Cinco aproximaciones a un largo viaje
1
No puedo hablarles de Jorge Sempr¨²n sin comenzar por hablarles de la guerra de Espa?a.
Ciertamente, ¨¦l no tiene m¨¢s que 13 a?os en 1936. Diecis¨¦is cuando su padre, Jos¨¦ Mar¨ªa Sempr¨²n, antiguo gobernador civil de las provincias de Toledo y Santander, se exilia definitivamente en Francia despu¨¦s de haber representado en La Haya al Gobierno republicano. Pero tiene, con apenas tres a?os de diferencia, la edad de mi propio padre al llegar a Barcelona para alistarse en las filas de las Brigadas Internacionales. Como ¨¦l, admira al George Orwell de Homenaje a Catalu?a. Como ¨¦l, ha le¨ªdo a Dos Passos y sobre todo a Hemingway, que hab¨ªan venido a mezclarse en una guerra que no era en principio la suya y que les moviliz¨® cuerpo y alma. "Nuestra guerra", dir¨ªa ¨¦l m¨¢s tarde durante un encuentro en un restaurante de Madrid, en pleno franquismo, con un Hemingway que hab¨ªa vuelto para ver a Luis Miguel Domingu¨ªn y Antonio Ord¨®?ez. "Nuestra guerra", pensar¨ªa en esos tiempos irracionales en los que no era ya, o no todav¨ªa, Jorge Sempr¨²n, sino un falso soci¨®logo regresado, tambi¨¦n ¨¦l, como Hemingway, bajo una falsa identidad, para seguir el combate entablado por otros, bajo otras formas en 1936. "Nuestra guerra", insistir¨ªa, para designar esta guerra civil que ¨¦l no libr¨® pero a cuya sombra ha crecido y vivido. "Nosotros empleamos siempre este posesivo para nombrar la Guerra Civil. Sin duda para distinguirla de todas las dem¨¢s guerras de la historia. ?C¨®mo compararla, por otra parte, a las dem¨¢s guerras de la historia? Era imposible". Y el hecho es que en todas sus novelas espa?olas y, m¨¢s all¨¢ incluso de sus novelas, en todos los compromisos de su vida magn¨ªfica, esta guerra ha tenido siempre el mismo sitio: la primera cita, la escena absolutamente primitiva, la primera cornada a la que debieron hacer frente, en una tauromaquia pol¨ªtica que no era m¨¢s que literatura, los hombres libres del siglo XX; ese momento de luz sangrienta en el que la barbarie contempor¨¢nea vino a dar sus tres golpes, pero no sin que el esp¨ªritu de resistencia, el gusto del coraje y la justicia, la idea de una pol¨ªtica ajustada a la grandeza, no se hayan autorizado a responderle.
Yo tengo 25 a?os menos que Sempr¨²n.
La misma diferencia de edad entre Sempr¨²n y yo que entre Sempr¨²n y, precisamente, Hemingway.
Pero estoy tentado, yo tambi¨¦n, de decir "nuestra guerra".
Una vez al menos, he dicho efectivamente "nuestra guerra" a prop¨®sito de una guerra que era, en mi opini¨®n, la repetici¨®n de la guerra de Espa?a y que era la guerra de Bosnia.
Y todav¨ªa hoy, en Bengasi, en la Libia libre, ?cu¨¢ntas veces no he visto superponerse, en m¨ª, las im¨¢genes que ten¨ªa ante los ojos y las que ven¨ªan de nuevo de la viva claridad de una memoria tan pronto familiar como literaria?
Y bien, cada vez, en cada una de esas situaciones, en esa extra?a mezcla de vida y ficciones que volv¨ªa a asediarme y que a veces guiaba mis pasos, debo confesarles que volv¨ªan a primera fila -incluso si la guerra de Espa?a no era, como tal, el teatro y el argumento- la intriga de La segunda muerte de Ram¨®n Mercader, la de Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez o los fantasmas de Veinte a?os y un d¨ªa, la gran novela espa?ola de Jorge Sempr¨²n.
