La clave es Alemania
Como si fuera un cami¨®n con sobrecarga que intenta subir una colina empinada, el proyecto europeo est¨¢ a punto de detenerse. Si lo hace, ni siquiera el freno de emergencia podr¨¢ impedir que caiga hacia atr¨¢s por la pendiente, descontrolado, hasta que se desarticule y se salga de la carretera. Dos de la cuadrilla est¨¢n pele¨¢ndose por quedarse con el volante; otros yacen comatosos en la zona de dormir, en la parte posterior de la cabina. Necesitamos a una mujer que les aclare las cosas. Su nombre es Angela.
Grecia y la eurozona constituyen la parte m¨¢s urgente de esta crisis. Entre la furia en las calles de Atenas y la constante falta de unidad de quienes toman las decisiones en Bruselas, Berl¨ªn, Fr¨¢ncfort y Luxemburgo (donde el Eurogrupo vuelve a reunirse el domingo y el lunes), el cami¨®n podr¨ªa pararse en cualquier momento. Pero no es solo Grecia. En Irlanda, Portugal y Espa?a, la indignaci¨®n tambi¨¦n est¨¢ desbord¨¢ndose, la gente tiene la sensaci¨®n de que se est¨¢ obligando a los j¨®venes, los pobres y los desempleados a pagar el precio de la falta de previsi¨®n y el ego¨ªsmo de sus pol¨ªticos y de los banqueros franceses y alemanes, que concedieron grandes pr¨¦stamos cuando no deb¨ªan haber concedido ninguno.
J¨®venes, pobres y desempleados se ven obligados a pagar la falta de previsi¨®n de pol¨ªticos y banqueros
La agon¨ªa de Grecia en la eurozona es otro ejemplo de que en la UE fallan motores y l¨ªderes
En todo el continente, las legiones de indignados, como se les llama en Espa?a, y los aganaktismenoi, como les dicen en Grecia, no hacen m¨¢s que crecer. Los hijos de mis amigos portugueses, con una s¨®lida educaci¨®n, no tienen esperanza de encontrar trabajo en su pa¨ªs, y se van a buscarlo a Brasil, Mozambique o Angola.
Y tampoco es solo la eurozona. Todos los grandes proyectos de la Uni¨®n Europea est¨¢n tambale¨¢ndose. Francia e Italia sugieren que se recorte el triunfo que supone la ausencia de controles fronterizos en la zona Schengen, solo porque unos cuantos miles de personas del agitado norte de ?frica se han refugiado en la isla italiana de Lampedusa. Muchos pa¨ªses europeos se encuentran ya en estado de p¨¢nico por la integraci¨®n de los inmigrantes y sus descendientes, en particular los musulmanes. La solidaridad y la justicia social -valores fundamentales del proyecto europeo nacido despu¨¦s de 1945- est¨¢n en retroceso casi en todas partes, como consecuencia del aumento de las desigualdades y los recortes del gasto para hacer frente a la deuda p¨²blica.
Los acontecimientos de la primavera ¨¢rabe son, para Europa, los m¨¢s esperanzadores que han ocurrido en lo que llevamos de siglo XXI, de una dimensi¨®n y unas posibilidades comparables a las de 1989; sin embargo, la reacci¨®n colectiva e institucional a esta hist¨®rica apertura ha sido de una debilidad incre¨ªble. Y eso que se supon¨ªa que este ibaa ser el a?o en el que la Uni¨®n Europea organizase de una vez su pol¨ªtica exterior. Incluso en los dos casos m¨¢s prometedores, T¨²nez y Egipto, quiz¨¢ no tengamos m¨¢s que unos cuantos meses para impedir que la primavera ¨¢rabe se convierta en oto?o. La decepci¨®n de esa mitad de la poblaci¨®n que tiene menos de 30 a?os provocar¨ªa nuevas e inmensas oleadas de inmigrantes. Los islamistas se aprovechar¨ªan en esos pa¨ªses de las posibilidades y la confusi¨®n de una libertad a medias. No tiene por qu¨¦ suceder, pero muy bien podr¨ªa.
La intervenci¨®n militar dirigida por Europa en Libia siempre iba a ser una campa?a lenta y dif¨ªcil, pero adem¨¢s ha dejado al descubierto de manera penosa la incapacidad cr¨®nica de Europa para concentrar sus activos militares. Algunas potencias europeas ya empiezan a quedarse sin municiones. Es comprensible que el secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, hiciera comentarios mordaces al respecto en Bruselas la semana pasada.
Incluso la ampliaci¨®n, el proyecto m¨¢s logrado de Europa, est¨¢ pr¨¢cticamente estancado. El atractivo magn¨¦tico de la pertenencia a la UE sigue teniendo un efecto positivo e importante en un pa¨ªs como Serbia, pero cada vez menos en Turqu¨ªa.
