La primavera y el oto?o
En el curso de unas pocas semanas, el mundo ha podido asistir a una serie de manifestaciones sociales sorprendentemente parecidas en lugares muy diferentes. La movilizaci¨®n de la plaza Tahrir, en El Cairo, y las de la plaza de Catalu?a, en Barcelona, y la Puerta del Sol, en Madrid. Ambos movimientos se asemejan, especialmente en su descontento con los pol¨ªticos y los partidos tradicionales. A partir de ah¨ª todo es diferente, en sus causas y en sus perspectivas.
El movimiento ¨¢rabe es el comienzo de una nueva ¨¦poca democr¨¢tica. El movimiento europeo es el fin de una ¨¦poca, de un modelo exitoso, aunque insatisfactorio. Por eso, si se habla de primavera en Egipto, en las dos plazas espa?olas cabr¨ªa hablar de oto?o.
El movimiento ¨¢rabe es el comienzo de una nueva ¨¦poca. El modelo europeo est¨¢ llegando a su fin
La motivaci¨®n de los j¨®venes ¨¢rabes es pol¨ªtica; la de los espa?oles es moral
La primavera ¨¢rabe tiene como causa la falta de legitimidad de reg¨ªmenes que no permiten la alternancia en el poder: basados en partidos ¨²nicos o casi ¨²nicos, han edificado corruptos sistemas que mezclan con promiscuidad lo p¨²blico y lo privado, han llevado al enriquecimiento de las familias que ocupan el poder y han perpetuado sistemas econ¨®micos incapaces de conseguir que disminuyan los sufrimientos de la pobreza.
El oto?o europeo se produce porque, a pesar de disponer de todo lo que los ¨¢rabes est¨¢n descubriendo ahora, el sistema ofrece signos de agotamiento. Se ha terminado el maridaje que hace siglos permiti¨® a Europa unir la democracia pol¨ªtica con el crecimiento econ¨®mico y la justicia social. El crecimiento econ¨®mico encuentra barreras de signo ecol¨®gico para su desarrollo y ha dejado de generar empleo, sobre todo para los j¨®venes; el Estado de bienestar se ve estrangulado a causa de las limitaciones fiscales, que impiden la ampliaci¨®n de los servicios p¨²blicos a los j¨®venes de hoy. Aparte de eso, los partidos han dejado de representar alternativas. Los dictadores ¨¢rabes crearon partidos ¨²nicos, pero en la democracia europea los partidos han acabado siendo tan parecidos que es dif¨ªcil considerarlos diferentes. La primavera ¨¢rabe es el resultado de la falta de legitimidad de la pol¨ªtica; el oto?o europeo es la consecuencia de la falta de imaginaci¨®n de los pol¨ªticos.
La imaginaci¨®n ¨¢rabe se limita a la b¨²squeda de la democracia que Europa ya posee. Por tal raz¨®n, es una primavera con la posibilidad de llegar al modesto verano de una nueva constituci¨®n que permita organizar partidos, separar los negocios p¨²blicos de los privados y hasta detener a los pol¨ªticos corruptos, elegir presidentes, alcanzar la libertad de imprenta y la independencia de los poderes legislativo y judicial. Todo lo que Europa ya tiene.
En Egipto se quer¨ªa derribar a Mubarak y elegir un nuevo presidente. En Europa, los indignados
quieren derribar a los actuales gobernantes, pero no quieren colocar a la oposici¨®n en su lugar. Rechazan el presente, pero carecen de certezas sobre el futuro. El mundo ¨¢rabe vive una primavera porque el verano al que aspira es el presente de Europa, que se est¨¢ agotando. Por tal raz¨®n, lo que a Europa se le presenta por delante es la posibilidad de un invierno.
El optimismo de la primavera en los pa¨ªses ¨¢rabes proviene de la modestia de prop¨®sitos realizables; el pesimismo en Europa proviene de la imposibilidad de ir m¨¢s all¨¢ de lo que ya se ha hecho.