Tal es mi primer Sempr¨²n. El primero que me viene a la mente cuando, incluso en silencio, lo evoco. Y el primero, por consiguiente, al que deseo hoy rendir homenaje. Sempr¨²n, el espa?ol. Un Sempr¨²n cuya herencia, seg¨²n la c¨¦lebre frase, no fue precedida de testamento alguno, aunque sea verdaderamente -en mi juicio como, creo, en el de la ¨¦poca- el heredero de la Espa?a roja. Nadie es responsable de su ascendencia. Ni, por supuesto, de la temporalidad en la que se inscribe, de buen o mal grado, su destino. As¨ª es.
2
Luego viene el antifascista. El antifascista m¨¢s all¨¢ de Espa?a y a causa de ella. Luego viene la gesta de un escritor cuya obra, en una buena mitad, no tendr¨¢ otro objeto, a partir de ah¨ª, que el de instalar a su autor en la posici¨®n de Testigo de ese Acontecimiento nazi del que la guerra de Espa?a habr¨ªa sido el anuncio y que ¨¦l, por una vez, habr¨ªa recibido en su carne: resistente, primero, en los maquis de Borgo?a, luego deportado a Buchenwald, en ese campo de la muerte erigido -¨¦l insist¨ªa en ello con frecuencia- a ocho kil¨®metros del ¨¢rbol de Goethe...
Pongo una may¨²scula a Acontecimiento para resaltar la singularidad radical, en la historia general de las matanzas, del momento nazi tal como lo ha padecido y pensado Jorge Sempr¨²n.
Y tambi¨¦n pongo otra a Testigo para decir que nadie habr¨¢ llevado tan lejos como ¨¦l, tanto la exigencia del testimonio como la reflexi¨®n sobre los principios, las reglas y, naturalmente, los l¨ªmites de dicho testimonio.
En El largo viaje, de 1963, que sigue a largos a?os de lo que ¨¦l mismo llamar¨ªa la "amnesia voluntaria" de su temporada en un campo de concentraci¨®n.
En El desvanecimiento, ese bello libro que ¨¦l calificar¨ªa un d¨ªa -en mi opini¨®n injustamente- de "borrador aproximado de algunos libros posteriores".
En Vivir¨¦ con su nombre, morir¨¢ con el m¨ªo, ese post-scriptum al Largo viaje, que comienza con la llegada al campo de una nota pidiendo informaci¨®n sobre un detenido llamado Jorge Sempr¨²n, que no tiene otra elecci¨®n para sobrevivir que tomar prestada la identidad de un agonizante.
A¨²n en Aquel domingo, del cual fui en Grasset un poco el editor y que ¨¦l considera, creo, su verdadero gran libro sobre la cuesti¨®n.
Y luego La escritura o la vida, que me parece la verdadera obra maestra, pero ?c¨®mo saber?
Buchenwald, en todo caso, cada vez.
El deber, no de memoria, sino de transmisi¨®n de Buchenwald.
La literatura, su literatura, puestas en el torno de la imposible tarea de transmitir lo intransmisible de la deshumanizaci¨®n en Buchenwald.
Y ese v¨¦rtigo que se apoder¨® de ¨¦l, y que tambi¨¦n forma parte de su obra, en el momento en que piensa que va a morir, que sus contempor¨¢neos van a morir tambi¨¦n, y que pronto no habr¨¢ ya nadie para dar testimonio de esa memoria naufragada.
?Qu¨¦ permanece, entonces?
?Qu¨¦ quedar¨¢ cuando hayan desaparecido los ¨²ltimos cuerpos capaces de afirmarse contra el olvido?
La literatura, s¨ª. Todav¨ªa y siempre la literatura. Esa literatura que (?qu¨¦ oportuno!) es m¨¢s inteligente, m¨¢s sabia y adem¨¢s vive mucho m¨¢s tiempo que lo que de ordinario llamamos los testigos; esa literatura de mala reputaci¨®n pero bien armada y a la que, m¨¢s que nunca, habr¨¢ que remitirse.
Ustedes est¨¢n informados, supongo, de la pol¨¦mica que hizo furor en Francia a finales de 2009 cuando un joven novelista, Yannick Haenel, se introdujo en la vida y la cabeza de Jan Karski, el resistente polaco que fue en 1943 a alertar a Roosevelt sobre la realidad de lo que Sempr¨²n, siguiendo a Raul Hilberg, llama "la destrucci¨®n de los jud¨ªos".
