La Academia y la historia
Todas las disciplinas acad¨¦micas poseen sus m¨¦todos, reglas y h¨¢bitos que las identifican y deben respetar quienes se comprometen con ellas profesionalmente. Los historiadores no nos dedicamos solo a compilar listas de nombres, fechas, lugares y acontecimientos. La historia es una disciplina compleja y los historiadores un grupo muy variado. Adem¨¢s, el conocimiento hist¨®rico tiene l¨ªmites bien claros, porque la verdad absoluta es inalcanzable y los hechos, como ya puso de manifiesto Edward H. Carr hace ahora medio siglo, nunca nos llegan en estado puro. Pero eso no quiere decir que inventemos la historia, ni que tengamos que renunciar a captar, por medio de enfoques y m¨¦todos de indagaci¨®n apropiados, un pasado parcialmente verdadero.
Ofende y averg¨¹enza que una instituci¨®n diga que Franco fue un santo var¨®n que trajo paz y pantanos
Muchos espa?oles se han enterado estos d¨ªas de que hab¨ªa una Real Academia de la Historia. De repente, una instituci¨®n que no exist¨ªa, o que, pese a ser Real, parec¨ªa estar en la clandestinidad, sale a la luz con un Diccionario Biogr¨¢fico Espa?ol, presentado ante las m¨¢ximas autoridades con elogios exagerados de sus propios miembros y de algunos ilustres invitados. Y cuando esperaban m¨¢s parabienes, que la gente les abrazara efusivamente por tan noble y digna empresa, les cae encima una tormenta de verg¨¹enza e indignaci¨®n que pone bajo sospecha la profesi¨®n del historiador y alimenta esa creencia tan extendida de que la historia depende de qui¨¦n la cuenta, que es una rama del saber totalmente subjetiva, sujeta a postulados ideol¨®gico-pol¨ªticos o cercana a la ficci¨®n.
M¨¢s all¨¢ del esc¨¢ndalo provocado por el nulo rigor y sesgo ideol¨®gico con el que se han elaborado algunos textos para ese Diccionario, estamos ante una buena oportunidad de debatir temas importantes que afectan a nuestra democracia, historia y cultura.
Es normal que los diversos recuerdos de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco contin¨²en persiguiendo nuestro presente, que ese pasado traum¨¢tico provoque conflictos entre diferentes memorias, individuales y de grupos, como ocurre en todos los pa¨ªses que sufrieron reg¨ªmenes pol¨ªticos criminales.
Da igual que los mejores historiadores y especialistas en ese periodo proporcionen s¨®lidas y contrastadas pruebas de que la Guerra Civil la provoc¨® un violento golpe de Estado y de que la larga y sangrienta dictadura que implantaron los vencedores de esa guerra fue desastrosa para la historia y convivencia de los espa?oles. Muchos ciudadanos, por diferentes motivos, van a seguir pensando que Franco fue un santo var¨®n que trajo paz, desarrollo, carreteras y pantanos. Lo que ofende y averg¨¹enza es que los miembros de la Real Academia de la Historia divulguen y amparen las grandes mentiras de la propaganda franquista, retomadas hoy por afamados periodistas y aficionados a la historieta, y empleen para ello cuantiosos fondos p¨²blicos.
Con ser muy grave esa manipulaci¨®n, el tema va m¨¢s all¨¢ del uso pol¨ªtico e ideol¨®gico que se hace de la historia. La Real Academia de la Historia no representa a nadie, ni a los historiadores ni a sus investigaciones, y su utilidad es escasa o desconocida. Sus acad¨¦micos numerarios son un grupo de colegas, reclutados entre ellos, alejados en buena parte, aunque haya notables excepciones, de la docencia y de la investigaci¨®n, de los congresos y debates historiogr¨¢ficos. Pero no solo es la Academia. En Espa?a hay numerosas instituciones p¨²blicas (locales, comarcales, auton¨®micas y estatales) que editan, con el dinero de todos, centenares de libros y revistas cuya calidad y rigor casi nunca se controla.
Bajo ese paraguas protector, algunos historiadores y miembros de otras disciplinas, en algunos casos tambi¨¦n con puestos vitalicios en las universidades, nunca necesitan pasar los filtros de la competencia y el rigor que les exigir¨ªan en cualquier editorial de prestigio. La mayor¨ªa de esos escritos, de escasa calidad y distribuci¨®n, y dif¨ªciles de digerir, apenas tienen lectores. Seguro que en un Diccionario Biogr¨¢fico que incluye 43.000 personajes hist¨®ricos han colaborado muchos profesionales competentes que se han ajustado a las pautas del rigor y al m¨¦todo cr¨ªtico de aproximaci¨®n a la historia. El esc¨¢ndalo es que sean los propios capitostes de la Academia quienes las incumplan y que eso constituya en parte el reflejo de una miseria intelectual y cultural todav¨ªa bastante extendida.
La verdad acerca de los hechos hist¨®ricos se descubre y no se inventa. La objetividad es un sue?o noble, pero entre esa sana ambici¨®n y la historia como pura construcci¨®n de quien la escribe hay una v¨ªa de di¨¢logo entre el historiador y los hechos del pasado. Los historiadores tenemos que rastrear las fuentes, escuchar las voces del pasado y hacer preguntas al material investigado para ofrecer relatos fidedignos. Ese es nuestro desaf¨ªo y quienes lo respetan, lo hacen bien y lo demuestran, son tambi¨¦n respetados por sus colegas, por la comunidad cient¨ªfica y por el p¨²blico que los conoce a trav¨¦s de sus escritos. La Real Academia de la Historia constituye ya una buena materia de estudio para la historiograf¨ªa. En su estado actual, su existencia carece de sentido y tampoco parece que una reforma radical le pueda dar mayor legitimidad. Como ha demostrado toda esta pol¨¦mica, la sociedad ya no necesita guardianes de las esencias de la historia.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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