El bar de Scott Fitzgerald
Lunes
S¨®lo puedo hacer una cosa por vez. Lento. Me muevo poco. Mi vida se ordena en series discontinuas. Hay una persistencia invisible de los h¨¢bitos. La serie de los bares, de las lecturas, de la pol¨ªtica, del dinero, del amor, de la m¨²sica. Ciertas im¨¢genes -una luz en la ventana en medio de la noche; la ciudad al amanecer- se repiten a lo largo de los a?os.
Me gustar¨ªa editar este diario en secuencias que sigan las series: todas las veces que me he encontrado con amigos en un bar, todas las veces que he ido a visitar a mi madre. De ese modo se podr¨ªa alterar la causalidad cronol¨®gica. No una situaci¨®n despu¨¦s de otra, sino una situaci¨®n igual a otra. Efecto ir¨®nico de la repetici¨®n.
Estas ideas surgen cuando estoy dando mis ¨²ltimas clases en Princeton.
Un seminario sobre Po¨¦ticas de la novela. Otra serie posible: todas las veces que he entrado a dar clase en el aula B-6-M de Firestone en estos catorce a?os y lo que ha sucedido despu¨¦s.
Mi¨¦rcoles
Vamos con Arcadio D¨ªaz Qui?ones a visitar la exposici¨®n sobre el Nueva York latino en el Museo del Barrio. Las relaciones de Am¨¦rica Latina con Nueva York a partir del siglo XVII.
Arcadio es uno de los primeros que ha llamado la atenci¨®n sobre la importancia de la situaci¨®n extra-local en la di¨¢spora puertorrique?a y en la historia de la ciudad. Del mismo modo que Juan Goytisolo ha destacado la presencia ¨¢rabe en las galer¨ªas y en los barrios de Par¨ªs, Arcadio ha registrado las marcas de la cultura latina en Nueva York y -a la inversa- el modo en que la migraci¨®n a los Estados Unidos ha definido la pr¨¢ctica art¨ªstica y la tradici¨®n nacional de Puerto Rico. Sus libros La memoria rota y El arte de bregar son fundadores de una nueva noci¨®n de cultura latinoamericana.
En una esquina del Barrio vemos salir a los ni?os de la escuela, los padres vienen a buscarlos. Los chicos negros, latinos, coreanos, ¨¢rabes no andan solos por la ciudad. Una mujer cubierta con velo va con su hija de cinco o seis a?os tambi¨¦n velada; esperan que cambie la luz del sem¨¢foro, la ni?a se toma con la mano de la t¨²nica de su madre.
Jueves
Sigue la discusi¨®n sobre el caso de Antonio Calvo. Buenas intervenciones de Paul Firbas y de Luis Othoniel Rosa-Rodr¨ªguez. Plantean la necesidad de politizar la cuesti¨®n. ?Por qu¨¦ no funcionan los sindicatos de profesores, por qu¨¦ no hay centro de estudiantes? Los conflictos se personalizan y no hay ad¨®nde recurrir en caso de despido.
S¨¢bado
Con mi hermano vamos a Atlantic City a jugar al casino. Los barrios perif¨¦ricos llenos de edificios ennegrecidos e incendiados; im¨¢genes de desastre b¨¦lico en las zonas pobres de la ciudad. Luego, los hoteles de lujo, la rambla de madera, los carteles de ne¨®n encendidos durante el d¨ªa. Perdemos en la ruleta lo que llevamos, pero uno de nosotros encuentra en la billetera una tarjeta de cr¨¦dito a pesar de la promesa de dejarlas en casa. Volvemos a entrar, recuperamos el dinero y ganamos unos d¨®lares.
A la vuelta, tomamos un desv¨ªo equivocado y nos perdemos. Terminamos en un pueblo desconocido, no se ve a nadie en la calle; al fin en un supermercado vac¨ªo, una mujer coreana o china pasa la aspiradora por los grandes pasillos iluminados. No sabe d¨®nde queda Princeton, ni c¨®mo retomar la autopista. Damos algunas vueltas por suburbios oscuros hasta que entramos por fin en el freeway y llegamos a tiempo para cenar en Blue Point.
Domingo
Hace unos meses Alexander Kluge vino a Princeton a dar una conferencia pero un peque?o accidente invernal lo oblig¨® a suspenderla. No pod¨ªa hablar porque se hab¨ªa golpeado la cara y quebrado un brazo. Kluge apareci¨® en el sal¨®n, enyesado, y se inclin¨® a saludar con una especie de cortes¨ªa china. Eso fue todo.
En sus narraciones hay siempre un hecho sorpresivo -un contratiempo- que altera la temporalidad y concentra sentidos m¨²ltiples. En alem¨¢n es unerhorte Begebenheit, el suceso sorprendente. El acontecimiento inesperado est¨¢ en el origen de la nouvelle como forma. Y el relato de media distancia es el modelo de la narraci¨®n en Kluge.
En sus libros de relatos -Biograf¨ªas, Nuevas historias, Stalingrado- la vida breve de los protagonistas se entrevera en la trama de los hechos hist¨®ricos. Kluge trabaja como nadie la diferencia entre el sentido de la experiencia y el vac¨ªo impersonal de la informaci¨®n. La literatura como historiograf¨ªa.