Sempr¨²n, en este asunto, estuvo del lado de los derechos de la novela. Lo estuvo con mesura. Prudencia. Es decir, en el interior del parapeto que no omite recordar (comenzando por la recomendaci¨®n de no ceder jam¨¢s a la tentaci¨®n ret¨®rica, emp¨¢tica, ¨¦l dec¨ªa en alguna parte "hom¨¦rica", de servirse de las palabras para a?adir horror al horror). Pero al fin lo estuvo. Lo estuvo incluso resueltamente y, si me atrevo a decirlo, naturalmente. Pues, no teniendo la edad del capit¨¢n nada que ver en el asunto, lo que era verdadero cuando la traves¨ªa de la memoria se hac¨ªa bajo el mando de escritores que eran tambi¨¦n supervivientes (Primo Levi...) lo seguir¨¢ siendo, declar¨® Sempr¨²n, cuando ellos no sean m¨¢s que escritores.
Antifascismo y literatura.
Escribir, no para sobrevivir, sino para revivir.
Precaria es la ficci¨®n. Incierta. Pero cu¨¢n poderosa. Es lo que cre¨ªa Sempr¨²n. Antifascista, porque escritor. Devenir escritor para que venga al pensamiento lo impensable del fascismo.
3
Est¨¢ el Sempr¨²n antitotalitario.
Es decir el antifascista, siempre. Pero el antifascista hasta el fin. El antifascista sin l¨ªmites. El antifascista que no teme reconocer el hocico de la Bestia bajo sus m¨¢scaras aparentemente sonrientes, aunque fuera la de la "emancipaci¨®n comunista", tal como la crey¨® ¨¦l mismo hasta su ruptura con el estalinismo, despu¨¦s con el Partido, al principio de la d¨¦cada de 1960.
Est¨¢, para ser preciso, el Sempr¨²n que, cuando reescribe El largo viaje (esa novela en la que Lukacs ve¨ªa a¨²n rastros de realismo socialista) para hacer de ella Aquel domingo (esa novela de 1980 que toma al fin toda la medida del fen¨®meno de los campos de concentraci¨®n), lo hace a la luz de dos acontecimientos de la Historia real que son tambi¨¦n acontecimientos de su historia personal.
La reapertura por los sovi¨¦ticos en agosto de 1945 de una parte de Buchenwald, rebautizada Campo Especial n¨²mero 2, donde fueron internados hasta enero de 1950 antiguos nazis pero tambi¨¦n opositores de todo g¨¦nero: no es que Sempr¨²n lo haya ignorado nunca, por supuesto, pero tard¨® en darse cuenta de ello; tard¨®, como muchos otros, en creer lo que ve¨ªa y captar lo que sab¨ªa; tard¨®, por ejemplo, en tomar la medida del gesto de ocultaci¨®n que consisti¨® en plantar en 1950 un bosque, un bello y risue?o bosque, en el lugar de ese crimen redoblado y triplicado por esa ocultaci¨®n misma; pero cuando tom¨® nota, cuando comprendi¨® lo que se jugaba en esta tierra alemana que pas¨®, sin transici¨®n, de un totalitarismo al otro, fue como un velo que se desgarra y una evidencia que surge.
Y luego, segundo acontecimiento, la publicaci¨®n de Un d¨ªa en la vida de Iv¨¢n Denisovich, ese libro monumento, de efectos multiplicados por la llegada algunos a?os m¨¢s tarde del Archipi¨¦lago Gulag, cuya lectura fue para Sempr¨²n otra revelaci¨®n que daba a ver, realmente ver, es decir, pensar, la comuni¨®n entre lo que ¨¦l hab¨ªa vivido en Buchenwald y lo que viv¨ªan, en el mismo momento, los zeks del Kolyma: califiqu¨¦ en su momento la obra de Solzhenitsin de Divina Comedia de nuestro tiempo; dije c¨®mo y por qu¨¦ hab¨ªa hecho falta esta obra de arte para terminar con las reticencias a escuchar las palabras de Rousset, Ciliga, Istrati; creo que Sempr¨²n cre¨ªa esto; lo s¨¦; y s¨¦ que ah¨ª est¨¢ una de las claves de su conversi¨®n al antitotalitarismo radical.
