Misrata, la ciudad m¨¢rtir
El basti¨®n rebelde hace frente desde hace meses al asedio del coronel Gadafi
Misrata da la medida de hasta d¨®nde puede llegar la locura de un dictador. Muamar el Gadafi no pod¨ªa permitir que la ciudad m¨¢s pr¨®spera de Libia, a 200 kil¨®metros al este de la capital, se uniera a la rebeli¨®n civil que desde febrero trata de acabar con 42 a?os de represi¨®n. Por eso la martiriza meticulosamente desde hace tres meses. Los vecinos resisten y han expulsado hacia la periferia a las tropas gadafistas que se hab¨ªan acantonado en el coraz¨®n de la ciudad. El r¨¦gimen ha intensificado la ofensiva, y los misiles Grad que martillean a diario las defensas rebeldes mataron el mi¨¦rcoles a 12 combatientes. En la retaguardia, las familias limpian las calles, reabren comercios y aguantan las l¨¢grimas. Falta agua, falta luz, falta gas. Pero recuperar el pulso cotidiano a pesar del asedio es la manera de decirle a Gadafi que ya ha sido derrotado.
Los vecinos usaron alfombras mojadas en aceite para cortar el paso a los tanques
La calle Tr¨ªpoli corta el aliento. La principal arteria de Misrata, llena de comercios y edificios de la etapa colonial italiana, es hoy una sucesi¨®n de cascotes y hierros retorcidos. Las cortinas revolotean en las ventanas sin cristales del hotel Tur¨ªstico. Del emblem¨¢tico caf¨¦ Simbad, lo ¨²nico que queda en pie es una mesa.
"Los tanques entraron por el oeste el 13 de marzo. Llegaron nueve regimientos. El 18 plantaron los francotiradores", cuenta Yusuf, universitario reconvertido, como tantos otros, en combatiente. Desde la Torre de Seguros, que con sus ocho plantas es la m¨¢s alta de Misrata, los tiradores de ¨¦lite tuvieron la ciudad a su merced durante semanas, mientras los tanques paseaban disparando a mansalva. Muchos de ellos, destripados, son ahora parte de un paisaje urbano fantasmag¨®rico.
Todo el centro est¨¢ arrasado. El Ayuntamiento, la oficina postal, los bancos, las mezquitas... Las tropas gadafistas se ensa?aron con los edificios de apartamentos, comidos a dentelladas por proyectiles de todos los calibres. Aqu¨ª y all¨¢ se ven cocinas abrasadas y armarios reventados.
"Todo es tan irreal... ?Gadafi mata a la gente con tanques. Eso no es un presidente, es un criminal!", clama Fati Bubreda. La calle Tr¨ªpoli es la met¨¢fora de la crueldad. Pero tambi¨¦n del coraje. Ah¨ª est¨¢n los restos de las alfombras empapadas en aceite que los vecinos colocaban para entorpecer el paso de los blindados.
"Al principio nadie nos ayud¨®. Nos organizamos como pudimos, en grupos de vecinos, de amigos. A estas alturas hemos aprendido y conseguido armas. Entonces solo ten¨ªamos nuestras manos". No exagera un ¨¢pice el doctor Mohamed el Fort¨ªa, director del principal hospital de Misrata, tambi¨¦n destruido. Los v¨ªdeos caseros de aquellos primeros d¨ªas dan cuenta de una defensa tan valiente como ca¨®tica, casa por casa y calle por calle. Todo serv¨ªa. Escopetas de perdigones, c¨®cteles molotov, incluso los controles remotos de los juguetes. El arsenal se fue engrosando con las piezas que recuperaban de los gadafistas ca¨ªdos.
La salvaci¨®n fueron los contenedores del puerto. Alguien tuvo la idea de llenarlos de arena y transportarlos al centro en camiones. Estas imponentes barricadas cortaron el paso a los tanques, aislaron a los que ya estaban dentro y dejaron sin suministros a los francotiradores. "Se quedaron sin munici¨®n ni comida. Algunos se rindieron. Pero acabamos con la mayor¨ªa", explica Yusuf.
Para mediados de mayo, las tropas gadafistas se retiraron a una veintena de kil¨®metros del centro. Aviones de la OTAN machacaban su artiller¨ªa y sus blindados. Otros tanques los destruyeron los civiles de Misrata. "Algunos ingenieros fabricaban explosivos caseros", prosigue Yusuf. Como Mohamed Ras Ali, de 28 a?os, muerto al estallarle la bomba que manipulaba. Su hermana Fus¨ªa habr¨ªa preferido no tener un m¨¢rtir en la familia. Ahora contiene el llanto mientras prepara la comida para los combatientes. Fue su marido, Abubakar Esririk, comerciante de tejidos, quien tuvo la idea: cada d¨ªa, un barrio de Misrata aprovisionar¨ªa a los tres frentes. Los mi¨¦rcoles, Fus¨ªa y sus cu?adas entregan 150 comidas. Arroz, carne picada y pan. Las verduras y la fruta escasean. "Si no hay luz ni gas, cocinamos con le?a. Pero no podemos fallarles".
La vida ha dado un vuelco en esta ciudad portuaria de medio mill¨®n de habitantes, abierta y orgullosa, que se dedica desde hace siglos al comercio y siempre ha defendido su independencia. Seg¨²n las autoridades rebeldes, los muertos en Misrata superan los 1.300, y hay 7.000 desaparecidos.
Adem¨¢s de atacar a la poblaci¨®n civil, la Brigada 32, dirigida por Jamis, uno de los hijos del dictador, ha destruido f¨¢bricas, huertos y granjas. Ha ametrallado reba?os de ovejas, camellos y vacas y acabado con la central el¨¦ctrica y los tanques de combustible y agua. La planta desalinizadora y el generador del complejo siderometal¨²rgico alivian en parte las penurias. No hay tel¨¦fono.
"Ha querido destruir todo el aparato productivo", se?ala Taher bin Taher, decano de la Facultad de Humanidades. "Pero cometi¨® un error estrat¨¦gico al descuidar el puerto. Si lo hubiera tomado, en 10 d¨ªas nos liquida". Por el puerto entran alimentos, gas, medicinas y armas que mantienen en pie a la ciudad, sitiada por el este, el oeste y el sur.
Con lo que no ha acabado la Brigada 32 es con el esp¨ªritu emprendedor de los misrat¨ªes, que tienen un objetivo: volver a la vida. Con las explosiones de los Grad como banda sonora perpetua, cuadrillas de ni?os y adultos dejan las calles como patenas. Otros podan el c¨¦sped de las glorietas y riegan las adelfas. Las excavadoras retiran barricadas y cascotes. Ha aparecido incluso un guardia de tr¨¢fico que solo hace saludar a los conductores.
Poco a poco van abriendo los comercios, con los escaparates hechos a?icos y las persianas reventadas. Al contrario de lo que pas¨® en las revueltas de T¨²nez o Egipto, en Misrata no se ha dado un solo caso de saqueo. "Nos estamos organizando para ayudar a los que lo han perdido todo", dice Mustaf¨¢. "Gadafi nos est¨¢ haciendo pagar un precio muy alto, pero vamos a acabar con ¨¦l. Ahora, lo ¨²nico que necesitamos es libertad. Libertad para nuestros negocios y para nuestra vida".
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