El gran desaf¨ªo para transformar el oto?o en una primavera es idear alternativas viables para una nueva ¨¦poca. No limit¨¢ndose a repetir experiencias, a copiar proyectos ya puestos a prueba, como lo que intentan los j¨®venes ¨¢rabes. En Europa se trata de inventar un nuevo modelo. Los j¨®venes ¨¢rabes miran hacia tierras europeas, los espa?oles miran hacia el futuro. Eso exige un cambio mucho m¨¢s profundo que el que conduce de la dictadura a la democracia, o del capitalismo al socialismo. El desaf¨ªo europeo consiste en imaginar una nueva civilizaci¨®n, que vaya m¨¢s all¨¢ de la industrial, m¨¢s all¨¢ del PIB, en pos de un nuevo concepto de riqueza, de consumo material y privado, en pos del bienestar p¨²blico e inmaterial. En lugar de m¨¢s coches, m¨¢s tiempo libre, sin depredaci¨®n ambiental. Salir de la globalizaci¨®n excluyente en pos de una internacionalizaci¨®n incluyente.
La motivaci¨®n de los j¨®venes ¨¢rabes es pol¨ªtica, la de los espa?oles es moral.
Este dif¨ªcil desaf¨ªo de la imaginaci¨®n no es m¨¢s que el primer paso, pues queda levantar un proyecto pol¨ªtico: el de difundir las nuevas ideas y conseguir el apoyo de las masas hacia una propuesta que exigir¨¢ una nueva mentalidad. Los j¨®venes de Tahrir desean un mundo diferente al de sus padres. No se sabe si lo que los indignados espa?oles desean es un mundo diferente al de sus padres o los privilegios de los que estos gozaron gracias a la euforia del maridaje entre crecimiento econ¨®mico, democracia y justicia social, que les facilit¨® el bienestar, un alto consumo y hasta la solidaridad con los inmigrantes. Los j¨®venes de Egipto quieren ser incluidos en la pol¨ªtica, los de Europa lo que quieren es no quedar excluidos de la econom¨ªa, sino conservar el bienestar social del consumo, por m¨¢s que el crecimiento se haya detenido, el empleo escasee y los beneficios sociales se hayan vuelto inviables.
A pesar del optimismo que han despertado los ¨¢rabes, es en Europa donde podemos albergar esperanzas en la formulaci¨®n de lo nuevo, que vaya m¨¢s all¨¢ de lo que es el nuevo Egipto, ya viejo, sin embargo, para Espa?a. Es en la plaza de Catalu?a o en la Puerta del Sol donde est¨¢ lo m¨¢s dif¨ªcil, pues es de ah¨ª de donde podr¨¢ salir realmente lo nuevo, porque el verano ¨¢rabe es el verano del a?o pasado y solo despu¨¦s de que pase el oto?o podr¨¢ llegar el verano del pr¨®ximo a?o.
Los j¨®venes egipcios quieren afiliarse a los partidos y votar a sus candidatos; los espa?oles quieren repudiar a los partidos y votar nulo, o no votar siquiera. Recurren a acciones como votar en blanco, retirar todos juntos el dinero del banco en un mismo d¨ªa, establecer un d¨ªa sin compras, dejar de usar coches y usar el transporte p¨²blico.
En la plaza Tahrir hab¨ªa una consigna -"?Fuera Mubarak!"-, en la plaza de Catalu?a o en la Puerta del Sol vemos diversos grupos, debatiendo temas diferentes, indignados, aunque sin una propuesta aglutinadora todav¨ªa. Todos unidos en el descontento. Pero ?cu¨¢ntos aceptar¨¢n el decrecimiento para mantener el equilibrio ecol¨®gico? ?La reducci¨®n de la jornada de trabajo con m¨¢s tiempo libre y pleno empleo, aunque con menores salarios? ?La solidaridad con los inmigrantes a costa de reducir los beneficios sociales? ?La garant¨ªa de estabilidad monetaria y equilibrio fiscal a cambio de la reforma de la Seguridad Social?
Tahrir es el s¨ªmbolo de un peque?o avance que se aprecia con nitidez; las plazas europeas son s¨ªmbolos de perplejidad antes de un gran salto. Antes de esto, sin embargo, el tiempo aqu¨ª es oto?al; all¨¢, de primavera.
Cristovam Buarque es profesor de la Universidad de Brasilia y senador de la Rep¨²blica de Brasil. Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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