Pues ese Sempr¨²n es el Sempr¨²n que yo he conocido.
Es el Sempr¨²n que, al final de la d¨¦cada de 1970, cuando estall¨® el esc¨¢ndalo de los nuevos fil¨®sofos, fue uno de los pocos grandes intelectuales que vino a nuestro encuentro. Igual que fue uno de los poqu¨ªsimos, cuatro a?os m¨¢s tarde, en venir en apoyo de una Ideolog¨ªa francesa que fue el peor recibido de mis libros y que todav¨ªa hoy permanece maldito.
Lo volv¨ª a ver en Tiburce, un peque?o restaurante de la rue du Dragon, en Par¨ªs; ¨¦l ten¨ªa sus costumbres.
Era todav¨ªa joven, pero ten¨ªa ya esa bella cabeza blanca que le hac¨ªa parecerse a don Diego de Vivar, el padre del Cid.
Ten¨ªa esa mirada guerrera, pero que se velaba y se hac¨ªa un poco espectral cuando evocaba "sus" muertos: antepasados gloriosos de la guerra de Espa?a; "compa?eros", como ¨¦l dec¨ªa, "idos en humo en Buchenwald"; pero tambi¨¦n, desde entonces, muertos del Gulag.
Y luego esa voz melodiosa que pod¨ªa cambiar bruscamente de registro en la misma frase: bajando un tono, como si revelara un terrible secreto, cuando volv¨ªa sobre tal detalle, tal episodio tortuoso y convertido, con el tiempo, en casi incomprensible, de la vida de Federico S¨¢nchez, su doble en la clandestinidad, y subiendo hasta los agudos, casi estridente, cuando se inflamaba sobre tal o cual debate contempor¨¢neo que a m¨ª me parec¨ªa zanjado, pero en el que pon¨ªa toda su pasi¨®n contenida mucho tiempo (si los trotskistas eran estalinistas disfrazados... si exist¨ªa una alternativa a la econom¨ªa de mercado... el juego de Fran?ois Mitterrand con el Programa Com¨²n y los comunistas... el caso R¨¦gis Debray...).
Para ese Sempr¨²n, la cosa no ten¨ªa ya duda.
El nazismo era ¨²nico y comparable.
Excepcional e hist¨®rico.
Hab¨ªa que mantenerse firme sobre la singularidad de sus cr¨ªmenes. Pero haciendo esto, hab¨ªa que servirse de ¨¦l como de una medida, de una escala que permite juzgar los dem¨¢s cr¨ªmenes y, en particular, los cr¨ªmenes del estalinismo.
Yo no estoy seguro de que hoy seamos conscientes del peso que en esos a?os pod¨ªa tener un apoyo semejante.
Me vuelvo a ver aqu¨ª, en Madrid, dos o tres a?os despu¨¦s de la barbarie y mi primer encuentro con Jorge. Salgo de un programa que se llamaba La clave, en el que me hab¨ªa enfrentado a Santiago Carrillo, el viejo secretario general del PCE, que no hab¨ªa aprendido ni olvidado nada y cuyas mentiras yo hab¨ªa denunciado. Un semanario madrile?o titular¨ªa -pero yo a¨²n no lo sab¨ªa- BHL, el que puso KO a Carrillo. Y yo estoy muy inquieto, en ese momento, por la manera en que la opini¨®n democr¨¢tica y posfranquista habr¨ªa recibido esa imagen del viejo le¨®n golpeado por el nuevo fil¨®sofo franc¨¦s. Ahora bien, he aqu¨ª que, ya en mi hotel, recibo una llamada de Federico S¨¢nchez, alias Jorge Sempr¨²n, dicho de otra manera, de todos los antiguos camaradas de Carrillo, el que mejor le conoc¨ªa en la ¨¦poca. Y no pueden imaginar mi alegr¨ªa, mi m¨¢s profunda alegr¨ªa, alivio y orgullo mezclados, cuando oigo la voz clara de este dem¨®crata impecable, de este antifranquista intachable, de este grande de Espa?a que es tambi¨¦n una de las autoridades morales de la ¨¦poca, decirme que tengo raz¨®n, plenamente raz¨®n, y que est¨¢ feliz de haberme o¨ªdo decir tan alto lo que ¨¦l, durante tanto tiempo, ha pensado demasiado bajo.
