglo XXI ya pod¨ªa empezar a tom¨¢rselo con un poco m¨¢s de calma. En menos de una semana hemos tenido la beatificaci¨®n de un Papa, la batida contra el sarraceno y la boda de un pr¨ªncipe. El d¨ªa menos pensado descubriremos el Santo Grial. Y lo m¨¢s raro es que a este panorama medieval cada cual va sumando sus propias cuentas contempor¨¢neas: la aver¨ªa del coche, el recibo de la luz o el insomnio de las noches muy largas. Vamos, que en un a?o como este lo que sobran son motivos para mandarlo todo al carajo, as¨ª que no echemos m¨¢s le?a al fuego.
La realidad a grandes rasgos no es m¨¢s que una ficci¨®n. Si lo piensan, ninguna de las noticias que trae hoy la prensa tendr¨¢ el menor inter¨¦s no digo ya dentro de un a?o, sino la semana que viene. Sin embargo hay otros asuntos de los que nadie se ocupa, en los que sin duda se est¨¢ decidiendo nuestro futuro. Ahora mismo debe de estar coci¨¦ndose algo de lo que no tenemos ni idea. Quiz¨¢ en un laboratorio de Minnesota o en el ordenador de un chaval de instituto. No tengo pruebas. Se trata solo de una corazonada, como cuando miramos hacia atr¨¢s creyendo que hay alguien y solo es el tiempo que nos va pisando los talones.
Hemos ca¨ªdo en la trampa. Damos demasiada importancia a los grandes titulares y nos perdemos la letra peque?a de la canci¨®n. Para al final descubrir, como dec¨ªa John Lennon, que la vida es eso que pasa mientras nosotros estamos muy ocupados haciendo otros planes. ?Cu¨¢ntas noticias que hoy ocupan la primera plana, resultar¨¢n insignificantes a la vuelta de la esquina? Sin embargo a una escala m¨¢s reducida suceden cosas que permanecer¨¢n para siempre: un poema, una f¨®rmula f¨ªsica, una fotograf¨ªa, un libro... peque?as haza?as humanas que llevan dentro el aliento de grandeza.
Si est¨¢n hartos del tinglado infame que hay montado aqu¨ª abajo, del careto de un tal Francisco Camps o del ¨²ltimo novio de Ana Obreg¨®n -que para el caso viene a ser lo mismo- as¨®mense un momento al exterior, al ¨²nico trozo de firmamento limpio que sean capaces de ver desde su ventana. O mejor a¨²n, lean El r¨ªo de la luz, de Javier Reverte. Los libros de viajes, cuando los escribe un tipo fiable, tienen el mismo efecto que una vieja pel¨ªcula de aventuras o un western de John Ford. 750 km. en canoa por el r¨ªo Yuk¨®n. Territorios v¨ªrgenes del interior de Alaska con las huellas dejadas por la fiebre del oro y el ferrocarril. Osos, bosques de con¨ªferas, ciudades con nombre indio y una taberna donde todav¨ªa puede leerse: "El sheriff Wyatt Earp estuvo una vez en este saloon, pero ese d¨ªa no mat¨® a nadie".
Ustedes pueden creerme o no, pero dentro de 100 a?os habr¨¢ alguien que todav¨ªa lo lea y que descubra que a principios del siglo XXI, cuando todo aquello de la corrupci¨®n pol¨ªtica, hab¨ªa gente que exploraba rincones intactos del mundo y escrib¨ªa unos libros extraordinarios.
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