?ltimo encuentro en Par¨ªs
Durante semanas he llevado conmigo una libretita en la que apunt¨¦ todas las preguntas que deb¨ªa hacerle a Jorge Sempr¨²n en la ¨²ltima entrevista que tuvimos, el 16 de noviembre de 2010 en su casa de Par¨ªs. Un objeto que llevaba como un conjuro, su vida contada por ¨¦l y contada por otros, todo en la cuadr¨ªcula de un cuaderno para detener el tiempo ah¨ª, para tener siempre esa mirada de Sempr¨²n descrita en el bloc. Un ejercicio imprescindible para enfrentarse a un entrevistado de esa altura. Con ¨¦l no val¨ªan las conversaciones banales, Sempr¨²n siempre extra¨ªa de la vida hasta el ¨²ltimo detalle, y ese detalle se quedaba en su mirada como una piedra. Ah¨ª estaba, mirando, mirando siempre, escrutando ¨¦l mismo este cuadernito que ahora relata aquel encuentro en pret¨¦rito perfecto. En aquel encuentro, Jorge de vez en cuando lanzaba una carcajada. Era otro Sempr¨²n, pero el del dolor hasta en los sue?os era ese d¨ªa el Sempr¨²n que ten¨ªa delante. Estaba a punto de ser operado, o eso cre¨ªa ¨¦l, y se preparaba para su cumplea?os con una profunda melancol¨ªa. El dolor no le dejaba festejar nada. Y ya lo ten¨ªa en los ojos, acaso como el miedo a la tortura en la ba?era de Buchenwald.
El dolor no le dejaba festejar nada. Y ya lo ten¨ªa en los ojos
Ante ¨¦l no pod¨ªas acudir sin haberte aprendido algunas lecciones de su vida
Sempr¨²n era siempre una mirada exigente, sobre el amigo y sobre el periodista; cuando re¨ªa te daban ganas de abrazarlo, como si hubieras superado la barrera de sus ojos, como si hubieras sido aceptado en el c¨ªrculo riguroso de sus ex¨¢menes. Ante ¨¦l no pod¨ªas acudir sin haberte aprendido algunas lecciones de su vida, y ah¨ª estaban esas expresiones que lo marcan: la intimidad, la memoria, el dolor, la maldad en el siglo XX que ¨¦l sufri¨® en carne propia, los malentendidos, los arrepentimientos, la tortura que sufri¨®, las delaciones, el miedo a la muerte, la nieve en Buchenwald, los recuerdos de las delaciones, la mezquindad de Carrillo, la ingenuidad de L¨ªster, el d¨ªa que Felipe le dijo que se hiciera ministro espa?ol...
Era extremadamente preciso, respond¨ªa con la sagacidad de un historiador y con la profundidad de un fil¨®sofo; siempre era un narrador, y a veces era el poeta que narr¨®, ante sus viejos camaradas de Buchenwald, el d¨ªa glorioso y dram¨¢tico en que al fin vieron revolotear algunos p¨¢jaros sobre el campo de concentraci¨®n, en abril de 1945, cuando acab¨® la guerra... En persona, este hombre que nos acaba de dejar era la quintaesencia de un europeo, muchos pasaportes, muchas patrias, un solo objetivo: contribuir a dejar un legado europeo, a no pasar en vano por este continente herido por tanta guerra, un territorio con el que se comprometi¨® hasta el dolor. En Buchenwald, en abril de 2010, meses antes de este ¨²ltimo encuentro, Sempr¨²n dijo que aquel horno terrible incendi¨® el esp¨ªritu europeo que deb¨ªa pervivir. Sobre las cenizas, una Europa nueva, y ah¨ª estaban los testigos del pasado y muchos j¨®venes que lloraban o gritaban con ¨¦l el viva Europa que vino a ser aquel discurso, las ¨²ltimas palabras ya de Sempr¨²n en Buchenwald... De eso ¨ªbamos a hablar, de ¨¦l, de Europa, de su legado.