4
Quiero hablarles del escritor.
Quiero hablarles del gran prosista que es tambi¨¦n, del que se sabe ya que quedar¨¢ como uno de los m¨¢s poderosos, m¨¢s inventivos y m¨¢s nuevos de la literatura de la segunda mitad del siglo XX y el principio del siglo siguiente.
El maestro en palimpsestos.
El narrador testarudo, un poco loco, cuya obra es como la reescritura interminable de algunas escenas de un pasado que nunca se ha decidido a pasar.
Me gusta ese arte que ¨¦l inventa, y que no pertenece m¨¢s que a ¨¦l, de volver a pasar incansablemente por las mismas estaciones de una vida cuyos sortilegios no acaba de escrutar para desencantarlos.
Me gusta ese arte de la vuelta, el bucle o la espiral que me hace pensar a veces, tanto, en la pr¨¢ctica de la serie en la pintura contempor¨¢nea como en el gusto del cuestionamiento, es decir, de la rumia, en un Talmud que, sin embargo, ¨¦l apenas conoce, que yo sepa.
Me gusta que se pueda encontrar dos veces, tres veces la misma historia del mismo "muchacho de Semur", cada vez con una variante que cambia todo y enriquece el testimonio.
Me gusta ese arte de la nueva toma que le hace volver, y nosotros con ¨¦l, cada vez con nuevos efectos de transmisi¨®n y nunca jam¨¢s con la impresi¨®n de la redundancia, a Madrid, Joigny, Buchenwald, Praga, La Haya, Autheuil-sur-Eure.
Me gusta esa bella idea de escritor, esa idea posproustiana y apenas menos fecunda, en mi opini¨®n, que la gran hip¨®tesis de La Recherche, seg¨²n la cual la memoria se nutre de s¨ª misma, crece de lo que escupe o de lo que se saca de ella; me gusta la idea de que los libros no desecan la memoria sino que la avivan; me gusta que ¨¦l piense, y pruebe, que beber en sus recuerdos no los agota sino que los fertiliza; me gusta, dicho de otra manera, que vaya contra la idea recibida, y tan tonta, de una memoria masiva, pasiva, que esperar¨ªa, en el limbo, que se vaya a inventariar, tratar, sus stocks para ponerlos, una vez por todas, a la falsa luz de un relicario; y me gusta que ¨¦l diga, por ejemplo, que ten¨ªa menos im¨¢genes de los campos antes de haber escrito El largo viaje o Aquel domingo que despu¨¦s...
Me gusta que haya hecho teatro: Gurs, esa tragedia pol¨ªtica posbrechtiana que mostraba, en 2004, el famoso campo franc¨¦s donde fueron encerrados los republicanos espa?oles vencidos y despu¨¦s algunos de los jud¨ªos en tr¨¢nsito hacia Auschwitz; o ese Regreso de Carola Neher, que tampoco he visto nunca representado, pero que he le¨ªdo, y en el que he sentido un estremecimiento, y un tono, que no hab¨ªa conocido m¨¢s que en Camus, Giraudoux o Sartre, para limitarme a sus casi contempor¨¢neos.
Me gusta que haya sido un inmenso guionista de cine; lo vuelvo a ver, en Saint-Paul de Vence, en la Colombe d'Or, que es, desde nuestro primer encuentro, una de nuestras casas compartidas; lo vuelvo a ver con Colette, su mujer y compa?era, y vuelvo a ver a los dos con Montand, su actor, discutir de una r¨¦plica de La confesi¨®n o de una situaci¨®n de La guerra ha terminado como si se tratara de su misma vida; y me vuelvo a ver pensando que esa gracia que le hac¨ªa sobresalir tanto en un g¨¦nero como en otro, esa suerte que le permit¨ªa dialogar de igual a igual con uno de los mayores actores franceses de la ¨¦poca tan bien como con Shalamov o Alexander Solzhenitsin, eran lo m¨¢s deseable que hab¨ªa en este mundo.
