El solitario Cernuda
Biograf¨ªa. Al final de este volumen, segunda parte de la biograf¨ªa de Luis Cernuda (1902-1963), escribe Rivero Taravillo que el poeta no est¨¢ en la fosa del Pante¨®n Jard¨ªn de M¨¦xico DF donde fue enterrado, "ni est¨¢ tampoco, o no del todo, en esta biograf¨ªa": confesi¨®n de que lo esencial po¨¦tico se escurre por los avatares de su vida como el agua por los mimbres de una cesta. Lo cual no aten¨²a el valor de esta biograf¨ªa, sino que subraya su supeditaci¨®n a La realidad y el deseo, reuni¨®n sucesiva de su poes¨ªa completa con la que afortunadamente este libro tiende puentes sistem¨¢ticos.
Susceptible y desabrido en el trato, homosexual y enamoradizo, sincero hasta la inconveniencia, su trastorno narcisista tiene similitudes con el de "Jim¨¦nez", como llama al abominado Juan Ram¨®n, aunque es m¨¢s quebradizo y mucho menos ol¨ªmpico que el de Moguer, contra el que arremeti¨® en cr¨ªticas literarias que tienen algo de "pataletas de ni?o" (Ram¨®n Gaya). Delicado en ocasiones, en otras convierte su inseguridad en malquerencia. A su protector Pedro Salinas m¨¢s de una vez le mordi¨® la mano que le tend¨ªa, y con el bueno de Aleixandre se enoj¨® porque crey¨® ver complacencia cuando este le comunic¨® por carta la muerte de su hermana Ana. A Emilio Prados lo llama "ladilla", a D¨¢maso Alonso "sapo", y a Altolaguirre le dedica un poema con un pescoz¨®n escondido bajo el elogio. Algunas descalificaciones son m¨¢s hilarantes que injustas; as¨ª cuando conmina a Charles D. Ley: "No me hable usted de Baroja. Fue el responsable de la guerra civil". Entre sus amigos, que tambi¨¦n los tuvo, quiz¨¢ nadie tan fiel como Concha M¨¦ndez, primera esposa de Altolaguirre, que con su hija Paloma Altolaguirre, el marido de esta y sus tres ni?os, con quienes ejerci¨® como un abuelo amant¨ªsimo, lo acogi¨® cari?osamente en la casa familiar, en la que vivi¨® y morir¨ªa al cabo. Ello no impidi¨® que estuviera a punto de romper con ellos, porque Concha pens¨® subirle a su habitaci¨®n una mesa de trabajo -se le queja Cernuda muy digno- "de caoba, madera que detesto".
Luis Cernuda. A?os de exilio (1938-1963)
Antonio Rivero Taravillo
Tusquets. Barcelona, 2011
392 p¨¢ginas. 23 euros
Con tantas pejigueras y mara?as, no era f¨¢cil descubrir al hombre inestable y doliente, siempre a disgusto consigo mismo, que oficiaba sin entusiasmo de profesor. Y, tras ¨¦l, a uno de los verdaderamente grandes de la l¨ªrica espa?ola. Rivero Taravillo lo ha conseguido, rastreando su peregrinaje existencial desde Londres, Par¨ªs o Glasgow, donde comenz¨® el ¨¦xodo, hasta su muerte. Y si se apoya, como es de rigor, en datos ajenos (Mart¨ªnez Nadal, Gregorio Prieto, las Memorias habladas de Concha M¨¦ndez...), hay tambi¨¦n indagaci¨®n propia, en especial a prop¨®sito de ciertos episodios y personajes como Salvador Alighieri (inspirador de Poemas para un cuerpo) o las nebulosas andanzas mexicanas de su antiguo amante Seraf¨ªn F. Ferro.
Excelente poeta antes de 1936, alcanza su plenitud tras la guerra, en una escritura que conjunta verdad confesional, patetismo ensordecido, propensi¨®n narrativa y tendencia a las cl¨¢usulas prosarias, lejos del soniquete y la elocuencia rimada. Ayud¨® a ello su frecuentaci¨®n de la poes¨ªa inglesa victoriana y contempor¨¢nea. Al fondo de esta etopeya del poeta rom¨¢ntico que no tuvo el romanticismo espa?ol resuena, no obstante, esa patria tomada por Franco y sus "sacristanes, hip¨®critas, cursis y pueblerinos". Frente a ella, enfermo de ella y de s¨ª mismo, emerge en estas p¨¢ginas el solitario Cernuda, tal como lo retrat¨® Octavio Paz en aquel poema remitido a la revista valenciana La Ca?a Gris, que lo homenaje¨® cuando ya la muerte lo hab¨ªa se?alado: "P¨¢jaro por las alas / Hombre por la tristeza". -
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