Dulces gemidos de tristeza
No pod¨ªa ser de otro modo: a Scott Matthew, el rapsoda australiano que se mud¨® a la Gran Manzana, le encanta vestir de negro. Tan oscuras como esas barbas de chivo que le acompa?an desde hace 13 a?os eran anoche todas las prendas de su atuendo, incluida esa especie de t¨²nica que le otorga, acaso involuntariamente, un aspecto casi eclesi¨¢stico. Pero que no cunda el p¨¢nico: nuestro paradigma de hombre apesadumbrado ha ido encontrando en la vida, por lo que pudimos inferir ayer, alg¨²n tenue destello de luz.
Matthew compareci¨® en el Bogui Jazz, ante no m¨¢s de 80 personas, para comunicarnos la buena nueva de ese tercer ¨¢lbum (Gallantry's favorite son) que desembarcar¨¢ en las tiendas la pr¨®xima semana. El fundador del grupo Elva Snow y firmante de Community o una buena parte de la banda sonora de Shortbus sigue siendo un autor excepcional, un aliado infalible para las tardes en que se nos enquista la melancol¨ªa. Pero en su nueva colecci¨®n de canciones tambi¨¦n descubrimos resquicios para la esperanza. Ayer estren¨® Felicity, el tema que su mam¨¢ le pidi¨® para una amiga de la infancia y que servir¨¢ desde ahora para felicitar a los amigos sin incurrir en el Birthday de los Beatles o, cielos, aquel Happy birthday de Stevie Wonder. Pero la mayor sorpresa nos la encontramos con The wonder of falling in love, donde sus dos aliados en escena se entregan sin tapujos a las armon¨ªas vocales del soul. Aquello no llega a parecer una cara B de la Motown, pero remite con mucho encanto a la ¨¦poca soleada. Y en un mundo ideal sonar¨ªa en las radios hasta la extenuaci¨®n.
El artista estren¨® anoche en el Bogui Jazz canciones de su tercer ¨¢lbum
Matthew parece vivir un momento personal dulce y no dud¨® en dedicarle Sinking a su novio, que le observaba arrobado desde la primera fila. Pero en ¨²ltimo extremo acaba por prevalecer ese tono acongojado que le ha merecido comparaciones con otros trovadores del Nueva York gay: Chris Garneau, Rufus Wainwright y, sobre todo, Antony Hegarty. Alza Scott la voz y llega hasta nuestros o¨ªdos un dulce gemido de tristeza, ese c¨¢ntico lastimero y profundo que acaba ara?ando y estremeciendo. Y m¨¢s cuando recurre al falsete, como en ese Abandoned del primer disco que quiz¨¢s todav¨ªa no haya superado. Ayer interpret¨® esa pieza mes¨¢ndose el flequillo, sacudiendo el micr¨®fono, agit¨¢ndose con movimientos convulsos, como si toda la sala pudiera romper a llorar en cualquier instante. Costaba trabajo no conmoverse.
Lo mejor de un artista atormentado es que sepa dosificar el sufrimiento. Matthew concluy¨® ayer con otro tema antiguo, Friends and foes, en el que repite como en una letan¨ªa: "En el m¨¢s oscuro de los oc¨¦anos tambi¨¦n hay luz". Y antes hab¨ªa destapado la carta de No place called hell, que present¨® como "una canci¨®n protesta en la que, por fin, hablo de algo que no sea yo". Moraleja: Scott es un tipo intenso, pero quiz¨¢s no se tome tan en serio como pudiera parecer.
Le hab¨ªamos visto justo dos a?os atr¨¢s, solo con su guitarra y el ukelele, y ya as¨ª resultaba deslumbrante. Ayer, escoltado por un chelista guitarrista y por un pianista que tambi¨¦n trastea con el bajo, las posibilidades (y las emociones) se multiplicaban. Este "hijo predilecto de la gallard¨ªa" esconde a¨²n, ojal¨¢, muchas grandes canciones tras esa mirada huidiza y profunda.

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