Me gusta el fil¨®sofo -pues tambi¨¦n es fil¨®sofo- que especula en Buchenwald, con su maestro Halbwachs agonizante, sobre la cuesti¨®n del mal radical.
Me gusta que sea uno de los ¨²ltimos vivientes (?hay que decir superviviente?) con el que se puede hablar seriamente de esa filosof¨ªa alemana de la que nunca ha pensado que haber sido formulada en la futura lengua de los verdugos bastaba para condenarla (el mismo punto de vista, ?verdad?, que Celan sobre la poes¨ªa...).
Y me gusta, naturalmente, que este novelista, este testigo, este hombre de teatro y cine, este metaf¨ªsico, haya sido tambi¨¦n un hombre de acci¨®n, y qu¨¦ hombre de acci¨®n: el maquisard, ya lo he dicho; el dirigente clandestino de un partido prohibido, es sabido; pero tambi¨¦n, y es quiz¨¢ lo m¨¢s notable, el joven h¨¦roe que, a los 22 a?os, el 11 de abril de 1945, toma las armas para, con otros, liberar Buchenwald.
?Qui¨¦n puede jactarse hoy de ser este escritor total?
?Qu¨¦ queda para perpetuar esa tradici¨®n que ¨¦l no encarna, despu¨¦s de todo, peor que un Sartre o un Malraux?
?Est¨¢ Sempr¨²n, como sucede muchas veces, demasiado presente, demasiado vivo -es igualmente demasiado modesto- para que salte a la vista, como tendr¨ªa que hacerlo, la evidencia de esta filiaci¨®n?
No s¨¦. Pero no me desagrada rendirle esta otra justicia.
5
E iba a olvidar al europeo.
Europa es -ustedes quiz¨¢ no lo saben- uno de los grandes combates de mi existencia.
Ahora bien, considero que Sempr¨²n es, desde hace 30 a?os que lo conozco, uno de los mejores combatientes de esta idea europea.
No hablo solamente de sus tesis o, para hablar como Andr¨¦ Suares, de sus vues sobre Europa.
No hablo ni del concepto de "supranacionalidad" que toma prestado del Husserl de las dos conferencias de 1935, en Viena y Praga, ni de su meditaci¨®n incesante, al margen de las dos mismas conferencias, sobre el cansancio de Europa y los medios de superarlo.
Ni siquiera hablo de su manera de bordar en sus dos ¨²ltimos libros, El hombre europeo y despu¨¦s Pensar en Europa, alrededor de la frase de Renan: "Francia se muere, no perturb¨¦is su agon¨ªa" -frase que ¨¦l enunciar¨ªa: "Es medianoche menos cinco en Europa, ?qu¨¦ hacer para perturbar, detener, quiz¨¢ impedir, su muerte anunciada?"-.
Hablo de ¨¦l, verdaderamente de ¨¦l -es decir, indistintamente, de su identidad y su obra-.
?Su identidad? No hay necesidad de hacerles un croquis. He aqu¨ª un hombre que, desde hace medio siglo, vive entre Francia y Espa?a. He aqu¨ª un escritor que ha nacido espa?ol, pero que hablaba el neerland¨¦s a los 16 a?os, el alem¨¢n a los 20 y que redacta, despu¨¦s, la mayor parte de sus libros en franc¨¦s. Y he aqu¨ª -es quiz¨¢ lo m¨¢s turbador- un intelectual comprometido que, al salir de la adolescencia, pone su vida en peligro para defender una Francia que deb¨ªa, imagino, tener un poco por su patria y que, llegado a la edad de la madurez, se pone, al convertirse en ministro, al servicio de una Espa?a que deb¨ªa ser tambi¨¦n, para que ¨¦l lo hiciera, una especie de segunda patria. Y bien, de este personaje fuera de norma, de este doble patriota, de este Jano (har¨ªa falta otra palabra para referirnos a la dificultad de la elecci¨®n de los rostros...) se tienen ganas de decir lo que Gide dec¨ªa de s¨ª mismo en su debate inaugural con el autor de La colina inspirada: "Nacido en Par¨ªs, de un padre de Uz¨¨s y una madre normanda, ?d¨®nde quiere usted, se?or Barr¨¨s, que me arraigue?". Y es, por otra parte, aproximadamente lo que ¨¦l dice cuando, en 1988, Felipe Gonz¨¢lez env¨ªa un emisario a sondearlo y enterarse, de paso, de su nacionalidad: "D¨ªgale al presidente que soy bastante ap¨¢trida; biling¨¹e, luego esquizofr¨¦nico, luego sin ra¨ªces y ap¨¢trida" -y adem¨¢s, de manera bastante recurrente para que no me preocupe una referencia demasiado precisa: "No soy ni de aqu¨ª, ni de all¨ª, ni tampoco de all¨¢ lejos, soy del campo de concentraci¨®n de Buchenwald". Nada de verdadera nacionalidad. Nada de identidad fijada ni asignada. O s¨ª, una identidad -pero m¨²ltiple, hojaldrada, en la encrucijada de sus destinos y sus elecciones-.