Martes
Pasamos un par de d¨ªas viendo -con intervalos- las nueve horas del filme de Kluge sobre El Capital de Marx. En verdad es un ensayo narrativo sobre las fantasmagor¨ªas del capital, sobre su capacidad de creaci¨®n de nuevas realidades. Por un lado retoma la potencia corrosiva del Manifiesto Comunista (la forma del manifiesto como irrupci¨®n de una nueva visi¨®n cr¨ªtica). Por otro lado renueva la discusi¨®n sobre el concepto de fetichismo de la mercanc¨ªa y analiza el car¨¢cter ilusorio de lo real en la sociedad capitalista. Muy buena utilizaci¨®n de los letreros, las consignas escritas y los carteles como im¨¢genes verbales, en la l¨ªnea del constructivismo ruso. Una lecci¨®n de pedagog¨ªa pol¨ªtica y de arte did¨¢ctico donde conviven el montaje y los proyectos de Eisenstein, el cap¨ªtulo del catecismo del Ulises de Joyce y los poemas de Brecht. Una nueva dramaturgia hist¨®rica en la ¨¦poca de la tecnolog¨ªa avanzada.
Jueves
Despu¨¦s de ver la pel¨ªcula de Kluge ella ha decidido viajar a la India con dos amigas. Un tr¨ªo no familiar. Justamente van a buscar la desfamiliarizaci¨®n absoluta. Piensan llegar a Nueva Delhi y luego pasar un tiempo en un pueblo ecol¨®gico y semidesierto (apenas un mill¨®n de habitantes), Todos los pobladores son vegetarianos, la medicina s¨®lo usa productos naturales, est¨¢ prohibido el pl¨¢stico y el poli¨¦ster. Ella y sus amigas van en pos de la distancia, la ostranenie, el efecto-V. Lo m¨¢s probable, le digo, es que ustedes se conviertan en objeto de atenci¨®n. Tambi¨¦n vamos para eso, dice ella.
Lunes
Los estudiantes del seminario me regalan como recuerdo un Kindle. Para que actualice su modo de leer, profesor, ironizan. Me incluyen las obras completas de Rosa Luxemburgo y de Henry James. Paso varias horas estudiando las posibilidades m¨²ltiples del aparato digital. Una m¨¢quina de leer m¨¢s din¨¢mica que un libro (y m¨¢s fr¨ªa).
?Leemos igual a pesar de los cambios? ?Qu¨¦ es lo que persiste en esta pr¨¢ctica de largu¨ªsima duraci¨®n? Tiendo a pensar que el modo de leer no ha variado, m¨¢s all¨¢ de los cambios en el soporte -papiro, rollo, libro, pantalla-, de la posici¨®n del cuerpo, de los sistemas de iluminaci¨®n y de los cambios en la diagramaci¨®n de los textos. Leer ha sido siempre pasar de un signo a otro. Ese movimiento, como la respiraci¨®n, no ha variado. Leemos a la misma velocidad que en los tiempos de Arist¨®teles.
Cuando se dice que una imagen vale m¨¢s que mil palabras se quiere decir que la imagen llega m¨¢s r¨¢pido, la captaci¨®n es instant¨¢nea, mientras que leer un texto de mil palabras, cualquiera que sea, requiere de otro tiempo, una pausa.
El lenguaje tiene su propia temporalidad; m¨¢s bien, es el lenguaje el que define nuestra experiencia de la temporalidad, no s¨®lo porque la tematiza y la encarna en la conjugaci¨®n de los verbos, sino porque impone su propio tiempo. Para estar a la altura de la velocidad de circulaci¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas habr¨ªa que abandonar las palabras y pasar a un lenguaje inventado, hecho de n¨²meros y notaciones matem¨¢ticas. Entonces s¨ª quiz¨¢ estar¨ªamos a la altura de las m¨¢quinas r¨¢pidas. Pero es imposible sustituir el lenguaje, todo esperanto es c¨®mico. El sistema de abreviaciones taquigr¨¢ficas del twitter y de los mensajes de texto acelera la escritura pero no el tiempo de lectura; se deben reponer las letras que faltan -y reconstruir una desolada sintaxis- para comprender el sentido.
S¨¢bado
Voy al bar de Lahiere's que ser¨¢ clausurado definitivamente en unos d¨ªas. Ac¨¢ ven¨ªa Scott Fitzgerald. Pido un whisky con hielo, despu¨¦s de casi un a?o de no tomar alcohol.
Lunes
?ltima clase. Fotos de grupo. Voy a extra?ar a los estudiantes.
Reuni¨®n en Palmer House con los colegas del departamento. Saludos, recuerdos, discursos, regalos.
Mi¨¦rcoles
Andr¨¦s di Tella vino al Princeton Documentary Festival y aprovecha para filmar mientras desocupo la oficina, devuelvo libros en la biblioteca, descuelgo los cuadros, vac¨ªo los cajones, archivo papeles. Tengo en ¨¦l a mi gran hermano personal.
Jueves
Cenamos con Arcadio, Alma Concepci¨®n y Sarah Hirschman en el legendario -para m¨ª- restaurant chino del centro comercial, al fondo de Harrison Avenue. Nosotros llevamos el vino. Tomo de m¨¢s, porque no me gustan las despedidas.
Viernes
Aeropuerto Kennedy. Viaje a Buenos Aires. No bien llegamos a la sala de embarque ella se a¨ªsla en su iPod. No soporta la exaltaci¨®n de los argentinos que se amontonan ah¨ª. Todos usan un tono canchero y sobrador, aprendido en los anuncios de publicidad y en el estilo de actuaci¨®n de los actores argentinos. En realidad, parecen polic¨ªas que hubieran estudiado teatro con Alberto Ure, dice ella mientras cruzamos el pasillo para subir al avi¨®n.
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