Los saberes
Hablamos de ciencias y de humanidades en la Universidad de C¨¢diz. Hablamos apasionadamente de las formas de conocimiento paralelas que permiten la ciencia experimental o las narraciones literarias o las obras de arte, y de esos l¨ªmites de la indeterminaci¨®n y la incertidumbre para los cuales no hay mejor pedagog¨ªa que la de la educaci¨®n cient¨ªfica. Carlos El¨ªas, qu¨ªmico y periodista, clama contra la infecci¨®n de las pseudociencias, que en alguna facultad de periodismo ha llegado hasta el extremo de que se impartan cursos sobre "informaci¨®n del misterio", entendiendo como tal las brujer¨ªas diversas que con tan perfecta caradura emiten las televisiones, algunas de ellas p¨²blicas, algunas de ellas con pretensiones de ¨²ltima moda cool. Cuando se viene del ¨¢mbito melanc¨®lico de las humanidades no s¨¦ si conforta o aterra el descubrimiento de que en la ense?anza de las ciencias el porvenir parece todav¨ªa m¨¢s catastr¨®fico que en la de la literatura o las artes. Carlos El¨ªas apunta que de todos los estudiantes universitarios solo el 6% elige la f¨ªsica, la qu¨ªmica, las matem¨¢ticas, la biolog¨ªa. Manuel Lozano Leyva, catedr¨¢tico de F¨ªsica de Sevilla, explica que en su universidad se exige una nota mucho m¨¢s alta para estudiar Podolog¨ªa que Ingenier¨ªa Aeron¨¢utica, dado que hay muchos m¨¢s solicitantes de la primera que de la segunda. Los estudiantes inundan las facultades de periodismo -o de comunicaci¨®n audiovisual, o ciencias de la informaci¨®n, dependiendo del eufemismo prestigioso con que se les denomine- precisamente en la ¨¦poca en la que se ve m¨¢s negro el porvenir del oficio, sin m¨¢s motivo tal vez que una vaga leyenda de din¨¢mica modernidad o aventura que ya estaba obsoleta cuando los provincianos c¨¢ndidos de mi generaci¨®n aliment¨¢bamos el sue?o de convertirnos en cronistas de guerra o en corresponsales en pa¨ªses ex¨®ticos. Cientos, miles, quiz¨¢s decenas de miles, de aspirantes a periodistas, mientras en una facultad de f¨ªsicas hay menos de dos alumnos por profesor; cientos o miles de soci¨®logos, de polit¨®logos, de comunic¨®logos, que casi lo mismo podr¨ªan ser te¨®logos o astr¨®logos, aunque su futuro profesional sea mucho m¨¢s sombr¨ªo que el de los echadores de cartas.
Un nuevo ¨¦xito de las pol¨ªticas educativas de nuestro pa¨ªs. Mal de muchos, consuelo de tontos: algunos literatos inocentes piensan que la historia de la literatura o la del arte est¨¢n en decadencia porque una sociedad utilitarista no valore esos saberes de tan escaso inter¨¦s pr¨¢ctico. Pues no: los otros saberes tambi¨¦n se encuentran en ruinas. Uno casi se resignar¨ªa a que un estudiante pasara por el Instituto y por la Universidad sin entender un poema de Garcilaso o un cuadro de Vel¨¢zquez, si al menos hubiera adquirido una gran formaci¨®n matem¨¢tica o cient¨ªfica. Hay formas diversas de ejercer la inteligencia y la imaginaci¨®n y de fijarse en el mundo, y no requiere menos sutileza comprender la segunda ley de la termodin¨¢mica que una met¨¢fora de G¨®ngora. Pero parece ser que cuantos m¨¢s saberes dudosos o del todo fant¨¢sticos se conceden a s¨ª mismos la categor¨ªa de ciencias m¨¢s vac¨ªas se quedan las aulas en las que se imparte el s¨®lido y anticuado conocimiento cient¨ªfico o se ense?a y se pone en pr¨¢ctica el m¨¦todo experimental. Todav¨ªa me acuerdo del hormiguillo de arrogancia intelectual que sent¨ª al descubrir que lo que yo quer¨ªa estudiar no se llamaba periodismo, sino Ciencias de la Informaci¨®n.