?Su obra? Es la misma cosa. La Franca de La monta?a blanca que recupera el italiano cuando dice obscenidades... El soldado americano de La escritura o la vida que recita su Padrenuestro en espa?ol en el momento en que, en Buchenwald, descubre las monta?as de cad¨¢veres... Karol, en La monta?a blanca tambi¨¦n, que piensa en checo y sue?a en alem¨¢n... El narrador de Adi¨®s, luz de veranos, que se identifica como hispano-franc¨¦s, pero cuyos mon¨®logos interiores fluyen en alem¨¢n... Los libros que escribe, lo he dicho, en franc¨¦s... Aquellos para los cuales, habr¨ªa debido decirlo, vuelve al espa?ol... Los que est¨¢n escritos, en Par¨ªs, en espa?ol y en Madrid, en franc¨¦s... Pensar en Europa, esa colecci¨®n de conferencias escritas tanto en una lengua como en la otra, pero reescritas en alem¨¢n para ser dichas, por ¨¦l, en alem¨¢n... En breve, ese juego con los l¨¦xicos del que no se cansa, ese puzle, esa confusi¨®n de las inspiraciones, esos desenganches, esas arritmias, esas fulguraciones del castellano que llegan a perturbar la arquitectura del franc¨¦s, esas reminiscencias del alem¨¢n que dan su relieve a su espa?ol y su franc¨¦s, esos atajos entre las palabras, esas asociaciones libres y oblicuas, esa otra memoria que es la memoria de la palabra y de la cual no se siente menos el testigo y el autor.
Sempr¨²n, el transmisor.
Sempr¨²n como una traves¨ªa.
Sempr¨²n como una prodigiosa torre de Babel que resuena de todas esas lenguas de Europa.
Es una Europa para ¨¦l solo.
El esp¨ªritu europeo encarnado.
No hay necesidad de hablar de Europa para que Europa, como tal, hable en ¨¦l y a su trav¨¦s se haga.
Y no hay necesidad de defenderla para que resista, por ¨¦l, a los malos demonios que la asaltan y la ponen en peligro.
Pues nosotros estamos en esto, se?oras y se?ores. Somos los testigos y seremos, un d¨ªa, las v¨ªctimas de esta nueva fatiga de Europa. La hemos visto construirse y estamos quiz¨¢ en curso de verla destruirse. Y bien, es una ¨²ltima raz¨®n para leer a Jorge Sempr¨²n. Es la ¨²ltima raz¨®n, a mis ojos, para quererlo como deber¨ªan ser queridos los tesoros vivos de la naci¨®n europea. Y es mi ¨²ltima raz¨®n para dirigirle, aqu¨ª, este respetuoso y fraternal saludo.
Traducci¨®n de Antonio Abell¨¢n "Vio aparecer el coche de Zapata, que llegaba por la rue Froidevaux. Era un Jaguar. En esto, por lo menos, el viejo truh¨¢n no hab¨ªa cambiado de gustos. El coche circulaba..." Netchaiev ha vuelto (1987)"Los coches aparcaron junto a la acera. Hubo un ruido de portezuelas que se abr¨ªan y cerraban. Se desplegaron los escoltas. Un poco m¨¢s all¨¢..." Federico S¨¢nchez se despide de ustedes (1993)
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