Est¨¢bamos junto a la cocina de su casa, en el tercer piso de un apartamento silencioso y lleno de recuerdos, de dos pisos. Nosotros est¨¢bamos arriba, en una mesa redonda desde la que escuch¨¢bamos los ruidos de los cacharros en los que se preparaba un guiso. Sempr¨²n estaba ah¨ª a la vez sereno y rabioso, repasaba su historia y la de sus amigos, algunos de los que cuales fueron luego adversarios o enemigos. Recuerdo el furor que descarg¨® contra Carrillo, por ejemplo, a quien le reprochaba el silencio que guard¨® sobre un decenio terrible, a partir de 1943, cuando el l¨ªder comunista mandaba sobre los comunistas del exilio. Sereno y rabioso al mismo tiempo, pero siempre l¨²cido. La memoria de Sempr¨²n era como la electricidad de sus ojos: minuciosa, insobornable. Por un dato pod¨ªa cruzar una ciudad o el mundo. Entonces me pidi¨® libros que acaban de publicarse en Espa?a, para nutrir su memoria, para alimentar libros que estaba pensando escribir, para seguir alerta con respecto a un pa¨ªs que es tambi¨¦n, con el dolor que aturde su espina dorsal, el suyo, estuviera donde estuviera.
Juan Mill¨¢s, el fot¨®grafo de El Pa¨ªs Semanal, merodeaba por la casa, haciendo su trabajo en silencio, y Jorge de vez en cuando reparaba en esa presencia. Qu¨¦ estar¨¢ haciendo, qu¨¦ retratos de su intimidad estar¨ªa tomando el joven fot¨®grafo. Acababa de salir la biograf¨ªa m¨¢s larga y m¨¢s completa sobre su vida y sobre su obra, y ¨¦l estaba asustado hasta cierto punto, pues algunas cosas no le gustaron y, adem¨¢s, tem¨ªa que ese disparadero biogr¨¢fico lo pusiera en las manos del cotilleo. Ya ¨¦l hab¨ªa escrito sus memorias, casi todas, pero a¨²n le quedaban algunos trozos de vida que no le hab¨ªan salido de su manera de contar. Un tiempo despu¨¦s vino a Madrid, y bajo el sol enga?oso de febrero hizo algunas gestiones en la calle, vestido como sol¨ªa, como un caballero moderno que escogiera sus camisas para empa?ar el tiempo que le hab¨ªa ca¨ªdo encima.
Antes de aquel ¨²ltimo encuentro en Par¨ªs fui a verle con Daniel Mordzinski, ah¨ª ¨ªbamos a hablar de Europa. Y esa vez el fot¨®grafo le pidi¨® que posara en su cama, acaso la foto del dolor. Cuando acabamos la entrevista ¨¦l quiso llevarnos a su restaurante favorito ("Ah¨ª va ahora Obama, ?pero yo lo vi antes, ja ja ja!"), y fue a prepararse para salir a la calle. Su su¨¦ter oscuro de cuello de cisne, su chaqueta de pata de gallo... Cuando subi¨® los escalones que separaban su cuarto de este comedor donde meses m¨¢s tarde estar¨ªamos Mill¨¢s y yo, en los ojos de Sempr¨²n estaba la cr¨®nica m¨¢s precisa del dolor que le martiriz¨® hasta la memoria. "No puedo, no puedo".
En enero de este a?o le fui a ver, porque s¨ª. Me recibi¨® por la tarde; la casa ya estaba en penumbra y ¨¦l segu¨ªa recibiendo encargos, invitaciones; su rostro era el del Sempr¨²n atormentado por el dolor que ha convivido con ¨¦l hasta que ya no pudo m¨¢s. Le llam¨®, mientras estuve all¨ª, Basilio Baltasar, que le invitaba a un encuentro en Formentor. S¨ª, le apetec¨ªa mucho. Repartir memoria, recibirla. Castellet, tantos amigos, qu¨¦ recuerdos de Formentor, Jaime Salinas, Barral, s¨ª, ir¨¦. Con la mente y con las palabras estaba siendo el Sempr¨²n que re¨ªa ante la perspectiva de seguir viviendo, pero su rostro, el aire que se le hab¨ªa posado en los ojos, era el de una despedida ante la que se comport¨® con serenidad y con rabia, jam¨¢s con olvido. Un gran tipo cuya mirada no morir¨¢ jam¨¢s para aquellos que lo miraron de frente. Ahora miro la libretita en la que anot¨¦ mis preguntas y veo en torno a aquella mesa redonda a Sempr¨²n estruj¨¢ndose la frente, el pelo blanco, buscando entre sus recuerdos el edificio personal que fue su vida. Mirando.
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