Ciencias humanas, ciencias sociales, ciencias jur¨ªdicas, ciencias morales, ciencias de la educaci¨®n, ciencias de la salud, ciencias del trabajo, ciencias de la televisi¨®n, ciencias cinematogr¨¢ficas. Qu¨¦ raro que con tantas ciencias el ejercicio p¨²blico del raciocinio y de la precisi¨®n informativa sea cada vez m¨¢s raro entre nosotros. Javier Armentia, astrof¨ªsico y director del planetario de Pamplona, clama contra el comercio desvergonzado de las milagrer¨ªas pseudocient¨ªficas, las pulseras magn¨¦ticas, las videncias, las energ¨ªas positivas, la gran basura mental que se alimenta de la ignorancia y de la claudicaci¨®n del esp¨ªritu cr¨ªtico como una infecci¨®n de un organismo debilitado. Si va contra la ley vender alimentos en mal estado y se vigila y castiga a un bar que no cumple con las medidas de higiene, ?por qu¨¦ un canal de televisi¨®n puede transmitir en directo el trance de una vidente que pone en comunicaci¨®n a un personajillo de la actualidad basura con un ser querido que al parecer le habla desde el otro mundo?, ?y c¨®mo va a tomarse uno en serio un peri¨®dico que publica a diario el hor¨®scopo?
Me gusta leer a los cient¨ªficos y conversar con ellos porque, a diferencia de tantos cr¨ªticos de arte y de tantos expertos en literatura, en sociolog¨ªa, en pedagog¨ªa, en politolog¨ªa, no hablan en jerga; y porque a diferencia de bastantes literatos y figuras diversas de lo que se llama la cultura suelo encontrar en ellos poca arrogancia, y nada de cinismo. Habr¨¢ un cierto n¨²mero de fatuos, como en todas partes, pero la obligaci¨®n y la costumbre de permanecer atentos a la experiencia de lo real, de someter cada intuici¨®n, cada hip¨®tesis, al escrutinio de sus colegas, les impide perderse en las fantasmagor¨ªas narcisistas o el puro humo verbal que lo aburre a uno a los veinte minutos de encontrarse en una reuni¨®n de eso que ahora se engloba bajo el nombre de artistas. En ciencia, dice Lozano Leyva, los fraudes tardan muy poco en descubrirse. En las artes, en la literatura, fraudes colosales pueden sostenerse durante muchos a?os, hasta durante siglos, porque la prueba del contraste con lo real es incierta y cada vez menos relevante, y porque la autoridad de los mandarines se va volviendo m¨¢s irrefutable cuanto menos espacio hay para el juicio del p¨²blico. El m¨¦rito, en las artes pl¨¢sticas, en la arquitectura, lo determinan por completo unos cuantos cr¨ªticos o enterados cuyos dict¨¢menes, aunque se tradujeran al lenguaje com¨²n, nadie tiene derecho a refutar, y a los que adem¨¢s se les concede el t¨ªtulo, tan descriptivo, de comisarios: es el comisario el que determina qu¨¦ se expone, el que canoniza o silencia, segregando sus nubes de palabras de las cuales no tiene que dar ninguna explicaci¨®n.
Esa es la raz¨®n del cinismo, como en cualquier cultura en la que tiene demasiado poder¨ªo el tr¨¢fico de influencias: un gui?o que se hacen entre s¨ª los que est¨¢n en el secreto, un encogimiento de hombros de los que aceptan que no haya remedio. Terminamos de cenar en C¨¢diz y a media noche, camino del hotel, por un paseo junto al mar, la conversaci¨®n es todav¨ªa m¨¢s viva. "Si volviera a nacer elegir¨ªa de nuevo dedicarme a la ciencia", dice con aire de felicidad Ignacio Morgado, catedr¨¢tico de Psicobiolog¨ªa, que ha debatido vigorosamente con Lozano Leyva si se puede hablar de la luz o del sonido sin tener en cuenta la capacidad de percepci¨®n de organismos vivos que registran frecuencias y longitudes de onda y las procesan en sensaciones visuales o ac¨²sticas. "Nos dedicamos a esto por curiosidad, porque nos gusta averiguar c¨®mo son las cosas, c¨®mo funcionan". Nos montamos en el ascensor, la conversaci¨®n todav¨ªa hirviendo entre el f¨ªsico y el neurocient¨ªfico, y cuando se van a cerrar las puertas alguien entra en el ¨²ltimo momento y vuelven a abrirse autom¨¢ticamente. Y entonces Lozano Leyva dice con toda naturalidad: "Ah¨ª tienes el efecto fotoel¨¦ctrico de Einstein".
antoniomu?ozmolina.es
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