El final de la democracia posfranquista
La decisi¨®n de los dos principales partidos espa?oles de colocar a dos veteranos -dos segundos-, Mariano Rajoy y Alfredo P¨¦rez Rubalcaba, como candidatos a la presidencia del Gobierno habla de cierta esterilidad en la clase pol¨ªtica en estos siete a?os de zapaterismo. El adanismo del presidente, que lleg¨® diciendo que todos los mayores de 50 a?os eran pol¨ªticamente del pasado, habr¨¢ acabado secando a su propia generaci¨®n. Al final de la escapada, dos personajes que son ya paisaje habitual de la vida democr¨¢tica espa?ola, curtidos en mil politiquer¨ªas, ocupan la escena.
No es una an¨¦cdota atribuible simplemente a las luchas internas entre partidos o al freno de las ilusiones democr¨¢ticas por la crudeza de la crisis. Creo que es la consecuencia del par¨®n que ha sufrido la democracia espa?ola. Con el segundo y apabullante mandato de Aznar, el ¨²ltimo caudillo, democr¨¢tico, por supuesto, se pon¨ªa fin a una primera etapa, el periodo que podr¨ªamos denominar como la democracia posfranquista. Zapatero tuvo la oportunidad de abrir la segunda fase, una democracia m¨¢s rica, despojada definitivamente de las cargas del pasado y de los condicionantes de la cultura de la transici¨®n. Sus inicios fueron prometedores, pero pronto sus promesas se esfumaron porque, con la sombra del 11-M y sus consecuencias planeando sobre la primera legislatura, nunca se dieron las condiciones para una evoluci¨®n pactada de la democracia. Desde el primer d¨ªa se vivi¨® en la crispaci¨®n y en la tensi¨®n. Zapatero introdujo importantes reformas en materia de derechos civiles y costumbres, apoyado en una ciudadan¨ªa cada vez m¨¢s abierta y liberal, pero con el rechazo de la Iglesia, que sigue pretendiendo un derecho de pernada ideol¨®gica sobre los espa?oles, y de importantes sectores de la derecha. Y cuando intent¨® introducir cambios en la estructura del Estado o en el funcionamiento de la democracia fue vacilante, porque en el fondo sab¨ªa que no ten¨ªa autoridad para alcanzar el consenso b¨¢sico, y se estrell¨®.
De modo que estos siete a?os se han convertido en una especie de transici¨®n entre el final de la democracia posfranquista y lo que deber¨ªa ser una nueva etapa democr¨¢tica de mejor calidad y con menos lastres. La naturaleza de los dos candidatos a presidente invita a pensar que la transici¨®n ser¨¢ larga y que la democracia seguir¨¢ languideciendo y alimentando la indiferencia.
En cualquier caso, los s¨ªntomas de final de etapa se acumulan. Por primera vez, la ciudadan¨ªa est¨¢ tomando conciencia de que Juan Carlos no ser¨¢ rey eterno y que alg¨²n d¨ªa llegar¨¢ el momento sucesorio. Los nervios afloran en la Zarzuela -como se ha visto en relaci¨®n con los periodistas- porque la Corona volver¨¢ a ser tema pol¨ªtico de primer orden y no es una cuesti¨®n cualquiera.
Los problemas de sostenibilidad, tanto pol¨ªtica como econ¨®mica, del Estado de las autonom¨ªas est¨¢n a la vista: muy descentralizado en el gasto sigue siendo muy centralizado pol¨ªticamente, lo cual produce desajustes serios. En las naciones perif¨¦ricas, especialmente en Catalu?a, se ha extendido la sensaci¨®n de que el Estado auton¨®mico ha tocado techo. Es decir, unos querr¨ªan cerrarlo, otros, abrirlo mucho m¨¢s, pero, en cualquier caso, hay conciencia de disfuncionalidad creciente.
El final del terrorismo de ETA, que, independientemente de que puedan quedar todav¨ªa algunos coletazos, est¨¢ ya asumido socialmente, es la extinci¨®n de uno de los residuos que quedaban de los a?os del franquismo que han marcado terriblemente a esta primera etapa democr¨¢tica.
La sensaci¨®n de que la democracia est¨¢ enquistada, en manos de una casta convertida en grupo de intereses, incapaz de renovarse en las personas y de regenerarse en los comportamientos, est¨¢ muy extendida. La indiferencia ante la corrupci¨®n no hace m¨¢s que agudizar esta impresi¨®n de una esfera pol¨ªtica gastada, cargada de complicidades con el dinero y con los medios.
En fin, el hundimiento electoral del PSOE, que es algo m¨¢s que un retroceso coyuntural por la crisis, porque denota un partido sin proyecto, sin rumbo y con p¨¦rdidas importantes de los sectores m¨¢s din¨¢micos del electorado, es tambi¨¦n s¨ªntoma de cambio de ¨¦poca: el PSOE hab¨ªa sido el factor de estabilidad principal de la democracia posfranquista. Las se?ales, a¨²n muy d¨¦biles, de una evoluci¨®n del bipartidismo imperfecto espa?ol hacia un pluripartidismo, al modo de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco, completar¨ªan este breve muestrario de indicios de fin de ¨¦poca.
La regresi¨®n Rajoy-Rubalcaba expresa el miedo cerval a los cambios por parte de los partidos pol¨ªticos. -
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