En el discurso tras su victoria en las recientes elecciones turcas, el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, ni siquiera mencion¨® la Uni¨®n Europea. En cambio, dijo: "Creedme, Sarajevo ha ganado hoy tanto como Estambul, Beirut ha ganado tanto como Izmir, Damasco ha ganado tanto como Ankara, Ramala, Nabl¨²s, Yen¨ªn y Cisjordania, Jerusal¨¦n tanto como Diyarbakir". Es decir, incluy¨® Sarajevo en el Imperio Otomano. Desde luego, es muy posible que Croacia se incorpore a la UE en 2013, y esa es una buena noticia. Pero ser¨ªa justificable que los croatas no sepan con exactitud a qu¨¦ se incorporan.
Los primeros ministros y ministros de Exteriores retirados nunca se cansan de atribuir estas vacilaciones del proyecto europeo a la falta de "liderazgo" (hay que leer entre l¨ªneas: todo era mucho mejor cuando mand¨¢bamos nosotros). Eso es verdad, pero no es m¨¢s que parte del asunto. Porque la calidad de los l¨ªderes europeos es algo peor que hace un cuarto de siglo, pero la necesidad de liderazgo es mayor.
?Por qu¨¦? Porque los grandes elementos motivadores que serv¨ªan de base al proyecto europeo en la ¨¦poca de Helmut Kohl, Fran?ois Mitterrand y Jacques Delors, y m¨¢s a¨²n en tiempos de los fundadores, se han difuminado o han desaparecido.
Entre las poderosas fuerzas que les impulsaron en aquel entonces estaban sus terribles experiencias personales de la guerra, la ocupaci¨®n, el Holocausto, las dictaduras fascistas y comunistas; la amenaza sovi¨¦tica, que sirvi¨® de catalizador para la solidaridad de Europa occidental; el generoso y en¨¦rgico apoyo de Estados Unidos a la unificaci¨®n europea; y una Alemania Occidental que fue el gran motor de la integraci¨®n europea, con Francia como conductor. Los alemanes occidentales quer¨ªan rehabilitarse como buenos europeos, pero adem¨¢s necesitaban la ayuda de sus vecinos para conseguir su objetivo de la unificaci¨®n nacional.
Hoy, todos aquellos factores han desaparecido o est¨¢n muy debilitados. Aunque, en el plano intelectual, existen convincentes argumentos racionales para justificar el proyecto, incluido el ascenso de los gigantes no occidentales como China, un argumento racional no es lo mismo que un impulso emocional. El coraz¨®n siempre vence a la cabeza.
La clave de casi todo esto, sobre todo en el aspecto econ¨®mico, es Alemania. Durante gran parte de su historia, el ente que ahora es la Uni¨®n Europea ha perseguido fines pol¨ªticos por medios econ¨®micos. Para Kohl y Mitterrand, el euro era no un proyecto econ¨®mico, sino pol¨ªtico. Ahora se ha vuelto la tortilla. Para salvar una uni¨®n monetaria mal dise?ada y de la que se exige m¨¢s de lo que puede, necesitamos un compromiso pol¨ªtico excepcional. El elemento pol¨ªtico debe acudir al rescate del econ¨®mico.
Aqu¨ª entra en juego Angela Merkel. No hay motivos para esperar que Alemania tome la iniciativa de crear una pol¨ªtica exterior y de seguridad europea. Si queremos una reacci¨®n a la primavera ¨¢rabe, deber¨ªamos pensar primero en los pa¨ªses mediterr¨¢neos, Espa?a, Francia e Italia. Cuando se trata de la integraci¨®n de las personas de origen inmigrante, cada pa¨ªs debe hacer sus deberes. Pero si de lo que hablamos es de la econom¨ªa y la divisa europea, Alemania es la potencia indispensable. La combinaci¨®n de Alemania y el Banco Central Europeo (BCE) y su capacidad de trabajar al un¨ªsono es la ¨²nica posibilidad que existe de que se tranquilicen los poderosos mercados.
Desde hace m¨¢s de un a?o, Angela Merkel intenta encontrar la estrecha -tal vez inexistente- l¨ªnea de encuentro entre lo m¨ªnimo necesario que es preciso hacer para salvar a la atribulada periferia de la eurozona y lo m¨¢ximo que, en su opini¨®n, va a estar dispuesta a soportar la opini¨®n p¨²blica alemana. Ha intentado convencer a sus socios de la eurozona de que siguieran ese mismo camino. Hasta hoy, sin ¨¦xito.
Ahora necesita empezar por el otro extremo: averiguar, junto con el Banco Central Europeo (BCE) y otros Gobiernos de la eurozona, cu¨¢l es el acuerdo mejor y m¨¢s cre¨ªble, y entonces emplear toda su autoridad para convencer a unos alemanes reacios de que, a largo plazo, esa estrategia beneficiar¨¢ los intereses nacionales de su pa¨ªs. Cosa que es bien cierta.
Porque nadie tiene tanto que perder, si se desintegra la eurozona, como la potencia econ¨®mica central del continente. Y es posible que pronto sea ya demasiado tarde.
Timothy Garton Ash es catedr¨¢tico de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su ¨²ltimo libro es Facts are Subversive: Political Writing from a Decade Without a Name. www.timothygartonash.com Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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